lunes, 7 de octubre de 2019

1975-80: la nueva España (XI)


De vez en cuando surgen músicos que deciden seguir su camino al margen de las modas, y este es el caso de los que nos visitan hoy, reunidos bajo el nombre de Mermelada: en sus primeros tiempos se les asociaba con el rock urbano y pertenecieron al sello Chapa, pero su espíritu no está ahí. Mermelada son, lisa y llanamente, un grupo de blues rock blanco, heredero de la tradición británica (el rhythm and blues de los Yardbirds es una clara referencia), y por lo tanto surgen diez años después de que ese estilo hubiese comenzado a decaer en la Isla. Pero al mismo tiempo son precursores de su renacimiento en España, si es que alguna vez había llegado a "vivir" aquí: salvo en los comienzos de grupos catalanes como Sirex, Salvajes o Lone Star, el r'n'b tradicional pertenece a una época demasiado temprana para la raquítica masa de fans que había en España por entonces. Así que su empeño tiene un mérito indiscutible, al margen de su mayor o menor éxito comercial: ir por libre, en un país como este, es siempre de admirar. Porque en la Isla suele haber público para casi todos los ritmos, y allí su actualización corrió a cargo del pub rock en la onda de Dr. Feelgood, que consiguieron vivir bastante bien; pero en España tal cosa parecía imposible, y sin embargo Mermelada llegaron a ser un grupo bastante longevo. Por otra parte, a diferencia de las bandas revival clásicas, tienen pocas versiones (muy bien hechas, además): la mayoría de su repertorio es propio. Doble mérito, entonces. 

Hay otro aspecto destacable en estos jóvenes, y es que a pesar de su edad son unos instrumentistas realmente buenos: Javier Teixidor (1960), el guitarrista y cantante principal, ya es un virtuoso de la Telecaster antes de abandonar el colegio, mientras que sus compañeros Daniel Montemayor (bajo) y Antonio Yenes (batería) forman un base rítmica compacta y muy solvente. Prácticamente todas sus horas libres las dedican a ensayar y a escuchar discos de la época dorada, gracias a que el hermano mayor de Javier tiene un buen surtido, y con esa escuela es fácil llegar a la conclusión de que necesitan un "soplador". Ahí entra Javier "Moro" Encinas, que domina el saxo y, sobre todo, la armónica: su maestría con ese instrumento no tiene nada que envidiar a los británicos (como mínimo). Su primer local de ensayo compartido está en el Centro Cultural Ateneo, en el barrio de Prosperidad, que era una agrupación oficial con una enorme amplitud de objetivos: desde mantener su propia biblioteca e incluso guardería infantil hasta talleres de teatro, danza o mimo, casi todo era posible allí. También allí comenzaron a establecer amistad con personajes tan variopintos como el Zurdo o Alaska, El Gran Wyoming (por entonces en Paracelso) o los hermanos Urquijo, que junto a Jose Cano -"Canito"- eran los integrantes de Tos, los futuros Secretos. Y esa amistad hace que, sin pertenecer a la nueva ola, tengan más contacto con ese mundo que con el del rock urbano. Para entonces (1977) ya se han buscado un nombre: Mermelada de Lentejas.

El Poder, en este caso la emergente UCD, ya comenzaba a darse cuenta de la importancia de la juventud como futura clientela votante, y el alcalde José Luis Álvarez tiene a bien convocar el primer Trofeo Villa de Madrid (también llamado "San Isidro Rock") en mayo del 78. Ese festival es la puesta de largo de Teixidor y compañía, que se presentan junto a Paracelso, Kaka de Luxe y otros cuantos grupos de poco futuro; ganó el de Wyoming, pero nuestros amigos se llevan diez mil pesetillas de la época por estar entre los siete finalistas, y además se incluye una canción suya en el recopilatorio que Chapa publica a tal efecto (y que cierra el señor alcalde, animado por Vicente Romero para que pronuncie unas emocionadas palabras). Esa canción se titula "Publicidad" y ya muestra con mucha precisión el espíritu del grupo; por otra parte la letra de "denuncia", por decirlo así, cuadra con los postulados del rock urbano. Así que Romero no se lo piensa dos veces, y poco después ya están grabando un primer single que se publica a finales de Julio: "Dame la botella / Marta". La cara A es un "blues and roll" -como dirían los TYA- casi rabioso, con una exhibición de Teixidor a la guitarra, mientras que la B, más contenida pero con un ritmo muy agradable, ideal para las radios (las pocas que se enteraron, claro), muestra sus habilidades con el rasgueo. La composición es también obra de Teixidor, que será quien escriba la mayor parte del repertorio y que por lo tanto demuestra ser un músico muy completo; tal vez su único punto débil sea la voz, ya que por momentos se desgañita un poco (me recuerda a Pedro Gené, de Lone Star; incluso tiene un tono parecido). A ver qué opinan ustedes de aquel bautizo en San Isidro y de su primera cara A:



