sábado, 25 de octubre de 2025

1967 (II)

La valiente decisión que tomaron los Beatles a finales del verano anterior, renunciando a la esclavitud de las giras, por fuerza ha de compensarles en lo personal y en lo artístico. Por supuesto ahora frecuentan mucho más el estudio de grabación, donde se pasan horas y horas experimentando con la ayuda cercana de George Martin, que se reafirma como “quinto miembro” del grupo. Su abandono del beat quedó plasmado en “Rubber soul”, que es la nueva base de la que parten para encarar el segundo quinquenio de esta década: “Revolver”, con todas sus innovaciones estilísticas y de sonido, sería impensable sin ese precedente. Y siguiendo ese hilo, completamente inmersos ahora en la deriva psicodélica, antes de que termine el año 66 ya comienzan a planificar su nueva obra. Entre las muchas bondades de este grupo está la permanente búsqueda de la novedad, del cambio constante: los Beatles no son de los que se acomodan en la rutina fácil, en la confianza de que la pura inercia les de dinero, como hacen otros. 

A principios de 1967 completan la grabación de un nuevo single, que llega a las tiendas a mediados de febrero: “Penny Lane / Strawberry fields forever”. O al revés, ya que el grupo lo presenta como disco de doble cara A. Es decir, tratan de dar el mismo valor a ambas canciones. Y tienen razón: “Penny Lane” es una pieza encantadora, pura delicia pop en la que McCartney rinde homenaje a una calle de Liverpool donde estaba la terminal en la que cambiaba de autobús para ir a casa de Lennon; un homenaje a la infancia, a la primera adolescencia, en una letra revestida de referencias psicodélicas, porque el ácido estaba haciendo su efecto. Y mucho más ácida aún es “Strawberry fields forever”, esta básicamente de Lennon, también haciendo referencia a un lugar concreto de la infancia, un hogar infantil del Ejército de Salvación. El propio Lennon decía que esta fue su mejor canción con los Beatles, al mismo tiempo que muchos fans la consideran, como mínimo, la mejor pieza psicodélica del grupo; pero ambas juntas en el single, con ese melancólico viaje al pasado envuelto en arreglos orquestales junto a otros instrumentos “alternativos”, son la prueba incuestionable de una creatividad muy por encima de la media.



Y a finales de mayo se presenta “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, que podría considerarse como un epítome de la edad de oro del pop en sus variantes psicodélica y barroca, del Swinging London y de lo que haga falta. Que sea o no su mejor disco es otro asunto, y sobre eso hay muchas opiniones, pero no se puede negar su tremenda importancia a varios niveles. La revolución comienza ya por el trabajo de portada, que la convierte en un icono de la década; junto a eso la confirmación, ya sugerida en trabajos anteriores y especialmente en el single que le precedió, de que en sus grabaciones siempre podrán tener cabida tanto los instrumentos tradicionales como los de orígenes más exóticos, además de los electrónicos. Ni que decir tiene que los demás músicos de la época toman nota de inmediato. En cuanto al espíritu del disco, es tan evidente la influencia de “Rubber soul” -el primero que ya tenía entidad propia como un todo orgánico y no una simple sucesión de canciones sueltas- como de “Revolver”, en lo relativo al sonido y la variedad de melodías. Y es igual de evidente que tras esas dos referencias, hay un nuevo paso adelante. La psicodelia desenfadada de la canción que le da título o “Lucy in the sky with diamonds” convive perfectamente con el pop barroco de “She’s leaving home” (la sombra de “Eleanor Rigby” es muy alargada), la sobria dignidad de “Fixing a hole”, el toque exótico de “Whithin you without you” (Harrison ya completamente imbuido de su espiritualidad hindú), mientras que el cierre con la señorial “A day in the life” da a esta obra una grandeza casi épica. La mayoría de ellas, por otra parte, llevan unas letras cercanas al estilo de un relato, algo que también había comenzado en “Rubber soul”. Hay algún momento irregular, y resulta comprensible la queja de muchos aficionados que hubieran deseado que las dos canciones del single precedente formasen parte de este disco; pero la estrategia del grupo era no repetir piezas, y para bien o para mal siguieron ese criterio. En fin, ya da igual. El resultado, en cualquier caso, es soberbio.


