Los Stranglers, una banda procedente de Guildford, son otro buen ejemplo de la influencia que la marejada punk/new wave ejerció sobre músicos de escuelas muy diversas hasta ese momento. Al igual que Ultravox, hace tiempo que pasaron la adolescencia; el personaje más curioso es su batería, que desdeña un buen futuro como empresario de relativo éxito en la ciudad para dedicarse de nuevo a su antigua afición. Tal vez por esa veteranía, tanto en lo musical como en lo dinerario, los Stranglers supieron manejarse muy bien desde el principio de su carrera y aún hoy andan ocupados aunque ese batería haya optado por la jubilación: en su página oficial podemos ver que pronto comenzarán una gira por Francia y tienen ya medio año 2018 comprometido. Que gusten más o menos es otro asunto, pero ahí están.
A finales de los años 60, Brian John Duffy (1938) es un batería retirado: hasta poco antes había recorrido el circuito londinense de jazz, pero tal vez se ve ya mayor para seguir en esa profesión y decide dedicarse al negocio de hostelería y venta de helados. Por entonces un universitario llamado Hugh Cornwell comienza a ejercitarse con la guitarra; le enseña un amigo suyo, el mágico Richard Thompson nada menos, y poco después forma en Suecia un pequeño grupo (“Johnny Sox”) que sufre cambios frecuentes de personal. Hugh ha puesto un anuncio buscando nuevos músicos: Duffy lo lee, se lo queda pensando y llega a la conclusión de que su nueva vida como empresario no le satisface, que la batería lo llama de nuevo. Y ahí lo tenemos, en 1973, o sea, con treinta y cinco años, pero esta vez en una banda de blues rock: vende la mayor parte de su flota de furgonetas salvo una, que utilizarán para mover el material; los ensayos serán en uno de sus locales y se hará llamar Jet Black, tal vez para difuminarse en el recuerdo o para no ser confundido con uno de los fotógrafos más notables de la Isla. Se les une Jean-Jaques Burnel, londinense de padres franceses y que entre otras cosas ha estudiado guitarra clásica, aunque ahora empuñará el bajo; por último, tras unos meses bajo el nombre de Guildford Stranglers y con un teclista que finalmente se marcha, llegará el definitivo: Dave Greenfield, que había estado en una pequeña banda progresiva de Brighton. Y cuando termina 1975, la banda ha pasado a llamarse simplemente “The Stranglers”: Cornwell y Burnel son sus compositores y voces principales.
Como era de esperar sus influencias se encuentran en los estilos clásicos de los años 60/70, tanto norteamericanos como europeos; esa mezcla resulta evidente en Greenfield, que bascula entre la escuela Doors y los progresivos isleños, aunque también Cornwell demuestra una gran variedad de recursos, mientras la base rítmica que forman Burnel y Jet Black es tan contundente como elegante. Como en el caso de Ultravox, vemos que hay una gran diferencia entre las bandas radicalmente punk, cuyos miembros son muy jóvenes y por lo general no han pasado del hard rock estadounidense y el glam, y aquellas en las que los músicos están ya en la mitad de su juventud y por lo tanto tienen una formación superior. Este tipo de músicos aprovecha la corriente actual para situarse en el mercado y perfilar su oferta, pero al mismo tiempo consiguen atraer a muchos aficionados de su edad y a otros más jóvenes: los primeros se adaptan a los nuevos sonidos gracias al replanteamiento que ofrece este tipo de bandas, y los segundos van refinando su criterio al escuchar músicas más elaboradas que las de los Pistols, por poner un ejemplo. En todo caso los Stranglers supieron también adoptar una pose acorde con el momento, y tanto su aspecto como su actitud ante la prensa y la afición era la de unos malotes avinagrados que podían barrer a los jóvenes punkis de un manotazo. Ventajas de la veteranía escénica: a las quejas de algunos críticos sobre su edad y su “excesiva sofisticación musical” (especialmente por el despliegue de Greenfield, que usa todo tipo de teclados), ellos respondían con exabruptos.
Entre 1975/76 se afianzan en el circuito isleño y sacan tiempo para componer un buen puñado de canciones; la consagración les llega como teloneros en las primeras giras británicas de Patti Smith y los Ramones, y a finales de ese año fichan con United Artists. Su primer disco es “Rattus Norvegicus” o “IV” -como prefieran llamarlo-, alcanza el top 5 en la primavera del 77 y deja claro que de las modernuras contemporáneas lo único que les interesa son sus ingredientes "teatrales". Más aún: salvo alguna canción muy concreta este disco podría parecer de tres o cuatro años antes, entre otras cosas por la complejidad en la ejecución de los instrumentos, muy por encima de la tónica general por entonces. Dejando aparte las letras, un tanto conflictivas, machistas algunas, hay un abanico bastante amplio de estilos que comienza con “Sometimes” (donde comienza también el machismo) que lleva una línea de teclados y bajo bastante clásica, con un desarrollo excelente pero en clara confrontación con la letra: esa dualidad es la esencia de los Stranglers. Luego tenemos “Goodbye Toulouse”, que podría recordar a las bandas de rock progresivo de los primeros 70, seguida por la vigorosa “London lady”, que fue la cara B de su primer single cuando debería haber sido la A (y olvidemos la letra); “(Get a) Grip (on yourself)” es la que ocupó esa cara A, con su ritmo de caballo al trote y un empleo exhaustivo de los teclados; ah, y “Peaches” anda a medio camino entre reggae y funk, y así sucesivamente. Estos señores dejan claro que tienen muchos recursos, y además en la producción tienen a otro nombre que como Steve Lillywhite con Ultravox será una pieza fundamental en el nuevo orden: Martin Rushent, que ya tenía una fama como ingeniero de sonido.
Una vez que han conseguido establecerse entre la élite del negocio gracias a su categoría musical y a su mala fama personal, hay que aprovechar el rebufo: antes de que acabe el verano presentan “No more héroes”, el segundo disco grande, formado por canciones que pertenecían a la misma época del primero. Se nota, porque el tono general es muy parecido e incluso ellos tratan de reforzar esa idea recurriendo de nuevo a Rushent. Sus momentos más enérgicos están en canciones como “I feel like a wog” o “Bitching”, y como en el anterior hay varias tendencias distintas: “Dead ringer”, “Dagenham Dave” y “Something better change” parecen colocadas adrede para que lleguemos al final de la cara A completamente convencidos de que nada ha cambiado y de que, siendo los cuatro técnicos muy buenos, el papel de Greenfield sigue siendo decisivo en el sonido de los Stranglers. La prensa en general considera que este disco es probablemente mejor aún que el primero, y puede que tengan razón: solo una minoría de aficionados pensamos que esto viene siendo un “más de lo mismo” aunque con mucha categoría. Sus ventas rozaron el número uno, así que no vamos a discutirles nada de momento. El año que viene, ya veremos.