La pareja ideal: una prodigiosa voz con alma (Annie Lennox) y un músico efervescente (Dave Stewart) encarnando una de las más brillantes estampas del pop de los 80.
José María Rey
El caso de los Eurythmics es poco frecuente: tenían una notable creatividad melódica y buscaron siempre una evolución razonable dentro de su estilo, pero al mismo tiempo consiguieron que esa evolución les elevase hasta lo más alto de las listas. Y no deberían ser sospechosos de venderse al "sistema", ya que escuchando sus primeros discos con detenimiento, sin prejuicios, se da uno cuenta de que no necesitan hacer concesiones: sencillamente, son muy buenos. Otra cosa es que, por su esencia pop, la prensa y los aficionados exquisitos les hiciesen ascos, pero eso resultaba casi inevitable: o eres maldito, alternativo o rockero de pata negra, pero eso de ser poppie y aún encima hacer mucho dinero resulta imperdonable para cierta gente. Aunque a veces esa gente, para disimular, admita -al menos de boquilla- que las canciones de Phil Spector o el catálogo de la Motown son "clásicos". Supongo entonces que habrá que esperar otros veinte años para reconocer que los Eurythmics también lo son.
Tanto Lennox como Stewart tenían una notable formación musical cuando se conocieron, allá por 1976: ella acababa de abandonar la Royal Academy of Music, donde estudió piano, arpicordio y flauta durante tres años, y Stewart había sido uno de los creadores de Longdancer, un banda de folk rock bastante competente aunque no pasó de dos discos. Y su encuentro fue de lo más fructífero, ya que además de hacerse novios comenzaron una transición estilística que los llevó a la new wave. De esa época su momento más recordado fueron los Tourists, uno de esos grupillos de finales de los 70 agradables sin más, que llegaron a grabar tres discos antes de desaparecer justo en 1979. Para entonces ya no eran pareja amorosa, pero seguían llevándose bien y su idea musical era coincidente: la new wave era un camino agotado. A partir de ese momento serían exclusivamente ellos dos quienes decidirían el camino a seguir, y bajo el nombre de Eurythmics se presentan como dúo a finales de 1980 con un material en el que el pop tiene un claro componente experimental, con influencias electrónicas.
A principios de 1981, tras haber firmado con la RCA, van a Colonia y allí graban su primer disco, ayudados y producidos por el ínclito Conny Plank, una verdadera personalidad del rock vanguardista alemán, que había trabajado con lo más florido del krautrock y que además les pone en contacto con músicos de esa onda. El resultado es "In the garden", publicado en otoño, en el que la mayor parte de los teclados y las guitarras corren a cargo de la pareja, pero el listado de músicos acompañantes impresiona: entre otros, tenemos a Holger Czukay y Jaki Liebezeit (o sea, la base rítmica -y mucho más- de CAN); los baterías Clem Burke (Blondie) y Robert Görl (D.A.F.) o el hijo de Stockhausen, que es uno de los que toca instrumentos de viento (los metales tienen un curioso protagonismo aquí). Con semejante plantilla resulta evidente que este no es un disco de pop al uso, sino algo mucho más sofisticado y, sobre todo, con esa carga experimental que define a gran parte de los intervinientes; exige atención, a pesar de que resulta bastante más accesible de lo que puede parecer en una primera escucha. Dentro de un tono general melódico, un tanto intimista pero muy perfilado y con arreglos electrónicos novedosos, destaca el sesgo experimental de algunas piezas como "Sing sing", "She's invisible now" o "All the young "(people of today)". Pero hay momentos de mucho brío: "Caveman head" y sobre todo "Belinda" son buenos ejemplos. En realidad tal vez esta última podía haber sido la gran canción que no grabaron los Tourists, ya que hay un trasfondo new wave aunque se note la evolución que los ha traído hasta aquí. En conjunto me parece uno de los mejores discos tanto de su carrera como del año 81, aunque solo con el paso de los años se ha llegado a valorar como se merecía.
Un tanto desmoralizados por el frío recibimiento que había tenido aquel disco, cuyo único fallo tal vez fue el haber salido antes de tiempo, y con un programa de actuaciones bastante escaso, durante 1982 dieron la impresión de estar medio desaparecidos del mundo artístico. Estaban preparando nuevo material, que grababan en un magnetofón de ocho pistas, y en los primeros días de 1983 vemos el resultado bajo el título de "Sweet dreams (are made of this)", en el que Stewart ya dirige la producción. Aquí es donde comienza el camino al estrellato: manteniendo su espíritu vanguardista, sin apartarse demasiado del criterio experimental con el que se habían presentado, esta vez consiguen melodías atractivas y crean unas cuantas canciones que solo necesitan dos o tres escuchas para hacerse familiares. Por otra parte es en esa época cuando comienza el furor electrónico entre un sector muy importante de los aficionados al pop, y justo la canción que da título a este disco se convierte en una clásica del género: publicada en single dos o tres semanas después del Lp, alcanzó el número uno tanto en la Isla como en Estados Unidos, y no bajó del top 10 en media Europa. Euryhtmics destacan aquí de entre la muchedumbre de grupos que se apuntan a la moda, por esa mezcla tan inteligente entre melodía con gancho y estructura rítmica, actual pero muy trabajada. Y el resto del disco es una buena sucesión de piezas no tan evidentes pero, en conjunto, de mucha categoría: ya la entrada con "Love is a stranger", tan exquisita como elegante, deja claro que estamos ante un grupo que puede alcanzar el éxito sin tratar a sus fans de imbéciles. Esa voz con alma que dice don José María, unida al dominio de las atmósferas musicales que muestra Stewart, enriquece todo tipo de ritmos, incluyendo esa incursión en el funk electrónico que hacen con el "Wrap it up" de Sam & Dave, dando una lección magistral en tres minutos y medio de cuál es la evolución lógica del soul. Junto a todo ello, el perfecto dominio de la imagen, sublimado en sus originalísimos vídeos (la nueva arma de la época), hacen que el disco alcance el top 3. Lo más difícil ya estaba hecho.
