lunes, 24 de junio de 2019

1975-80: la nueva España (VI)


Las tres grandes bandas que dieron vida al rock urbano fueron Asfalto, Topo y Leño, eso no lo discute nadie; luego, aparte, están Burning, y eso tampoco lo discute nadie. Las diferencias son considerables: el hard rock “concienciado”, de clase, de barriada, es la esencia de aquellos tres grupos, y la masa de seguidores que llegaron a tener se sentía perteneciente a una especie de hermandad que en su mayor parte se entregó luego a la cofradía del heavy metal. Pero Burning se han criado con el rock de los Stones, además de que su actitud chulesca, nihilista, le debe mucho también al estilo e incluso las letras de Lou Reed, que por otra parte fue influencia directa sobre el glam rock de callejón que defendían los New York Dolls. Y aunque comenzaron cantando en inglés pronto se pasaron al español porque era lo lógico con aquel acento canalla, tan de barrio o más que los de sus competidores, tan de La Elipa. A Burning nadie tiene que darle lecciones de honradez, de “credibilidad”, como dicen los críticos, porque incluso sus letras, sin pretensiones de salvar el mundo, sin proclamas, sin arengas, hablan de lo que siempre ha hablado el rock: las alegrías y las tristezas, la emoción y la sordidez, la vida muchas veces insana pero a flor de piel que pulula en las calles. Por eso consiguieron unir a varias tribus distintas, a rockeros y a poppies, porque su “no mensaje” es el mejor mensaje posible. De hecho son la primera banda española “moderna”, a medio camino entre los rockeros de los 70 y la nueva ola, y han creado escuela: que se lo pregunten a Los Enemigos, por poner un solo ejemplo. 

A principios de la década había un grupillo en el barrio de La Elipa llamado Divine Pictures en el que militaban los guitarristas José Casas (Pepe Risi a partir de aquí) y Quique Pérez junto al batería Ernesto Estepa; poco después se les une “Toño” Martín, un admirador de Mick Jagger que comenzó tocando el bajo pero cuyas poses hacen que en poco tiempo se confirme como la voz principal, pasando Quique a encargarse de las cuatro cuerdas. Allá por el 73 se trasladan a Carabanchel, se ponen a ensayar en serio y conocen a Juan Antonio “Johnny” Cifuentes, un teclista -aprendiz, más bien- de otro grupo, al que convencen para unirse a ellos. Era verano, hacía calor y una de las primeras canciones que escriben Pepe Risi y Toño Martin (los Jagger-Richards españoles) se titula “I’m burning”, un glam rock que curiosamente no debe nada a los Stones y da pie a un cambio en el nombre del grupo. Pero no se crean ustedes que estos muchachos dominaban el inglés, ni mucho menos; simplemente, chapurreaban una serie de sonidos que podían recordar a ese idioma, por puro mimetismo con sus ídolos. El caso es que esa pieza, acompañada por una versión bastante decente del “Johnny B. Goode”, se convertirá en su primer single, publicado en la primavera del 74; y al año siguiente llega “Like a shot / Rock and roll”, que sin ser un éxito los confirma como una alternativa creíble al desencanto general que se vive en esa época. Ah, y participan también en el legendario festival burgalés de la cochambre, además de incluir las dos piezas de su segundo single en el recopilatorio “Viva el rollo”. Tanto esa recopilación como los dos singles fueron publicados por el subsello Gong, al frente del cual estaba Gonzalo García Pelayo; sin embargo ahí acabó su relación con ellos: sus raíces no eran lo suficientemente “auténticas”. Puro Madrid, vamos.


Luego viene una travesía del desierto marcada por el servicio militar de Pepe Risi, la inconstancia en el puesto de batería y unas cuantas letras impublicables que iban a formar parte de un Lp llamado “Solo para mujeres”, del cual nunca se supo nada más. Sin embargo tenían ya una popularidad ganada a pulso en mil actuaciones por media Castilla y por fin, a principios de 1978 fichan con la sorprendente Belter, sello casposo donde los haya pero que en esa época se nos pone moderno y crea un subsello llamado Ocre, dispuesto a combatir con Movieplay, Zafiro y compañía. Se les asigna como productor a Jordi Vendrell, una especie de Vicente Romero catalán que hasta ese momento estaba especializado en luminarias de su zona como Gato Pérez, pero que dentro de las estrecheces financieras con las que tuvo que trabajar lo hizo bastante bien. Y con esos mimbres (y Roberto Oltra, el nuevo batería) se lanza en la primavera de ese año el primer Lp, titulado “Madrid”: “Ah, no, sin vivir en Madrid no lo entenderás”, nos advertía Toño en la canción que abre el disco y le da título, una canción que ya en sí misma es el resumen de todo lo que viene luego. No se puede negar que la influencia de los Stones cruzándose con los Dolls es evidente, pero tampoco que Burning tiene su propio carácter marcado por ese punto cheli tan personal y que otros han querido copiar luego sin conseguirlo. Y aunque no lo recuerdo muy bien, creo que los poppies nos enamoramos de este disco antes que los propios rockeros: en aquellos tiempos de escasez, tan reciente aún la oscura experiencia que había vivido el país durante tanto tiempo, esa canción, como “Hey nena”, “Rock and roll mama”, “Jim Dinamita”, la grandiosa balada al piano de “Lujuria” o el final épico de once minutos “Sin tiempo para vivir” son como si de repente se encendiese la luz y ¡zas, ya estamos en Europa!


