Del mismo modo que hay una conexión entre el paisley underground y el posterior nuevo rock americano, también la hay entre el post punk que se escuchaba en otras zonas de Estados Unidos y el hard rock o el grunge que llegarán después. Y uno de los nombres más conocidos como protagonistas de ese tránsito es el de los Wipers, de Oregon, a quienes se bautizó como “el primer grupo punk del Noroeste”. Aunque ya vimos que tal grupo es en realidad el proyecto de un solo hombre: el muy industrioso, rabiosamente independiente y planificador Greg Sage; sí, hay otros músicos junto a él, pero la dirección es suya. Sage, que gracias a la profesión de su padre disponía de un pequeño estudio-laboratorio en casa, llegó incluso al extremo de calcular el número de discos que necesitaba para plasmar su visión del rock, por supuesto grabados y distribuidos por él.
No tardó mucho en comprobar que sus proyectos quedaban desbordados por la realidad: entre el número creciente de actuaciones (necesarias para conseguir algo de dinero) y unas ventas discretas, fue adaptándose poco a poco a un sistema de grabación y distribución más convencionales, aunque trabajando con sellos independientes. Y precisamente fue ese esquema el que casi acaba con su trayectoria a mediados de la década, poco después de publicar “Over the edge”, su tercer disco. Musicalmente es una de sus mejores obras (y la confirmación de su categoría); pero el sello que lo sustentaba quebró, dejando a Sage con una deuda que inicialmente no sabía cómo liquidar. Por suerte un antiguo empleado de aquel sello le ofreció publicar “lo que tuviese a mano” a través de Restless Records, que por ser subsidiaria de Enigma da un poco más de tranquilidad. Y Sage graba unas cuantas piezas heterogéneas con las que se publica en 1985 un disco exclusivamente a su nombre, titulado “Straight ahead”. La cara A, aunque es más relajada que su producción anterior, mantiene el tipo muy bien; la cara B en cambio es un tanto dispersa, con momentos entre sicodélicos y atmosféricos, mientras que otros resultan un tanto oscuros. En conjunto, sin ser un mal disco, podríamos considerarlo como “de transición”. Por suerte, el ya respetable número de seguidores hizo que las ventas fuesen suficientes como para sacarlo de las deudas y partir de cero otra vez.
Restless Records, el sello que había publicado aquel disco, será también el que publique los próximos a nombre de los Wipers. Y en 1986 llega “Land of the lost”, que nos devuelve la confianza: este es otro de las clásicos de Sage y su grupo. Aunque, cuidado, algunos fans fundamentalistas consideran que se está aburguesando, o algo así: al parecer, el tránsito del que hablaba antes entre una primera época post punk y el hard rock (Wipers son el grupo de más calidad en Estados Unidos recorriendo ese camino) les parece una traición. Es lo malo de haber comenzado la carrera tan ajeno al engranaje discográfico estándar, que algunos seguidores te consideran una especie de mesías y luego, claro, se decepcionan. Pero ya “Over the edge” estaba marcando esa dirección -y a muy pocos se les ocurre atacar ese disco-, así que este es una consecuencia lógica. Y de mucha categoría, además: la apertura con “Just a dream away” define muy bien el momento en el que se halla el señor Sage, con un magnífico equilibrio entre un estilo y otro. En realidad todo el disco refleja ese equilibrio, por momentos más cercano a su época anterior (“Fair weather friends”, “Way of love” o “Let me know”) y en otros marcando ya una nueva línea que sin embargo es totalmente coherente con todo lo que ha hecho hasta ese momento: la canción que da título al disco o “The search” son buenos ejemplos, además de algunas “variaciones” hacia el sonido más oscuro, cercano al gótico/siniestro británico, de “Nothing left to lose” (que a mí por lo menos me recuerda a Joy Division) o “Just say”. El caso es que a estas alturas Sage ya pasa mucho más tiempo de gira en Europa que en su país, y esa será la tónica habitual desde entonces. Aunque, y esto conviene recordarlo de vez en cuando, la mayor parte de ese trabajo es para mantenerse económicamente: siempre ha dicho que donde realmente disfruta es en el estudio.
