Aaaahhh, el mito. Las aficiones, sean musicales, deportivas o de cualquier otro tipo, tienen siempre un ingrediente mítico, que será mayor o menor dependiendo de nuestro grado personal de ensoñación. A mí me pasó durante mucho tiempo con Jethro Tull y luego, por distintas razones, con algunos grupos americanos o británicos de poca fama pero mucho respeto: grupos de culto, para entendernos. La estética de los Tull -o de Frank Zappa- representó en sus primeros años la negación del glamour que envuelve al rock de masas: desarrapado, sucio, obsceno, el aspecto de Ian Anderson con su abrigo raído y sus desordenados pelos kilométricos podía ser una imagen mucho más poderosa que los también kilométricos pero cuidados ricitos de Robert Plant con sus ropas de elegante hippie urbano, o el satanismo de opereta de unos Black Sabbath. El culto no nace de la razón o el criterio, sino en muchos casos de la simple empatía; y en los tiempos de nuestra adolescencia, detalles como la longitud del pelo eran argumentos irrebatibles. Ahora sumen a eso, en la España de entonces (más de diez años antes del punk, por otra parte), una buena dosis de violencia escénica, la devoción por el rock garajero más “auténtico”, una actitud pública conflictiva y, efectivamente, aquí los tenemos: Los Cheyenes. Si los Sírex comenzaron siendo la banda más temible de Barcelona -hasta el punto de que ningún sello se atrevía a ficharlos- los Cheyenes fueron sus dignos sucesores; con la evidente diferencia de que los Sírex se amansaron pronto y vivieron mucho tiempo, mientras que los Cheyenes murieron pronto pero con las botas puestas. Y sumando todas esas circunstancias, me da la impresión de que su obra musical quedará mediatizada para siempre: ¿eran realmente tan buenos o es que los queríamos mucho?
El legendario Poble Sec de Barcelona ha dado figuras de todos los pelajes, y entre ellas están nuestros invitados de hoy: Roberto Vercher, que canta y toca la guitarra solista, también escribe canciones; su hermano pequeño Joselín se defiende con el bajo; José María Garcés, colega del barrio desde que eran pequeños, es el encargado de la guitarra rítmica y escribe a medias con Roberto; y el puesto de batería, que en los primeros tiempos fue itinerante, queda finalmente a cargo de Ramón Colom, el único que ya había tocado en otros grupos. Según Roberto, eligieron el nombre de Cheyenes porque en las películas de vaqueros eran siempre los más salvajes; una versión complementaria con la que dice que sus padres los dejaron a su aire -todos eran menores de edad- pensando que esto sería una bobada de críos y “pronto dejarían de hacer el indio”. Como todos los principiantes de los primeros años 60, sus ídolos son los británicos Shadows por sus juegos de voces y su excelente conjunción técnica, aunque también escuchan el rock and roll primitivo de los invasores hispanoamericanos como los inevitables Teen Tops. Entre 1963 y 64 van llegando los descubrimientos de Beatles, Stones y Kinks entre otros, y la perspectiva cambia: son adolescentes “vanguardistas” que se sienten mucho más cercanos al beat garajero que a todo lo que han oído antes; su pelo crece, consiguen algunas actuaciones en locales míticos como el Pinar o San Carlos Club, escriben algunas piezas que van intercalando entre las versiones, y ya va siendo hora de buscar un sello discográfico.
