De fiesta en fiesta y tiro porque me toca. Esta vez la excusa es la de despedirse del segundo quinquenio de los 80 en los Estados Unidos, que no se diferencia mucho de la situación contemporánea en la Isla: hay un aluvión de oferta, pero pocos grupos de verdadera categoría. Ya saben ustedes que aquí somos muy tendenciosos, subjetivos, maniáticos, y por lo tanto en estas series solo se han citado los músicos que son de mi gusto (más o menos). Pero por supuesto hay otros muchos que merecen al menos un espacio en la fiesta, porque rascando siempre se encuentran algunas canciones que cuadran bien aquí. Así que vamos a ello; recuerden que como siempre el formato es el 12+1, y que a la salida tendrán ustedes el regalito de despedida correspondiente. Ojo con el alcohol, que es muy malo.
Comenzaremos por un enorme elefante que ronda por la habitación: Sonic Youth, una prueba inmejorable de lo tendenciosos que somos en este bar. Ni una palabra les hemos dedicado en toda la década de los 80, y por lo tanto se merecen encabezar esta fiesta. Los Youth militan en el sector de “los amas o los odias”, aunque como suele suceder son necesarios algunos matices. La brecha se abrió ya en “Confusion is sex”, su debut, allá por 1983: mientras unos lo deificaron, otros lo consideramos un coñazo. Los Youth, radicados en Nueva York, son grandes admiradores de los Velvet Underground y demás profetas de la distorsión (¡alabado sea el segundo disco de los maestros!), y ese “Sonic” va por los MC5, con lo que también Detroit está presente; sumando la vena vanguardista ruidosa surgida en los ambientes postpunk de finales de la década anterior y un perceptible aroma kraut de vez en cuando, pronto pasaron a ser considerados como distinguidos integrantes de la no wave, y de ahí al cielo. Con el paso del tiempo se fueron suavizando un poco, comenzaron a estructurar mejor las canciones dando más peso a la melodía y entraron en los 90 con una base de fans bastante amplia. Ese tránsito es claramente apreciable a partir de “Evol”, del 86, y su cumbre llega dos años después con el doble “Daydream nation”, que casi nos gusta a todos (aunque algunos preferimos “Goo”, el siguiente). De ese disco es “Eric’s trip”, en la que se mantiene muy bien el equilibrio entre la primera época del grupo y su nuevo perfil.
Aunque de menor envergadura, Yo La Tengo es otro elefante. Son del área de New Jersey, es decir, casi vecinos de los Youth, y comparten algunos de sus criterios musicales (de hecho, ellos mismos los reconocen como una de sus influencias). Sin embargo, y aunque es verdad que de vez en cuando sacan las guitarras a chirriar, no es ese su estilo predominante: suelen mantener un aceptable equilibrio entre el ruido y otras querencias muy lejanas como los Love, se acercan a veces a lo que ahora se considera “americana music” e incluso atacan piezas acústicas de vez en cuando. Con una base tan amplia y alternando su repertorio con unas cuantas versiones más o menos afortunadas, se han mantenido hasta hoy mismo. Como en el caso de los Youth la crítica los adoraba (aún los adora hoy), pero a algunos aficionados nos resultan un tanto reiterativos: tienen demasiadas canciones parecidas, y no les vemos tanta genialidad. “Ride the tiger”, su primer disco grande, es de 1986 y se abre con esta bonita pieza.
Seguimos en New Jersey, donde también comenzaron los Smithereens. Son uno de esos grupos de segunda fila incombustibles, aún en activo hoy en día, que quizá no hayan vendido muchos discos pero que, como los Fleshtones y muchos otros, ya forman parte de la memoria musical de más de dos generaciones. Conste que su repertorio es bastante más equilibrado, aunque su esencia es muy rítmica: desde aproximaciones al rock and roll hasta baladas pop, la mayor parte de sus piezas tienen un sentimiento que al menos en sus primeros tiempos les acercaba incluso al espíritu de las bandas británicas de new wave. Lo cual implica que posiblemente hayan vendido más en Europa que en su país, como suele suceder. En cualquier caso sus primeros discos tenían un gancho especial: aquí tenemos la adorable “Strangers when we meet” que abría “Especially for you”, el primero, en 1986. Para quien recuerde a los británicos Any Trouble, esto viene siendo una especie de “déjà vu”.
En los 80 comienzan a multiplicarse los grupos de chicas (o al menos protagonizados mayoritariamente por ellas), que por lo general suelen funcionar bajo los criterios musicales de la época manteniendo un grado de dignidad muy aceptable. Una de sus virtudes suele ser la inclusión de tonos melódicos muy agradables y emotivos que posiblemente solo estén a su alcance, y Throwing Muses son un buen ejemplo. Son de Rhode Island y por lo tanto también pertenecen a la “vecindad” del Nordeste, donde las querencias eléctricas son tan notorias; pero su energía viene más bien de esa vena casi art punk con la que debutaron en 1985 con la “Doghouse cassette”, la base para su primer disco al año siguiente. Son un grupo irregular y a veces aburren un poco, pero tienen momentos magníficos como esta “Not too son”, mi preferida de toda su carrera: pertenece a “The real Ramona”, tal vez su mejor disco aunque ya sea de 1991. También siguen en activo y manteniéndose a un nivel bastante decente: su último disco es de hace tres años.