1987 es el año de “Follow blind”, que sigue creciendo en densidad. Tal vez sea una consecuencia de sus cada vez más frecuentes y prolongadas estancias en Europa, pero la música que está haciendo en esta época parece más de aquí que de allá (la verdad es que Sage, por influencias y carácter, nunca fue “completamente americano”). Y por contra, resulta muy significativo que algunas futuras glorias del grunge (léase Kurt Cobain) disfruten con este disco: esa densidad es oscura, un tanto depresiva, siniestra por momentos… y a ver si va a resultar que ese estilo tan moderno y tan americano tiene una de sus raíces en este disco tan “británico”, en el que hay rastros de Cure o incluso Echo and The Bunnymen (¿de dónde salen “Anytime you find” o “Someplace else”, por citar solo dos?), mejorados, eso sí, por la magnífica guitarra de Sage, mucho más viva que la de esos grupos tan lánguidos. Pero aún hay chispazos de su antiguo carácter, aun sonando tan cercano al mundo british: “Let it slide”, por ejemplo, me encanta; y otras piezas más rockeras como “Against the wall” o “Loser town” se mantienen muy bien. Resulta también curioso que, en conjunto, se mantenga mejor la cara B que la A, o eso me parece a mí. El caso es que, como era de esperar, hay división de opiniones, y muchos ven aquí el principio del fin; de hecho, ya hay un buen sector del público que opina que los Wipers “buenos” eran los de sus tres primeros discos, y el resto sobra. Pero, aun suponiendo que su primera época hubiese sido la mejor -y eso es opinable, como todo-, si valoramos este disco sin enredarnos en ensoñaciones temporales, deberíamos reconocer que sigue manteniéndose bastante bien.
“The Circle”, publicado el año siguiente, será el último de la década para Sage y sus Wipers. Si ya en el anterior había poco recuerdo de su pasado, aquí hay menos aún. Esto es rock muy bien construido, generalmente de tiempo medio, con varias piezas en las que sigo viendo la sombra de algunos grupos británicos que pasaron del post punk al mundo siniestro gótico, e insisto en Echo & The Bunnymen: la apertura con esa vigorosa “I want a way” o la que da título al disco me recuerdan su estilo compositivo tanto como su manera de cantar, aunque como siempre destaca con fuerza esa guitarra versátil y magistral con la que sigue marcando las distancias. El nivel medio es muy alto, y si lo hubiese hecho cualquier otro grupo de la época podría considerarse sobresaliente; pero en el caso de los idealizados Wipers el baremo no funciona así. Especialmente sus seguidores “de pata negra”, los de toda la vida, los que insisten en que lo mejor de ese grupo ya pasó hace tiempo, lo ven decepcionante. Y sin embargo hay canciones muy dignas, solventes: me gusta ese punto rockero melódico que tiene Sage y que lo aleja de la blandenguería de otros competidores, como en “Time marches on” o “True believer”, con unos arreglos magníficos (aunque el sonido general no me acaba de convencer), o el tono vaporoso de otras como “Be there”. Pero el problema es el mismo que han tenido muchos músicos antes y después de Greg Sage: como te salgas del cliché que los aficionados más radicales se hacen de ti, estás perdido. Por eso los mediocres que se acomodan al mismo raca raca todo el tiempo llaman a eso “fidelidad”, porque conocen muy bien al público que los mantiene.
El año siguiente, bordeando ya el final de la década, Sage liquida nuevamente el grupo y en 1991 presenta el segundo disco a su nombre, titulado “Sacrifice (for love)”. Sigue evolucionando: todavía quedan influencias british, pero más en el ambiente vaporoso –a veces- y el estilo vocal que en cualquier otra cosa. Refuerza su apuesta por la melodía y la melancolía también, aunque por supuesto su habilidad con la guitarra sigue siendo inimitable (y lo saca de algún apuro: es la que salva relativamente esa versión del “For your love” de los Yardbirds, que no me parece adecuada para alguien como él). Y en 1993, por tercera y última vez, resucita Wipers: durante esa década grabarán tres discos que mantienen muy bien el equilibrio entre melancolía, fuerza, densidad y un leve tono de “americana music” de vez en cuando. Eso y su dominio de la melodía son ingredientes que lo distinguen claramente de la tropa grunge: Sage, sin habérselo propuesto, es uno de las más notables influencias de ese estilo, y no es extraña la adoración que por él sentía Cobain y otros muchos. Tal vez el compendio de su obra a partir de 1985 haya sido una especie de grunge “idealizado”, con una estructura poderosa pero de mucha calidad, algo que solo un músico de la categoría de Sage puede hacer. Por cierto, oficialmente está retirado desde 1999. Parece haber elegido la fecha de final de siglo para dedicarse a otras cosas.