El renacimiento que experimentan Estados Unidos a finales de los años 70 a través de la new wave tiene un símbolo tangible: el local CBGB, y por extensión la ciudad de Nueva York. Por lo tanto, la mayoría de los veteranos cuya carrera los ha ido elevando hasta convertirlos, diez años después, en los más respetados símbolos de aquella época, comenzaron su ascenso en ese ambiente aunque su naturaleza fuese muy distinta. Y Willy DeVille es el caso más evidente, ya que ni por su origen ni por su espíritu cuadraba en aquel lugar. DeVille, entre otras cosas, nunca quiso ser vanguardia: detestaba la psicodelia en su época, y detesta a los modernos de todo pelaje en esta. Él es un gran aficionado a los estilos raciales surgidos en la tradición afroamericana y latina principalmente; pero de vez en cuando también nos sorprende con su vertiente pop, tanto negra (la escuela Motown) como blanca (Phil Spector), del mismo modo que algunas canciones suyas pueden recordar el estilo Springsteen… o se nos pone elegante y se acerca al mundo de la balada tradicional e incluso del cabaret, por citar otro ambiente “anacrónico”. Su voz tan personal, inimitable, sumada a una altura compositiva tan brillante como su habilidad para las versiones y una discreta ejecución como guitarrista, le proporcionan la autonomía suficiente para ir cambiando de planteamientos, estilos y sistemas de trabajo con frecuencia. Así que resulta muy difícil etiquetar a un personaje como este, del que nunca se sabe por dónde va a salir; lo cual le honra, por supuesto.
En 1985, poco después de la publicación de “Sportin’ life”, desaparece el grupo Mink DeVille y a partir de entonces los discos se publicarán a nombre exclusivo de sir Willy. Es una decisión lógica, puesto que ya hacía tiempo que no quedaba nadie de sus antiguos compañeros. Por otra parte su encuadre dentro de los esquemas comerciales lo sitúa en el terreno “alternativo”, es decir, de minorías: aunque su música nunca ha sido “difícil” (comenzó su carrera con grandes de la producción como Jack Nitzsche, y ha pasado por sellos de categoría), su carácter intemporal no va con los planteamientos mainstream al uso. Su debut en esta nueva época es “Miracle”, publicado en otoño del 87; lo graba en Londres con la producción y el apoyo a la guitarra del mismísimo Mark Knopfler, que además colabora en la composición de algunas piezas. Lo cual puede ser un arma de doble filo: Knopfler ha sido siempre un admirador de la voz y el estilo de DeVille, pero eso no significa que sea el productor ideal para él. El sonido modernito que estaba imprimiendo a los Straits por entonces se contagia a algunas canciones de este disco, como esa apertura con “(Due to) Gun control”, que escuchada hoy suena horriblemente desfasada. En otros casos los arreglos me parecen un poco ligeros de más para un intérprete con su densidad: “Assasin of love” o ”Angel eyes” son un tanto insípidas. Hay un tono general hispano, muy agradable, que sobresale en momentos como la pieza que da título al disco o “Heart and soul”. Con frecuencia se le nota su devoción por Lou Reed, y “Spanish Jack” me lo recuerda incluso en el tono de voz. Y sí, “Storybook love” es el tema central de “La princesa prometida”, esa película divina, ese fantástico cuento de hadas para pequeños y mayores que ya dos generaciones llevamos en nuestra memoria.
Las ventas del disco fueron bastante discretas, incluso en Europa, y su contrato con Polydor termina; a partir de ahí, el resto de su obra se publicará en sellos pequeños. No habrá nuevo disco hasta 1990, tras un nuevo cambio de domicilio que lo lleva a Nueva Orleans, uno de esos lugares que, como Paris y sus cabarets en otros tiempos, le cuadra perfectamente por su ambiente criollo amenizado por el blues pantanoso. Y del mismo modo que “Le chat bleu” era una postal de aquel ambiente parisino, “Victory mixture” lo será de este: se publica en 1990 y es una colección de versiones, sobre piezas de los años 50 y 60 que van desde el blues tradicional hasta el soul, compuestas en su mayoría por figuras de segunda fila y algunas de primera como Allen Toussaint, Huey Smith o Earl King. También Toussaint, King o Dr John participan en la grabación, que por otra parte trata de capturar la frescura de aquellas músicas sin recurrir a overdubs ni arreglos de tipo alguno, buscando la menor cantidad de tomas y dando como resultado uno de esos discos que podrían llamarse “de raíces”, y que a muchos nos quita el mal sabor de boca que nos había dejado el disco anterior. En Europa fue casi un éxito, y desde luego la cifra de ventas resultó bastante superior a la que alcanzó en su propio país; lo cual demuestra, una vez más, que el público mayoritario estadounidense tal vez mantenga su devoción por los estilos blancos como el country, pero sigue olvidándose de que fueron los músicos negros quienes, a través de los europeos, revivieron la música popular.
