Para completar el listado de la invasión británica, tenemos que hacer un viaje a Irlanda del Norte: en Belfast, su capital, se presentan en 1964 los Them, o para ser más exactos, la banda de Van Morrison. No creo que haya discusión sobre eso, ya que Morrison era, además de su frontman, la fuerza motriz y su compositor principal. De hecho la estabilidad del grupo duró hasta mediados de 1966, justo lo que duró la estancia de Morrison con ellos: a partir de su marcha, lo que hay es barullo –incluyendo una escisión- con muy pocas cosas de interés hasta la liquidacion definitiva, a principios de los años 70. Y a pesar de lo breve que fue aquella época, estamos ante una de las bandas más influyentes en el nacimiento del rock de garaje: la personalidad y la potencia vocal de Morrison, una especie de Eric Burdon irlandés, muy bien arropado por el grupo, ha dejado unas cuantas perlas del r’n’b más vitalista que se pueda encontrar. Y sus baladas son también de categoría, por supuesto.
Morrison es otros de esos niños favorecidos por la afición que se vive en casa: su madre cantaba jazz y blues, mientras que su padre tenía una tremenda colección de discos que abarcaba también el soul, espirituales, folk… En fin, todo lo bueno. En su infancia comenzó a ejercitarse con varios instrumentos, tanto los de viento como teclados y guitarra; antes de cumplir quince años ya era miembro de algunos grupos locales, preferentemente de skiffle y trad (él no le hacía ascos a nada), y también por entonces comenzaba a destacar su voz. Con diecisiete hizo una gira por Alemania con un grupo, los Monarchs, en los que él tocaba saxo, armónica y guitarra. En esos años compaginaba su afición con pequeños trabajos de todo tipo: tiene más de una canción recordando su época de limpiacristales. Y el año siguiente, en la primavera del 64, entra en una nueva banda de r’n’b que tiene contrato fijo en una sala de baile de la ciudad y que, tras unos meses, se rebautiza como Them. Cuando les llegó la oportunidad de su vida, la formación estaba integrada por el guitarrista Billy Harrison, el bajista Alan Henderson y él como frontman, armonicista y compositor. El puesto de batería y el de teclista todavía cambiaban con frecuencia, pero daba igual: ya era Morrison quien marcaba el paso.
Pronto llegaron a oidos de Phil Solomon, un empresario irlandés que con el tiempo será una figura capital en el pop británico de los años 60. Fue uno de los socios que dirigieron Radio Caroline, además de creador del sello Major Minor, y fue también quien apoyó la modesta incursión de los Bravos y Los Canarios en aquel mercado. Solomon se convierte en manager del grupo y se pone en contacto con Dick Rowe (sí, el que rechazó a los Beatles) para que escuche unas demos. Rowe los contrata, y hay otro viejo conocido de este local que, casi por casualidad, se cruza en su camino: Bert Berns, al que últimamente vemos más por la Isla que por su país natal, y que producirá algunas canciones del grupo además de componer para ellos unas cuantas más. Parece entonces que todo son buenas noticias… salvo por la aparente apatía que ya comienza a mostrar Morrison, poco amigo de pasteleos contractuales, grabaciones metradas y demás sacrificios de la industria del disco. Es un personaje introvertido, un tanto neurótico, un tanto atrabiliario: no en vano será conocido muy pronto como “El león de Belfast”, y no solo por sus potentes rugidos. Morrison opina que lo mejor de su grupo quedó en los primeros tiempos, en aquellas actuaciones en las que una sola canción podía extenderse minutos y más minutos, libremente, el tiempo que fuese, modificándola, haciendo desarrollos por medio, entregándose a ella. Y por desgracia un disco rara vez puede permitir eso. Además, su displicencia con la prensa y los aficionados era notoria: todo el grupo, pero especialmente él, daban respuestas desganadas, como si estuviesen siempre cabreados, deseando que todo acabase cuanto antes.
