“Desde Enero de 1961 hasta Febrero de 1963 presenté 292 veces a los Beatles en La Caverna. Por su primera actuación cobraron 5 libras, y por la última 300”.
(Bob Wooler, DJ de La Caverna)
Pues nada: si lo dice el bueno de Bob, punto redondo. Pero después de él aún siguieron actuando allí, hasta Agosto de ese año. Si a esto le sumamos las actuaciones en Hamburgo –ya dije que con una media de siete u ocho horas diarias e incluso más-, tendremos un resultado espectacular: los Beatles trabajaban mucho. No les importaba el ambiente ni el repertorio (porque a ver quién es el guapo que en aquella época consigue cubrir todo ese tiempo con canciones “buenas”): sólo les importaba tocar, ensayar, descubrir nuevos acordes… en fin, el sacrificio. Paul contaba que cuando a algún chico de Liverpool se le ocurría un acorde nuevo, podían recorrer media ciudad sólo para oírlo y desarrollarlo. ¿Se hace eso hoy entre chavales “aficionados a la música”? Lo dudo mucho: están muy ocupados intentando grabar lo que sea como sea y en el menor plazo de tiempo posible, y así les va.
El caso es que los cimientos de la nueva música estaban puestos. Y cuando el curioso Brian Epstein llega intrigado a La Caverna, se encuentra con unos chicos que ya tienen tablas, que están dispuestos a todo. Y se convierte en su representante. Y después de un via crucis por varias casas discográficas (porque la DECCA no fue la única que los rechazó) por fin encuentra a otro personaje inquieto: George Martin, de Parlophone (subsidiaria de EMI), técnico de sonido y productor. Y ahí se dio la extraña conjunción de astros que probablemente no ha vuelto a ocurrir ni creo que ocurra nunca más, tal y como va el negocio: un comerciante judío de amplia visión, un productor de música sinfónica vanguardista y cuatro chicos de barrio aficionados al rock and roll con muchas ideas y, sobre todo, con muchas ganas de aprender. Y el resto, como suele decirse, es historia; bueno, todo lo dicho hasta aquí también lo es, pero la frase esta siempre queda bien.
Y el término “beat”, que nació por oposición al mercado de la música melódica (me vuelvo a la primera parte de este rollo), se sacraliza, y en 1961 nace la revista “Mersey Beat”, y a la sombra de los exitosos Beatles surgen grupos como setas en toda la isla. Pasó el tiempo, y a mediados de los 60 ya casi nadie utilizaba ese término porque la cosa se había ramificado: llegaron los mods renegando de los Beatles, tuvimos el pop, el rock, el rhythm’n’blues… pero nada de esto hubiese pasado sin que antes el beat hubiese extractado lo mejor de las dos ramas del rock’n’roll americano. Es decir, que el beat fue la transición musical de los años 50 a los 60. A los felices y llorados años 60.
Bueno. Pues yo me voy a abrir el bar hoy con un regusto nostálgico que no me lo va a quitar ni media botella de Jack Daniels. Lógico: el bourbon de Tennessee no es lo mismo que un scotch. Pero qué quieren que le haga yo, que a fin de cuentas soy americano. Qué bien me vendrías hoy, Ilsa, para llorar sobre tu hombro. Siempre has dicho, tú y los demás, que soy un tipo duro. Pues ya ves, a mí todos estos inglesitos me llegaron al alma.
(Bob Wooler, DJ de La Caverna)
Pues nada: si lo dice el bueno de Bob, punto redondo. Pero después de él aún siguieron actuando allí, hasta Agosto de ese año. Si a esto le sumamos las actuaciones en Hamburgo –ya dije que con una media de siete u ocho horas diarias e incluso más-, tendremos un resultado espectacular: los Beatles trabajaban mucho. No les importaba el ambiente ni el repertorio (porque a ver quién es el guapo que en aquella época consigue cubrir todo ese tiempo con canciones “buenas”): sólo les importaba tocar, ensayar, descubrir nuevos acordes… en fin, el sacrificio. Paul contaba que cuando a algún chico de Liverpool se le ocurría un acorde nuevo, podían recorrer media ciudad sólo para oírlo y desarrollarlo. ¿Se hace eso hoy entre chavales “aficionados a la música”? Lo dudo mucho: están muy ocupados intentando grabar lo que sea como sea y en el menor plazo de tiempo posible, y así les va.
El caso es que los cimientos de la nueva música estaban puestos. Y cuando el curioso Brian Epstein llega intrigado a La Caverna, se encuentra con unos chicos que ya tienen tablas, que están dispuestos a todo. Y se convierte en su representante. Y después de un via crucis por varias casas discográficas (porque la DECCA no fue la única que los rechazó) por fin encuentra a otro personaje inquieto: George Martin, de Parlophone (subsidiaria de EMI), técnico de sonido y productor. Y ahí se dio la extraña conjunción de astros que probablemente no ha vuelto a ocurrir ni creo que ocurra nunca más, tal y como va el negocio: un comerciante judío de amplia visión, un productor de música sinfónica vanguardista y cuatro chicos de barrio aficionados al rock and roll con muchas ideas y, sobre todo, con muchas ganas de aprender. Y el resto, como suele decirse, es historia; bueno, todo lo dicho hasta aquí también lo es, pero la frase esta siempre queda bien.
Y el término “beat”, que nació por oposición al mercado de la música melódica (me vuelvo a la primera parte de este rollo), se sacraliza, y en 1961 nace la revista “Mersey Beat”, y a la sombra de los exitosos Beatles surgen grupos como setas en toda la isla. Pasó el tiempo, y a mediados de los 60 ya casi nadie utilizaba ese término porque la cosa se había ramificado: llegaron los mods renegando de los Beatles, tuvimos el pop, el rock, el rhythm’n’blues… pero nada de esto hubiese pasado sin que antes el beat hubiese extractado lo mejor de las dos ramas del rock’n’roll americano. Es decir, que el beat fue la transición musical de los años 50 a los 60. A los felices y llorados años 60.
Bueno. Pues yo me voy a abrir el bar hoy con un regusto nostálgico que no me lo va a quitar ni media botella de Jack Daniels. Lógico: el bourbon de Tennessee no es lo mismo que un scotch. Pero qué quieren que le haga yo, que a fin de cuentas soy americano. Qué bien me vendrías hoy, Ilsa, para llorar sobre tu hombro. Siempre has dicho, tú y los demás, que soy un tipo duro. Pues ya ves, a mí todos estos inglesitos me llegaron al alma.