El 25 de junio se emitió un programa internacional de televisión titulado “Our world”, emitido vía satélite a veinticuatro países, incluyendo España. Había sido una idea de la BBC, que a través de la colaboración con otras emisoras públicas elaboró una especie de magazine sobre varios asuntos distintos, con la idea de reforzar la “hermandad mundial”. Los Beatles escribieron una pieza ajustada a ese evento y la interpretaron en los estudios de la BBC apoyados por orquesta y rodeados de amigos del gremio. La canción se titula "All you need is love", es muy agradable (podría recordar a “Sgt. Pepper’s”), y la letra, aunque un tanto simplista, está cargada de buenas intenciones. Como es lógico se publicó en single, cuya cara B era “Baby you’re a rich man”. Cuadraba bien con la anterior, ya que también lleva un mensaje similar, muy en la onda hippie del momento. Por otra parte es una buena mixtura entre la musicalidad de Oriente y Occidente; no es que sea una de sus mejores canciones, pero tiene categoría.


A finales de agosto los Beatles decidieron asistir a un seminario sobre meditación trascendental impartido por el Maharishi Mahesh Yogi en el colegio Bangor, en Gales. Harrison ya había visitado la India el año anterior, y logró convencer primero a Lennon y luego a McCartney; a Ringo no tanto, como ya sabrán ustedes. El seminario comenzó el 25 de agosto, pero dos días después ocurrió la tragedia que iba a cambiar el destino de este grupo: Brian Epstein muere víctima de una sobredosis de medicamento para el sueño mezclado con alcohol. Aún hoy no está claro si fue un suicidio o un accidente, pero eso ya es lo de menos. Lennon lo resumió muy bien: “Nos derrumbamos. No sabíamos hacer otra cosa más que música, y me di cuenta de que estábamos jodidos”. A partir de ese momento comienza una época de transición en la que, sin un manager concreto, se apoyan en algunos miembros del staff que tenía Epstein, sobre todo Derek Taylor. No hay duda de que la importancia de George Martin como asesor musical equivalía a la de Epstein en la dirección empresarial del grupo; porque ya hacía mucho que eran una gran empresa, y es comprensible el pánico al vacío que sintieron. 

El último single del año consiste en dos piezas que ya tenían preparadas antes de la muerte de Epstein, aunque se grabaron en agosto: “Hello goodbye / I am the walrus”, que se publica a finales de noviembre. La primera es una alegre canción pop, muy de McCartney, cuya letra es tan simple que muchos la hemos utilizado como acicate para que nuestros hijos comenzasen a estudiar inglés. Luego, dar la vuelta a ese single y encontrarse con su cara B es como pasar del día a la noche: ahí tenemos una nueva exhibición de Lennon, un viaje psicodélico que según él se debe a la mixtura entre un poema de Lewis Carrolll y dos sesiones de LSD. El resultado es una fiesta bastante alucinada pero muy original en la que desfilan incontables instrumentos de viento junto a voces que cantan, gimen o chillan. No todos los fans de Beatles disfrutan con esta canción, pero pienso que es una de las más destacadas de su repertorio más experimental.



El año termina con el estreno en la BBC de “Magical Mystery Tour”, un proyecto en el que habían comenzado a trabajar en primavera pero que se fue demorando. En teoría se trata de una especie de road movie inspirada en el viaje que Ken Kesey había hecho con sus Merry Pranksters unos años antes, y el guión era bastante abierto, por no decir inexistente: en esencia, ellos y unos cuantos amigos suben a un autobús; el autobús arranca y comienza un viaje en el que, en palabras de McCartney, “esperábamos que pasaran cosas, pero no pasaron muchas”. La historia dura aproximadamente una hora y desilusionó al propio grupo; por otra parte se había grabado en color, pero por las limitaciones técnicas de la televisión de entonces se emitió en blanco y negro; al menos sirve como vehículo (y nunca mejor dicho) para escuchar unas cuantas canciones nuevas, aparte de otras que ya eran conocidas. En cierto modo podría considerarse como una sucesión de lo que actualmente se considerarían videoclips, algunos muy originales: “I am the walrus”, por ejemplo, es brillante. De las nuevas canciones, la que le da título va en la onda de “Sgt. Pepper’s”, mientras que “Your mother should know” o “The fool on the hill” también recuerdan el espíritu de aquel disco. Resulta curiosa la instrumental “Flying”, una especie de blues psicodélico que figura compuesta por los cuatro Beatles, lo cual es toda una novedad. Por último, “Blue Jay way” es la típica pieza del Harrison de aquellos tiempos, de ambiente oriental medio somnoliento, muy agradable.


Termina así un año agridulce para el grupo, tan brillante como dramático: nada volverá a ser lo mismo a partir de entonces, y ellos lo saben. En fin, disfrutemos del momento y que pase lo que tenga que pasar.

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