La edad de oro de Burning, que comienza en ese justo momento, alcanza proporciones mitológicas en 1979 gracias a la publicación de “El fin de la década”, su segundo disco grande. Lo produce Enrique Tudela, que había sido el guitarrista en la época más brillante de los Gatos Negros y que le da un poco más de brillo al sonido sin alterar el tono general. Y surge la conmoción en gran parte de las emisoras hispanas cuando se publica el single que lo precede, conteniendo “¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?", junto con “Ginebra seca” en la cara B. Resulta que Jesús Ordovás, periodista y locutor que acabará convirtiéndose en uno de los mesías de la nueva ola, convence a Fernando Colomo de que el estilo musical de Burning puede encajar en su nueva película; Colomo les pide una canción, y ellos entregan esa futura cara A. Colomo queda tan fascinado que llega al extremo de escribir unos pequeños papeles para ellos; y tiene su lógica, ya que estamos ante una de las obras cumbres de la balada rock en castellano. La cara B, por cierto, es la muestra del gran conocimiento que Burning tienen del espíritu Stone, y es una pena que no se incluyese en el disco grande. Pero en ese disco grande, junto a la inevitable chica de la película viene “Mueve tus caderas”, uno de los himnos definitivos de la nueva España, o baladas como “Las chicas del drugstore”… En fin, otra exhibición que definitivamente coloca al grupo en una situación envidiable, tan defendidos por los rockeros clásicos como por los emergentes muchachos de la nueva ola, tan escuchados en los barrios como en el centro.


Pero no todo son alegrías, y la portada de aquel segundo disco ya lo estaba anunciando. El gancho “callejero” del grupo comienza a atraer a personajes de la élite cultural, asisten a fiestas tanto de palacios como de chabolas, al estilo Tenorio, y en esa época tan espitosa los peligros se multiplican: las sustancias ilegales circulan a caño libre y más de uno se aficiona a las jeringuillas. Mientras tanto el cine vuelve a llamarlos, y esta vez es Eloy de la Iglesia quien incluye algunas de sus nuevas canciones en “Navajeros”, que iba sobre la vida de El Jaro; esas y algunas más integran su tercer disco, titulado “Bulevar”, que se publica en 1980 y completa la trilogía divina de Burning. Ahí demuestran que ya no necesitan a los Stones ni a nadie como referencia, que ya se han hecho un carácter propio: el sonido se ha suavizado tal vez tratando de acercarse al influjo pop que comienza a marcar el futuro inmediato, y una porción de sus fans parece desilusionarse un poco; pero dejando aparte esa evolución, que en sí misma no determina su esencia, el contenido sigue siendo de categoría superior. Como es de ley, la primera que debe citarse es esa especie de balada intemporal titulada “No es extraño…”, escrita exclusivamente por Toño y dedicada a su mujer; es una canción que a algunos nos sigue pareciendo emocionante, pero que tal vez bajo ese criterio idiota llamado “corrección política” que se sigue hoy en día tal vez no hubiese podido publicarse (ni esa ni otras cuantas de Burning... y de otros). Y dejando una joya como esa aparte, el resto sigue teniendo mucha altura: “Es decisión” nos presenta a Pepe Risi al frente del micro, y lo hace bastante bien; en “Es especial” o “Eres mi amor”, el ritmo y su sonido los emparentan ya con la nueva ola, y el género de la balada tiene otra gran representación en piezas como “Escríbelo con sangre”, una de las que hacen referencia directa al Jaro.


