jueves, 29 de mayo de 2014

1972 (I)



"Las familias felices son todas iguales; las familias infelices lo son cada una a su manera".
Lev Tolstói: “Ana Karenina” 

Cuando se vive una época apacible, un año más o menos no significa mucho: todos parecen iguales, y supongo que de ahí me habrá venido a la cabeza una asociación de ideas con el arranque de la novela del ruso. El período 1968-73 es para el rock isleño como la ensoñación de una familia feliz, y por tanto si hablamos sobre 1972 podríamos comenzar con las mismas consideraciones con las que lo hicimos el año anterior: calma chicha con ligeros nubarrones al fondo. Visto con perspectiva es muy fácil decir ahora que la fiesta se estaba acabando, pero la verdad es que, al menos en la calle, yo no conocí a nadie de mi edad que viese señales en el cielo anunciando ese apocalipsis que comenzará el próximo año. Y si los muchachos de la prensa musical se olían algo, desde luego se guardaron mucho de decirlo. 

Así que pueden ustedes echarle un vistazo a la entrada de 1971 y, más o menos, considerar que esa perspectiva sigue en vigor. Hay, de todos modos, algunas pequeñas novedades; entre ellas la ascensión definitiva de Bowie al estrellato, con todo lo que eso conlleva: el glam de serie A como estilo consolidado, la fascinación por los “primos americanos” Reed, Iggy y Alice, y en definitiva una refinada vuelta a los orígenes del rock en su variante garajera, implican que parte del personal está deseando un cambio de rumbo. Y alguna pulsión de ese tipo debe de ser la que lleva a un jovencísimo John Weller (a.k.a. Paul Weller) a montar este año una banda llamada The Jam, cuyo material va desde Chuck Berry hasta los Beatles, los primeros Kinks, Small Faces o Who. Pero no hay motivo para que se preocupen los monstruos sagrados: de momento esos Jam no alborotan mucho más allá de su pueblo. 

Por lo demás, ya digo: todo va bien, señora baronesa. Bueno, tal vez Family, Traffic y Free decaen a ojos vista, Soft Machine están definitivamente en otro planeta, aparecen grupos raros como Roxy Music que se visten de payasos desobedeciendo a la santa hermandad de los pelos largos… pero los Floyd y compañía siguen viento en popa. No hay por qué alarmarse, el palacio de invierno es sólido como una roca. 

miércoles, 21 de mayo de 2014

El planeta Glam (y X)



Bienvenidos a la fiesta glam, en la que trataremos de recuperar algunos nombres olvidados entre las lentejuelas del tiempo. Ya hemos visto que esta moda fue muy restringida: dejando aparte a los grandes, en la serie B solamente T. Rex, Slade y en menor medida Sweet tuvieron una proyección destacable. Y si ya el aspecto creativo no era como para echar cohetes, el público adolescente -el destinatario principal de este producto- tampoco tenía dinero como para comprarse todas las novedades que aparecieron, así que la selección natural hizo que casi nadie recuerde a la mayoría de los visitantes de este tugurio en el día de hoy; visitantes británicos salvo los dos últimos, y que serán 12+1 como es norma. Allá vamos. Y recuerden, el baile es muy indicado para mantenerse en forma.

Comenzamos por una excepción, por un grupo que contra lo que acabo de decir fue muy popular; tanto, que estuve dudando si dedicarles más espacio en alguna entrada anterior, pero al final me contuve. Se trata de los Bay City Rollers, que para empezar no están claramente afiliados al sector glam aunque su estilo teeenager cuadra con el de los Rubettes, por ejemplo. Y por otra parte, tras unos años dubitativos, su reinado comienza a mediados de los 70, cuando el glam ya iba de capa caída. Así que se han librado ustedes, pero no del todo: aquí les dejo “Shang-a-lang”, uno de sus primeros éxitos. 


Llegados a las bandas menores, vamos a respetar la jerarquía y hablemos en primer lugar de una que se quedó a medio camino entre pequeña y mediana: Geordie. Se presentan a finales del 72 aprovechando el rebufo glam y durante dos años tendrán un éxito relativo gracias a su contundencia rockera, más cercana al hard que a cualquier otra cosa. Fueron aguantando mal que bien casi hasta los 80, y luego su cantante se convirtió en estrella: se trata de Brian Johnson, que milita en AC/DC desde la muerte de Bon Scott. Como en una premonición, el propio Scott había hablado maravillas de Johnson tiempo antes, y la verdad es que oyendo piezas como esta se comprende el porqué: sus voces y su actitud son parecidas. 


