Después de la visita de Miguel Ríos, el más veterano “vocalista” (como se decía antes) de la música moderna nacional y al mismo tiempo el más popular, vamos ahora con uno que simboliza la nueva táctica que las disqueras intentan emplear con las voces de nivel: apartarlas de los conjuntos. Si lo vemos desde su punto de vista es una jugada muy inteligente, porque al tratar con una sola persona esta se vuelve más manejable -sobre todo a la hora de elegir material para grabar, ya que los solistas por lo general no suelen ser grandes compositores- y además el apoyo musical suele venir dado, al menos en las grabaciones, por músicos de la casa. Ese hecho influye también en el tipo de arreglos, y prácticamente deja al artista en manos de los técnicos: salvo que se trate de nombres consolidados, es él solo frente a toda la estructura. El primer ejemplo ya fue el propio Miguel, que no pudo desarrollar el estilo que él quería -cercano a la escuela rockera americana- hasta la década de los 70, y lo mismo le pasará a todos los que se enfrenten en solitario a la política conservadora de los sellos. Bruno Lomas, el personaje que nos visita hoy, es otro ejemplo: sus inicios tienen poco que ver con el sesgo que está tomando su repertorio; aunque también hay que reconocer que parte de ese cambio se debe a sus propios gustos, muy inclinados ahora hacia el estilo crooner.
1965 fue el último año en el que Bruno se anunció compartiendo titulares con un conjunto. EMI, que los había fichado tras la gira triunfal por Francia, trata de halagarlo sugiriéndole que su talla como cantante está muy por encima de la destreza técnica de los Rockeros; lo cual tal vez sea cierto, pero es una verdad interesada: el sello ya está pensando en un producto todo terreno que compagine las baladas con otras piezas más intrascendentes, muy orquestadas y que puedan ser dignas candidatas a todo cuanto festival veraniego haya en el país. En cuanto a Bruno, se le convence si además de recurrir a su vanidad se le habla de dinero, y por otra parte se le asegura que en directo podrá hacer lo que quiera -dentro de un orden, por supuesto. Hay además otro punto de contacto entre sus intereses y los del sello, ya que nuestro amigo es un rendido admirador de las grandes voces de la época, desde el tono grave y medido de Sinatra hasta la potencia de Tom Jones (su mayor ídolo en aquel momento). Ese estilo es muy favorable a la estructura orquestada, con lo cual, al menos en teoría, el acuerdo parece conveniente; otra cosa es la categoría del repertorio, y ahí es donde siempre tiene mucho más que perder el cantante que el sello.
Hay otro cambio de estrategia, y este es beneficioso: la discografía de Bruno se dosifica con más cuidado, pasando de siete discos que hubo el año anterior a cuatro en 1966. Su participación en dos de los festivales más populares de la época es muy rentable, ya que en el de Benidorm se presenta con “Amor amargo”, una muy buena composición del Dúo Dinámico que no consigue premio pero en poco tiempo arrasa en las listas y queda para la historia como su primer gran éxito; y poco después en el de la Canción Mediterránea, donde gana el primer premio con otra pieza del Dúo titulada “Como ayer”, nuevo éxito de ventas aunque mucho menos interesante para el público yeyé. Sin embargo, ese público queda sorprendido poco después con la aparición de su último EP del año, donde haciendo bulto junto a otras tres piezas más bien mediocres nos encontramos con “Vendrás conmigo”, una versión tremebunda del “Inside looking out” de los Animals que nos reconcilia con el señor Lomas. Aquí tienen aquel primer éxito y esa magnífica versión.
El año 1967 es un verdadero hito en la carrera de Bruno y de la industria discográfica española: dejando aparte la publicación de tres discos pequeños, ni los mejores ni los peores en su carrera, y su protagonismo en la película "Codo con codo", llega a las tiendas un LP en directo grabado en los últimos días del año anterior en el Teatro Calderón de Barcelona. A la propia singularidad del hecho hay que añadir que se trata también del primer disco grande de Bruno, lo cual lo hace aún más sorprendente y demuestra el poder que tiene en ese momento: se trata de un pulso que le echa a EMI, presentando como aval su arrollador triunfo de poco antes en Valencia interpretando los mismos temas que figuran en el disco, acompañado por parte de los antiguos Rockeros. El sonido es bastante aceptable y el material se compone en su gran mayoría de piezas ya clásicas en su repertorio; pero hay también algunas versiones inesperadas, que nos recuerdan a un Bruno tan aficionado al rock and roll blanco como al soul o el rhythm’n’blues: se trata de “Be bop a lula” y “What’d I say” que por supuesto son las que he elegido como muestra de una grabación más que digna, arriesgada e innovadora. Si no fue un gran éxito de ventas (lo cual era de esperar), al menos se ha ganado su sitio en la depauperada historia de la música moderna nacional.
Pero, contra lo que podría parecer, ese disco en directo significó el principio de una lenta decadencia: el haber nadado entre dos aguas durante casi toda su carrera comienza a pasarle factura, ya que ha llegado un momento en el que no contenta ni a los amantes de las baladas y festivales ni al público moderno. A diferencia de otros países, en España los públicos son binarios: o estás con unos o con otros, no hay términos medios (ni en esto ni en nada: las dos Españas, ya saben). Y Bruno trata de trascender ese enfrentamiento con una solución que solo consiguió agravar el problema: en 1968 publica un segundo LP en el cual rinde pleitesía a gran parte de los estilos y maestros que le han influido, pero que al final resulta un batiburrillo sin gancho porque una cosa es tener voz y otra dar con los arreglos que merece cada pieza. Ya el título parece premonitorio: “Cara y cruz de Bruno Lomas”. Nos encontramos versiones insulsas del “Fly me to the moon” de Sinatra junto a “La chica de Ipanema” o “You can’t hurry love”; por supuesto, ninguna de ellas llega a la altura de los originales ni de lejos, aunque tal vez por la debilidad que siempre he sentido por la Motown les obsequio con esta última, titulada en español “No es serio tu amor”. El fracaso de ventas es aprovechado por Bruno para despedirse de EMI y saltar a Discophon, que le ha hecho una buena oferta, pero ese fichaje le va a valer de poco: nuestro héroe ya nunca volverá a tener la popularidad que tuvo, salvo por algunos singles sueltos a principios de los años 70. Aunque hay algunas piezas perdidas en las caras B que valen realmente la pena, como es el caso de “Otra vez en la calle”, una versión sobre la que popularizaron los argentinos Náufragos: esos toques de wha wha y el aire general de canción soulera, con esa apostura chulesca que lucía Bruno a veces, la hacen encantadora.
Los años 70 llegan y con ellos la decadencia de Bruno se irá acentuando, pero aún le quedan algunos éxitos aislados que se citarán aquí cuando llegue el momento. Mientras tanto disfrutemos con los escasos pero magníficos rasgos de genialidad de nuestro amigo, mientras lamentamos que no hubiese tenido un buen asesor: su categoría artística era mucho mayor de la que refleja el grueso de su obra.