Poco después deciden recortar el nombre y dejarlo simplemente en Mermelada, que en 1979 se convierte en uno de los grupos más populares del país: la publicación de un doble single en primavera los lleva al top 5 en ventas, lo cual es una verdadera hazaña, y después de otro más con parecido resultado llega su primer Lp en otoño: "Coge el tren". En realidad es la suma de todas las canciones ya publicadas y solo hay tres nuevas, pero el personal lo agradece convirtiendo a ese disco grande en un clásico inmediato. La que da título el disco y lo abre formaba parte de aquel doble single legendario; es un rock and roll intemporal con una exhibición de armónica al más puro estilo british. Le sigue la versión del "Crossroads" de Robert Johnson, con una ejecución impecable; viene luego la regrabación de "Publicidad" seguida por "Dime cuál es tu comisión" (del doble single), un r'n'b de libro, de los de antes; "Las seis de la mañana" muy al estilo Dr Feelgood, la canta Montemayor (me recuerda a unos futuros Siniestro Total, no sé por qué); "Espero que puedas ser feliz" es la versión del "I wish you would" de toda la vida, al estilo Yardbirds, y la cara A se cierra con una curiosa instrumental titulada "Sintonía", que consiste en una especie de r'n'b en que el protagonista es un acordeón: Montemayor nos sorprende con una inesperada destreza en ese instrumento. No hace falta que les detalle la cara B porque es igual de buena; de ella he elegido "O. M", una nueva exhibición del "Moro" Encinas y su armónica, junto a la que abría el disco:



Su afición por la obra de los maestros corre pareja con un equipo realmente notable; gracias a eso los directos de Mermelada son de categoría, y durante todo ese año descansan muy poco. En muchas giras llevan a Tos como grupo telonero, lo cual crea una amistad que les hace compartir escenarios y fiestas, y deciden celebrar junto a ellos y otros cuantos el fin de año en Villalba, cerca de Madrid. Por desgracia, la madrugada del 1 de enero de 1980 será otra fecha negra más en la historia del rock nacional: parte de la comitiva se estaciona en un arcén esperando la llegada del resto para volver a Madrid, cuando llega otro coche que invade el arcén y atropella a Canito y a Antonio Yenes, los dos baterías; Canito muere dos días después, mientras Antonio sufre heridas importantes que lo mantendrán por un tiempo en el hospital. Los Urquijo y Mermelada deciden organizar un concierto de homenaje que se celebra a principios de febrero de 1980 con la participación del "todo Madrid moderno", desde Alaska y Los Pegamoides hasta Nacha Pop. Mermelada actúan y ponen el equipo para los demás; y aunque la asistencia no pasó de unas mil personas, el sonido fue horrible y la mayoría de los músicos seguían sin saber tocar, gracias a la televisión el encuentro se convirtió en un hito. Algún listo de la prensa definió aquello como "una enorme movida": la ocurrencia hizo fortuna, y desde entonces los libros dicen que La Movida, así, con mayúsculas, nació en ese concierto. Pero Alaska y compañía ha renegado siempre del término, en el que se engloba a gente muy distinta que únicamente se había reunido por un motivo concreto: ellos seguirán definiendo esa época como "nueva ola", y dejarán "la movida" para los turistas.

