lunes, 28 de noviembre de 2022

Estados Unidos: los últimos 80's (II)

Como ya saben los clientes de este local, una de nuestras costumbres es recibir en primer lugar a los músicos veteranos antes de ponernos a rebuscar entre las novedades, y por lo tanto serán los Talking Heads quienes inicien la ronda. A mediados de esta década cumplen diez años de carrera, y son por lo tanto una de las bandas de primera línea con mayor antigüedad (los REM, por ejemplo, llevan justo la mitad de tiempo en el negocio). Aunque en lo creativo tal vez su época new wave fue la más chispeante y original al mismo tiempo, David Byrne es un personaje cuya vocación experimental le impide hacer dos discos iguales. Durante un tiempo recurrieron a la ayuda de Eno en la producción, y entre todos fueron transformando el esquema rítmico del grupo: partiendo de la estructura funk que distinguía a sus primeros discos, los Heads lucen ahora ese estilo cercano a lo étnico tan distintivo y que será una de las directrices que van a seguir muchos músicos contemporáneos y posteriores. Hay por ejemplo una clara coincidencia de objetivos entre ellos y Peter Gabriel, e incluso Byrne hará pronto alguna versión de piezas suyas. 

Justo a mediados de esta década el grupo se encuentra en su momento cumbre, tanto en términos de popularidad como por la categoría de su material más reciente: recordemos la sucesión que forman su sexto disco “Speaking in tongues” (1983), la película documental “Stop making sense” dirigida por Jonathan Demme en 1984 y el consiguiente disco del mismo título, con un resumen de las piezas que están desarrollando en sus directos de esa época. Otra cosa es su situación interna, pues ya viene de tiempo antes la progresiva acumulación de poder decisorio en manos de Byrne; es comprensible teniendo en cuenta que es él quien compone la mayor parte del material, y en consecuencia quien va planificando la evolución de los Heads. Pero repito lo que ya dije en la entrada correspondiente a los primeros 80: Jerry Harrison parece estar conforme con su papel de “simple” músico (y muy bueno, además), pero a la pareja formada por Chris Frantz y Tina Weymouth les gustaría tener más peso en las decisiones artísticas. Y en parte por esa situación, ambos están buscando ocupaciones paralelas al grupo; el líder también lo hace, y en consecuencia la relación es discontinua.

En la primavera de 1985 llega “Little creatures”, el octavo disco. Figura producido por el grupo en pleno, aunque ya sabemos que la voz cantante -y nunca mejor dicho- la lleva Byrne. Casi todas las canciones son suyas, con participación de los demás en solo dos o tres (esto ya había ocurrido en todos los discos anteriores con la excepción de “Speaking in tongues”, el único en el que todas aparecen firmadas por los cuatro miembros). Sin embargo hay una especie de “tregua” en las complicadas relaciones personales que se viven en el grupo, ya que la reciente paternidad de Byrne y de la pareja Frantz-Weymouth parece imprimir una cierta relajación y hasta un ambiente de “bondadosa normalidad”. Y ese apaciguamiento revierte en el estilo tanto literario como musical: estamos ante uno de los discos más accesibles de su carrera, tal vez porque hay un espíritu cercano al pop en la mayor parte del material; si a eso sumamos la inercia comercial propia de un grupo de primer nivel, no resulta extraño que acabe siendo a la larga el más vendido de toda su carrera (aunque tardó en llegar a la altura de “Speaking in tongues”). Hay momentos en los que parece como si Byrne anduviese cerca de la beatitud: “Stay up late”, tanto por ese ritmillo casi infantil como por su letra a juego, es el mejor ejemplo. De todos modos quedan rastros de los Heads de tres o cuatro años antes: “And she was” abre el disco para no nos olvidemos de quiénes eran; pero incluso en esos momentos está claro que han llegado a la madurez. Y como consecuencia, el vanguardismo es sustituido por la un mayor trabajo con los arreglos y un tono más convencional. Por lo tanto no hay sorpresas, pero sí buenas canciones muy bien perfiladas, y al menos la mitad se publicaron también en single: de pronto hicieron accesible, incluso a los fans más exigentes, los ritmos casi “caribeños” (algo así es “The lady don’t mind”), o algunos acercamientos al country pero con ese rasgo arty que los distingue: “Creatures of love”, por ejemplo. Y luego hay detalles encantadores como la despedida con “Road to nowhere”, esa entrada góspel que luego se acompaña por una sección de rimo casi frenética, con acordeón y todo. Lo dicho: es un disco de madurez, pero muy bien llevada.