En 1992 llega “Backstreets of desire”, que probablemente marca el momento más brillante (desde luego el más popular sí lo fue) en la carrera de DeVille, y en el que de nuevo queda clara su vocación por la mixtura de géneros. Esta vez resulta predominante su inclinación más latina: siguiendo el orden más convencional del CD americano -la versión Lp para Europa llevaba otro- y a pesar de que se abre con “Empty heart”, uno de sus inevitables momentos Springsteen (y la continuación con “All in the name of heart” también podría recordarlo), el panorama cambia radicalmente a partir de “Lonely hunter”, cuya mandolina seguida de violín ya nos lleva a otro mundo. Pero por supuesto la estrella del disco es la fantástica versión que hace de “Hey Joe”, esa incursión en el terreno tex-mex maravillosamente resuelta con el apoyo del grupo mariachi Los Camperos de Nati Cano. Dejando aparte el hecho anecdótico del número uno que alcanzó el single en España y Francia, algo de lo que DeVille se sentía orgulloso, esta es una prueba más de su gran categoría haciendo versiones (cosa que ya había demostrado y seguirá demostrando hasta el final de su carrera). Pero hay algo más importante aún: DeVille nos muestra que tal vez sea él quien mejor haya capturado el verdadero espíritu de “Hey Joe” llevándolo a un terreno fronterizo, rural, con esa carga de casticismo que le sienta tan bien. Por supuesto que no se pueden olvidar versiones excelsas como la de Hendrix o los Byrds, pero esta brilla a su altura. Y cuadra perfectamente entre un listado de canciones en el que, al final, tal vez las dos primeras deberían estar en otro disco, no en este.
Como es lógico esa obra le garantizó, al menos en Europa, una época de grandes reconocimientos y buenas ventas: sus discos siguientes, por lo general grabados a este lado del océano y publicados antes aquí que allá, lo mantuvieron en lo más alto casi hasta el momento de su muerte en 2009. Su brillante carrera discurrió en paralelo a una vida personal llena de excesos y desgracias, pero tal vez ese sea el destino de este tipo de músicos: “Demasiado corazón”, tanto en lo bueno como en lo malo, podía haber sido una frase tanto o más coherente para su lápida que la de "Heaven stood still".
Era un buen cantante aunque quizás excesivamente ecléctico. Tiene temas que están muy bien, los cercanos al soul y al pop de carretera del Boss y otros que se me hacen más pesados. Me gustan más los arreglos orquestales que cuando es más minimalista.
ResponderEliminarQuizá, más que ecléctico, exageradamente "racial" para nuestro gusto, ¿verdad? Aunque lo de los arreglos orquestales le quedaba mejor en su primeros discos, creo yo, cuando estaba en manos de grandes productores. En fin, una carrera de luces y sombras, como suele decirse.
EliminarEl "Return to Magenta" de su etapa Mink De Ville fue un disco de cabecera en esta casa durante aquellos dorados años de la eclosión new-wave neoyorquina. Su etapa posterior como solista nos dejó grandes obras, siempre atendidas con ese regusto negroide y latino que tan bien supo encajar en su obra. Willie es un caso especial, único dentro de la caterva americana blanca, más propensa, como bien dices, al country y a sus continuas reediciones estilísticas.
ResponderEliminarSaludos,
Esa querencia hacia lo negroide es lo que le mantenía, me parece. El country no era de sus estilos preferidos, lo cual por otra parte entronca con lo que decía antes sobre "lo racial". La parte que menos me gusta de esa "racialidad" es la latina, pero eso es una cuestión puramente subjetiva. Cada uno es cada uno, y el tex mex en que convirtió el "Hey Joe" le redime de otros momentos no tan brillantes.
EliminarSaludos mil.
También a mi, como a Javier, me gusta mucho ese "Return to Magenta", y " Cabretta" y "Coup de Grace"... Luego no lo he seguido demasiado. De esta época, el que conozco mejor es “Backstreets of desire”, me parece un disco muy bueno. Por ahora van saliendo músicos que me interesan mucho, y ampliando conocimientos de forma amena (aunque luego se olviden. Es la edad, que cantaban Los Salvajes, pero con otro significado.) Veremos por dónde sigues.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Bab. Veo que casi todos preferimos sus primeros años, que en cierto modo son más asimilables a la new wave. A medida que pasaba el tiempo se iba volviendo más clásico.
EliminarY ahora viene don Gustavo, que me cae bastante mejor....
Bueno, esta etapa es la que más me suena de De Ville y sus ramalazos latinos, que la verdad no he seguido mucho.
ResponderEliminarYa, parece que coincidimos todos. Piezas tan grandes como ese "Hey Joe" redivivo no tiene muchas, qué le vamos a hacer...
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