Poco antes de que termine 1983 llega su tercer disco, titulado "Touch", que confirma la trayectoria ascendente del dúo y que se abre con otra muestra magistral de pop electrónico: "Here comes the rain again", cuya melodía es digna de los mejores tiempos del Brill Building (como también podría serlo, en un tono menor, "Who's that girl"). Pero ante todo sigue sorprendiendo esa enorme cantidad de recursos que les permite al mismo tiempo crear piezas tan diferentes como "The first cut", "Aqua" o "Right by your side", representantes de tres estilos casi antagonistas, y que demuestra tanto su gran formación como su notable capacidad para conseguir mezclas que al mismo tiempo son originales y atractivas. Por no hablar del extraordinario dominio de los artilugios electrónicos que ha alcanzado Stewart, quien, no lo olvidemos, viene de un mundo tan alejado de ellos como es el folk rock británico de los años 70. Como resultado el disco alcanza lo más alto de las listas tanto en la Isla como en el resto de Europa y Estados Unidos, y es el primero en una sucesión de tres que combinan calidad con comercialidad sin que la mezcla chirríe, aunque por supuesto algunos comentaristas exquisitos prefieren no darse por enterados.
"Be yourself tonight", publicado en la primavera de 1985, marca un gran cambio en la estrategia de los Eurythmics: aunque siguen apoyándose en las bases electrónicas para una buena parte del repertorio, tratan de acercarse a estilos más tradicionales para recrearlos. Así tenemos una maravillosa prueba de su dominio del pop con la ensoñadora "There must be an angel" (con armónica a cargo de Stevie Wonder), que al menos a mí me sugiere la inesperada imagen de un góspel blanco, algo casi inconcebible, aunque por supuesto esa escala melódica puede figurar al mismo tiempo entre las más afortunadas del pop británico tradicional. Claro que antes de eso el disco había arrancado con la inolvidable "Would I lie to you", probablemente la pieza más enérgica y contundente en toda la historia del dúo, una mezcla entre rock, soul y pop/Motown que solo ellos pueden conseguir. Y ya son dos canciones con espíritu más negro que blanco, algo poco frecuente hasta ese momento en su trayectoria; como también lo es la siguiente, "I love you like a ball and chain", con esos arreglos eléctricos/electrónicos que tan bien le sientan, y otra de mis preferidas es "It's alright (baby's coming back), otra exhibición de soul blanco y así sucesivamente, cerrando con dos piezas magníficas de pop rock electrónico que pueden recordar vagamente sus inicios. Sí, es un disco comercial, y ojalá todos los discos comerciales fueran como este. Los Eurythmics, en ese momento, estaban en el punto más alto de su carrera.
El trío de discos superlativos se completa con "Revenge", en verano del 86. Hasta cierto punto podría considerarse como una proyección del anterior, ya que las líneas maestras no han cambiado, aunque siempre hay sitio para las sorpresas. El arranque del disco, por ejemplo: "Misionary man", un blues funk con tratamiento electrónico, una nueva exquisitez insospechada. Luego viene "Thorn in my side", otra de esas canciones pop de toda la vida, seguida por la épica "When tomorrow comes", de ritmo contundente y arreglos señoriales. Esa sucesión de tres piezas es memorable. Luego la cosa decae un poco, y algunas canciones podrían recordar el mainstream de otros grupos contemporáneos con bastante menos brillantez que ellos, aunque en el cierre con "In this town" y "I remember you" levantan de nuevo el vuelo. Aun así parece evidente que comienza la decadencia: en el mercado del pop es muy difícil mantener ese nivel por mucho tiempo. Aunque cualquier obra menor de los Eurythmics sería notable en cualquier otro grupo de sus características, porque no hay voces con la belleza y al mismo tiempo la potencia de Lennox, ni músicos que sepan revestir las canciones, mejores o peores, con la imaginación y el dominio de la técnica que tiene Stewart. De todos modos, aquel era claramente un disco crepuscular. Su edad de oro había pasado.
A partir de ahí su carrera se hace previsible. Pero mantuvieron siempre la dignidad, hasta el último momento: hubo otros dos discos más, agradables pero sin la chispa de antes, y lo dejaron a principios de los años 90. Ya no era su tiempo, y aunque hubo otro disco diez años después -y algunas reuniones muy esporádicas- el dúo había sabido retirarse cuando debía. Eso les honra, porque podrían haber seguido ganando mucho dinero con las giras: los fans irredentos tragan lo que les echen, no hay más que ver el número de grupos que siguen por ahí como fantasmas, sin querer entrar en la tumba de una vez.