El caso es que, entre unas cosas y otras (incluyendo la mili), Mermelada no publica su nuevo disco hasta 1981, con el título de "A punto". Dos años de distancia con respecto a su primera época tienen que notarse, y se notan: la base sigue siendo el r'n'b, pero un poco más ligero, y por momentos cerca del pop. Canciones como "Soy así" (que abre el disco y fue además la cara A de un single precedente), "Seis", "F.M. blues" o "Aunque tú lo intentes" conservan el espíritu del grupo, mientras que otras como "No me va tan mal" o "Me da igual", sin salirse del patrón, son más cercanas al rock and roll pop de unos Tequila, por poner un ejemplo. De todos modos, aunque hubo cierta división de opiniones sigue siendo un gran disco, que además cuenta con la participación de miembros de los Elegantes, amigos suyos y de querencias musicales muy cercanas. Vienen luego algunos cambios: abandonan Chapa, se marcha Yenes y en su lugar entran Antonio Melgar más Juan Carlos Camacho como guitarra rítmica; Encinas será desde entonces colaborador ocasional, ya que entra en Mamá y luego pasa a Desperados hasta su muerte en 1987. A partir de ahí creo que se puede considerar a Mermelada como un grupo más de carretera que de grabaciones: el siguiente disco, muy flojo y lanzado con título homónimo en 1983 por un pequeño sello de Julián Ruiz, no tuvo promoción y pasó como un fantasma. En el 86, ya en el sello Victoria, llegó el mini Lp "Recomendable", que tampoco era muy allá pero vendió lo suficiente como para conseguir nuevas giras; por entonces Mermelada ya no era solamente una banda de r'n'b, sino que más bien se movía en ese mundo difuso que va del rock and roll mainstream hasta el power pop y que como dije antes tiene mucho más éxito en directo que en las tiendas de discos. Con esa nueva perspectiva, algunos cambios de personal y su gran altura técnica se han mantenido durante casi cuarenta años: aunque desde principios de este siglo se llamen J. Teixi Band, la perspectiva es la misma y siguen gozando del respeto por lo que fueron en otros tiempos.




martes, 1 de octubre de 2019

1975-80: la nueva España (X)


Mientras España iba saliendo de las tinieblas, Argentina entraba en ellas: en 1976 se produjo el golpe militar dirigido por Jorge Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti (o sea, Tierra, Mar y Aire: impecable). Ese trío, conocido como La Junta, establece una dictadura que, prolongada luego por Viola y más tarde por Galtieri, atenazará el país hasta 1983, tras el desastre de las islas Malvinas, última muestra de una degeneración criminal. Y como pasó aquí con Franco, el sector artístico fue de los primeros en sentir la brisa siniestra que comenzaba a soplar; en consecuencia, muy pronto comenzó también una diáspora de familias enteras. La ventaja del idioma hizo que gran parte llegasen a nuestro país, y entre ellos venían varios músicos: consagrados veteranos como Moris, Joe Borsani o Carlos Michelini (al que ya hemos visto asociarse con Ramoncín) junto a jovenzuelos como Ariel Rot o Alejo Stivel. Su influencia fue considerable (justo por el idioma, entre otras cosas) cuando todavía la sumisión a lo británico era casi la norma, y por ello tienen responsabilidad en la evolución que renovó el triste panorama con el que se encontraron: Moris, un cruce entre cantautor y rockero tradicional, es lo más parecido que hemos tenido aquí a una figura del pub rock, mientras que Borsani era un músico pop que además ejercía como productor, promotor, compuso canciones para otros artistas y varias cosas más; su esposa Rubi, al frente de los Casinos, fue también figura destacada en la nueva ola madrileña. Pero quienes consiguieron la mayor notoriedad fueron Rot y Stivel por su protagonismo en Tequila, el grupo que consiguió actualizar el rock and roll añadiendo una carga de pop mainstream que los llevó a lo más alto de las listas estándar y revitalizó el mundo de las fans al mismo tiempo que se dejaban oír en los sitios más modernos.