The Jook fueron un grupo que comenzó más o menos por la misma época que Geordie, y que podían haber llegado más alto de no ser porque carecían de un estilo claro: más pendientes de consolidarse en las listas que de encontrar su camino, al final no consiguieron ninguno de los dos objetivos. Los cinco singles que han dejado demuestran que sabían hacer canciones con gancho, pero un tanto dispersas. En todo caso fueron relativamente reivindicados a finales de la década, cuando el power pop comenzó a triunfar. He aquí la cara A de su primer single: 


Ya hemos visto que con mucha frecuencia el glam sirvió para recolocar en el mapa a unos cuantos músicos veteranos; y pudo ser el caso de Warwick Rose, que a finales de la década anterior había conseguido grabar algunos singles de pop psicodélico como integrante de los Tangerine Peel. Tras unos años en los que colaboró como bajista en otras grabaciones y grupos esporádicos, Micky Most -el jefe de RAK e introductor de Suzi Quatro en la Isla- le ofrece la posibilidad de grabar en su sello “Let’s get the party going”, una pieza compuesta por Rose y que nos recuerda a las producciones tremebundas de un Phil Spector por lo menos. Pero ya estábamos en 1975, y tanto la canción como el propio Rose pasaron al olvido de inmediato. 


Otra de las características del glam fue la gran cantidad de pequeños sellos que trataron de buscarse la vida pescando en río revuelto; por ejemplo Bradley’s Records, que entre 1974 y el 77 consiguió reunir un catálogo realmente impresionante de artistas inconexos y sin la menor relevancia. Una de sus “apuestas” fueron los Buster, de los que no sé absolutamente nada salvo que grabaron dos singles en 1974: el primero, un cruce extraño entre glam, tecno y psicodelia, casi podría sugerir el estilo de unos futuros Devo o cosas parecidas. El segundo en cambio recuerda sospechosamente a los por entonces muy actuales Sweet, y al igual que el anterior está compuesto por Adrian Baker y Roy Morgan, dos ex-cantantes que figuraban como compositores y productores del sello. Y ahí quedó la cosa, aunque “Superstar”, esa segunda cara A, mereció un poco más de suerte. 


Siempre ha habido bandas que comenzaron en el negocio imitando a alguna grande. Es una estrategia bastante discutible, que por lo general no suele funcionar; pero en la serie B del glam se vive para el éxito inmediato, lo cual implica que hay muchos casos de ese tipo, y siendo Sweet una de los nombres de moda es evidente que no solo unos Buster iban a apuntarse a ese estilo: Chunky es otro de esos grupos de las que no sé nada salvo que su producción se limita a un solo single publicado en verano del 73 por la etiqueta Orange, que estuvo en activo durante tres o cuatro años sin mucho brillo. Y “Albatross baby”, la cara A de ese single, también podría haber colado como de los Sweet perfectamente: oigan si no. 


Siguiendo con las disqueras diminutas vamos ahora con Barry Blood, un más que competente guitarrista de estudio a quien el pequeño sello Alaska, intentando aprovechar los últimos estertores del glam, concedió la oportunidad de grabar una pieza propia en 1975. La canción se titula “Poor Annie” y es magnífica, pero es también una muestra más de la obsesión que le entró a las casas discográficas con la moda: ¿por qué se quiso vender esta pieza como glam, si no necesitaba ningún tipo de etiqueta? La canción pasó desapercibida, pero el bueno de Barry siguió en el negocio dando clases de guitarra, grabando algún single suelto y haciendo giras escandinavas durante casi toda la década.


Pocos se atrevieron a imitar el estilo T. Rex, y en cualquier caso procurando que no se notase mucho: recuerden, los Rex eran una banda seria. Tony Hiller, uno de los compositores más incombustibles del negocio pop británico, buscó a unos músicos de estudio para lanzar en 1973 “Turn me down”, un batiburrillo entre las escalas melódicas de Bolan y algunos coros bastante horribles con arreglos poperos. Pero no hubo suerte, a pesar de que se buscó un pequeño escándalo con fotos de prensa en la que aparecían desnudos (tapando convenientemente sus zonas conflictivas con los instrumentos musicales). Ah, sí: para hacer juego con la publicidad, se llamaban The Streakers.


