Suele suceder con casi todos los “estilos” que van surgiendo: los mejores tiempos son los primeros. Eso le pasa también al Paisley Underground, ya que su época de gloria fue el primer quinquenio de los años 80. Y a mediados de esta década muchos grupos ya se van degradando o están a punto de desaparecer, mientras que otros han entrado en ese magma conocido como Nuevo Rock Americano, que ni es nuevo ni tiene la brillantez de otros tiempos. De ahora en adelante, los músicos de verdadero interés surgirán a cuentagotas; como en la Isla, claro. Y si esto es así con el sector rockero, en lo referente al pop es peor: estamos entrando en un ciclo en el que el rock será el estilo casi único en los gustos de la nueva generación “enrollada”. El pop o los estilos negros solo tendrán grandes audiencias en su versión mainstream, pero como sea medianamente refinado quedará en tierra de nadie, como un producto para minorías. Lo irónico del asunto es que en los orígenes de aquella conmoción que sacudió Los Angeles y alrededores estaban músicos pop con querencias psicodélicas, pero el “equilibrio de poder” fue cambiando rápidamente. Así que a estas alturas muchos protagonistas de la primera hora de aquel movimiento como Michael Quercio, el autor de la etiqueta (aunque luego lamentó haber tenido la ocurrencia), están ahora en un discreto segundo plano.
De todos ellos el mejor, el más brillante, era Scott Miller. En su primera visita al bar ya vimos que tampoco a él le gustaba ser etiquetado, porque las etiquetas crean prejuicios y luego son muy difíciles de quitar. Miller tenía formación y buen gusto: tras una breve época experimental con unos cuantos compañeros de universidad bajo el nombre de Alternate Learning (siguiendo la pautas del “háztelo tú mismo”), a principios de los 80 ya tiene altura suficiente como para crear una respuesta americana al art pop británico de grupos como los XTC o Squeeze, pero con un estilo propio. Y su nuevo grupo era Game Theory, al que con el paso del tiempo, poco a poco, se le va haciendo justicia. Como suele suceder, estamos ante un tipo de música más valorado en Europa que en su propio país; y su segundo Lp, publicado en 1985 con el título de “Real nightime” fue la confirmación de que, al menos aquí, a este lado del océano (y en España incluso), tenía ya un respetable número de fans. Así que Miller es de los pocos que llega al segundo quinquenio de esta década con el prestigio intacto.
El tercer Lp siempre se ha considerado como el momento de la verdad para un músico: o te consagras o te hundes. Y en el caso de Scott y sus Game Theory, por si había alguna duda, ese momento queda resuelto con creces. El disco se titula “The big shot chronicles”, se publica en 1986 y, si no es el mejor de su carrera, está entre los más grandes. Ya solo con una entrada arrasadora, directa, concisa como “Here is tomorrow”, se da uno cuenta de que está ante algo grande. Y llama la atención ese tipo de sonido, con eco y un ambiente eléctrico que no tiene nada que envidiar a las bandas de rock: es una nueva exhibición de Mitch Easter, que ya les había producido el anterior y aquí se supera (me gustan más sus trabajos con Game Theory que con los mismísimos REM). El encanto se sublima con esa delicadeza casi barroca de “Where you going northern”, donde la escuela pop tradicional británica se da la mano con los Byrds tanto en algunos acordes como en el uso de las cuerdas. “I’ve tried subtetly”, la siguiente, es otra exhibición del más jugoso pop rock que una banda estadounidense ha logrado hacer nunca, y luego viene “Erica’s world”, y siempre con esa voz que según él detestaba y que a sus fans nos hechiza, y luego… En fin, para qué seguir. Y además tuvo suerte, porque gracias a un contrato de distribución con Capitol este fue su disco más vendido hasta la fecha; o sea, sin llegar siquiera al top 100, pero casi. La exquisitez ya no estaba bien vista por entonces: comenzaba la reencarnación del heavy, la vuelta del rock desesperado, desquiciado, dramático. Malos tiempos para la lírica, como dijo aquel alemán apesadumbrado ante lo que se venía encima…