A partir de ahí los problemas se agigantan. Quique se asusta ante el panorama y abandona el grupo para tranquilizarse y hacer vida con su familia, mientras Toño está fuertemente enganchado a la heroína; el tiempo corre, los antiguos héroes de la calle comienzan a ser vistos como una reliquia desafasada, entre ellos ya no hay la unión de antes. Hasta 1982 no llegará un nuevo disco, “Atrapado en el amor”, compuesto en su mayoría por Toño y fiel reflejo de su situación personal: no es un mal disco pero resulta un poco oscuro, el carácter de Burning casi se ha perdido y vende muy poco. Se complican los problemas personales, Toño va en caída libre y decide abandonar en 1983 para intentar la salvación personal fuera de aquel ambiente; Johnny y Pepe Risi conseguirán mantener a Burning durante muchos años más, hasta la muerte del propio Risi… Y al final resulta que Johnny Cifuentes, el único ajeno a La Elipa, es quien sigue al frente de Burning aún a día de hoy: al parecer, en octubre de este año el grupo se dará definitivamente de baja. Pero aunque solo fuese por aquellos tres primeros discos, ocuparán para siempre un lugar de honor en la historia del rock español.




lunes, 17 de junio de 2019

1975-80: la nueva España (V)

Seguimos con las andanzas de Ñu y Leño, que es como decir de José Molina y Rosendo Mercado, dos músicos muy distintos. En cierto modo es una lástima que solo exista un single de la primera época, cuando trabajaban juntos, porque al menos la cara A era bastante decente. Pero desde el momento en que sus caminos se separan y cada uno de ellos desarrolla su propia carrera, escuchando el primer disco de uno y otro grupo resulta evidente que aquella sociedad no podría durar mucho más. Poco después entramos ya en la década de los 80, que como en el caso de Asfalto y Topo sella el futuro definitivo de ambos: también Molina y Rosendo, con épocas mejores o peores, seguirán en la profesión hasta que se jubilen.

Ñu comienzan a grabar su segundo disco en verano del 79, de nuevo con Vicente Romero como productor. Una vez más Molina tiene que buscar músicos, ya que algunos abandonaron tras la última gira y otros durante la grabación, salvo el bajo Jorge Calvo y el violinista André. Por otra parte Chapa, que como ya vimos en el caso de Topo no se fía del futuro que puedan tener las bandas de este tipo, decide escatimar el dinero con la portada (a pesar de que el primer disco había tenido unas ventas bastante decentes) y nuestro protagonista consigue que la marca de vaqueros Wrangler lo patrocine a cambio de lucir una sudadera de la marca. De todos modos no debió de ser mucho dinero, ya que es una de las más horribles en la historia del sello. El título, como se ve, es “A golpe de látigo”, se publica a principios de 1980 y el sonido mejora un poco con respecto al anterior; a cambio, la influencia de los Tull de mediados de década se hace más evidente con piezas como “Entrada al reino” (con sonido de látigo incluido), “La galería” o “El flautista”, que se convierte en una de las clásicas de su carrera. El hard rock progresivo queda representado por “A la caza de Ñu” o la que da título al disco, hay una cierta similitud con Deep Purple en “Velocidad” y cabe añadir que “La llegada de los dioses”, una pieza bastante bien desarrollada y sin excesivas deudas a un grupo concreto no es de Molina sino de Eduardo García Pinilla, el guitarrista en aquel momento. En conjunto a mí me parece mejor que el primero, tal vez por una mayor limpieza de sonido y por mantener un buen equilibrio entre la parte hard/heavy y el tono folkie/Tull, pero por unas razones u otras el resultado comercial fue bastante más flojo y Chapa comenzó a preocuparse.


Mientras tanto, en Leño el conflicto es otro: al igual que hizo con Topo, el señor Bautista opina que su estilo no tiene mucho futuro y que deben actualizarse. Tal vez interpretando mal aquellas entrevistas en las que Rosendo y sus colegas demostraban una amplitud de miras que superaba los rígidos esquemas de su repertorio (decían disfrutar con algunas bandas punkies, ska y new wave en general), en “Más madera”, el segundo disco del grupo, publicado en la primavera del 80, decide hacerles un lavado de cara y envolverlos con sus teclados electrónicos, con lo cual el resultado es un desastre de parecidas proporciones al segundo de Topo. Pero hay una diferencia fundamental: si la selección que presentaban Jiménez y Laina -aunque reivindicada a medias años después- era claramente inferior a su primer disco, en el de Leño se nota que es incluso mejor, o al menos con un desarrollo más maduro a pesar del destrozo que hace Teddy El Temible con la producción en general. Si conseguimos desentrañarlas de la madeja casi tecnopop en la que están atrapadas, descubrimos la gran categoría de estas piezas -cuya duración está sobre los tres minutos, a tono con la nueva época-, tanto las más rítmicas como “No voy más lejos” (una estupenda declaración de principios), “Sí señor, sí señor” (la clase de Rosendo a la guitarra queda ya fuera de duda) o “Calendario”, como las de tiempo medio al estilo “Lo que acabas de elegir” o “Sin solución”. Por otra parte las letras y la voz están más hechas aquí, más aquilatadas; y aunque el disco tuvo unas ventas regulares en su época, con el paso del tiempo ha alcanzado el reconocimiento que se merece: desde el primer momento, sus directos hicieron clásicas a la mayoría de esas canciones.