La cosa no fue fácil: los sellos catalanes de postín parecen tener ya cubierto su cupo de “extravagancias” y no les prestan mucha atención. Pero un tal Pedro Heredia, ojeador de la RCA, se fija en ellos y consigue que sus jefes los fichen. Aunque como siempre el repertorio se negocia, y cuando en Mayo del 65 llega a las tiendas el primer EP de los Cheyenes -bajo el revelador subtítulo de “¡El estallido!”- hay dos canciones suministradas por el sello y otras dos por el grupo. De las dos primeras es evidente que el interés de RCA está en “Válgame la Macarena”: la moda en ese momento es el pop cañí, para entendernos, y todos los sellos buscan alternativas al “Flamenco” de los Brincos, el “Olé” del Dúo Dinámico y demás modernuras raciales. Roberto Vercher dijo años después que “cuando el maestro Domingo (el compositor) nos la tocó al piano nos quedamos horrorizados, porque aquello era una copla. Pero luego pensé: la vamos a destrozar, a cambiarle el ritmo. Esto va a ser un rock”. Y sí, en comparación con los demás competidores, la aportación de los Cheyenes al rico acervo nacional es casi punki. La otra pieza del maestro Domingo, “No me esperes”, ya es bastante más “normal”, un beat a medio camino entre Beatles y Brincos que los Cheyenes resuelven con pulcritud. Y en la cara B tenemos las dos elegidas por nuestros amigos: “Ven ahora”, una versión del “Come on now” de los Kinks que a mí me parece tan buena o mejor aún que la de los isleños -ya es decir, ¿eh?- y “Lloré por ti”, la primera original del grupo, otro beat pasable. No es su mejor disco, pero ya demuestran estar a una altura poco frecuente para un debut. Ah, y la RCA nos informa en la contraportada de sus progresos capilares: “Llevan once meses juntos, once meses sin cortarse el cabello”. Son los once meses que van desde sus primeras actuaciones hasta este disco, del que lógicamente destacaremos su cara B:
RCA ni siquiera se digna en asignar un productor a las grabaciones de los Cheyenes, que han de suplir con entusiasmo el mal sonido de sus discos (grabados en estudios de alquiler y con horas contadas). Ese entusiasmo, para bien o para mal, también da titulares a la prensa: Heredia, que se ha convertido en su manager, les consigue un playback para Televisión Española, pero el censor de turno prohíbe su presencia si no se cortan o al menos recogen esas pavorosas melenas. Los Cheyenes se niegan y por tanto pierden una promoción que hubiese sido muy valiosa; pero para los fans esa noticia los convierte en héroes, ocasión que aprovecha Heredia para anunciar que se cortarán el pelo tal día a tal hora en un programa en directo de Radio Madrid. Como era de esperar, a esa hora hay abarrote en la zona. Los Cheyenes entran… y salen como entraron, victoriosos, luciendo sus luengas cabelleras: todo ha sido una parodia para mortificar a los “poderes fácticos” y enardecer a sus fans. Pero a pesar de la épica esos fans son pocos, y aunque el primer disco ha vendido en cantidades razonables tal vez haya sido por la tal Macarena. Esto parece evidente cuando a finales del 65 llega un segundo Ep mejor que el primero pero cuyas ventas serán inferiores. Hay dos canciones propias, las dos muy buenas; otra pasable, suministrada de nuevo por el maestro Rodrigo, y una excelente versión del “You know he did” de los Hollies, que titulan “Y olvídame”. Vamos con las dos originales, y atentos los que no conozcan “¿Por qué te fuiste?”: dejando aparte su letra trágica, melodramática si quieren, tenemos una voz desgarrada y un desarrollo musical extraño, avanzado para la época.
En 1966, Roberto recibe la llamada de la Patria. Antes de irse deja grabadas seis canciones que se repartirán en un single y un EP; todas ellas son de calidad, aunque especialmente el single suena fatal; el Ep mejora un poco el sonido, y el material es igual de bueno. Pero las ventas son muy flojas porque prácticamente no hay promoción y porque, nos guste o no, el estilo garajero está pasando de moda en favor de sonidos “más arreglados”. De todos modos los Cheyenes viven del directo, como la mayoría de los grupos de este tipo, y no les importa mucho el nivel de ventas. Por otra parte comienzan a ser conscientes del momento histórico en el que viven y llega un momento en el que la música deja de ser su único interés: fichan un cantante y un guitarrista para mantener las actuaciones, pero ya están pensando en marcharse a Ibiza en plan hippie. En 1967 RCA les obliga por contrato a grabar un último single cuya cara A, titulada “Borrachera” es talmente eso, un diálogo de dos borrachos sobre un fondo musical caótico que graban como venganza hacia el sello: si fuese por ellos, el grupo ya no existiría. Y cuando Roberto vuelve, cada uno tiene ideas distintas sobre el futuro: casi todos abandonan la música en poco tiempo (Joselín, casi diez años después, creó La Salseta del Poble Sec). Así pues, los Cheyenes dejan un legado de dieciséis canciones -la mayoría propias- de las cuales es mejor olvidar las dos últimas. Con el paso de los años se han ido convirtiendo en uno de los grupos de culto más reverenciados de nuestro país, aunque a ellos les trae sin cuidado: nunca volvieron a tocar juntos, el circuito de la nostalgia no les interesó, y en sus escasas entrevistas admiten no saber nada de esa furia reivindicativa. Lo que pasó, pasó. Aquí les dejo dos muestras de aquellas seis canciones del año 66, las que abren la cara A y B de su tercer y último Ep: la deliciosa “No pierdas el tiempo”, y “Bla bla bla”, no menos deliciosa pero con un puntito de mala leche. Aún a día de hoy suenan frescas y con una contundencia que la mayoría de los grupos de aquella época no tenían. Si hubiesen grabado en un sello decente…
Siempre trato de resumir todo lo posible, pero veo que me he vuelto a pasar con el rollo: prometo corregirme. Será que a veces resulta difícil ser imparcial, y tal. En fin, a ver si la semana que viene nos visita alguien con menos glamour…