Ariel Rot, que tiene dieciséis años al llegar junto a su hermana la actriz Cecilia y otros familiares, sabe cantar (su madre, Dina Rot, es una conocida intérprete del repertorio sefardí) y se defiende con la guitarra. Entra en la Spoonful Blues Band, por donde había pasado Manolo Tena, y poco después se suma Alejo Stivel: eran amigos desde pequeños, de familias judías de clase media, y Alejo (un año mayor que Ariel) también canta aunque sus padres pertenecen al mundo del cine. En aquel grupillo están por entonces el guitarrista Julián Infante y el bajo Felipe Lipe; tras un cambio de batería, el definitivo será Manolo Iglesias. A mediados del 77 tienen un repertorio que en su mayoría está compuesto por Rot y Stivel, con frecuente apoyo de Infante y en menor medida de Iglesias y Lipe. Para entonces son ya Tequila (un homenaje de Felipe a Johnny Winter), y se notan diferencias con respecto a la oferta madrileña del momento porque además de su relativa calidad técnica y su facilidad para los estribillos cuidan su imagen, a diferencia de lo que era costumbre aquí (esa será una de las causas del rechazo que inspiran entre los rockeros madrileños de pro). Y aunque habían dado sus primeros pasos abrigados por aquel microcosmos conocido como Lacochu, es Vicente Romero quien los coloca en el mercado: a instancias de Jesús Ordovás e impresionado por la suma de todas sus potencias, les ofrece un contrato con Chapa. Sin embargo los jefazos de Zafiro comprenden enseguida que aquellos muchachos pueden llegar muy alto y deciden traspasarlos al subsello Novola, mucho más "respetable"; de ese modo sus dos primeras grabaciones, que iban a ser incluidas en el segundo volumen de "Viva el Rollo" pasarán ser el contenido de su primer single (mayo del 78) y luego se incluirán en el disco grande. Zafiro, una vez más, muestra lo mejor y lo peor de la industria: consigue que ese single sea número uno en los 40 Principales, los coloca en televisión, los lanza a la prensa masiva... y al mismo tiempo les roba el nombre del grupo inscribiéndolo como propiedad del sello: les llevará tiempo recuperarlo.


Aquel primer disco grande, titulado "Matrícula de honor", se publica poco después y es un éxito inmediato. Incluso la prensa más seria, sin los prejuicios que mostrará poco después, se rinde ante el embrujo de esta colección: "Rock and roll en la plaza del pueblo", la que lo abre, es con seguridad la más recordada de su carrera y también una buena síntesis de su estilo; pero a su lado no desmerecen las dos que se habían presentado en el single, demostrando además una insospechada versatilidad en la cara B con tiempos medios como "El ahorcado", compuesta por Sergio Makaroff, otro veterano argentino llegado a España y a quien ya conocían (de hecho fue una de sus primeras influencias allá), o "Abre el día". Y las sorpresas no terminan ahí, ya que además hay dos instrumentales de categoría: "Vacaciones en Copacabana", una especie de jazz/blues latino, y el cierre con "Israel", que comienza con un leve tono de jazz rock progresivo y termina con un ritmo acelerado muy de los primeros años 70, dejando claro que no son los Stones su única guía. Por otra parte la producción, a cargo de Romero, no es la más indicada para un grupo de este tipo, y ya se han dado cuenta: no están muy de acuerdo con su empeño en el sonido denso, rugoso, como si fuesen un grupo madrileño más. Pero esa divergencia no empaña un triunfo que llega a sectores de público muy distintos, incluyendo su irrupción en el mundo de las fans adolescentes (con la rotunda colaboración de Zafiro, claro). Porque hasta entonces ese tipo de asuntos eran cosa de guapos pasteleros al estilo Pecos y compañía; pero los Tequila son tan guapos como ellos, y además tanto en su música como en su aspecto hay el puntito canalla del rock and roll que al parecer también comienza a resultar tentador para las hispanas. Otro asunto será la opinión del sector "serio" del negocio, que si les dio una tregua inicial por haber formado parte de Lacochu ahora ya comienza a afilar las uñas, pero de momento todo va como la seda.


