viernes, 20 de enero de 2023

Estados Unidos: los últimos 80's (V)

Entre los personajes que protagonizan el rock americano de los años 80, Jeffrey Lee Pierce es ya otro conocido en este local. Su evolución de la adolescencia a la juventud resulta poco frecuente, teniendo en cuenta la inusual variedad de facetas en las que se fue haciendo un carácter. Su gusto por los escenarios había nacido ya en el colegio, donde se apuntaba a toda cuanta representación teatral hubiese, mientras que sus músicas preferidas por entonces estaban muy relacionadas precisamente con el espectáculo visual: los grupos como Genesis, tan lejanos al espíritu de California, eran justo los que más le iban a él. Pero pronto amplió sus preferencias al blues, de ahí saltó al reggae y con la llegada de la new wave… llegó a ser el presidente del club de fans de Blondie en Los Angeles; todo siempre con una implicación total, con verdadero entusiasmo. Y antes de que termine la década de los 70 ya está al frente de un grupo en el que recupera su afición por el blues, ahora ya con una formación musical muy sólida, con unas letras de altura que reflejan muy bien su personalidad atormentada y actualizando el género con influencias punk, aunque la esencia de su blues es el pantano (a juego con su espíritu, más bien oscuro y autodestructivo): dice la leyenda que Bob Hite, una de las figuras centrales de Canned Heat -verdaderos expertos en ese tipo de blues- le regaló algunos discos de su colección poco antes de morir. Y el grupo que Pierce crea son The Gun Club, que debutó con “Fire of love”, su primer disco grande, a mediados de 1981.

En el primer quinquenio de los 80 Pierce y sus colegas publican tres discos grandes (además de algún ep), y aunque hay una evolución desde aquel blues rock pantanoso, insano –y a veces casi gótico, cercano a Tav Falco- hasta los estilos y sobre todo los sonidos más ligeros, más cercano a la actualidad de esa época, la esencia sigue siendo la misma. La voz de Pierce, distintiva, muy personal, da una aura tan tenebrosa como vívida a sus canciones… y su existencia va peligrosamente a juego, en la estela de esos héroes del rock que caminan por el filo de la navaja. Eso y su difícil carácter hacen que la situación en su grupo se haga conflictiva, insostenible, hasta que decide liquidarlo para seguir una carrera en solitario que no durará mucho y que, aparte de otras colaboraciones que se publicarán más adelante, deja dos discos, ambos de 1985: el Lp “Wildweed” y el mini “Flamingo”. Del mini no hay mucho que decir (lo más recordado es su versión en dos “tramos” del “Fire” de Hendrix, y no precisamente para bien), pero el disco grande podría llegar a la altura de su obra anterior si no fuese porque la producción no siempre le ayuda. A veces no me cuadra la canción, el estilo y su forma de cantar con la instrumentación y el sonido final de la pieza, pretendidamente moderna, pretendidamente actual. ¿Qué necesidad tiene un tipo como Pierce de sonar al estilo años 80? Pero esto es solo una opinión, claro. A mayores, en su edición original se incluía un ep con cuatro piezas recitadas que luego se añadirán al cedé.


