viernes, 15 de marzo de 2024

Estados Unidos: los primeros años 60 (III)

Antes de abandonar Tacoma debemos recordar que esa ciudad ha quedado grabada en la historia del rock americano no solo gracias a los Wailers, sino también a los Ventures, el primer gran nombre de la música surf (y el más longevo). Comenzaron en 1958, al igual que los Wailers, y junto a ellos alumbraron el despertar del Noroeste. No es la música surf nuestro asunto ahora, pero estamos ante el ejemplo perfecto de que las dos tribus modernas más destacadas de la época convivían perfectamente: ambos grupos compartieron escenarios, giras y público, e incluso llegaron a intercambiar músicos. Sus trayectorias a partir de la invasión británica fueron muy distintas, ya que los Wailers eran de visión más amplia mientras que los Ventures decidieron resistir en su estilo hasta convertirse en una marca ajena al tiempo. 

Sin embargo y desde el punto de vista comercial, los Ventures ganaron la partida: a raíz de su éxito mundial en 1960 con "Walk, don't run", la primera de las joyas de la corona surf, fueron la primera banda en hacer discos "conceptuales" e incluso de enseñanza para guitarristas, además de aprovechar la nostalgia de aquel estilo para potenciar un enorme mercado de memorabilia en Japón y otros países. Por otra parte se acercaron también al sonido orquestal, y en 1969 su LP "Hawaii 5-0" en el que se recreaba a su estilo un buen ramillete de piezas exitosas del momento significó para ellos uno de sus mayores éxitos. En cambio los Wailers fueron evolucionando a medida que pasaba el tiempo, y quizá esa fue una de las razones por las que no llegaron a alcanzar la fama de la que disfrutan sus antiguos compañeros: en un país donde lo inmutable se valora tanto, eso de ir dando saltos de estilo no es una buena opción. Sin olvidar que Etiquette, la casa de discos que habían creado, no luchaba con las mismas armas que la de los Ventures (Dolton Records, de Seattle), que casi desde el principio estuvo distribuida por la nacional Liberty. Pero en cualquier caso, estas son las dos bandas que patentaron el Pacific Norwest Sound. 

Y ese sonido, esa convulsión comenzó a llegar a los estados limítrofes: en Idaho nos encontramos con un muchacho que comenzó siendo barbero y luego titular de algunos establecimientos de comida rápida; ese muchacho, a quien sus padres decidieron llamar Paul Revere en honor de uno de los héroes de la Guerra de Independencia americana, sueña con ser un astro del negocio musical: su especialidad son los teclados, y le gustan las piezas a medio camino entre el honky tonk y el estilo Nashville. Ha estado trabajando ese estilo desde 1958 acompañado de un grupo llamado The Downbeats, pero con el cambio de década también él decide cambiar: en 1960 se erige al frente de la formación, que pasa a llamarse "Paul Revere & The Raiders" y junto con su amigo Mark Lindsay, voz y saxo, trata de ir aproximándose a los sonidos más actuales. No obstante, los primeros singles (contenidos en un primer LP, en 1961) demuestran que todavía no lo tiene muy claro: las caras A siguen el estilo pianístico acelerado de su época anterior, mientras que en las B podemos encontrarnos desde piezas surf hasta el rock'n'roll que practican sus admirados Wailers, a los que ya ha ido a ver unas cuantas veces aunque el Castillo Español le queda un poco lejos ("En cuanto los oí", dijo luego, "supe que lo que yo quería era tener una banda tan grande como ellos").