En esas condiciones llega, en 1979, "Rock and roll". Aquí ya son ellos quienes dirigen la grabación con la ayuda de Joaquín Torres, el ex-Pasos metido a productor, y la selección musical es mucho más homogénea. Haciendo juego con el título, predomina el material "bailable" salvo por dos o tres piezas de medio tiempo, como la balada "Hoy quisiera estar a tu lado" o el reggae blanco "El barco". Y con un sonido más brillante que en el primer disco, el resultado resulta imbatible: "Yo qué sé", "Matrícula de honor", "Me vuelvo loco" y la que le da título son las más aceleradas, pero otras como "Rock del ascensor" (una nueva colaboración de Makaroff),"Todo se mueve" o "Quiero besarte" -bordeando el funk- son igual de clásicas. Y hay otro homenaje al rock argentino en "Mister Jones", una canción compuesta y grabada por Charly García, clásico entre los clásicos de aquel país, cuando formaba parte del legendario dúo/cuarteto Sui Generis a principios de la década; Tequila le da aquí un estilo Stones que la rejuvenece. Y este será su disco más vendido, pero los críticos "auténticos" comienzan a volverse en contra: sin entrar a valorar de verdad las canciones, algunos les echan en cara el haberse vuelto un producto de consumo para los 40 Principales, un invento de laboratorio (Romero los llama "vendidos"); otros, que alabaron su actualización del rock and roll, se cabrean ahora por "ablandarse" y ofrecer su mercancía a un público "que no se lo merece" (dicho por Oriol Llopis). Lo cierto es que ellos, demasiado jóvenes como para manejar una situación así, no son plenamente conscientes de los peligros: su paseo por el jardín del sexo, drogas y rock and roll está muy cercano aún a la inocencia. Y la mejor prueba de ello es que no saben ni cuánto dinero están ganando, puesto que viven en una rueda de actuaciones continuas, fiesta, desmadre y chicas que los esperan a las puertas de los hoteles. Los datos, que se los pidan a Zafiro.


La década de los 80 comienza con "Viva! Tequila!"; se grabó en Londres, y aunque no hay grandes diferencias de sonido con respecto al anterior se nota más redondo, con más cuerpo. El material, quizá un poco más uniforme, sigue siendo de altura: "Mira a esa chica", "Ring ring", "Las cosas que pasan hoy" o "Dime que quieres" son las más chispeantes; pero hay otras en medios tiempos con el mismo nivel de calidad, como el tono new wave de "Que el tiempo no te cambie", o la madurez tanto en letra como en estilo de "Es solo un día más" y "Necesito un amor". Sin embargo la creciente campaña mediática de desprestigio comienza a minarlos, y las ventas se resienten aunque las giras de momento siguen siendo continuas. Los ecos de su popularidad, por otra parte, habían llegado hasta Japón, y de allí viene una extraña oferta: grabar un disco para aquel mercado en el que figuren algunas de sus piezas más populares, pero cantadas en ingles; y junto a ellas, las versiones de dos éxitos de Leif Garret (un ídolo del mercado fan en medio mundo, España incluida). Aceptan pensando que es un buen modo de introducirse en aquel país, pero finalmente el resultado es un fiasco y las ventas son mínimas. Esto sucede a mediados de 1981; para entonces la situación interna del grupo ya comienza a ser caótica, entre problemas personales y el consumo excesivo de algunas sustancias poco recomendables. Pero también hay un desfase económico a pesar de su trabajo incesante, y la prensa "seria" ya prefiere ignorarlos antes que seguir metiéndose con ellos: no hay mayor desprecio que el no aprecio.


Poco después vuelven a Londres para grabar su cuarto disco, titulado "Confidencial". Suele citarse aquí la gran afición que sienten por los Clash para describir el material del disco, pero las influencias son más amplias: me resulta difícil creer que no hayan escuchado también algunas bandas de pub rock punk como los Vibrators, ya que las canciones más espitosas del tipo "Me voy de casa" o "Esta chica no es para mí" son de ese jaez; y su gusto por los arreglos más elaborados queda claro en otras como "Nena", pura actualidad para el sonido imperante en aquel momento. El cierre es de categoría, ya que "Salta", un pop de estructura rítmica cercana al ska, es su último gran éxito y probablemente haya quedado a la altura de "Rock and roll en la plaza del pueblo", que fue el primero en la escala de canciones más populares de Tequila. Ahí se cierra también el ciclo "mitológico" del grupo: las ventas siguen bajando, el acoso llega a las actuaciones, y aunque han estado grabando algunas maquetas ya no habrá nuevo disco. Para entonces, de la formación original quedan Ariel, Alejo y Julián, aunque el primero ya casi no se habla con los otros dos; Zafiro también ayuda con otras cuantas marrullerías, y por fin en 1983 Tequila desaparecen del mapa. Los reconocimientos llegarán años más tarde, cuando se valore con propiedad su obra y se reconozca su trascendencia; por supuesto su herencia directa -Los Rodríguez- o algunas reuniones sirven para mantener viva esa memoria, pero por entonces la despedida de la crítica fue un clamoroso silencio.



lunes, 23 de septiembre de 2019

1975-80: la nueva España (IX)