Byrne se embarca en un proyecto cinematográfico que presenta en 1986 bajo el título de “True stories” y que en esencia es una sucesión de sketches en los que él mismo, caracterizado como vaquero urbano, visita un pueblo de Texas y nos presenta unas cuantas situaciones a medio camino entra la sátira y el surrealismo: por centrar un poco la idea general, a quienes guste el cine de los hermanos Cohen le gustará esta película. Y a mayores se publica un disco con el mismo título y que contiene la mayor parte de la banda sonora, interpretada por el grupo. A todos los efectos podemos considerarlo como un disco más, ya que estas canciones tienen vida propia aunque hayan sido pensadas para que sirvan también como fondo para algunos momentos de la película; y así, considerándolo como tal, vemos que se trata de otro paso más en el camino hacia la madurez. En esencia es una prolongación del estilo general del disco anterior, es decir, un fondo pop revestido de varios ritmos distintos, pero aquí ya no hay la brillantez compositiva que se exige a un grupo que, no lo olvidemos, venía de la vanguardia. Los Heads se están convirtiendo en un grupo solvente que puede dar prestigio a una selección para consumo estándar, pero sin la chispa de sus primeros tiempos: una tras otra las canciones se suceden, agradables, con un tono general muy rítmico (casi pop rock) pero sin estridencias, muy bien hechas… y poco más. Supongo que en parte se debe a que Byrne ha tenido que trabajar en dos frentes al mismo tiempo (todas las piezas son enteramente suyas), lo cual inevitablemente resta fuerza creativa. Y a pesar de todo sigue siendo un disco de los Heads; es decir, un disco que vale la pena. Radiohead lo escucharon, y tomaron su nombre de una canción que viene ahí.


Por fin, dos años después, llega “Naked”, que será último disco del grupo; aquí hay una mayor interacción entre los cuatro miembros, y junto a ellos participan unos cuantos músicos de diversos orígenes. El resultado es una colección de piezas cuyo estilo viene siendo una amalgama general de ritmos latinos e incluso africanos, dando pie a que fuese catalogado como ejemplo de lo que por entonces comenzaba a llamarse “world music”. Es un término que a muchos nos resulta incomprensible, pero creo que sigue oyéndose bastante por ahí. Bien, pues aun asumiendo eso hay que reconocer que ha envejecido regular. Hacía mucho tiempo que no lo escuchaba (como sus demás discos posteriores a “Speaking in tongues”), y ahora me suena muy de aquella época, muy “transitorio”, por decirlo así. Conste que, como siempre, hay buenas canciones, pero aquella maldad de alguna prensa de compararlo con el “Graceland” de Paul Simon (y de dos años antes) muestra a las claras el problema: Simon sabe lo que está haciendo, mientras que Byrne y sus colegas (que probablemente se han inspirado en él) parecen haber recurrido a la última salida que les quedaba para cumplir el expediente ante el agotamiento personal, musical y escénico de un grupo que ya no da más de sí. El disco alcanza unas cifras de ventas bastante respetables, en parte por la inercia, pero pronto anuncian una “parada técnica” que en la práctica será definitiva: tres años después Byrne se digna en comunicar al mundo que los Heads han dejado de existir sin hablarlo siquiera con sus ex colegas, a los que ya llevaba tiempo sin ver. Él es así.

Y así terminan las andanzas de uno de los grupos más brillantes en la historia musical de los Estados Unidos; uno de los escasos grupos que no se parece a ningún otro, en una época en la que ya casi todos empezaban a sonar parecidos. Las carreras contemporáneas o posteriores de sus integrantes no me dicen mucho, pero da igual: suele suceder con los músicos que vienen de algo tan grande.


jueves, 10 de noviembre de 2022

Estados Unidos: los últimos 80's (I)

El tiempo pasa, y al igual que en la Isla quedan ya pocos rasgos de aquel renacimiento que tuvo lugar a mediados de la década anterior. Un renacimiento que en gran parte había tenido lugar en la costa atlántica, con Nueva York como principal protagonista –y cuyo mejor símbolo es esa fascinante grillera llamada CBGB-, pero que ha ido basculando hacia California porque las influencias de ida y vuelta que se vivieron en paralelo a la Isla son siempre temporales: más tarde o más temprano, a medida que la originalidad decae resurge la tradición. Y por otra parte reitero lo que dije respecto a los primeros años de esta década: a causa de que el carácter americano es en el fondo mucho más conservador que el isleño, las modernuras europeas como el pop electrónico o la elefantiasis de los nuevos románticos no tienen cabida en Estados Unidos (ni siquiera el post punk siniestro gótico, para ser realistas) salvo entre diminutas minorías urbanas. 