Y volvemos a Nueva York, donde entre otras cosas hay una descomunal reserva de grupos todo terreno que se han pateado los escenarios de pubs y salas pequeñas de medio mundo atacando los estilos "vintage" que no pasan nunca (aunque tal tendencia no es privativa de Nueva York, claro: de hecho, incluso términos como ese “paisley undergound” del que tanto presumen los californianos parte también de un espíritu vintage). Y en ese sector aquí tenemos otra banda de veteranos en mil batallas: los Fuzztones. No es que sean la octava maravilla del mundo, pero al menos en Europa siempre han sido bien recibidos gracias a esa tendencia suya a recrear toda cuanta canción haya tenido un pasado glorioso, especialmente en el sector del garaje de los años 60. Fueron una de las bandas que, acercándose al concepto “homenaje”, descubrieron para las nuevas generaciones el legado de viejos monstruos como los Sonics, por ejemplo: aquí tenemos su espléndida versión de la legendaria “Strychnine”, que al menos en España venía incluida en “Lysergic emanations”, su primer Lp.
Dando un paseo por Brooklyn nos encontramos con un dúo de simpáticos chiflados de estética gafapasta que responden al nombre comercial de They Might Be Giants, nada menos (recuerden, aquella exclamación de Don Quijote ante los molinos de viento, que luego llegó a ser el título de una película bastante popular en los años 70). Como era de esperar ante semejante nombre, su música también sorprende: con un instrumental electrónico en su mayoría, el rango melódico va desde las canciones infantiles hasta el rock and roll pasando por el art pop y unas cuantas cosas indefinibles más. Suelen estar acompañados por otros músicos, y al menos en sus primeros años podían considerarse como una alternativa a los Devo, pero con muchos más recursos. También como es lógico su (escasa) popularidad ha radicado siempre en Europa antes que en Estados Unidos, aunque su espíritu es imposible de asociar con un lugar en concreto; con la infancia, tal vez. Siguen siendo minoritarios, pero siguen. Y también en este caso recurrimos a la canción que abría su muy recomendable (por sorprendente, al menos) primer disco, en 1986.
Bajando, bajando, hemos llegado hasta Jackson, Mississippi. De allí proceden los Windbreakers, que suelen definirse como banda de power pop aunque esa es una verdad a medias: depende de qué disco estemos hablando. En realidad su campo es más amplio, ya que van desde el tono new wave de sus primeras grabaciones, a principios de la década, hasta una curiosa afinidad con el sonido de los Flamin’ Groovies en muchas canciones posteriores e incluso una clara influencia del paisley underground en otras. En suma son un grupo muy agradable, con guitarras nítidas y cantarinas, que hubieran llegado más arriba de haber tenido una personalidad más marcada, ya que con frecuencia resulta difícil no confundirlos con otros grupos de la época. Y tampoco yo he sido muy original para buscar su canción para la fiesta: las influencias de los benditos Groovies son evidentes en “I’ll be back”, incluida en su disco “Run”, del 86.
Y de ahí, a Florida: ese es el estado donde residen un grupo de estudiantes que en realidad son originarios de varios lugares distintos, pero que se conocen en la universidad. Se bautizan en 1982 como The Vulgar Boatmen y, alternando épocas de estudio con vacaciones, van creando un repertorio que comienzan distribuyendo en cintas y que no alcanzará el vinilo hasta finales de la década; es entonces, cuando ya han terminado los estudios y su carrera musical está sujeta a frecuentes interrupciones, cuando Europa comienza a descubrirlos. En algún sitio leí que venían siendo algo así como “los Everly Brothers al estilo Velvet Underground”, y algo de eso hay: sus guitarras son nerviosas, ágiles, sobre una base rítmica entre campestre y asilvestrada, por momentos muy cercanos al estilo sureño pero sin dejarse absorber por él. Nunca alcanzaron la primera división por sus circunstancias personales, pero me resultan más interesantes que muchos grupos bastante más conocidos.
Hay una conexión con los Boatmen que nos devuelve otra vez a la casilla de salida: Nueva York. Allí nació un muchacho de origen cubano cuya carrera musical comienza en aquella banda (y Florida parece más acorde que el norte para este tipo de músicas), pero a mediados de la década vuelve a esta ciudad. Él se llama Walter Salas-Humara, y su grupo son los Silos. Oyendo a ambos, resulta evidente que Walter se limita a perfilar un sonido que en gran parte ya está presente en los Boatmen; pero su mérito consiste en sustituir el componente "americana" por un tono hispano que hasta entonces nadie había reivindicado (e incluso algunas canciones tienen partes en cantadas en español). El resultado es muy original: sus discos más brillantes, los cinco o seis primeros, son una magnífica fusión de rock con aromas chicanos y un buen dominio de los ritmos eléctricos con carga melódica al estilo de unos Velvet ya maduros, por lo general sin el componente rasposo de sus primeros tiempos.