El primer single se publica a finales de ese verano. En la cara A viene una versión de “Don’t start crying now” que había grabado Slim Harpo y que Morrison acelera y “encabrita” hasta convertirla en un rock and roll. La cara B es suya: “One two brown eyes”, un r’n’b muy original cuyo base rítmica podría recordar la bossa nova (no solo los Zombies conocían ese novedoso estilo, al parecer), acompañado de una guitarra que suena como slide y por supuesto esa voz agresiva de Morrison que me sigue recordando a Eric Burdon pero en otra tonalidad. Sin ser un éxito de ventas, y teniendo en cuenta que ni el grupo ni sus canciones son “complacientes”, la cosa no estuvo mal. Y a finales de noviembre llega el que será su gran bombazo: una cara B (inexplicable) titulada “Gloria” con la que Morrison se consagra como cantante y compositor. En apariencia es una canción simple, con una progresión casi obsesiva; pero es esa progresión dirigida por él, ese deletreo inolvidable, ese nombre coreado por el grupo, lo que da un cuerpo a un pieza que se convertirá, junto con “Louie, Louie” y “Hey Joe”, en una de las tres diosas de esa Santísima Trinidad del garaje que aún hoy conservan su embrujo. Ante tal fulgor la cara A queda un tanto oscurecida; lo cual es injusto porque, aun siendo una versión, se convierte de inmediato en otra de las inevitables del grupo. Se trata de “Baby please don’t go”, una estándar del blues tradicional que Morrison hace suya. El single, de momento, anduvo sobre el top 10. Y digo “de momento” porque se vendió mucho más con el paso del tiempo que entonces, tanto en la Isla como en Estados Unidos: además de que Decca no se gastó mucho en promoción, un sector de la prensa, hartos de sus desplantes, les hizo el vacío. Así que fue el boca a boca lo que al final los elevó.
Them publican en la primavera de 1965 su tercer single, que confirma su ascensión al estrellato: “Here comes the night”, escrita por Berns para la cara A y “All for myself”, de Morrison, en la B. La primera es una pieza en tono de balada pop que podría recordar a los Stones de esa época, e incluso el estilo de Morrison -salvando las distancias- podría recordar a Jagger, mientras que la B es un blues que va cogiendo ritmo y tiene una vitalidad enorme. Entre una y otra consiguen llegar al segundo puesto de las listas británicas, mientras rozan el top 20 en Estados Unidos. A principios de Junio se lanza el cuarto: la cara A es de Morrison y se titula “One more time”; es una balada r’n’b muy característica de su estilo. La cara B es “How long baby”, compuesta para el grupo por Tony Scott, socio de Rowe y Solomon; en espíritu no hay grandes diferencias con la A. El disco no llegó muy arriba, en parte porque es un tanto oscuro y en parte porque casi al mismo tiempo se publicaba también el primer Lp, aprovechando el rebufo del éxito que había tenido “Here comes the night”.
Ese primer Lp se titula “The ‘angry’ young Them”. Ya se nos avisa en la contraportada de que ellos son “escandalosamente sinceros, desafiantes, enfadados, tristes…”. Y si los periodistas se quejan de que no les importan las entrevistas es porque su verdadero interés está en “la música, sus fans y la gente que aprecia su música”. Vamos, que siguen alimentando su mala fama. Es de agradecer que, de las catorce canciones que trae, solo una sea conocida: se trata de “Gloria”, que lógicamente merece el cobijo de un disco grande (ni siquiera “Here comes the night” viene aquí). Aparte de “Gloria” hay otras cinco de Morrison y tres de Berns, así que para ser un debut no está nada mal que solo traiga cinco versiones. La apertura corre a cargo de “Mystic eyes”, un magnífico cruce entre blues y Bo Diddley. Es un desarrollo al estilo jam -le va mucho a ese tipo de ritmos- que fue haciendo Morrison en las sesiones de grabación y que llegó a durar bastante más. Pero le pasó lo mismo que a otras cuantas (la misma “Gloria”, por ejemplo): los criterios de grabación no consentían piezas muy extensas, y según Morrison gran parte de su encanto se perdió al hacer los cortes. Se nota su querencia por las piezas de medio tiempo, salvo en momentos de r’n’b casi “académico” como “Little girl”, con esos intermedios casi recitados que tanto le gustan; por otra parte Berns demuestra conocer muy bien esos gustos, porque las tres que aporta podrían ser perfectamente de Morrison. En suma es un disco muy pulcro, muy de aquel tiempo, pero por momentos se nota la diferencia entre el material y la estratosférica categoría de su cantante (algo parecido a lo que pasaba en los SDG o los Animals, con todos los matices que se quiera). El caso es que no llegó al top 30 ni en la Isla ni en Estados Unidos, aunque este es uno de los grupos cuyo índice de ventas en la época no es muy fiable: se venderá mucho más con el paso de los meses y de los años.
Así que tal vez los Them, como los Pretty Things y alguno más, acaben perteneciendo a ese dudoso apartado de los “grupos de culto”. Lo cual, por otra parte, no les garantiza nada en un momento tan voluble como este. En consecuencia el año 66 se les presenta lleno de dudas; pero disfrutemos de momento con lo que tienen, que ya es mucho.