Llegados a los agrestes dominios del rock contundente, las dos bandas más recientes que lo representan en este local son Deep Purple y Uriah Heep. Ambas, junto a Black Sabbath, se dieron a conocer el año pasado aquí, aunque recordarán que la primera ya llevaba unos años de trabajo antes de llegar en 1969 a la formación conocida como Mark II -la formación de gala, digamos; hasta entonces su estilo inicial, un batiburrillo en el que se mezclaba el rock con el progresivo e incluso un leve tono pop, había conseguido un resultado poco más que discreto a pesar de que algunas canciones sueltas eran realmente buenas. ¿Y los sabáticos?, dirán ustedes... pues, sintiéndolo mucho, tras reseñar sus dos primeros discos del 70 ya no volverán a estar con nosotros: el resto de su obra me aburre, me parece estar oyendo los mismos ritmos machacones una y otra vez. Defecto mío, por supuesto. Si tienen tantos millones de seguidores por algo será.
Los Purple presentan “Fireball”, su tercer disco de la época Mark II. Tras el éxito del anterior este los asienta definitivamente como los jefazos del “metal”, una etiqueta que parece haber sido creada para ellos aunque muchos incluyen ahí a los zepelines: las fronteras hard/heavy/metal eran muy borrosas por entonces, y seguramente aún lo siguen siendo. Las canciones están firmadas por todos los miembros del grupo, y como mandan los cánones del género la que abre el disco ha de ser un cañonazo que en este caso además le da título: ahí tenemos a la banda en su estado puro, haciendo un rock acelerado, anfetamínico, que por supuesto pasa a ser una clásica inmediata. Pero salvo esa, el tono general del disco es un poco más apaciguado e incluso a veces encontramos resabios casi progresivos de su época anterior, como en algunas fases de “Fools” o “The mule”, además de una curiosa “Anyone’s daughter”, que por momentos recuerda el folk rock que a veces desarrollan los zepelines aderezada con escalas de piano y algunos dibujos de guitarra. En conjunto el disco tal vez sea el menos brillante de la época Mark II (dicen los comentaristas que es su disco más "progresivo"), pero aun así resulta agradable. Y por otra parte no descuidan el mercado del single: “Strange kind of woman”, que no está incluida en el LP y viene siendo una especie de variación sobre su predecesora “Black night”, es otro éxito tremendo, otra histórica de la banda.
En aquella época, cuando éramos muy jóvenes, considerábamos a Uriah Heep como una variante menor de los Purple. Sin embargo, con el paso del tiempo a algunos se nos ha modificado la perspectiva: hoy en día prefiero a los Heep porque, sin descuidar las piezas rockeras, su carga melódica está mucho más trabajada y su amplitud de registros es mayor. Esto se debe a un cambio importante en la dirección del grupo: mientras en el primer disco la mayor parte de sus canciones son de Mick Box y David Byron -guitarra y cantante-, muy cercanos a los planteamientos metaleros de Blackmore y sus amigos, en “Salisbury”, el segundo, comienza a notarse una mayor influencia de Ken Hensley, el teclista. Y la diferencia se hace evidente comparando “Bird of prey”, la canción que lo abre, compuesta por todos los miembros y que pertenece a las sesiones del primero, con el resto del material: esa denota claramente su época, mucho más simplificada y marchosa que las siguientes. Lo cual, ya digo, no significa que hayan abandonado el tono rockero ni mucho menos, y la prueba la tenemos en “High Priestess”, de Hensley, o “Time to live”, compuesta por los tres; sin embargo, también esas tienen un tono más trabajado, más denso. Pero además también hay algunas que mezclan el folk con los arreglos progresivos, como “The park”o “Lady in black”. El disco remata con una pieza larga, que da título al disco y aun siendo claramente progresiva no llega al aburrimiento que nos causan otros. Así que la cosa promete.
Y la confirmación de esa promesa llega a finales de año con la publicación de “Look at yourself”, que muchos comentaristas citan como el mejor de su carrera aunque, como suele suceder, la cosa no está tan clara para los fans irredentos, que dudan entre este y el que aparecerá el año que viene. Se confirma también la predominancia de Hensley como compositor, ayudado en algunas piezas por Box y Byron: la tendencia metalera de la que hablaba antes se matiza incluso en las piezas más marchosas, como la que abre y da título al disco -una de esas clásicas imprescindibles de los Heep- o “Tears in my eyes”, que inaugura la cara B y es otra exhibición. Pero también David Byron, que a veces es una cabra loca, se contagia de la tendencia progresiva de Hensley componiendo a medias con él “July morning”, una pieza de diez minutos que se hace muy variada con sus frecuentes cambios de ritmo, o “Shadows of grief”. En resumen estamos ante su obra más brillante hasta ese momento, una obra en la que se precibe claramente lo bien que funciona la interacción entre sus compositores ya que aun siendo Hensley el motor principal resulta muy difícil averiguar de quién es cada pieza, y esa dificultad es la mejor señal de la salud de un grupo porque indica una línea definida: también en eso se parecen a los Purple.
Estas son las dos bandas más puramente rockeras de nuestro catálogo personal: músicos que, cada uno a su modo, son verdaderos solistas, con desarrollos ajustados a su virtuosismo y una voz potente (tanto monta Ian Gillan como David Byron) que redondea el conjunto. El próximo día nos visitarán otras dos un poco más sosegadas -y por supuesto menos populares- pero muy interesantes al menos para un servidor.