Precisamente un directo es el nuevo disco de Leño. No es frecuente que un grupo español con solo dos discos en las tiendas se lance a esa aventura, pero el mal sabor de boca que había dejado el sonido del anterior entre los aficionados y los propios músicos fue el motivo principal para hacerlo. Se grabaron las actuaciones de tres noches en la sala Carolina en marzo del 81, se publicó en verano y contra lo que podría esperarse solamente tres canciones proceden de aquel disco, junto con otras dos del primero: las otras cuatro eran nuevas. Aun así no hay una completa “recuperación” de los Leño que sus fans adoran porque uno de los acompañantes es Bautista, que sigue dejando impronta con sus maquinillos (esos arreglitos repelentes en “Cucarachas” o “El tren”, por ejemplo), y la presencia de los coros -por muy bien que nos caiga la por entonces primeriza Luz Casal- cuadra en algunos momentos pero en otros no; tampoco el sonido es ninguna maravilla, y la cara B se abre con “Mientras tanto” ya empezada, limitándose a subir volumen. Pero a pesar de todas esas fallas, a pesar de todas las chapuzas del temible Bautista tanto como músico como en la producción, esas canciones, como el arranque con “Sí señor, sí señor”, la ya inmortal “Maneras de vivir” que se presenta aquí o la recreación de “La noche de que te hablé”, convierten a este disco en uno de los más recordados en la escasa lista de los directos nacionales, y aún encima acabó siendo el más vendido en la corta carrera de Leño. Por supuesto ese éxito los situa en una posición de fuerza suficiente como para que Chapa les asigne otro productor para su próximo disco, además de financiar la grabación en Londres.


“Corre, corre” llega un año después y lo produce Carlos Narea, que ya no necesita presentación después de “rescatar” a los alicaídos Topo con su tercer disco y que hace lo mismo aquí (luego dirigirá el debut de Rosendo en solitario). A la brillante elegancia que consigue esa teórica sencillez de planteamientos suya corresponde el trío con un puñado de piezas liberadas de los tics progresivos un tanto farragosos de sus primeros tiempos: guitarra, bajo y batería, sin tecladitos fritos ni arreglos extraños, se bastan para defender ocho canciones directas, de puro rock que a veces roza la épica como en “Sorprendente”, “Entre las cejas” o mi preferidísima de Leño, la melancólica “Qué desilusión”, y de paso establece nuevos himnos para sus fans como “Que tire la toalla”, “Corre corre” o “No se vende el rock and roll”. También las letras han ido mejorando con el paso del tiempo, y en suma este es claramente el disco más maduro del grupo aunque no haya alcanzado las ventas del directo. A partir de ahí vienen las giras, y la más recordada fue que hicieron junto a Miguel Ríos en el 83 (“El rock de una noche de verano”). Al finalizarla anunciaron su separación: los motivos oficiales fueron el hastío, algunos problemas entre ellos, el exceso de responsabilidad y la falta de una línea clara para el futuro. Bueno, pueden resultar creíbles, dejando aparte el hecho de que Tony Urbano estaba bastante metido en el mundo de las jeringuillas, pero el caso es que ahí termina todo. Vino luego una pelea con Zafiro para liberarse del contrato, una nueva prueba de hasta qué punto los sellos pueden recurrir a prácticas mafiosas para machacar a los músicos, y una de las secuelas fue que Rosendo no pudo grabar su primer disco en solitario hasta 1985, con la RCA. Hace años se publicó bajo el título de “Vivo ‘83” una de las actuaciones pertenecientes a la gira que habían hecho con Ríos, y que completa la perspectiva: el sonido ahí es realmente bueno. Como es lógico, de vez en cuando surgían rumores sobre su reunión; pero salvo alguna actuación de tipo conmemorativo, nunca se dejaron atrapar por esa idea. Lo dejaron en lo más alto, como ellos mismos decían. Urbano y Mariscal murieron hace tiempo, Rosendo y Penas están retirados; a cambio Leño es inmortal para muchos miles de personas.