Caminando hacia el oeste sin separarnos de la frontera con Canadá, llegamos a Minnesota: de allí son los Replacements, cuya época clásica duró justamente los diez años de esta década. Son un buen ejemplo de cómo la generación nacida en el punk/hardcore va reorientando su carrera a medida que pasa el tiempo. Y su caso es de los más destacados, ya que poco tienen que ver sus inicios con lo que hicieron luego: desde su debut en 1981 con “Sorry ma, forgot to take out the trash”, considerado uno de los discos cruciales en la historia del punk estadounidense, hasta “Let it be”, el tercero, solo habían pasado tres años y la diferencia ya era enorme. Oigan si no “I will dare”, la canción que lo abre (por cierto, fue el más popular en España). Al final andaban por una mezcla entre rock convencional, power pop e incluso momentos de tendencia swing. Ya digo, un caso muy curioso el de estos muchachos.
A partir de esta época resulta inevitable dar una vuelta de vez en cuando por el estado de Washington: el Noroeste está comenzando su segunda juventud, tanto tiempo después de aquel glorioso despertar en los primeros años 60. Pero ya hemos visto, por grupos como los Young Fresh Fellows, que la oferta de Seattle es más amplia de lo que parece; y la confirmación nos la dan los Green Pajamas, uno de esos grupos que surgen en Seattle como podrían haber surgido en cualquier otro sitio y que siguen en activo, con más de veinte discos en su extensa carrera. Al igual que los Fellows su abanico es muy amplio: desde el pop más académico o cercano a la new wave hasta el hard rock todo es posible, pasando por las baladas con acompañamiento orquestal, piezas de art pop o estructuras indefinibles que mezclan estilos distintos. Es un grupo que los santones de la crítica musical deberían haber destacado más, pero ya comprendo que Seattle tiene cosas “mejores” que ofrecer.
Pero está visto que Nueva York tiene un protagonismo muy destacado en esta fiesta, porque la docena de selecciones comienza y termina en esa ciudad. Y por todo lo alto, además: señoras y señores, este local se pone de gala para recibir a doña Suzanne Vega. Al principio pensé en dedicarle una entrada (y puede que lo haga en otra ocasión), pero solamente sus dos primeros discos pertenecen a la década de los 80. Por otra parte, al menos en el primero, se nota aún la clara influencia de las grandes intimistas como Joni Mitchell, cuyo espíritu revivirá con frecuencia en su carrera. Y también como ella, ya en los años 90/00, ampliará su campo de acción para presentar verdaderas obras de vanguardia sin traicionar su espíritu. La suma de unas cosas y otras hace que la señora Vega no sea muy popular ni antes ni ahora: antes porque lo que molaba era la distorsión oscura o la enésima reedición del country rock; ahora, tal vez por lo mismo. Pero hubo un momento en que casi todos los aficionados a la música popular se maravillaron con una canción suya: “Luka”, que venía en el segundo disco y que por supuesto se publicó también en single. Tanto la letra de esa canción como la música son soberbias, y aún hoy se escucha, de vez en cuando. No ha pasado el tiempo por ella, ni pasará nunca.
Y la selección 12+1, fuera de programa como siempre, es de lo más indicado para rematar una fiesta: se trata de la incombustible “Dancing with myself”, de Billy Idol. “¿Cómo? ¿Pero ese no era inglés?”, dirán ustedes, y con razón. Pero el amigo Billy ha sido siempre un especialista en la reinvención, y tiene más vidas que un gato: tras debutar en los Chelsea, un pequeño grupo rockero londinense que tras su marcha se pasó al punk, él se hizo un nombre en ese mismo ambiente como frontman de Generation X; y cuando la ola pasó, dio el salto a los States. Su amplia formación musical era su mejor bagaje, ya que a diferencia de otros él nunca renegó de las bandas clásicas de los 60/70 e incluso en sus momentos más punkies se notaba un trasfondo pop/rock (e incluso glam) muy agradable. Así que llegó a su nuevo hogar y para “romper el hielo” solo tuvo que desempolvar la canción con la que se abría el tercer y último disco de los X: “Dancing with myself”. El grupo era escasamente conocido en Estados Unidos (y en la Isla nunca habían pasado del top 20), pero el gancho de esa canción y un “nuevo” rostro obraron el milagro: “Dancing with myself, sin remezclas y llevada hasta los cinco minutos y pico, se enseñoreó de las pistas de baile en medio planeta, España incluida. Así que ya saben: para bailar, uno es suficiente.
Y se acabó la fiesta. Espero como siempre que hayan perdido alqo de peso en las contorsiones causadas especialmente por la última pieza, y les dejo aquí el material correspondiente por si quieren repetir. Hasta más ver. Como solíamos cantar de pequeños, “Au revoire, dijo Voltaire, echando el chapeau al aire”. A cuidarse…