Esa afición a recitar, que los sajones llaman “spoken word” y que a un personaje con el aura de Pierce le va como anillo al dedo, fue casi su única ocupación más o menos coherente sobre los escenarios durante un tiempo, hasta que decide reaparecer bajo el paraguas de The Gun Club. Para ello recupera a “Congo” Powers, mientras que la base rítmica es la que ya le estaba acompañando en su época reciente, es decir, su novia Romi Mori como bajista y segunda guitarra, y el batería Nick Sanderson. En otoño de 1987 presentan “Mother Juno”, un disco grabado en los selectos estudios Hansa de Berlín en solo dos semanas, y demuestra una vez más lo poco que lo estiman sus paisanos: llegó a su país vía importación, de nuevo. Sorprende un poco que el productor sea Robin Guthrie, uno de los fundadores de los Cocteau Twins, grupo con el que en teoría ni el estilo ni el carácter de Pierce tienen mucho que ver; pero él mismo aclaró que en esa época era uno de los que más escuchaba, por su ambiente un tanto atmosférico. Y resulta que le sienta bastante mejor que la mayoría de las producciones de sus discos anteriores; aunque también es verdad que Guthrie no carga las tintas en sus querencias etéreas y el resultado es sobresaliente, con un sonido actual que sin embargo refuerza y matiza muy bien el carácter de las canciones. Y Pierce, por otra parte, parece hallarse en una etapa muy lúcida: las tres canciones que abren el disco mantienen el vigor post punk de sus mejores tiempos, mientras que las piezas lentas como la teórica balada “Yellow eyes” –una dedicatoria a su novia, japonesa- tienen muchos matices, y posiblemente es ahí donde más se nota la influencia de Guthrie (aparte de “The breaking hands”, que incluso podría recordar a los Twins). Así que no hace falta ser un fan compulsivo (y hay bastantes) para reconocer que este es uno de sus momentos más inspirados. 



Los últimos años de esta década, sin grabaciones, son una sucesión de idas y vueltas por países asiáticos, especialmente Japón y Vietnam. Pierce se sentía muy atraído por aquellas culturas -que su pareja fuese japonesa es muy revelador- y además su carácter no cuadraba mucho con una disciplina artística que nunca mantuvo, además de que su salud seguía degradándose: ya en 1982 le habían diagnosticado cirrosis, pero él seguía su camino hacia la destrucción. Por fin en 1990 tenemos un nuevo disco: “Pastoral hide and seek”, en el que el tono general está más cerca de eso que ahora se llama “americana music” que de cualquier otra cosa. Lo produce el propio Pierce, que según Mori está haciendo un alto en su trayectoria alcohólica... y sustituyendo el alcohol por otras substancias, que consigue en Holanda (la grabación es en la vecina Bélgica). Por si alguien aún no lo sabía, ya nos lo aclara la propia Mori: “en Holanda hay drogas por todas partes”. Powers no está a gusto, porque según dijo después “esto fue básicamente una cosa a medias entre Mori y él, que además quería tener más protagonismo con la guitarra”. Entre eso, la desorientación de un Pierce un tanto errático por la ausencia de alcohol (y la presencia de lo otro, supongo) y un material discreto, es evidente que este disco no está a la altura del anterior; y aun así, aunque casi no hay rastro de aquel blues tan distintivo suyo, podemos disfrutar de esta faceta “blanca” en piezas como “I hear your heart singing” (tan lejana al Pierce de antes) o “The great divide”. Y por momentos nos recuerda que su otro yo sigue ahí: “The straits of love and hate”, por ejemplo, es Pierce en estado puro; como también lo es “Another country song”, a pesar de ese título. Pero gran parte de sus fans le volvieron la espalda, porque entre las huestes de los artistas malditos siempre hay mucho radical (y volvemos a lo de antes) que no perdona ni una sola desviación de la doctrina: de acuerdo, no es este su mejor disco, pero en conjunto resulta bastante digno.


En 1991 llega el doble ep “Divinity”, generalmente considerado como una obra menor (en parte por el formato, supongo), aunque en conjunto aún me parece defendible. Uno de los ep’s es en estudio y el otro en directo, de la última gira europea, poco antes; de nuevo la producción corre a cargo de Pierce, que por otra parte intensifica su trabajo a la guitarra. Y sobre todo, dejando aparte las consideraciones sobre el resto del material, creo que “Sorrow knows”, la que ocupa la primera cara A, es de lo mejor de su carrera; es cierto que, salvo por su inconfundible estilo vocal, ya poco queda de los Gun Club de la década anterior, pero a cambio tenemos una pieza casi “progresiva” con un desarrollo magnífico, extenso, y con el propio Pierce llevando el peso de la guitarra, gustándose, demostrando que es un gran guitarrista. En la cara B la apertura con “Richard Speck” me cansa un poco, pero ““Keys to the kingdom” y “Black hole” son bastante decentes. Luego ya el segundo ep en directo es más subjetivo, como todos los directos: “Yellow eyes” y “Hearts” pierden el sonido y el eco ambiental que tenían en “Mother Juno” y se hacen más densas, más rockeras (sobre todo la segunda, claro). Y la -a esas alturas- vetusta y venerable “The fire of love” no sufre grandes cambios de “Miami” a este directo, aunque yo prefiero la brillantez casi cristalina de la original.