“He vivido largo tiempo sin mandar ningún mensaje”. Este es el mensaje que abre “Más duro que nunca”, la canción que a su vez inaugura “Fuego”, el tercer disco de Ñu, y que se publica a finales del verano del 83, justo cuando Leño anuncia su desaparición. Piruetas que da la vida. Molina ha tenido que pelear muy duro para llegar hasta aquí, tal vez la letra de esa primera canción podría considerarse como una abstracción sobre ese largo período de lucha: también él tiene problemas con Zafiro, que en su caso surgieron tras la decepción comercial de su disco anterior. En esa época la estrategia del sello se concentra ya casi completamente en el sonido metalero, mientras que la primera intención de Molina había sido la de proseguir con la vena heavy sinfónica, recibiendo un claro “no” por respuesta. Así que decide aparcar el material que ya tenía preparado y escribe algunas piezas mucho más duras, pero es entonces cuando Chapa/Zafiro demuestra su nula intención por apoyarlo: en un gesto que puede considerarse casi insultante le adelantan doscientas mil pesetas, que podrían ser suficientes para un single pero poco más. Y ahí es cuando Molina demuestra su carácter, porque con ese dinero se va a un pequeño estudio especializado en maquetas y graba allí el material para un Lp completo; se lo produce él mismo (no Vicente Romero, como figura en la mayoría de las reseñas) y como era de esperar el sonido es muy deficiente, hasta el punto de que algunas canciones suenan directamente en mono. Chapa se ve obligada a publicarlo, con otra de esas horribles portadas suyas, pero el resultado es sorprendente: “Fuego” es el disco más popular del grupo hasta ese momento, y quedará como uno de los grandes en su historia. El tono general se aproxima a unos Deep Purple (la canción que da título al disco es el mejor ejemplo), tanto en la voz de Molina al extremo como en el acompañamiento de los instrumentos y el ritmo, pero también hay momentos Tull y otros cercanos a la balada como “Flor de metal”. Ante la evidencia Chapa se retracta y le publica un nuevo disco en 1984, que se puede considerar como la prolongación de “Fuego” pero a lo grande, producido por el mismísimo Robin Black y grabado a todo trapo en Ibiza. Ahí termina su relación con el sello, pero por supuesto su carrera sigue adelante hasta hoy mismo; con el paso de los años, y aunque el ingrediente primordial sigue siendo la contundencia, de vez en cuando da sorpresas. En todo caso no se le puede negar la paternidad de un estilo que prácticamente creó él solo y que ha dado origen a un buen ramillete de grupos incluidos en el dichoso folk metal y más allá.




lunes, 10 de junio de 2019

1975-80: la nueva España (IV)


Otros dos grupos históricos que cimentaron la leyenda del sello Chapa fueron Ñu y Leño. También en este caso la existencia del segundo se origina por un cisma ocurrido en el primero, así que con esa excusa los presentamos juntos. Y también el estilo de unos y otros se distancia desde el primer momento, aunque ambos son claramente rockeros: Ñu son en este caso los progresivo sinfónicos, con una fuerte carga folkie de matices medievales y un sonido contundente que pronto fue asumido por las tribus heavies de tendencia metalera (“una simplificación”, según su líder), mientras que Leño militan en el bando hard (“Rock and roll y ya está”, según el suyo). 

José Carlos Molina es un músico que comienza aprendiendo a tocar la flauta y la armónica pero que a lo largo de su vida ha utilizado varios instrumentos más, tanto de cuerda como de teclados, e incluso algunas percusiones; lo cual no es impedimento para que la imaginería popular lo defina como “el Ian Anderson español”. También canta, e incluso compone letras aunque no le agrade mucho. Es multidisciplinar, vamos. Y su vocación es muy fuerte, porque ya en 1970, con quince años, comenzó su militancia en pequeños grupos sin historia hasta que en 1974 comienza a perfilarse su carrera entrando a formar parte de Fresa, que ya era una banda profesional: su principal fuente de ingresos eran las fiestas populares, en las que, como los primeros Asfalto y otros cuantos, iban compaginando los éxitos del momento con las composiciones propias. Ahí es donde se conocen Molina y el guitarrista Rosendo Mercado, y pronto compartirán la dirección del grupo; al bajo está Juan Almarza y en la batería Pedro Cruz. Su mayor relevancia les llegó como acompañantes de la cantante Jeannette, pero decididos a dar el salto comienzan por cambiar de nombre: Cruz propone “Ñu”, un nombre corto, impactante, y los demás asienten. 

Sin embargo las cosas no van rápidas como esperaban, y de momento su trayectoria sigue basándose en el trabajo como músicos en estudios de grabación; por otra parte en 1975 Rosendo y Almarza están cumpliendo el servicio militar, y en su lugar hay nuevos músicos fichados por Molina. Ya en 1976, con Rosendo de vuelta, en unas sesiones dirigidas por José Luis Álvarez en las que acompañan al incombustible Kurt Savoy (el rey del silbido, ¿recuerdan?), Álvarez les ofrece que graben algo, y ahí quedan las maquetas de dos canciones que luego aparecen publicadas por Ariola sin avisarlos siquiera; tiempo después, cuando algunos directivos de ese sello van a ver una actuación del grupo valorando la posibilidad de ficharlos, Molina monta en cólera y prácticamente los echa del local. Durante 1977 hay ya bastante trabajo en directo, pero el carácter dictatorial de Molina está comenzando a cansar a Rosendo: no es solo la frasecita “esas canciones que compones son un leño, tío”, que sale a relucir en todas las historias del grupo, sino en esencia la lucha por la dirección, por imponer un estilo determinado. Y el 31 de diciembre de ese año se consuma la separación: tras una bronca en pleno escenario, Rosendo convence al bajista Chiqui Mariscal y al batería Ramiro Penas para que lo acompañen, así que Molina queda solo.