Status Quo han estado durante la mayor parte de su carrera en el filo de la navaja, manteniendo un difícil equilibrio entre calidad y verbena. La época glam les vino bien, porque indirectamente su repertorio por entonces tenía algo que ver con ese estilo, y algunos músicos del momento decidieron que sería una buena banda a imitar: Brian Engel, procedente de la psicodelia pop sesentera, estaba dispuesto a seguir en el negocio al precio que fuese, así que en 1975, tras participar en varios grupos sin futuro, creó The Shambles y lanzó un single cuya cara A era “Hello baby”. Suena totalmente a los Quo, y no tuvo el menor éxito. Pero Brian siempre supo buscarse la vida, y poco después ya estaba con otro proyecto.


La Glitter Band, es decir, la banda de Gary, tenía vida propia: cuando su jefe no los necesitaba, escribían y desarrollaban su propio material. Eso sí, compartían productor (Mike Leander) y sello (Bell), lo cual implicaba que su sonido era muy similar. Pero aun así hicieron algunas canciones realmente buenas, como “Angel face”, que en la primavera del 74 inauguró una carrera aún activa hoy en día a pesar de constantes cambios de personal. 


Vamos ahora con una de esas canciones que nadie entiende por qué no tiunfó: la muy alabada “Rebels rule”, de los escoceses Iron Virgin, que estéticamente eran un cruce entre Sweet y Alice Cooper y que se presentan a principios del 74 producidos por Nick Tauber (por entonces el productor de Thin Lizzy) grabando a sugerencia de DECCA una versión de “Jet”. Sí, la canción de McCartney con sus Wings; no se le había ocurrido publicarla en single hasta que oyó la de los Virgin, chafándoles el negocio. Y poco después llega el segundo y último single con un cañonazo propio que debería haber llegado a lo más alto pero que pasó sin pena ni gloria. Quizá porque 1974 ya era un año tardío para este tipo de rock, o al revés, o que su sello los quería como simple banda de versiones y no se gastó un duro en promocionar esa canción… en cualquier caso la banda desapareció poco después. Y… sí, mi admirado Kim Fowley ROBÓ la estructura completa de la canción para entregársela a sus adorables Runaways bajo el título de “California paradise”. 


El puesto 12 lo ocupa una figura a la que aún hoy parece difícil definir con moderación: si se molestan ustedes en echar un vistazo en Internet, encontrarán un amplio rango cuyos extremos van desde “El Ziggy Stardust americano” hasta “El mayor bluff del año”. Se trata de un músico, actor y otras cosas cuyo nombre es Bruce Wayne pero que se rebautiza como Jobriath a finales de los 60. Tras intervenir en “Hair” y una breve etapa al frente de una banda de folk rock llamada Pidgeon (con un LP bastante decente), entró en una época oscura de la que fue rescatado a finales del 72 por Jerry Brandt, un manager alternativo que de pronto creyó haber descubierto al Bowie americano con un toque Elton. No era para tanto: Jobriath tiene algunas canciones buenas, unas en tono rockero y otras baladas competentes al piano, pero ni de lejos llega a la brillantez de esos dos. Y por otra parte, su campaña fue desastrosa: Brandt convenció a la divina Elektra para gastar un montón de dinero en una promoción enloquecida que, entre otras cosas, presentaba a Jobriath como “el primer, único y verdadero artista gay de América”, lo cual en un país como ese tal vez no sea lo más conveniente. El caso es que, tras dos Lps oscuros e irregulares, desapareció de escena en un soplo. Su historia es triste, deprimente, cruel incluso, pero digna de una película: lo dicho, búsquenlo en Internet. 


