lunes, 21 de septiembre de 2015

1973 (V)



Hay otra Santísima Trinidad británica, al menos en este tugurio: la formada por Pink Floyd, Traffic y Family. Es decir, las tres grandes bandas que siguen en pie de aquella magnífica generación del 67, la que nació con la psicodelia. Este año resultará doloroso para los que preferimos a Traffic y Family mucho antes que a Pink Floyd, ya que mientras estos últimos se consagran definitivamente los otros dos se acercan a su final. Empezaremos hoy por los triunfadores: 

A Pink Floyd ya los definió Antonioni el año pasado, rechazando piezas como “Us and them” para su “Zabriskie Point” con este argumento: “Suena bonito, pero demasiado triste. Me recuerda a una iglesia”. La tristeza es uno de los puntales de esta banda desde que Syd Barrett tuvo que irse; pero no necesariamente por el sonido de su música, sino por el reiterado empeño vocal. Es más, yo creo que hay unas cuantas piezas de su repertorio que con otro tono y otro espíritu serían bastante más luminosas. Esa vocación depresiva de Roger Waters y compañía, que parecen afectados por no se sabe qué tipo de traumas (¿la triste infancia de Roger?, ¿complejo de culpa colectivo por lo de Syd?), llevó a unos cuantos aficionados malévolos a tildarlos de “banda para yonkis”; es una burda exageración, pero refleja el sentimiento de un sector que comienza a cansarse de tanta oscuridad mientras que otros, más afines, tratan de dignificarla definiéndolos como “decadentes”. La decadencia, ya saben, es un concepto muy vistoso, muy artístico. Todo dependerá entonces de la idea que cada uno de nosotros tenga de la decadencia: para mí, se encuentra en un rango que va desde Kinks hasta Velvet Underground, y en ella no entra Pink Floyd. Pero ya digo, esto es -una vez más- cuestión de opiniones. 

Tienen una gran baza a su favor, ya que la juventud occidental se está haciendo mayor, se está desengañando. El quinquenio que va de 1966 a 1970 es el tránsito de la alegría que la primera generación juvenil de clase media sintió ante lo que ellos veían como el nacimiento de una “nueva humanidad” (generosamente alimentada por el ácido) a la decepción que trae el final de la década al comprobar que nada ha cambiado. Esa decepción generacional se ha cobrado un gran número de víctimas, clientes de psiquiátrico como el propio Syd Barrett; pero al parecer hay muchos supervivientes que necesitan olvidar sus penas en una nueva droga: la heroína. Que comienza a ser suministrada profusamente por cientos de camellos salidos de no se sabe dónde y que “consuela” a una generación que en muy poco tiempo ha vivido una sucesión matemática de desgracias: cayó la psicodelia, cayeron los hippies, están cayendo los revolucionarios izquierdistas (¿en qué ha quedado Mayo del 68?)… Los años 70, contra lo que algunos jovencitos desinformados creen, fue una década de plomo, y los de mi quinta tenemos unos cuantos amigos enterrados desde entonces. Como es lógico, esa amarga situación tiene su propia música: el pop muere, entre otras razones, porque no es serio, no mantiene la compostura a la que hemos de aspirar. El rock, en sus variantes hard, heavy o progresivas, es el estilo imperante. Y cuanto más oscuros sean sus protagonistas, mejor: Black Sabbath en el mercado heavy o Pink Floyd en el progresivo son dos de los máximos exponentes de esa época. El glam, evidentemente, es para gente rara, dudosa de unas cuantas desviaciones sociales, morales o políticas. 

De todos modos la calidad musical de los Floyd no se pone en duda, ya que bajo ese tono general de languidez hay desarrollos muy personales que parten a veces del blues, marcan algunas fases más contundentes y otras no tienen un patrón reconocible pero se acercan a la música electrónica ambiental -buscando a veces ese tono eclesial que advertía Antonioni (con un poco más de énfasis, llegamos a la grandeza catedralicia). Como es lógico, la mayor parte de su obra busca los desarrollos largos: no es un grupo de estribillos, precisamente. Y después de haber superado la marcha de Barrett, cuando muchos de sus primeros fans los abandonaron, han conseguido convertirse en una de las bandas más admiradas por la intelligentsia francesa (junto a Gong, CAN y en general todas las bandas supuestamente “cerebrales”); de ahí han pasado al respeto isleño y ahora ya son un nombre de medio/alto calibre en las listas de ventas occidentales. Necesitaban una obra definitiva, la confirmación de su estatus, y en 1973 la consiguen: “The dark side of the moon”, que se publica en primavera. Curiosa contradicción. 

Estamos ante uno de esos discos que, como “Quadrophenia” y algunos más, han llegado a trascender de su contenido musical para convertirse en símbolos de aquella época; y resulta evidente que tanto EMI como el grupo fueron conscientes de lo que tenían entre manos, porque ya su presentación es lujosa: una portada doble cuyo diseño es de una simpleza genial (un nuevo acierto de Hipgnosis) e incluye dos posters -las pirámides de Giza viradas en azul y una composición con fotografías del grupo- más dos adhesivos. Sobre el contenido, desmenuzado mil veces por todos los comentaristas musicales del planeta, ya no hay nada nuevo que decir; desde su arranque se nota que han hecho un esfuerzo por acercarse al público masivo con melodías y construcciones más asequibles, más comerciales -en el buen sentido. Dejando aparte las letras (depresivas, como siempre), hay incluso dos o tres canciones con gancho: “Time” (para mí, soberbia, lo mejor del disco) y “Money”, que fue éxito en single, serían suficientes para comprarlo. Y las pijaditas electrónicas como “On the run” tienen también su gracia, así que en conjunto estamos ante una obra casi perfecta (“Us and them” también me cansa a mí, señor Antonioni). El resultado es un tremebundo éxito de ventas que aún sigue siéndolo hoy en día; y por supuesto la consagración de Pink Floyd como banda de estadios, con sus decorados imponentes, sus cañones de humo, sus juegos de luces, su imaginería escénica que hace palidecer de envidia a los Stones, los zepelines y quien se ponga delante. 