En 1987 se publica “Lolita nation”: sí, un guiño al señor Nabokov. Y es un disco doble, lo cual demuestra que Miller está pletórico. Pero es que además muchas de sus piezas son casi “esquemas”, es decir, que se limita a diseñar una estructura básica, como un esbozo, y lo deja ahí. Especialmente en la cara A del segundo disco, salvo tres o cuatro canciones completas, el resto es una sucesión de apuntes, muchos de las cuales, si se hubiesen desarrollado, podrían dar al menos para un triple. Ya el arranque, con un breve juego de sonidos que no llega al minuto, nos indica que este va ser en buena parte un juego experimental, una especie de vuelta a sus orígenes, a la época de Alternate Learning. Y ese juego se trufa con otro puñado de canciones de pop eléctrico majestuosas como “Dripping with looks”, casi en la onda de la psicodelia british, o “The waist and the knees”, que podría recordar a los Soft Boys, junto a perlas más melódicas como “We love you Carol and Alison”, que él mismo consideraba como su canción preferida. En muchas canciones la voz es la de Donnette Thayer, que también es guitarrista y ya había participado en grabaciones anteriores del grupo. En todo momento se nota ese extraño dominio que tenía Miller para fusionar el pop con el rock de última hora y hacer que su obra pudiese ser valorada tanto por poppies como por rockeros sin abandonar nunca su esencia. Sumando unas cosas con otras, tanto la crítica como una buena parte de su fans considera este disco como su obra maestra; a otros, como el que suscribe, ya nos da igual ese tipo de calificaciones: Scott nos sobrepasó hace tiempo y vamos de una maravilla a otra con total despreocupación, entregados. Pero no me resisto a transcribir una línea de la Wikipedia que dice que “El crítico de rock Joe Harrington situó “Lolita Nation” en el puesto 4 de su lista de los 100 mejores álbumes de todos los tiempos, mientras que Omar Ghieth, de Culturespill, lo calificó rotundamente como "el mejor álbum de todos". Ahí queda eso.
Con puntualidad británica, el disco siguiente llega el año siguiente. Su título es “Two steps from the middle ages” y en lo formal vuelve a ser un disco al uso, es decir una sucesión de canciones sin “aventuras sónicas” por medio, pero el conjunto de esas canciones es otra suma maravillosa. Podríamos, como siempre, comenzar por la primera, la deliciosa “Room for one more, honey”, seguida por una aproximación al power pop americano más exquisito con “What the whole world wants”, y seguir así, una tras otra. Pero bastará, para los que ya hayan leído hasta aquí y comiencen a sentirse incómodos por no haber escuchando antes a este grupo, con destacar otras tres: el pop melódico de escuela clásica en “Amelia, have you lost”; la sorpresiva “Throwing the electicion”, cuyo órgano inicial podría recordar a clásicos como Uriah Heep o algunos progresivos de aquella época y luego resulta ser otra exhibición de exquisitez poppie; y por no aburrir, la breve delicia cercana al folk pop que representa la casi acústica “Wish I could stand or have”. De nuevo el productor es Easter, y de nuevo su trabajo es impecable. Sin embargo y como siempre, la percepción general de que este tipo de músicos son una especie de rarezas culturetas para poppies mayores, en una época en la que los aficionados “al día” ya estaban siguiendo ofertas mucho más chirriantes y tenebrosas, hizo que las ventas volviesen a ser, como mucho, discretas. Se produjo una desbandada y Miller decidió disolver el grupo casi a finales de la década, dejando un recopilatorio como despedida.
En los años 90 es consciente de que el sonido se ha hecho mucho más crudo, y decide crear un grupo en el que ya el título es una ironía sobre ese nuevo tiempo: The Loud Family, que debuta en 1993 con “Plants and birds and rocks and things”. Y recurro aquí a una cita de la revista Wired: "Antes de que alguien inevitablemente describa a The Loud Family como 'pop inteligente' y tú te alejes con desprecio, ten en cuenta que éste es el nuevo avefénix musical que resurge entero y rocoso de las cenizas del difunto gran Game Theory". Con eso es suficiente. Miller fue incapaz de rebajarse a la mediocridad de esa nueva década, y sus discos, bajo un nombre u otro, siguen creando una sucesión de maravillas como no se ha visto nunca en la historia del pop rock estadounidense… por no meternos ahora a considerar el británico de los años 80 en adelante. Oficialmente el grupo llegará hasta el año 2001, aunque hay grabaciones posteriores, generalmente en directo. En 2013, cuando Miller murió, estaba planeando una vuelta al negocio con Game Theory; pero todo quedó en suspenso hasta 2017, cuando se publica el disco final y póstumo a nombre del grupo. Ese disco es una colección de cintas con canciones no siempre rematadas, con muchos participantes distintos, y se titula “Supercalifragile”: con todas sus imperfecciones, no recuerdo muchos discos mejores en esa época. Ni ahora mismo.