Resulta evidente que la gran mayoría de la oferta actual está constituida por esa nebulosa de músicos que se agrupan bajo la etiqueta "new wave", siendo el punk una de sus tendencias más populares cuanto más jóvenes son los aficionados. Asi que, salvo excepciones “neoclásicas” como Tom Petty, vemos que el mercado se reorganiza siguiendo una pauta casi binaria: o vanguardia o el pop de consumo masivo. Pero no es Petty el único que va contra corriente, ya que los aficionados que se acercan a la madurez pueden tener un criterio en el que caben otras alternativas: dejando aparte su mayor o menor interés por los sonidos más actuales, ese tipo de clientela suele buscar también una oferta más elaborada, de más densidad. Esa oferta solo puede venir de músicos con una formación muy amplia, como la que hemos visto en Petty precisamente; y otro gran ejemplo es Rickie Lee Jones, la dama que nos visita hoy. Aunque su escuela es radicalmente distinta, ya que para muchos aficionados Rickie es la más meritoria sucesora de Joni Mitchell: si en lo personal hay algunas similitudes tormentosas, las dos parten de una base en la que se cruzan el folk y la canción de autor. Esa base se enriquece luego con efluvios jazzísticos envueltos frecuentemente por un acompañamiento orquestal, coincidiendo además en su gusto por cuidar mucho los arreglos: cada disco suyo será más o menos brillante, pero tiene siempre el encanto añadido de una excelente producción; y las letras de Rickie, sin llegar a la altura poética de la Mitchell, son también muy “humanas”. Ella es de Chicago y tiene una juventud también accidentada hasta que, tras unas cuantas idas y vueltas, se establece en California y desarrolla la mayor parte de su carrera allí; como Mitchell, como Petty, como la mayor parte de esos músicos que se pueden permitir el lujo de ir por libre. Y claro, también ella es muy americana.
Rickie Lee Jones viene de una familia con antecedentes artísticos; su padre en concreto, aunque se ganaba la vida oficialmente como camarero, componía canciones (algunas las interpretó ella luego) y le enseñó las bases del canto. Sin embargo la inseguridad económica fragmentó a los Jones casi desde que era niña, con cambios de residencia por medio mapa, y finalmente el padre desapareció cuando ella tenía quince años. Consiguió mantenerse hasta los 18 y justo a esa edad se establece en la zona de Los Angeles con la misma estrategia de su padre: camarera y cantante compositora que actúa generalmente en las calles a las horas libres. Estamos en 1972, y el tiempo pasará muy lentamente hasta que consiga hacerse un nombre en el circuito de la zona. Rickie emplea una táctica vocal parecida a la de Fred Schneider, el cantante de los B-52’s, un canto con ritmo muy cercano al fraseo, que en los primeros años va apoyado únicamente sobre su guitarra acústica. En 1977 se asocia con Alfred Johnson, pianista y compositor; es un salto de categoría que le permite acceder al rango de locales como el Troubadour, donde se encuentra con un alma casi gemela: Tom Waits, otro personaje atormentado. Su noviazgo no duró mucho, pero desde entonces han mantenido una relación amistosa y en algunos momentos artística. Y en 1978 consigue que “Easy Money”, una canción suya, sea interpretada por Lowell George; el señor George no está muy contento con la tendencia jazzística que siguen sus socios en Little Feat y piensa publicar un disco a su nombre, en la que figura esa canción.
Más o menos por esa misma época envía una demo a varios sellos y la respuesta es tan positiva que incluso puede elegir. Siendo así, ficha por quien más interés muestra en ella: Larry Waronker, nada menos que el presidente de Warner, se ofrece además a ser su productor; y le ayudará Russ Titelman, un monstruo que ha producido a medio censo americano y a unos cuantos isleños. Es evidente que Rickie ha debido de aprender mucho en esos años de sacrificio, y la prueba no tarda en llegar: su primer disco, de título homónimo, se publica a principios de 1979 y alcanza el top 5 con una hermosa variedad de tonos que se sintetizan ya en la canción que lo abre, “Chuck E.’s in love”, un gran éxito en single y donde escuchamos una especie de folk jazz cercano al pop pero con magníficos arreglos (recuerden a esos dos señores que están a la mesa de mezclas) y un acompañamiento orquestal de más de veinte músicos. Tanto las piezas más intimistas o las baladas (“On Saturday afternoon in 1963”, “After hours”, “Last chance Texaco” o “Coolsville”) como los momentos de relajación y alegría (“Danny’s all-star joint”) tienen un carácter clásico: las más suaves se acercan a ese punto orquestal, mientras que las otras bordean los límites del jazz. Como era de esperar, hay un gran sector de público adulto que cae rendido ante este disco porque además hay una diferencia crucial entre ella y otros músicos de sectores parecidos como el mismo Waits o Randy Newman, por citar dos: Rickie tiene un magnífico sentido de la melodía, es mucho más “musical”, y en ese sentido ya comienza a establecerse un paralelismo con la gran Joni Mitchell. Ah, y esa adorable voz nasal, que a veces suena como a niña acatarrada…
Antes de que termine 1979 ya ha sido vista en varios programas de televisión y ha hecho unas cuantas giras incluso en Europa, especialmente Francia; al igual que había pasado en los primeros tiempos de Petty, alcanza el reconocimiento inmediato a este lado del océano. El año 80 será de mucho ajetreo, con giras y premios, y su nuevo disco no llegará hasta 1981. Por cierto, a Rickie la llegaron a definir como “la Tom Waits femenina”, aunque, dejando aparte circunstancias personales, me parece que ella tiene mucha más versatilidad (lamento admitir que Waits, demasiado pagado de su voz, me aburre). Pero a lo que íbamos: esta señorita, aun siendo relativamente minoritaria, tiene una carrera muy amplia y variada, con cambios de estilo y una evolución notable que incluso llega a ser vanguardista en algunos momentos. Como Joni Mitchell, sin ir más lejos.