Como saben ustedes, la cosa no quedó ahí: en 1975 publican “Wish you were here”, que simboliza el asentamiento definitivo de este grupo en el Olimpo con una insoportable saturación en las radios, los pubs, cualquier lugar donde hubiese juventud y altavoces. Todavía no entiendo muy bien el porqué: su contenido, que parecen presentarnos como una asunción de culpas por “lo de Syd”, me resulta cargante, otra vez depresivo, cansino. Pero no me hagan mucho caso: supongo que me pasa lo mismo que con los Stones, que ya no podía más. Ese disco fue el último que compré de los Floyd; luego me limité a estar más o menos al tanto de las nuevas glorias comerciales que iban publicando, y me reafirmé: mi época progresivo/depresiva había pasado, la new wave era mi nuevo amor. Que se depriman otros. 



10 comentarios:

  1. Elegiste bien ! había que divertirse ...
    Un abrazo

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    1. El asunto de la diversión es muy importante para mí, mister Blues. De todos modos, no tengo nada contra los que siguieron escuchando la obra de estos señores u otros cualquiera: si todos tuviésemos los mismos gustos, la vida sería un coñazo. La variedad es necesaria.

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  2. Hola Rick:
    Me gusta esto de que este disco es el símbolo de una época.
    Disco inmortal donde los haya, y eso que yo fui de los que se rasgó las vestiduras cuando salió, yo todavía estaba prendado con el Ummaguma y esto me parecía muy light, pero el tiempo todo lo pone en su sitio y así ha sido.
    Siempre he dicho que este disco se debe oir por lo menos una vez al año, y así fué ayer, bueno, hasta que se rayó el puto Cd.
    Un saludo
    Jose

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    1. Pues sí, don José, es uno de los más reconocibles. En total, no creo que haya más de diez discos a la altura histórica de este. Otra cosa es su valor musical, pero como símbolo le pasa lo mismo que, digamos, el "Sargent Peper's..." y algunos más.

      Yo creo que mi preferido es "Atom heart mother", pero en cualquer caso tienen tres o cuatro por encima de la media. Ah, y lamento lo del CD: a por otro.

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  3. Seguimos coincidiendo. Me gustaría "polemizar" un poco, discrepar, pero... coincido en casi todo contigo. Expicas muy bien ese desengaño de la juventud occidental en los 70, despues de ese periodo maravilloso y a veces engañoso que va del 66 al 70 (yo pondría del 64 al 70) se ve que ambos hemos vivido situaciones muy parecidas.

    A este disco no se le puede negar lo que representó para mucha gente. En mi buhardilla madrileña sonó hasta la saciedad, pero no lo cambio por The Piper at the Gates of Dawn, de la época Syd Barret, con su frescura y su locura. Cuestión de gustos.

    Saludossssssssssss

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    1. No se preocupe, mister Babelain: más tarde o más temprano disentiremos, como debe ser. Es muy difícil coincidir en todo. Aunque por supuesto hay cosas que son de libro, como el asunto de la decepción de los años 70.

      En cuanto al "Piper...", bueno, yo no tengo muy claro si es mi preferido; como le decía antes a don José, tal vez sea "Atom heart mother". Pero desde luego ese es otro de los clásicos.

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  4. Hola:
    Para mi sigue siendo el mejor álbum de Pink Floyd y puestos a nombrar gratuitamente, el mejor de la década.
    Nunca olvidaré lo que supuso para mi el lanzamiento de esta maravilla sonora, la de horas que le habré dedicado, y todo lo que hemos flipado juntos escuchándolo mis amigos y yo. Hace poco todavía lo estuvimos escuchando remasterizado y alucinábamos. Incluso "Us and Then" me pareció todavía maravilloso.
    Luego llegó el "Wish You we here" y no me defraudó en absoluto, incluso el "Animals" era soberbio, y si nos ponemos tambien "The Wall" es un pedazo de obra que me hizo disfrutar como un enano, pero a partir de ahí, desde mi punto de vista Pink Floyd ya no volvió
    a ser lo mismo.

    Saludos.

    Antoni.

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    1. Para mí es uno de los mejores. El mejor, como he dicho antes, no sé cuál es porque todo depende de los gustos. Pero desde luego los de nuestra generación y siguientes le hemos dedicado unas cuantas horas, eso es innegable. Con el paso de los años, hay que reconocer que fue uno de los más escuchados. Luego ya, a partir de ahí, pues... en fin, que me remito a lo dicho arriba.

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  5. Pues yo soy de los que les prefiere la cara visible de la luna. Aun así debo confesar que hace poco en un ataque de enajenación escuché el disco y hay que reconocer que no resulta tan truño como otras cosas de esta banda. Pero vamos, para mi perfectamente prescindible, por muchos millones que hayan vendido.

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    1. La verdad es que este disco resulta interesante incluso para los que no son aficionados a los Floyd; como digo arriba, resulta comercial en el buen sentido, tanto da si lo buscaron o no. Creo que si hay que salvar, digamos, tres discos de toda su carrera, este sería uno de ellos.

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