Enhorabuena, estimados clientes de este garito: hoy terminamos por fin con la segunda ola yeyé nacional, es decir, con las músicas que se oyeron aquí en el segundo quinquenio de los años 60. Y como siempre queda bien despedirse a lo grande (aunque si hablamos de música española tal grandeza sea muy relativa), he reservado para este final a dos figuras que en su momento estuvieron en lo más alto de las listas: tanto Juan y Junior como los Íberos son un buen ejemplo de un estilo musical, el pop, cuyo encanto quedará hibernado durante unos cuantos años, suplantado por el cortoplacismo de unos sellos discográficos para los que ese género solo es negociable si se infantiliza (ya saben, los Diablos y demás familia). El futuro inmediato de la música moderna española, en términos de rentabilidad, corresponde salvo muy escasas excepciones a ese tipo de pop o a los cantantes melódicos.
En el otoño de 1966 Juan y Junior causan baja en los Brincos, tras fallarles el golpe de mano que habían intentado contra Fernando Árbex. De todos modos, más tarde o más temprano la separación acabaría siendo inevitable porque las perspectivas eran distintas: mientras Fernando abandona el beat para acercarse al pop/rock con ligeros aromas progresivos, el dúo es pop puro sin la menor duda. Y la demostración llega en la primavera del 67, con su primer single: “La caza / Nada”, que sirve perfectamente para describir su estilo. El repertorio del dúo es en esencia un equilibrio entre melodías alegres o melancólicas cantadas con un exquisito juego de voces, empastado a veces en unos arreglos orquestales muy eficientes, aunque un poco pasados de vueltas: esa mezcla los colocará en lo más alto de las listas de ventas casi hasta el final de su corta trayectoria. El problema del pop grandioso, preciosista, es que funciona muy bien en el estudio pero en directo se notan las carencias; aunque ese tipo de detalles trae sin cuidado a sus fans, como buenos poperos que son. Por cierto, la presentación oficial tiene lugar en una nueva discoteca madrileña que se llamará J&J en honor a ellos.
La sucesión de éxitos del 67 prosigue con otros dos singles (el formato clásico para este tipo de canciones): “Nos falta fe / Bajo el sol” es perfecto, y curiosamente la cara B -tal vez mi canción favorita del dúo- todavía mejora con la regrabación para su único LP, aunque precisamente la calidad de grabación es uno de sus puntos débiles por mucho que vayan a grabar a Italia. Luego llega “A dos niñas / Tres días”: la primera está dedicada supuestamente a sus novias oficiales, que resultaban ser Rocío Dúrcal (Juan) y Marisol (Junior); sí, por ese orden. “Tres días” tiene un punto eléctrico con ramalazos psych muy agradables y además, siguiendo el tono elegido para las caras B, dan un sonido muy de grupo, sin arreglos orquestales. Para entonces Juan y Junior son tan populares en las revistas musicales como en las del corazón, gracias a sus noviazgos, y de ahí al cine hay un paso: en 1968 ruedan una película musical a las órdenes del casi inevitable Pedro Olea, titulada “Un mundo diferente” que se verá en 1969. Lamento no poder opinar sobre ella, porque no la he visto; aunque según testimonio de algunos que sí la vieron, no me he perdido nada. En lo musical, su primer single del 68 es otro cañonazo: Pardo inicia su querencia por los asuntos gallegos con “Anduriña”, la cara A, que ha quedado como la canción más famosa del dúo. “Para verte reír”, la B, es otra pieza de pop muy agradable; sin embargo en ambas canciones se nota una sobrecarga de arreglos orquestales, y tanta grandiosidad acaba cansando.
Ese single resulta ser el que marca el comienzo de la decadencia: el siguiente y último del 68. “Tiempo de amor /En San Juan”, vuelve a sonar sobrecargado, tremendista, con unas líneas melódicas decentes pero un tanto inconexas. Y al mismo tiempo comienzan los rumores sobre conflictos tanto sentimentales como profesionales: Marisol desaparece de escena y Rocío Dúrcal pasa a ser la novia oficial del guapo Junior, que por otra parte está oyendo cantos de sirena para que emprenda una carrera en solitario -que puede ampliarse a la incursión en el mundo del cine- mientras que Juan, posiblemente molesto por la situación, está componiendo algunas piezas a su aire. Como ven, estamos ante un culebrón de los que hacen época. Llegados a 1969 hay un último disco, el peor de su carrera, y Novola publica de paso un LP conteniendo todas sus grabaciones oficiales hasta entonces casi al mismo tiempo que el dúo anuncia su desaparición: al parecer Junior se ha enfadado porque Juan eliminó su voz en una canción (es de suponer que esa es una excusa oficial, pero ya no importa). La prensa musical, tan astuta como siempre, augura un gran futuro a Junior y uno más gris a Juan; como luego vimos, la cosa fue exactamente al revés: Juan, encorajinado por un nuevo golpe artístico y personal, queda frente a frente con su verdadero rival, que siempre ha sido Fernando Árbex. Esa competición no declarada será el mejor acicate para las carreras de ambos, carreras completamente distintas pero notables en los primeros años de la década que está a punto de comenzar.
