(Los Stones) No les va mal. Venden discos, salen en los periódicos: todavía son los segundos tras los Beatles. Lo único lamentable es que podrían haber sido mucho más que eso.
Tal y como están las cosas no creo que duren, y eso me alegra. No estaban destinados a hacerse viejos. Existieron para tener éxito en un momento dado y luego desaparecer. Y si les queda algún sentido de la elegancia se matarán en un accidente aéreo tres días antes de cumplir los treinta.
(Nik Cohn: “Awopbopaloobop alopbamboom”, 1969)
Terminamos nuestro viaje al planeta Glam con New York Dolls, una banda heredera de los Stones y que acabó representando exactamente lo que se hubiese esperado de Jagger y sus socios, ya que como dice el maestro Cohn, no estaban destinados a hacerse viejos: su esencia se desvirtuó completamente en 1967, cuando en su empeño por seguir la estela de Beatles quisieron ser también respetables y se convirtieron en Sus Satánicas Majestades. Luego lo arreglaron en parte, y tal vez su mejor época sea precisamente a partir del 68 hasta el “Exile on Main St”, pero algo se había perdido por el camino: la frescura, concretamente. Y partir de mediados de los 70, ya prefiero no opinar. Pero en los States y gracias al nuevo descaro del glam, sin la hipoteca de tener que competir contra nadie, New York Dolls tuvieron su momento de gloria y fueron la transición entre el viejo mundo rockero y la nueva generación: vivieron deprisa, murieron pronto y dejaron un bonito cadáver, mientras que los Stones son una renqueante parodia de sí mismos desde hace mucho tiempo.
1971 es un año de cambios para un pequeño grupo llamado Actress, donde militan Johnny Thunders (solista y voz), Sylvain Sylvain (rítmica), Arthur Kane (bajo) y Billy Murcia (batería). Thunders quiere concentrarse en la guitarra y que cante otro, lo que acarrea el fichaje de David Johansen. A finales de ese año cambian el nombre a “Las muñecas de Nueva York” y tras unas cuantas actuaciones en el circuito de su ciudad pasan a ser dirigidos por Marty Thau, un manager con poder suficiente para que la banda se haga asidua del legendario Max’s Kansas City, donde una noche se presenta Rod Stewart. Rod no tiene la menor duda de estar ante una banda del futuro: por una parte, ve clara su ascendencia Stone (como también la tiene él con sus Faces); y su aspecto depravado, con lentejuelas, bufandas de plumas, tacones de vértigo y mucha pintura, es el puro glam que está triunfando en la Isla gracias precisamente al propio Rod, entre otros. Pero hay un componente más: sumando la música y el aspecto tal vez los Dolls sean un paso adelante en la cadena evolutiva, tal vez y de nuevo la influencia americana ha de actuar sobre los músicos británicos para que el rock sufra otra vuelta de tuerca (porque desde luego el conformismo de bandas como los Faces no va a cambiar nada). Así que se los lleva a la Isla y los enchufa para que abran el festival de Wembley del 72. El público, desprevenido, sin una sola grabación de referencia, se divide en dos bandos: unos, claramente contrariados, abandonan el auditorio para tomar una cerveza mientras otros, absortos en lo que están viendo, se preguntan de dónde han salido aquellos individuos y, sobre todo, cuándo van a tener en las manos un disco suyo.
No falta mucho para eso, pero antes habrá una desgracia que casi acaba con la banda: cuando solo quedaba un concierto para completar su primera gira isleña, Billy Murcia muere en un confuso episodio de asfixia inducida tras una sobredosis. Por desgracia, las drogas (la heroína, especialmente), serán unas muy presentes compañeras de viaje del grupo hasta el punto de determinar en gran parte su existencia; y esta es la primera vez en la que se plantean la desaparición, pero de vuelta en Nueva York deciden serenarse y buscar un nuevo batería: Jerry Nolan, conocido de la banda y con fama de ser “relativamente” serio. Un episodio luctuoso como este era tal vez el detalle que faltaba para que la fama de los Dolls hiciese ya inevitable su fichaje discográfico: Mercury Records, el sello de Rod en los States, se apresura a contratarlos a principios de 1973 y les pone en manos de Todd Rundgren, que tras su carrera en Nazz alterna el trabajo como músico en solitario con la producción. En el verano de ese año, su primer LP está en la calle. Se trata de un disco que, como los de sus conciudadanos Velvet Underground o los grupos de Detroit como Stooges, no será realmente valorado hasta unos años después; en ese momento, las reacciones del escaso público que llega a oirlo son tan radicales como las que hubo en la Isla: los amas o los odias.