Aún queda “Lucky Jim”, el último disco del grupo, grabado en el 93, que a mí me deprime bastante: Powers ha preferido marcharse, y por momentos da la impresión de que Pierce ya está resignado a lo que le espera. En conjunto esta colección de canciones podría recordarnos a los primeros Gun Club, pero con una sensación general de derrota, del agotamiento que acompaña a Pierce en su vuelta a casa tras haber recorrido un largo camino. Y algo de eso hay: pocos meses después, Mori se marcha también. Pero aún han de pasar otros dos años de lenta agonía existencial y física hasta que una compasiva muerte rápida se lo lleva. Dice Allmusic que un periodista holandés describió a Pierce como “el eslabón perdido entre los Eagles y Kurt Cobain”. No sé qué pintan aquí los Eagles; en cuanto a Cobain, si es en lo personal estrictamente, es verdad que representa, como Pierce, esa “enfermedad americana” que el propio holandés cita como “una fuerte identificación con la violencia y la muerte”, pero no nos olvidemos de la música: puestos a buscar eslabones perdidos, me parece bastante más lúcida y descriptiva esa transición que muchos otros han citado entre Robert Johnson y los Pixies. Es evidente que el gran Black Francis ha tomado notas, tanto en lo compositivo como en su manera de cantar. Y por suerte la cabeza de Francis funciona de otra manera.


13 comentarios:

  1. Pues si, este Pierce fue un especímen de cuidado, un tipo que se tomó esto del rock como un auténtico camino al calvario personal y, entre latigazos autoinflingidos y bajadas al infierno, parió discos únicos, irrepetibles. Parecía más un "apache" parisino reciclado que un músico americano al uso. Me gusta más su periodo con la fascinante Patricia Harrison al bajo y, por supuestísimo, con el gran "Congo" Powers a la guitarra. Obras como "The Las Vegas Story" y "Danse Kalinda Boom (aunque este directo tiene algún que otro relleno...) son mis preferidas.También "Miami" tiene su puntito, la producción de Chris Stein tiene su toque entre un crudo "new wave" neoyorquino (Blondie Debbie Harry le esperaba limándose las uñas...) y un post-glam punk angelino. Y con ese "Wildweed" he disfrutado un montón. Sus amigos ingleses se portaron bien aquí. Por cierto, nuestra Cassell Webb, otra expatriada, destaca a las voces en un par de temas.
    Justa y necesaria reivindicación de un artista muy singular.
    Saludos,

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    1. Creo que de todos modos tiene razón el periodista que hablaba de esa "enfermedad americana de la violencia y la muerte", y en ese sentido Pierce sí que es muy americano, en la estela de un Jim Morrison por ejemplo. De su obra tal vez mis dos preferidos sean "Fire of love" y "Mother Juno", es decir, el primero de cada una de sus dos etapas al frente de Gun Club más el "Wildweed", pero en cualquier caso el tono medio es sobresaliente casi hasta el final de su carrera.

      Saludos mil.

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  2. Muy buen repaso, Rick, Para mí "Mother Juno" es el mejor disco de The Gun Club, aunque los tres primeros son todos muy buenos.

    Un abrazo.