En el cruce de caminos entre el rock urbano, el glam y el naciente punk surge Ramoncín. Su “pedigrí” de barriada es similar al de los grupos que nos han visitado, puesto que se le asocia a Vallecas aunque él se considere de Legazpi; pero su perspectiva es más amplia porque lo es su formación, que incluye a los poetas rockeros clásicos como Lou Reed junto a otros más recientes como Bruce Springsteen o Patti Smith. Sabe rodearse de músicos eficientes y su inclinación literaria será decisiva a la larga, haciendo de él un personaje polifacético tanto por su letras y demás obra escrita como por su protagonismo social en algunos sectores de ese mundillo. La parte mala, en esencia, es ese carácter tan combativo suyo que degeneraba a veces en una innecesaria chulería llevándolo a la confusión: aquellos enfrentamientos (incluso físicos) con algunos músicos de la nueva ola, como si fuesen intrusos en un negocio solo para gente “auténtica”, no tenían ningún sentido. Sobre otros asuntos como su accidentado protagonismo en la SGAE ya habría que matizar un poco, porque no creo que él fuese el peor; pero precisamente por su significación, por ese carácter, es el que más ha encorajinado al personal hasta el punto de que casi parece un sacrilegio recordar que es una figura de calado en los años 70/80 como mínimo, guste o no. Y como lo único que nos importa aquí es la obra y no la catadura más o menos arisca de su creador, aquí lo tenemos. 

Tan aficionado a la música como a la lectura o el teatro, esto último le vino muy bien para forjarse un personaje que en 1976 (con veintiún años y una pequeña experiencia actoral) se decide a contestar a un anuncio publicado en Disco Expres, en el que se solicita un cantante sin grandes dotes vocales pero con poderío en las tablas. Quien lo había publicado era Jerónimo Ramiro (Jero a partir de aquí), guitarrista de un grupo de Vallecas llamado Siracusa. Ramoncín fue admitido de inmediato, y además ya tenía algunas letras que junto a la base musical desarrollada por Jero comenzaron a nutrir el repertorio de los ahora llamados WC?. Sin embargo en poco tiempo surgió la tirantez entre algunos miembros del grupo -de querencias hard/heavy- y su cantante, que si antes era también rockero ahora está influido por la nueva corriente punk que llega de la Isla, mucho más actual, más acorde con su actitud: ya no era un simple frontman, sino que se llevaba todo el protagonismo. Consciente de que sus compañeros no tienen la altura técnica necesaria, refuerza el grupo con el guitarrista Carlos Michelini, recién llegado de Argentina tras su participación en los míticos Vox Dei. Poco después se marcha Jero, y Ramoncín, que ya casi es una figura mediática gracias a algunas amistades de categoría, consigue un contrato con EMI: él y Michelini van a grabar en Barcelona junto a músicos de sesión, dejando atrás al resto de grupo.


A mediados de 1978, cuando el disco se publica bajo el título de "Ramoncín y WC?", las canciones figuran a nombre de ellos dos, sin citar a Jero, cuando lo elegante (por lo menos) hubiera sido que figurasen los tres. Años después, cuando ya no quedaba mucho que repartir, Ramoncín accedió a incluirlo en la autoría. Pero a lo que íbamos: su debut discográfico es notable, más en la onda del rock tradicional yanki (un cruce entre Detroit y Nueva York, por decir algo) que del punk. Y ahí tenemos ya algunas clásicas de su carrera, comenzando por la contundencia de "Cómete una paraguaya" (¿un cruce hispano entre Stooges y MC5?), la incorrección política de un hard rock tradicional como "Paga a tu hombre", la canción himno "Rock and roll duduá", la oscura densidad del rock "intelectualizado" en la casi neoyorkina "Marica de terciopelo", que cierra el disco con enorme brillantez... o esa alegoría sobre los ejecutivos discográficos contenida en "El rey del pollo frito", que acabó siendo el mote con el que se le conoció durante unos años cuando en realidad su destinatario es Adrián Vogel, de la CBS: fue el primero en escuchar sus cintas y no le gustó la música ni el personaje, aunque por supuesto cada uno de los implicados tiene su propia versión. Y otras canciones como "Ponte las gafas" o "El loco de la calle larga" tal vez no hayan conseguido tanta notoriedad pero tienen su propia vida, así que en conjunto esta es una de las mejores obras españolas de aquel año, con un gran equilibrio entre la estructura musical y la entidad de las letras, complejas, cargadas de simbolismos, casi barrocas. La faena se redondea con los directos y su puesta de largo en la televisión, que resultó impactante con aquel rombo pintado sobre un ojo (¿influencia de Siouxsie?), interpretando "Marica de terciopelo", "dedicada a todos los que están en el maco, colocaos, sin ninguna distinción", y con aquella actitud: el teatro, ese gran almacén de recursos.