A lo largo de la historia de Ñu han pasado por ahí más de cincuenta músicos, lo cual demuestra que el carácter atrabiliario de Molina hace difícil la convivencia; pero pronto encuentra sustitutos, al mismo tiempo que Vicente Romero lo ficha para el sello Chapa. En otoño del 78 se presenta por fin el primer Lp del grupo bajo el título “Cuentos de ayer y de hoy”, grabado a toda velocidad y producido por Romero con las deficiencias ya endémicas del sello (también Romero fue el único apoyo publicitario que tuvieron en un principio, gracias a su programa en la radio). Y a pesar de todo ello, estamos ante un disco bastante decente: esa obsesión por bautizarlo como precursor del folk metal puede tener sus argumentos, pero no es ni mucho menos la base de estas canciones; y tampoco hay mimetismo con respecto a Jethro Tull, a pesar de la estética de Molina o su utilización de la flauta. La influencia central en estos primeros tiempos es el rock progresivo, en unos márgenes muy amplios que pueden ir desde King Crimson (“Profecía” es un buen ejemplo) hasta pequeños flashes que recuerdan a Genesis; pero el contrapeso del violín con respecto a la flauta recuerda también algunos grupos oscuros del folk progresivo de principios de la década como String Driven Thing. Por otra parte los músicos son brillantes, sin nada que envidiar a muchos británicos, y los desarrollos están, en general, bastante bien hechos. Los puntos débiles, además de la producción, están en la voz chillona y las letras de Molina, pero esta es una opinión mía: a la mayoría de sus fans les encantan ambas cosas.



Y ahora, mientras Molina se toma un respiro, nos toca hablar de don Rosendo Mercado Ruiz. Para empezar hay que recurrir una vez más a los clichés y recordar que si Molina es el Anderson español, Rosendo es Rory Gallagher: así funcionaban las cosas por entonces. O funcionan aún, no sé. Pero también es cierto que, les guste o no la consideración popular, fueron ellos quienes cargaron de razones a los fans (la admiración de Rosendo por el guitarrista irlandés no se ciñe solo a su estilo o al modelo de guitarra, sino también a sus vaqueros y sus camisas de cuadros; y en ese aspecto también Molina tomaba apuntes de Anderson). Pero a lo que íbamos: el grupo Fresa, donde se conocieron, fue su bautizo profesional, con dieciocho años, después de un breve paso por la carrera de Ingeniería. Y tras abandonar Ñu utiliza el comentario despectivo de su antiguo socio para bautizar a su nuevo grupo: Leño se presentan en sociedad ya en Enero del 78, pocos días después de su creación, en una discoteca murciana junto a Asfalto y los andaluces Storm; tienen ya algunas piezas propias, y Vicente Romero los contrata para actuar el mes siguiente en la capital como teloneros de Asfalto además de ficharlos para Chapa. En la primavera llega su primer single, que además figura en el segundo recopilatorio “Viva el rollo”. Su cara A, titulada “Este Madrid”, se convierte en la primera clásica del grupo:


El formato de Leño es el power trío, al estilo de Taste o los primeros años de la carrera de Gallagher en solitario. Pero la influencia más clara se limita a la digitación y al estilo de los punteos antes que al grueso del repertorio, ya que la esencia blues rock de Gallagher va acompañada de su afición por la escuela folkie e incluso se acerca en ocasiones al jazz, mientras que el primer disco de Rosendo y sus colegas se basa en el hard rock con un leve tinte progresivo. Se publica a principios de 1979 y ya el arranque con “Castigo”, es un buen ejemplo: son diez minutos vigorosos, casi una jam en la estela de las bandas sajonas clásicas. Aparte de recuperar “Este Madrid” se notan similitudes con los irlandeses en “El oportunista” o “El tren”, pero también hay piezas más personales como “La nana” o el momento acústico de la despedida con “Se acabó”, aunque esa guitarra no suele verse en los directos de Rosendo. Como en el caso de Molina, lamento decir que ni su voz ni sus letras van con mis gustos, pero eso no le importa a nadie. La producción corre a cargo de Teddy Bautista (que además ayudó con sus teclados), y el sonido no es mucho mejor que si lo hubiese hecho Romero porque las estrecheces son las clásicas en Chapa: setenta horas escasas de grabación y mezclas no dan para otra cosa. Tampoco las portadas son un punto fuerte del sello, pero esta tiene la particularidad de mostrarnos la marcha de Mariscal y la consecuente llegada de Tony Urbano, amigo de Ramiro desde muy joven. Y con todo ello, como en el caso de Asfalto con su primer disco, este es otro de los clásicos del rock español.