Terminamos con la canción número 12+1 que como siempre se presenta fuera de programa. En este caso es debido a que no se trata de una banda de aquel tiempo, sino actual; y aunque ese hecho parece indicar que estamos ante un puro revival, la cosa tiene más enjundia. El grupo se llama Giuda, son italianos y fans a muerte de la música isleña de los años 70, especialmente glam y punk. Y su música refleja una mezcla muy buena entre ambas cosas: imagínense a los primeros Slade con el pelo corto y haciendo una música ajustada a esa imagen. La cosa llega al extremo de presentar sus discos con portadas claramente setenteras; y aunque sean una opción bastante minoritaria, siempre es de agradecer que haya músicos de este tipo. Además, el hecho de ser italianos tiene su gracia, ¿verdad? Aquí les dejo un ejemplo de su “buen hacer”, como se decía antes. 


Y esto ha sido el fin de fiesta glam. Espero que no se hayan aburrido mucho, e incluso que por ventura algunas de estas cancioncillas sean de su agrado, que no todo va a ser música elevada. Yo de ustedes pincharía aquí para bajarme el paquetillo con todas ellas, por si luego, otro día, me diese por repasarlas...

 

martes, 13 de mayo de 2014

El planeta Glam (IX)



(Los Stones) No les va mal. Venden discos, salen en los periódicos: todavía son los segundos tras los Beatles. Lo único lamentable es que podrían haber sido mucho más que eso. Tal y como están las cosas no creo que duren, y eso me alegra. No estaban destinados a hacerse viejos. Existieron para tener éxito en un momento dado y luego desaparecer. Y si les queda algún sentido de la elegancia se matarán en un accidente aéreo tres días antes de cumplir los treinta. 

(Nik Cohn: “Awopbopaloobop alopbamboom”, 1969) 


Terminamos nuestro viaje al planeta Glam con New York Dolls, una banda heredera de los Stones y que acabó representando exactamente lo que se hubiese esperado de Jagger y sus socios, ya que como dice el maestro Cohn, no estaban destinados a hacerse viejos: su esencia se desvirtuó completamente en 1967, cuando en su empeño por seguir la estela de Beatles quisieron ser también respetables y se convirtieron en Sus Satánicas Majestades. Luego lo arreglaron en parte, y tal vez su mejor época sea precisamente a partir del 68 hasta el “Exile on Main St”, pero algo se había perdido por el camino: la frescura, concretamente. Y partir de mediados de los 70, ya prefiero no opinar. Pero en los States y gracias al nuevo descaro del glam, sin la hipoteca de tener que competir contra nadie, New York Dolls tuvieron su momento de gloria y fueron la transición entre el viejo mundo rockero y la nueva generación: vivieron deprisa, murieron pronto y dejaron un bonito cadáver, mientras que los Stones son una renqueante parodia de sí mismos desde hace mucho tiempo. 

1971 es un año de cambios para un pequeño grupo llamado Actress, donde militan Johnny Thunders (solista y voz), Sylvain Sylvain (rítmica), Arthur Kane (bajo) y Billy Murcia (batería). Thunders quiere concentrarse en la guitarra y que cante otro, lo que acarrea el fichaje de David Johansen. A finales de ese año cambian el nombre a “Las muñecas de Nueva York” y tras unas cuantas actuaciones en el circuito de su ciudad pasan a ser dirigidos por Marty Thau, un manager con poder suficiente para que la banda se haga asidua del legendario Max’s Kansas City, donde una noche se presenta Rod Stewart. Rod no tiene la menor duda de estar ante una banda del futuro: por una parte, ve clara su ascendencia Stone (como también la tiene él con sus Faces); y su aspecto depravado, con lentejuelas, bufandas de plumas, tacones de vértigo y mucha pintura, es el puro glam que está triunfando en la Isla gracias precisamente al propio Rod, entre otros. Pero hay un componente más: sumando la música y el aspecto tal vez los Dolls sean un paso adelante en la cadena evolutiva, tal vez y de nuevo la influencia americana ha de actuar sobre los músicos británicos para que el rock sufra otra vuelta de tuerca (porque desde luego el conformismo de bandas como los Faces no va a cambiar nada). Así que se los lleva a la Isla y los enchufa para que abran el festival de Wembley del 72. El público, desprevenido, sin una sola grabación de referencia, se divide en dos bandos: unos, claramente contrariados, abandonan el auditorio para tomar una cerveza mientras otros, absortos en lo que están viendo, se preguntan de dónde han salido aquellos individuos y, sobre todo, cuándo van a tener en las manos un disco suyo. 