En 1979 llega "Barriobajero", y para entonces Ramoncín ya ha dejado claras al menos dos cosas: quiere ganar la mayor cantidad de dinero posible, pero de ningún modo aceptará intromisiones de un sello discográfico. En consecuencia, y mientras el primer disco había sido producido a medias por Eduardo Bort y técnicos del sello, en este ya figura él como productor ejecutivo (aunque en realidad el trabajo duro lo hizo Michelini, pero ese es otro asunto): es un gran avance en comparación con las víctimas de los caprichos de Chapa, Romero, Bautista o quien cuadrase. De nuevo la composición va a medias entre él y Michelini; no hay grandes cambios, aunque tanto los ritmos como las letras son en general más directos: buen ejemplo es la apertura con "Soy un chaval", una especie de garaje pop muy atrayente. También lo es el "Blues para un camello", con esa armónica perfectamente ajustada a la ocasión, o la pieza que da título al disco, un rock anfetamínico muy bien llevado, al igual que "Chuli" o el cierre con "No quise escribir esta canción", un pequeño rock and roll instrumental cuyo sonido está más cercano al pub que a cualquier otra cosa. Es un disco quizá menos elaborado que el primero pero más definitorio, más concreto: las líneas maestras de lo que será la carrera de Ramoncín ya están contenidas aquí, alejándose del punk y, como se decía por entonces, buscando la impronta de un Springsteen de los madriles. Por desgracia el tono de las letras acaba chocando con el criterio de algunos jefes del sello, y como resultado la promoción es casi inexistente: hacen más por él algunas revistas y radios que EMI. Las ventas bajan un poco -aunque no mucho- y su próximo destino es Hispavox.


En 1981 se publica "Arañando la ciudad", el tercer disco. Michelini se había marchado tiempo antes ("diferencias de criterio", por decirlo finamente), y Ramoncín figura ahora en asociación con el guitarrista Fernando Murias, también compositor. Aquí hay más suavidad y por momentos un ligero aroma a la nueva ola isleña en el sonido de algunas piezas, pero está a la altura de los dos primeros. Y, por supuesto, esa apertura con "Hormigón, mujeres y alcohol" (que muchos fans rebautizan como "Litros de alcohol") casi justifica la compra; no sé si es la más popular en el conjunto de su carrera, pero al menos para los de mi quinta es la más brillante. En ella queda aún algo de aquel espíritu cruzado de rock'n'roll punk de sus primeros tiempos, tanto en el ritmo -perfectamente matizado por la armónica- como en la letra. "Nu babe", con ese estilo cercano al reggae, cuadra muy bien con la letra irónica sobre los "advenedizos" de la Movida, esos niños de papá que se convierten en su bestia negra preferida; luego llega "Burlando", una especie de rock pop en el que su "parlamento" cheli se hace protagonista, aunque por momentos resulta un tanto forzado... Y una tras otra se va constituyendo un disco muy variado, con muchos recursos, desde esa despedida al punk en "Putney Bridge" (más brillante la escala musical que la literaria, un poco afectada) hasta la balada al estilo tradicional de piano y saxo que luce "Angel de cuero"; que al menos en parte será autobiográfica, ya que ese fue el apodo que le otorgó Francisco Umbral, uno de sus valedores. Hay también un homenaje, en "Flores negras", a Javier Lozano, guitarrista que había participado en algunas canciones de su segundo disco. Junto a todo ello está el esfuerzo de Hispavox, y entre unas cosas y otras este será su disco más popular.



A partir de ahí, un tono medio de calidad en sus siguientes discos y la propia inercia lo sitúan entre las referencias constantes en los años 80. Luego se toma un descanso musical de varios años mientras intensifica su trabajo en otros sectores; vuelve al ruedo a finales de los 90, y desde entonces se han ido alternando recopilatorios con directos y algún disco con nuevo material. Y esto es todo lo que a nosotros puede interesarnos.