Y dentro de unos días seguiremos con las aventuras habidas en los primeros años de esta otra saga ...


lunes, 3 de junio de 2019

1975-80: la nueva España (III)


Asfalto, la primera gran banda del rock urbano español, quedó partida en dos en verano del 78 con la marcha de José Luis Jiménez (el creador y único superviviente desde sus comienzos como los Tickets, además de compositor principal) y Lele Laina, que junto a Jiménez formaba el dúo de voces. Semejante pérdida, que habría desanimado a muchos, no pudo con la voluntad de Castejón y Cajide por seguir adelante (con el inestimable apoyo de Vicente Romero, preocupado por tener que explicar a sus jefes la posible desaparición de su primera y muy rentable apuesta), y poco después fichaban a Banegas y Pérez. Los capitostes de Zafiro, impresionados por las ventas del primer disco y aliviados por la supervivencia del grupo, financiaron la grabación del segundo en Londres; a mayores, Asfalto fue también la primera banda española en actuar en el histórico Marquee. Y a finales de diciembre se presenta ese segundo disco: “Al otro lado”.

Como es lógico, entre los aficionados que habían aplaudido su histórico debut se extendió el temor de que no estuviese a la altura, de que estos “nuevos” Asfalto fuesen una versión descafeinada de los primeros, y tras escucharlo la sensación fue agridulce: efectivamente, el grupo sonaba de otro modo; y no solamente por la producción, hecha a medias entre Romero y los técnicos británicos, sino por el estilo. La tendencia progresivo sinfónica de Castejón y Banegas (la pareja creativa del grupo a partir de entonces) es clara, y en consecuencia muchos devotos del estilo rockero anterior se desilusionan. Pero precisamente porque el grupo sigue otro camino no se puede decir que sea mejor o peor: dejando aparte el hecho de que algunos aspectos de la producción siguen siendo cuestionables (la voz suele estar casi ahogada por los instrumentos), este disco atrae a tantos fans como los que ahuyenta. Han escuchado a los italianos PFM, eso es evidente en piezas como “No estás solo”, y también hay un regusto Yes, Supertramp e incluso Genesis a veces; pero en conjunto sorprende la gran “autonomía”, por decirlo así, que demuestran. Las más dinámicas, como “Mujer de plástico” o “Donde estás” tienen un espíritu propio, y la cara B, donde más se notan las influencias de los clásicos progresivos, es precisamente donde figuran “El viejo” y la que da título al grupo, dos de las más recordadas. El resultado comercial, sin llegar a la altura del anterior, fue bastante aceptable: Asfalto tenían futuro.




Quienes quedaron desilusionados por el nuevo rumbo de Asfalto alcanzan el consuelo poco después, a principios de 1979, cuando Topo presenta su primer disco. Por entonces Jiménez y Laina tratan de evitar a Romero, quien a su vez está dolido por la espantada que casi provoca la disolución del primer grupo de Chapa, y el sello les asigna a Teddy Bautista, que ya tiene experiencia como productor. Su trabajo resulta más equilibrado que el de Romero, pero en cualquier caso la sensación que produce nada más comenzar a escucharlo es nítida: este podía haber sido el segundo de Asfalto si no hubiese ocurrido el “cisma”. Jiménez y Laina son los compositores principales, como era de esperar, y tras la declaración de intenciones en “Autorretrato”, piezas como “Mis amigos dónde estarán” (que podemos considerar como la segunda parte de “Días de escuela”) o el cierre con “Vallecas 1996” son elementos suficientes para que la parroquia se sienta aliviada. Así que todo el mundo está contento: los Asfalto de la primera época, los más rockeros (aunque también con un punto progresivo, como en “Abélica”), ahora se llaman Topo; y además hay otros Asfalto, más escorados al sinfonismo, cuya oferta puede complementarse con la anterior. A partir de ahí, con las opciones claras, ya solo falta seguir cómodamente el curso natural de los acontecimientos. Es decir: ahora le toca a los Asfalto sinfónicos presentar su nuevo disco…