Situados en la mitad de esta década, ya vemos las dos corrientes principales que protagonizan el futuro inmediato: el Nuevo Rock Americano, que es una versión ampliada a todo el país del Paisley Underground que se comenzó a cocinar en California pocos años antes, y una evolución del punk (cuyos orígenes son también americanos) que está poniendo los cimientos del hardcore, un estilo mucho más duro y denso a la vez; más “sanguinario”, por decirlo así. Como es lógico el primero tendrá más popularidad a escala nacional mientras el segundo es más propio de las ciudades. Por otra parte, un concepto tan genérico como el de “rock americano” inevitablemente tenía que dar pie a nuevas etiquetas, y pronto surgen algunas “regionales” como la de “rock del desierto”, originaria de Tucson, Arizona (ya saben, Giant Sand, Naked Prey, ese tipo de gente), que por su gusto por el chirrido de las guitarras y el ambiente oscuro, abrasivo, inevitablemente acabarán integradas en el stoner rock (Aunque esta década no es muy boyante para Neil Young, la herencia de sus primeros años está plenamente en vigor). En cuanto al hardcore, es decir, el post punk yanqui, además de su endurecimiento es muy frecuente que tenga carga ideológica en sus letras y actitudes: los Dead Kennedys, probablemente los más populares representantes de ese estilo a ambos lados del océano, son el mejor ejemplo. El hardcore es una de las bases de las que surgirá en los años 90 el grunge, otro estilo genuinamente americano. Así que, tanto en el rock como en el punk, el sonido se hace cada vez más crudo. 

En cuanto a los grupos veteranos surgidos a finales de la década anterior, su trayectoria no es muy distinta a la de los británicos: los que siguen en pie sin desahogo suelen acercarse a los terrenos del mainstream, con lo cual alejan a gran parte de sus fans de los primeros tiempos pero a cambio dignifican las radios convencionales. Y ya que hablamos del mainstream hay que hacer constar una revolución que surge en Estados Unidos y que pronto llegará a Europa: la cultura urbana del hip-hop, representada en lo musical por el rap, comienza a hacerse con un sector muy importante del mercado. De nuevo, como en la época del rock and roll o el blues eléctrico, las razas vuelven a tener un estilo musical que se hace transversal, y pronto surgen raperos blancos que participan de un circuito común. Conviene recordar que el funk, a pesar de su popularidad en las discotecas, nunca había alcanzado una gran potencia comercial entre la clientela blanca, y que por lo tanto quedó restringido mayoritariamente al público afroamericano. Y la explicación del éxito interracial de la nueva tendencia viene dada en gran parte por el cambio de estrategia en los medios de distribución. 

Hasta principios de los años 80, el mercado en Estados Unidos (como en casi todas partes) solía estar organizado en compartimentos muy definidos: las radios, por ejemplo, se especializaban en unos géneros concretos y no salían de ahí. Pero algunas comenzaron a buscar nuevos oyentes creando programas de corta duración, en modo de prueba, con géneros “alternativos”, y para su sorpresa pronto consiguieron lo que buscaban. Como es lógico las demás se apuntaron a esa tendencia, y en poco tiempo muchos músicos que nunca habían salido de un circuito determinado (los negros sobre todo) comenzaron a hacerse populares a mayor escala. En consecuencia, la industria discográfica toma buena nota y comienza a recomendar a sus estrellas mainstream que se refresquen con agua de otros manantiales: esa es la época en la que las estrategias crossover crean maridajes tan curiosos como la presencia de Paul McCartney junto a Michael Jackson, o Julio Iglesias con Willie Nelson. Todo vale. Pero también los músicos urbanos toman nota, y algunos blancos procedentes del punk comienzan a fijarse en el rap del mismo modo que algunos negros lo hacen con el heavy metal e incluso los sonidos electrónicos. A partir de ahí surge un repertorio casi ilimitado de opciones que en muchos casos han llegado hasta hoy mismo. 

No sé si es mucha o poca la gente de mi generación que se haya metido a fondo en esas nuevas corrientes. En mi caso, como en el de otros, no me siento identificado ya con la mayor parte de esas músicas; tampoco lo estaré con el grunge o el britpop, así que durante varios años haré lo que hicimos la mayoría de disidentes: buscar las viejas perlas de los años 60 y 70 que en su momento no habíamos detectado. Ya dije hace poco que la industria del disco tiene un resurgimiento inesperado en esta época gracias a la nostalgia, y que los consumidores de garaje, freakbeat y demás géneros viejunos somos más a cada día que pasa (incluso lo es también un buen sector de gente joven). Ese es el repertorio que nos ha mantenido en pie hasta hace poco, ya que últimamente parece haber un ligero resurgir de las músicas hechas al estilo que nos gustaba, sobre todo en el pop: la existencia de sistemas como Bandcamp hacen que la oferta ahora sea global, que tenga las mismas posibilidades un grupo sueco que otro canadiense; además, la creciente presencia femenina, sin tics ni postureos, con verdadera afición y ganas de aprender, es otra buena noticia. Gracias a esas dos potencias, tal vez la música popular se vaya levantando de su letargo. Pero en este bar los 80 serán el fin del paseo por las músicas yeyés, y de ahí en adelante lo que pase ya no es asunto nuestro.