No falta mucho para eso, pero antes habrá una desgracia que casi acaba con la banda: cuando solo quedaba un concierto para completar su primera gira isleña, Billy Murcia muere en un confuso episodio de asfixia inducida tras una sobredosis. Por desgracia, las drogas (la heroína, especialmente), serán unas muy presentes compañeras de viaje del grupo hasta el punto de determinar en gran parte su existencia; y esta es la primera vez en la que se plantean la desaparición, pero de vuelta en Nueva York deciden serenarse y buscar un nuevo batería: Jerry Nolan, conocido de la banda y con fama de ser “relativamente” serio. Un episodio luctuoso como este era tal vez el detalle que faltaba para que la fama de los Dolls hiciese ya inevitable su fichaje discográfico: Mercury Records, el sello de Rod en los States, se apresura a contratarlos a principios de 1973 y les pone en manos de Todd Rundgren, que tras su carrera en Nazz alterna el trabajo como músico en solitario con la producción. En el verano de ese año, su primer LP está en la calle. Se trata de un disco que, como los de sus conciudadanos Velvet Underground o los grupos de Detroit como Stooges, no será realmente valorado hasta unos años después; en ese momento, las reacciones del escaso público que llega a oirlo son tan radicales como las que hubo en la Isla: los amas o los odias. 

La producción de Rundgren tal vez no sea la más indicada para una banda como esta, pero consiguió modular el sonido para que, sin perder su vigor, el conjunto suene con una cierta contencíón. Como era de esperar, todo el mundo define su obra como “protopunk”; esa etiqueta, tan inútil como cualquier otra, es sin duda un signo de los tiempos: cualquier disco de Stooges o Blue Cheer suenan mucho más salvajes (no digamos ya los Sonics, para mí la única banda “protopunk” que existió). Solo podría ser aceptable si se habla de la rama punk pop, es decir, los Buzzcocks o los Damned, y aun así habría mucho que matizar. Lo siento, pero yo a los Dolls los veo ni más ni menos que como una banda de hard rock de su tiempo que actualiza el sonido Stones y que (volvemos a lo de antes) tiene un cierto tono pop; esto último no es tan raro, recordemos que también los Ramones tenían esa vena, pero parece que la gente recuerda unas cosas y otras no. La mayor parte del material está compuesto entre Johansen y Thunders, que han dejado algunas clásicas como “Personality crisis”, sin duda la más popular, “Looking for a kiss” o “Jet boy”, además de una magnífica versión -casi una recreación- del “Pills” de Bo Diddley. Las ventas fueron bastante discretas, lo cual es lógico: entre las pintas que tenían y su sonido, el mercado quedaba reducido a las ciudades más rockeras. La revista Creem, por entonces editada por el legendario Lester Bangs, lo reflejó muy bien: en 1973 los New York Dolls figuraban en esa revista como el mejor y el peor grupo del año al mismo tiempo. Bangs los elevaba a los altares, pero no todos sus lectores estaban de acuerdo. 

A mediados del 74 se publica el segundo y último disco de su época clásica: “Too much too sooon”, que parece ser premonitorio. La producción está a cargo de Shadow Morton, una figura del Brill Building que había lanzado años antes a las Shangri-Las, un grupo vocal de la época dorada que Johansen y sus amigos adoran (vaya, ahora recuerdo que los Ramones recurrieron una vez a Phil Spector… qué curioso). El disco es una mezcla muy equilibrada entre originales y versiones; se nota la mano de Morton en los arreglos, con más limpieza pero más eco al mismo tiempo, y el apoyo de coros femeninos. Oimos a Thunders cantando su “Chatterbox”, que recuerda a “Looking for a kiss” de Johansen pero es un claro ejemplo de lo que será su estilo cuando esto acabe, y las versiones están muy bien elegidas. La crítica lo eleva a la categoría de disco de culto, pero no está claro cuál es el público potencial de una banda que por otra parte anda perdida entre el exceso de drogas y alcohol: Mercury los despide, mientras las broncas entre ellos aumentan de tono. Justo entonces aparece por medio Malcolm McClaren, que figura oficialmente como nuevo manager suyo aunque en realidad lo único que hace es proporcionarles ropa. Algo aprendería del negocio, en todo caso: luego lanzó a los Pistols, al parecer inspirado en los Dolls. Pero las muñecas dejaron de existir a principios del 75, aunque algunos supervivientes intentaron seguir viviendo del nombre un poco más. Y aquí termina la historia de una de esas bandas mucho más valoradas ahora que en su tiempo: justo al revés que los Stones, me temo. 