La producción de Rundgren tal vez no sea la más indicada para una banda como esta, pero consiguió modular el sonido para que, sin perder su vigor, el conjunto suene con una cierta contencíón. Como era de esperar, todo el mundo define su obra como “protopunk”; esa etiqueta, tan inútil como cualquier otra, es sin duda un signo de los tiempos: cualquier disco de Stooges o Blue Cheer suenan mucho más salvajes (no digamos ya los Sonics, para mí la única banda “protopunk” que existió). Solo podría ser aceptable si se habla de la rama punk pop, es decir, los Buzzcocks o los Damned, y aun así habría mucho que matizar. Lo siento, pero yo a los Dolls los veo ni más ni menos que como una banda de hard rock de su tiempo que actualiza el sonido Stones y que (volvemos a lo de antes) tiene un cierto tono pop; esto último no es tan raro, recordemos que también los Ramones tenían esa vena, pero parece que la gente recuerda unas cosas y otras no. La mayor parte del material está compuesto entre Johansen y Thunders, que han dejado algunas clásicas como “Personality crisis”, sin duda la más popular, “Looking for a kiss” o “Jet boy”, además de una magnífica versión -casi una recreación- del “Pills” de Bo Diddley. Las ventas fueron bastante discretas, lo cual es lógico: entre las pintas que tenían y su sonido, el mercado quedaba reducido a las ciudades más rockeras. La revista Creem, por entonces editada por el legendario Lester Bangs, lo reflejó muy bien: en 1973 los New York Dolls figuraban en esa revista como el mejor y el peor grupo del año al mismo tiempo. Bangs los elevaba a los altares, pero no todos sus lectores estaban de acuerdo.
A mediados del 74 se publica el segundo y último disco de su época clásica: “Too much too sooon”, que parece ser premonitorio. La producción está a cargo de Shadow Morton, una figura del Brill Building que había lanzado años antes a las Shangri-Las, un grupo vocal de la época dorada que Johansen y sus amigos adoran (vaya, ahora recuerdo que los Ramones recurrieron una vez a Phil Spector… qué curioso). El disco es una mezcla muy equilibrada entre originales y versiones; se nota la mano de Morton en los arreglos, con más limpieza pero más eco al mismo tiempo, y el apoyo de coros femeninos. Oimos a Thunders cantando su “Chatterbox”, que recuerda a “Looking for a kiss” de Johansen pero es un claro ejemplo de lo que será su estilo cuando esto acabe, y las versiones están muy bien elegidas. La crítica lo eleva a la categoría de disco de culto, pero no está claro cuál es el público potencial de una banda que por otra parte anda perdida entre el exceso de drogas y alcohol: Mercury los despide, mientras las broncas entre ellos aumentan de tono. Justo entonces aparece por medio Malcolm McClaren, que figura oficialmente como nuevo manager suyo aunque en realidad lo único que hace es proporcionarles ropa. Algo aprendería del negocio, en todo caso: luego lanzó a los Pistols, al parecer inspirado en los Dolls. Pero las muñecas dejaron de existir a principios del 75, aunque algunos supervivientes intentaron seguir viviendo del nombre un poco más. Y aquí termina la historia de una de esas bandas mucho más valoradas ahora que en su tiempo: justo al revés que los Stones, me temo.
Termina también nuestra incursión por el planeta Glam, un paraje en el que a veces se siente uno sobrepasado por la banalidad pero que ha dado momentos inolvidables en las pistas de baile. Y como es lógico, en este local no podíamos dejar pasar la oportunidad de bailar un ratito más: la semana que viene, fiesta de despedida. Quedan avisados.