Los Íberos son el resultado de un empeño personal: Enrique Lozano, un joven malagueño que comenzó trabajando como barman en Torremolinos, crea en 1961/62 un híbrido entre grupo y orquesta que comienza a ser conocido en toda la zona y que con el paso del tiempo llegará a Londres; tras unas cuantas actuaciones en esa ciudad, su manager les consigue una gira por Irlanda, Suiza y Alemania. La gira se va ampliando, los meses se convierten en años y nuestro amigo vuelve a España cansado ya de tantas vueltas sin un futuro claro (sus compañeros han preferido quedarse por allá arriba). Pero sí tiene claras las ideas: el beat ha sido superado por el pop, y con un buen planteamiento se puede entrar en ese mercado. Estamos en 1966, Enrique es ya un guitarrista notable con un gran conocimiento del negocio y reúne un nuevo grupo que en 1967 se establece en Madrid. Su primer trabajo es como conjunto fijo en una discoteca, y de ahí pasan a ser caras conocidas de “Escala en Hi-Fi”, el programa musical de moda en la rudimentaria televisión de entonces (ya saben, poner el tipo en los playbacks de las canciones que triunfan en las listas). Esa relativa popularidad permite a Lozano rechazar una oferta discográfica de Movieplay: solo ficharán con un sello que les ofrezca grabar en Londres, como debe ser. Esa chulería tiene su premio, porque poco después actúan como teloneros de los Bravos; la actuación de los Íberos resalta frente a las estrellas, y el personal de Columbia que está en la sala toma nota: poco después firman con el sello, cuyo planteamiento para ellos es exactamente el de grupo alternativo a Mike y sus socios. O sea, que también ellos irán a grabar a Londres.
Atrás quedan casi siete años de trabajo, un grave accidente de tráfico en el verano del 67 con un muerto y algunos heridos -entre ellos el propio Enrique- y varios cambios de plantilla que finalmente, a la hora de grabar, queda así: además de Enrique, que es el guitarrista oficial y frecuente compositor, tenemos a Adolfo Rodríguez, voz principal y segundo guitarrista; Cristóbal de Haro, el bajista, es un ex Flames, y el batería Diego Cascado viene de los Brujos. Columbia está ilusionada y financia la grabación en Londres de temas suficientes para un LP (ya digo, como los Bravos). El disco se compone de piezas propias, alguna versión sorprendente y otras compuestas por los señores Waddington y Bickerton, dos monstruos del pop británico de los años 60: el repertorio casi completo de las Flirtations o los Rubettes es suyo, además de varias canciones para Tom Jones o la producción de cosas tan extrañas como el disco de Fripp con los hermanos Giles. Hoy en día se le considera una de las obras cumbres del pop español, pero en realidad no se publicó hasta bien entrado 1969 ya que, como era norma en nuestro raquítico mercado, se troceó en varios singles que comenzaron a publicarse un año antes. El primero de ellos ya fue número uno: “Summertime girl / Hiding behind my smile” es una pareja de joyas del pop compuestas por los dos viejos zorros isleños, y para los aficionados su cara A forma parte del triunvirato divino del verano del 1968 junto a “Bring a little loving” de los Bravos y “Get on your knees” de los Canarios. Qué año, madre mía: las máquinas de discos de los bares y tugurios de futbolines o billares echaban humo...
Poco después, al rebufo de su primer single tan british, llega otro netamente racial, español de los pies a la cabeza, con dos de las piezas compuestas por Enrique: “Las tres de la noche / Corto y ancho”, un delicioso cambio de estilo que remata 1968 para volver al pop en 1969 con “Nightime / Why can’t we be friends?”, ambas con un tono más orquestal. Viene luego una de sus escasas y sorprendentes versiones: el “Liar, liar” de los Castaways, nada menos; y suena muy bien, demostrando que es posible la transición del garaje al pop. Los Iberos están en la élite, y como era de esperar Iván Zulueta vuelve a aparecer en este garito con su “Un dos tres, al escondite inglés”: “Hiding behind my smile”, la cara B de su primer single, queda inmortalizada en esa película. Que es seguida por “Topical Spanish”, otra de no tanto relumbrón porque en su época estuvo “casi” censurada; ahí se lucen con “Amar en silencio”, cara B de su primer single en 1970, y “Fantastic girl / Back in time”, el segundo y último de ese año. Pero entonces se retira Enrique, que arrastra secuelas de aquel accidente de dos años antes y no puede seguir manteniendo el ritmo de trabajo: su recuperación será muy lenta. El grupo, sin su líder, comienza a dar tumbos y el material de aquel LP fabuloso se ha agotado, por lo que necesitan recurrir a compositores ajenos. Uno de ellos será Óscar Lasprilla, teclista que fue de los últimos Brincos, en ese momento en Alacrán, y que denota en sus composiciones la escuela de aquel otro grupo mítico. Pero en cualquier caso la hora de los Íberos ha pasado, y en 1973 deciden darse de baja. De sus músicos el más recordado será su cantante, Adolfo Rodríguez, al que dentro de unos años veremos junto a Cánovas, Rodrigo y Guzmán. Y sus mejores canciones -bueno, digamos que mis preferidas- las tienen ustedes aquí, junto a otro ramillete similar de Juan y Junior. Que los disfruten.
Volviendo al principio, hoy terminamos con la saga yeyé española relativa al quinquenio 1965-70. Por supuesto hay nuevos grupos surgiendo uno o dos años antes del final de la década, pero esos ya forman parte de la tercera ola; una de las olas más desafortunadas de la historia musical de nuestro país -lo tendrán todo en contra- pero que por supuesto, algún día, visitarán nuestro tugurio. Por nuestra parte y como siempre, queda pendiente la fiesta-baile con la que solemos rematar estos culebrones; dicha fiesta tendrá lugar dentro de dos semanas, ya que la próxima nos visitan de nuevo los Beatles, ¿recuerdan?