Termina también nuestra incursión por el planeta Glam, un paraje en el que a veces se siente uno sobrepasado por la banalidad pero que ha dado momentos inolvidables en las pistas de baile. Y como es lógico, en este local no podíamos dejar pasar la oportunidad de bailar un ratito más: la semana que viene, fiesta de despedida. Quedan avisados. 


lunes, 5 de mayo de 2014

El planeta Glam (VIII)



En la Isla hubo claramente dos tipos de glam: para los grandes nombres fue una fase más dentro de un proceso evolutivo, mientras que para los artistas de corto vuelo significó una oportunidad de seguir en el negocio durante mucho tiempo como figuras de serie B. Pero en los Estados Unidos siempre han sido más conservadores y este tipo de modas nunca hizo mucha gracia allí, lo cual significó que solamente algunos músicos muy “atrevidos” se arriesgaron a ponerse las pinturas de guerra. Conviene recordar que Lou Reed o Iggy Pop eran más famosos en Europa que en su propio país, donde figuraban casi en la categoría de outsiders: esa actitud solo era aceptada en los círculos modernos de Nueva York o algunas zonas industriales como Detroit, pero a nadie en su sano juicio se le ocurría presentarse con según qué pintas en zonas como el profundo Sur, por ejemplo. Por tanto, la serie B isleña no tiene cabida en los States: o eres un rockero con pretensiones (al estilo de los citados Reed e Iggy) o si no mejor vete del país. Aunque con el paso del tiempo hubo unos cuantos nombres que aprovecharon la estética glam para crear su propia carrera (especialmente con la llegada del metal), en los principios de la década solo hay una banda que destaque nítidamente: Alice Cooper. Que, como todos los grandes, tienen mucho más que ofrecer que una simple estética desmadrada, y cuya asociación a esta moda es puramente casual: ese nombre estaba ahí antes y seguirá estando después. 

A Vincent Fournier, natural de Detroit, le pilló la invasión británica en Arizona por la profesión de su padre, ministro del Señor. Y el shock fue contundente: desde los Beatles a los Yardbirds (sus dos bandas preferidas) pasando por Who, Kinks, Stones y demás divinidades isleñas, todos fueron objeto de su adoración. Tras unos años de rodaje como cantante al frente de una banda que ya ha cambiado de nombre varias veces, vuelve a Detroit en 1968 y tanto él como sus colegas deciden rebautizarse de nuevo. Han demostrado su afición por las estéticas truculentas desde el principio de su carrera, ya que en 1965, cuando eran los Spiders, el telón de fondo en el escenario era una enorme telaraña. Y una buena historia siempre ayuda: el grupo se reune en torno a una güija dirigida por una medium que anuncia la presencia de una bruja del siglo XVI llamada Alice Cooper; bueno, pues resulta que doña Alice informa a Vincent de que él ha sido ella en una vida anterior. Y claro, qué mejor homenaje que llamar así a la banda… aunque esta historia, contada por los músicos, no coincide con la versión posterior que dio Vincent: según él, se le ocurrió el nombre mientras estaba comiendo Doritos plácidamente.

La plantilla de Alice Cooper será inmutable durante toda su carrera: junto a Vincent tenemos a Glen Buxton como guitarra solista; Michael Bruce, rítmica; Dennis Dunaway, bajista, y Neal Smith batería. Además su talla como compositores está muy equilibrada, pero tal vez por la tendencia del público a identificar a la banda por el cantante estos músicos no alcanzaron la relevancia que merecen: estamos ante un cuarteto que no tiene nada que envidiar a ningún otro del negocio. Por entonces la banda aún no se ha sacudido la influencia del rock psicodélico, especialmente los Floyd de Syd Barrett, a quienes adoran, y en una gira por California llegan a oidos de Frank Zappa, que los contrata para su sello Straight. En 1969 publican “Pretties for you”, su primer LP, un tanto deslavazado pero con algunas piezas curiosas en las que se nota quién está detrás: el caos es parecido. “Easy action” se publica al año siguiente y es bastante más concreto, con unas canciones mejor estructuradas que en algunos casos recuerdan incluso a los Beatles de sus últimos tiempos. El caso es que se están aburriendo de los sonidos psicodélicos... y por otra parte las bandas amables, para hippies, pueden estar muy bien en California, pero ellos no se sienten a gusto allí (hasta el propio Zappa, aun teniendo su base de operaciones en esa zona, está haciendo otro tipo de música). Alice Cooper vuelven a Detroit de nuevo: “Los Angeles no tiene nada que ver con nosotros, ellos van de ácido y lo nuestro es la cerveza. Cuadramos mucho más en Detroit que en cualquier otro sitio”. 