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    1. Gracias, Gonzalo. Como le digo a Javier, quizá mis dos preferidos sean "Fire of love" y "Mother Juno", aunque tampoco sabría valorar uno sobre otro porque tienen una perspectiva diferente. Salvando esas dos particularidades, en conjunto sí creo que su primera etapa como Gun Club (o sea, efectivamente sus tres primeros discos) es mejor que la segunda. Pero como siempre, la cosa va a gustos.

      Saludos mil.

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  3. Se agradece este "repaso", como dice Gonzalo, a la carrera de Pierce y de The Gun Club. Creo haber comentado, en una anterior entrada, que no tenía muy pillado a este señor. Lo había oído en cosas sueltas. A raíz de aquella entrada me interesé por su música, y ha valido la pena. Para los que no conocíamos bien a este tipo viene muy bien una guía como la que te has montado aquí.
    Saludos.

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    1. Es un personaje que, aparte de esa aureola de autodestrucción tan "cinematográfica", tiene verdadero valor musical: Pierce se tomaba muy en serio sus aficiones, y en lo referente al blues era un verdadero entendido que además supo enfocar y actualizar muy bien esos conocimientos. Gustará más o menos, pero revitalizó un estilo de blues que no es precisamete de los más fáciles ni populares.

      Saludos mil.

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  4. Hablo desde el desconocimiento, quizás me equivoque, pero percibo que a medida que sacaba más discos ganaba en intensidad y perdía el cierto apresuramiento del principio. A veces algo alocado y poco productivo. La voz me recuerda lejanamente a Ian Curtis en algunos temas.

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    1. Hay que tener en cuenta la personalidad de Pierce, conflictiva, autodestructiva y un tanto desequilibrada. Tal vez ese "apresuramiento" era parte de su encanto, no sé. La intensidad, en este tipo de personajes, viene dada en parte por la vida turbulenta que llevan. Curtis tal vez sea un "primo lejano" de Pierce...

      Saludos mil.

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  5. Yo tras leerte y escuchar los audios de estos discos, he vuelto a tu primera entrada de Gun Club. En su día me descargué el primer álbum, que es muy bueno, e iré disfrutando los otros con calma.

    De tu selección de esta última época, me ha gustado especialmente 'The straits of love and hate'. También 'Sorrow knows'. Pero asimismo está muy bien la primera muestra que nos dejas de su disco en solitario, 'Wildweed'. La música de este tipo - y hablo en general, sin distinguir entre discos y épocas, por desconocimiento - sí que suena como uno de los eslabones perdidos que lleva a los Pixies, pero en cierta forma diría que también al grunge.

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    1. No, rectifico: en lo musical no creo que haya tal conexión con el grunge.

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    2. Ya digo, los tres primeros más "Mother Juno" y "Wildweed" son el meollo de su obra. El resto (salvo el último, que puedes saltártelo) ya es menos relevante.

      Es estilo vocal de Pierce deja su huella en Black Francis, eso me parece evidente. Pero incluso algunas canciones de sus primeros discos recuerdan a Gun Club. Hasta llegar a esa cumbre que es "Doolittle", las influencias me parecen bastante marcadas.

      Yo tampoco creo que haya conexión con el grunge, y a este respecto es muy útil tener clara una sola cosa: ¿Los Pixies son grunge? Rotundamente no. Pues ya está.

      Saludos mil.

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  6. No le conocía ni recuerdo de anteriores entradas. A pesar de que estos tipos autodestructivos no me suelen llamar la atención, parte del repertorio que adjuntas es de gran nivel. Me lo apunto para seguir escuchando. Chafardero dixit

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    1. Bueno, los tipos autodestructivos a veces son muy valiosos. Por su obra, claro. Y vuelvo a Jim Morrison: independientemente de cómo llevó su vida, los Doors son palabras mayores. Muchas veces es esa vida la que da un plus añadido al artista para desarrollar una obra intensa, con verdadera pasión.

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