La escuela de Canterbury, aquella entrañable colección de seres patafísicos, también pertenece en teoría a la nebulosa conocida como “progresivo”, aunque al igual que los Crimson o Genesis tiene su propio estilo. Recordarán ustedes que en dicha ciudad se creó, a partir de una sopa compuesta de músicos con muchas influencias distintas, la agrupación matriz Wilde Flowers, cuyo primer vástago fueron Soft Machine. En poco tiempo comenzaron a surgir las derivaciones que dieron lugar a nuestras dos bandas favoritas de esa fauna: Gong y Caravan. Ambas tienen un buen año, después de que la primera haya superado sus problemas “geográficos” y la segunda tenga su plantilla más o menos estabilizada.
El planeta Gong consigue por fin acercarse a la órbita británica tras su primera época francesa: han fichado con el naciente sello Virgin, que en ese momento es la vanguardia en el mundo de las discográficas independientes. Y aunque la sección rítmica y de teclados cambia con frecuencia, hay una base estable formada por Daevid Allen, su compañera Gilli Smyth y el saxofonista Didier Malherbe; a ese trío pensante habrá que añadir el guitarra Steve Hillage, un veterano de Canterbury recién llegado pero que ya tiene una sólida fama entre los coleccionistas de discos “alternativos” por su distinguida aportación a ese mercado: su única grabación como miembro de Uriel ("Arzachel", 1969) y otra más militando en Khan ("Space shanty", 1972) son muy cotizadas. Ya saben ustedes que Allen y compañía representan en nuestro mundo al planeta Gong, un conglomerado de budismo, creencias gaélicas, enanos en teteras volantes que bajan a la Tierra con frecuencia y muchos otros componentes que articulan una filosofía realmente encantadora. Como es lógico, una de sus misiones es iluminar a los humanos con sus enseñanzas, que van desgranándose en los discos (salvo el tercero, un encargo de banda sonora para la película francesa “Continental circus”). Y ahora, con el apoyo de Virgin, es hora de acometer un plan ambicioso: una trilogía titulada “Radio Gnome Invisible”, que mantiene ciertas similitudes con el Señor de los Anillos pero que por supuesto es mucho más interesante, ya que en este caso se trata de un zarcillo que al colocarse en la oreja permite escuchar plácidamente las emisiones de Radio Gnome. Una historia con un tema central de ese tipo no me negarán que engancha, ¿verdad?
Pero vamos a la música que se escucha en esa radio. Gong, como todas las grandes bandas, tiene un estilo personal e intransferible; que más o menos viene siendo una base de jazz rock psicodélico aderezada con elementos espaciales, cánticos hindúes, improvisaciones y algunos otros ingredientes fuera de lo común. Como es lógico, su objetivo no está en alcanzar los primeros puestos de las listas sino una clientela fiel que se sienta a gusto dentro de su planeta, y eso lo va consiguiendo sin mucho esfuerzo. 1973 es el año más importante de su carrera, ya que lanzan los dos primeros discos que forman la trilogía, que publica Virgin y que llegan a casi toda Europa, multiplicando así la devoción continental: “Flying teapot” en verano y “Angels egg” en invierno (este último incluye un libreto, a modo de programa de teatro, con el desarrollo casi completo de la obra). Es evidente que forman parte de una misma idea, ya que su sonido es muy parecido; sin embargo se va notando una ligera evolución en el segundo hacia un tono más espacial que se conformará el próximo año. Como en muchos otros casos, no tiene ninguna lógica comentar sus canciones una por una: forman una estructura que debería escucharse cómodamente sentado, relajándose y paladeando esa sucesión de cánticos y ritmos locos que, en efecto, son de otro planeta. Por cierto, en la segunda parte se presenta el batería Pierre Moerlen, que con el tiempo será otro de los personajes fundamentales de esa etnia.
Y esta es la actualidad en el planeta Gong. Como digo, el próximo año nos traerán la tercera entrega de la trilogía, lo cual significa que su proyección está por encima de la crisis que afecta a la mayor parte de la música actual. Lógico, sus tiempos no son los terrestres…
Caravan, al igual que Gong, está afectada por movimientos de personal. Aunque su problema es más grave, ya que Gong tiene un núcleo y una estrategia clara mientras que en Caravan hay diferencias de criterio casi desde el origen del grupo, creado por los primos Sinclair (David y Richard) junto a Pye Hastings y Richard Coughlan. Y la discusión principal gira sobre si la banda debe acercarse al jazz rock progresivo (la postura de los Sinclair) o seguir manteniendo ese tamiz art-pop que la hace tan especial (Hastings y Coughlan). Recordarán que David ya se marchó en 1971 para asociarse con Robert Wyatt y crear Matching Mole (o sea, una versión alternativa de Soft Machine); Richard lo sustituyó fichando a Steve Miller, que compartía su misma inclinación, y finalmente, tras el disco del año pasado (el magnífico “Waterloo Lily”), las diferencias parecen insalvables y la banda se disuelve. A ojos de sus fans esa ruptura no tiene sentido, ya que el disco ha sido de los más alabados -aunque las ventas sean discretas, como siempre-, y al final se impone la cordura: Hastings y Coughlan reactivan el grupo. El nuevo bajista será John Perry, que hasta el momento había alternado su trabajo como músico de estudio junto a su militancia en tres o cuatro pequeños grupos, mientras que la viola, violín y otros cuantos instrumentos de cuerda quedan a cargo del ex-Spirogyra Geoff Richardson. Y poco después, cuando ya están pensando en grabar un nuevo disco, vuelve David Sinclair: bueno, al menos uno de los primos sigue a bordo de la caravana.
El nuevo disco se presenta en otoño del 73 con el largo título de “For girls who grow plump in the night”, y da gusto comprobar que la esencia Caravan se mantiene desde el primer momento: “Memory Lain, Hugh” comienza con una entrada rockera que pronto se ramifica, se enriquece con el sonido de las cuerdas y el acompañamiento organístico del primo Sinclair, con esos dibujos que tanto habíamos echado de menos. A mitad de la pieza, envueltos ya en un desarrollo casi orquestal, esta gira hacia “Headloss”, con un ritmo y unas voces casi pop que a los fans como yo nos derrite: el total son nueve minutos, pero se nos han pasado en un vuelo. “Hoedown”, la siguiente, es una canción corta y bailable, a medio camino entre pop y rock; “Surprise, surprise” es otra delicia indefinible con una magnífica exhibición de bajo (y violín, y voces…), y así sucesivamente. Como en el caso del planeta Gong, no tiene sentido una descripción subjetiva de cada pieza: hay retazos sinfónicos, como en la que cierra el disco; hay zonas corales, hay pop casi desenfadado, y lo realmente maravilloso es que todo encaja. Caravan siguen siendo la banda más hogareña del universo Canterbury, tal vez la única que sabe presentar la excelencia musical de esa escuela, el enorme trabajo y complejidad de sus armonías, en un “formato” asequible para el aficionado medio, y esa es una virtud impagable. Por supuesto, no hace falta decir que estamos ante uno de los mejores discos de su carrera.
Así que ya ven ustedes: dentro del mundo supuestamente progresivo, los grupos que más se distancian del canon -los que tienen carácter propio- son precisamente los que mejor se desenvuelven. Como en cualquier otro estilo, por cierto. Es verdad que su carácter volátil no suele augurar una vida muy larga, pero mientras duran son los más interesantes.