Ese cambio de mentalidad se nota claramente en su nuevo disco, “Love it to death”, considerado como piedra angular en la evolución de la banda. Se publica a principios del 71, y aunque todavía figura como el último en el sello de Zappa eso es un mero formalismo: el productor es Bob Ezrin, monstruo del negocio al que Alice Cooper definirán como “nuestro George Martin”, y en pocos meses llegará su segunda edición lanzada ya por la Warner, su sello para el futuro. Por otra parte Zappa ya no tiene más cosas que enseñarles, tras haber comprobado que también coinciden plenamente con su postulado de que “el circo es muy importante en este negocio”. Hay que recordar que ya a finales del 69 los periodistas habían bautizado a la banda como precursora del “shock rock” (otros le llaman “horror rock”), por culpa del famoso “incidente del pollo”: en un actuación, un pollo aparece sobre el escenario sin razón alguna; Vincent lo coge y lo lanza al aire sobre el público, creyendo que los pollos pueden volar y se irá de allí. Pero entonces descubre que los pollos no vuelan: el animal cae sobre las primeras filas del público, que cree estar ante algún tipo de juego macabro de la banda y lo destroza. Y al día siguiente, la prensa de la zona asegura que Vincent ha rebanado el cuello al pollo para beberse su sangre en una especie de aquelarre satánico. El pobre Vincent, un poco asustado, niega haber hecho eso, pero Zappa se frota las manos: “¿Que no hiciste eso, Vincent? Bueno: tú, hagas lo que hagas, nunca digas que no lo hiciste”. A partir de aquí, el grado de truculencia estética se incrementará progresivamente. 

Pero a lo que íbamos: “Love it to death” es un disco de rock -y de los buenos- que además pone varias cosas en claro, entre otras que se acabó la amabilidad: una pieza de pesadilla como “Black juju”, en un tono que puede sonar a los Doors más siniestros, es precisamente el acta de defunción del buen rollo. Por otra parte la voz de Vincent, que ya sonaba un poco más agria en su disco anterior, aquí se radicaliza hasta el desgarro en piezas como “I’m eighteen”, una canción magnífica que recuerda a la escuela europea y además es toda una declaración de intenciones: la desorientación juvenil, la sensación de encrucijada, resuelta finalmente con el orgulloso “I’m eighteen And I Like It!!!” la situa al lado de otras grandes como el “My generation” de los Who o, poco tiempo después, “All the young dudes” de Bowie… quien por cierto acudió disciplinadamente a la primera actuación de Alice Cooper en Londres a mediados del 71, en la presentación de ese disco... para tomar notas, seguro. Por otra parte, la estética del horror glam ya funciona a toda marcha: instrumentos de tortura, silla eléctrica… y antes de que el año termine llega “Killer”, su cuarto disco, la confirmación de que Alice Cooper es una de las bandas más importantes del país. 

En 1972 tenemos “School’s out”; en 1973, “Billion dollar babies” y “Muscle of love”. Todos ellos son éxitos tremebundos, corroborados por giras planetarias que inevitablemente tenían que pasar factura: la banda se disuelve en 1974, entre el agotamiento y los malos rollos. Un año después Vincent se presentará en solitario utilizando el nombre de Alice Cooper, nombre que ha de acompañarle hasta hoy mismo, pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión. Ah, y Vincent sigue diciendo, para quien quiera oirlo, que “algunos grupos modernos se han olvidado de escuchar a los Beatles”. No lo está diciendo un poppie, ¿eh? Lo dice, recuerden, un rockero de la cabeza a los pies, un genuino producto de Detroit. “Y así les va”, añadiría yo.