… Que se titula “¡Ahora!”, llega poco antes de la navidades del 79 y resulta no ser tan sinfónico como se esperaba, o al menos no tanto como su disco anterior. Sigue habiendo desarrollos de ese tipo, especialmente en las instrumentales “Fantasía” o “El intruso”, que recuerdan al estilo mediterráneo que catalanes y andaluces habían puesto de moda poco antes, pero en general se nota un “deslizamiento” hacia el rock tradicional: ese es el ritmo en “Señor violento”, “Nada” o “Cómo lo lleváis”, aunque vayan revestidas de teclados electrónicos. Incluso hay momentos casi funk como en “La hora de los perros”, y desde luego lo que queda claro es que Asfalto están mudando de piel; ya han entendido que a los desarrollos teclísticos demasiado envolventes les está pasando la época… como al propio rock urbano. Con la década de los 80 ya encima, los rockeros españoles se están recolocando y los más veteranos, en su mayoría, comienzan ahora un tránsito hacia el hard y el heavy que los asentará entre un tipo de público muy concreto pero suficiente para mantenerse. Y pronto comienzan a darse las circunstancias para la evolución: tras un recopilatorio no muy bien elegido en 1980 y un doble flojillo, con poca publicidad y malas ventas en 1981, se despiden de Chapa y crearán su propio sello, Snif. A partir de ahí, con altas y bajas, idas y vueltas, el grupo sigue en activo aún hoy.


También Topo da una sorpresa con su nuevo disco, aunque no tan agradable como su parroquia esperaba… porque si Asfalto se aparta del progresivo sinfónico, ellos se apartan del rock urbano. Volvemos al asunto de los temidos años 80, que ya están aquí: alguna prensa comienza a sugerir que ese estilo está pasado de moda; y Teddy Bautista, más moderno que nadie, convence a Jiménez y compañía de que no queda más remedio que ir con los tiempos. Aunque, para ser honrados, hay que reconocer que Teddy hablaba también por los altos directivos de Zafiro, ya que las alegrías económicas de poco antes comenzaban a escasear y lo único que se veía claro era el ascenso del heavy metal (Obús o Barón Rojo serán sus mayores estrellas dentro de poco). Solo se aceptaba el riesgo de una alternativa nuevaolera, que obligó al grupo a desechar la mayor parte del material que ya tenían preparado y rehacerlo; el resultado se titula “Pret a porter”, se publica en verano de 1980 y ni ellos mismos quieren recordarlo. Con esa portada no me extraña, porque no tiene nada que ver con el espíritu del grupo (vestidos de modernos en la contraportada, por cierto); pero aunque las canciones tampoco guardan mucha relación con su trayectoria anterior, no son tan malas como se dijo en su momento. Es una colección que va desde el pop new wave (las bastante decentes “Radio 10” o “Te siento cerca”, por citar dos) hasta un reggae blanco del tipo “Vudú baby” e incluso el rock and roll más o menos tradicional de la que da título al disco, y en conjunto resultan bastante defendibles. Pero claro, no son los Topo que su público esperaba ni resultan creíbles para los ajenos. En consecuencia, aquello fue un desastre.


Topo abandonan Chapa y ascienden de categoría firmando con CBS, que les asigna al sabio Carlos Narea como productor (Miguel Ríos, que también colabora en la producción, le debe mucho). Su tercer disco se publica en 1982 con el título de “Marea negra”, y para muchos -incluidos ellos mismos- es su obra cumbre. En el aspecto técnico hay un gran equilibrio entre la base rítmica, espléndida y perfectamente conjuntada, la voz y las cuerdas: sonido de sello y productor grande, no hay duda. También las letras, que siguen tratando sobre asuntos muy cercanos (el propio título del disco lo es aún hoy), han mejorado su calidad. Y por fin, lo que verdaderamente importa: Topo abandona las veleidades yeyés de poco antes, pero ya no puede volver a los esquemas de su primera época y presenta una colección de canciones muy bien trabajadas, cercanas al rock tradicional. El primer acierto es su entrada con “Cantante urbano”, donde la letra tan del estilo Jiménez se ve acompañada por un desarrollo impecable que demuestra la veteranía del grupo, su madurez. Y esa madurez es la que les permite ampliar el repertorio de estilos como en el “Blues del dandy” o las piezas de tiempo medio, desde las muy marcadas (“Guerra fría”) hasta las más melódicas (“El apagón”). En algunas canciones colaboran Miguel Ríos y Sabina, y eso se nota en algunas letras como la de “Colores”, claramente influenciada por don Joaquín. Sin embargo las ventas no son satisfactorias, en parte por un cierto desdén de la CBS en promocionar a su grupo y en parte porque, volvemos otra vez a lo de antes, el rock estándar, sin carga heavy, se está quedando sin clientela (precisamente serán Sabina y Ríos casi los únicos que lo emplearán de vez en cuando).



Topo se disuelven poco después, pero Jiménez volverá a intentarlo con nuevos acompañantes y en 1986 grabarán en Snif, el sello creado por Castejón (aunque se trata de una entidad libre en la que los músicos autogestionan sus grabaciones). Las vueltas que da la vida. El resultado es bastante gris; a partir de ahí la existencia del grupo transcurre entre idas y vueltas, altas y bajas, reuniones esporádicas, algunos discos más… Es evidente que su tiempo ha pasado, pero al menos dos de sus discos forman parte de lo más brillante en la historia del rock nacional.