Hay que reconocer que se le nota la devoción: en 1962 él y su grupo versionan "Tall cool one" y al año siguiente "Louie, Louie". Y aunque da la casualidad de que justo en ese momento los Kingsmen, una banda de Oregón, publican esa misma pieza y conseguirán mayores ventas, la versión de los Raiders está a su altura. Poco después publican un segundo Lp en directo (de nuevo siguiendo la estela de los Wailers) con más versiones, técnicamente impecables; ese hecho, junto a sus habilidades escénicas, llama la atención de los señores de Columbia, que los fichan de inmediato. Por cierto, que los Kingsmen seguirán en el negocio unos cuantos años, gracias a aquel éxito inicial, pero vivirán del directo mucho más que de sus grabaciones posteriores. Sin embargo Paul Revere y sus Raiders serán uno de los grupos más populares en la América del tránsito 1965-68, superando por supuesto a sus amados Wailers y a cualquier otro nombre “de serie B” que se le pueda comparar: sus ventas tanto en singles como en LPs se cuentan por millones, aunque los puristas les hicieran ascos. Su traslado desde el Noroeste hasta Los Angeles para dejar de ser una simple banda de garaje y convertirse en un fenómeno mediático a medio camino entre el rock y el estrellato de las pantallas de televisión, con aquel aire naif que les daban sus uniformes del siglo XVIII, no cuadraba mucho con los tiempos que según Dylan estaban cambiando, pero cada uno va al paso que quiere.


Columbia decidió creer que había fichado a los Beatles de América (a todos los sellos grandes les entró la misma obsesión: eso pensó CBS de sus Byrds, o la mucho más fantasiosa RCA con los Monkees. Y bueno, lo de los Byrds tiene su lógica, pero los demás…). Y el caso es que, en vez de darles libertad, se echó casi dos años para "perfilar su imagen" y preparar un buen lanzamiento, con programas estrella de televisión y todo; pero intentando al mismo tiempo que no pareciesen un producto de marketing, lo cual implicaba un cierto aire de frescura. Finalmente, después de tanta planificación, su primer LP con el sello aparece a mediados de 1965, se titula "Here they come!" y es un falso directo, buscando el ambiente que se suponía era la quintaesencia del garaje. Se nota ese lapso de dos años en las canciones: la cara A tiene un evidente aire garajero (de nuevo "Louie, Louie" y otras clásicas como "Money" o "You can't sit down", muy al estilo Wailers), mientras que la B es más melódica -influida por el tono beat de discos como "Rubber soul", que encantó a Revere- e incluso contiene versiones como "Time is on my side", demostrando que dominan también el estilo melódico de los Stones. En resumen, una cara para el pasado y otra para el presente invadido por los británicos.


Y ahí comienza su trienio de oro: a principios de 1966 llega a las tiendas el siguiente, "Just like us!"; y en ese mismo año otros dos, a cual más vendido, y otros tres en el 67 (aunque uno fuera recopilatorio), y las ventas seguían a buen ritmo. Pero a partir de 1968 comenzó el declive: sus canciones "de guateque" comenzaban a ser desplazadas por los sonidos que venían principalmente de California, y las críticas de la prensa "progresista" les hicieron mucho daño: bluff de laboratorio, canciones simples para consumo de adolescentes… metiéndolos en el mismo saco que a los Monkees o los Archies, que ni de lejos llegaban a su altura. Fue algo parecido a lo que ocurriría luego con los Creedence: los periodistas "enrollados" despreciaban cualquier cosa que no fuesen esos largos desarrollos de veinte minutos al estilo raga exaltando las virtudes del ácido, los viajes de la mente, la revolución de las flores. Y los Raiders, era evidente, no tenían nada que ver con eso. Sin embargo, con mayor o menor fortuna y algunos intervalos en blanco, siguieron en el negocio hasta no hace mucho: otra banda para una noche de puretas nostálgicos. Pero han dejado unas cuantas canciones magníficas, verdaderos cañonazos que aún hoy suenan como el primer día. Ojalá todas las bandas "comerciales" tuviesen su categoría...


viernes, 8 de marzo de 2024

Estados Unidos: los primeros años 60 (II)

Una de las características más notables de los años 60 es el progresivo aumento del protagonismo que viven los grupos musicales sobre las figuras solistas, y que en la Isla se ejemplariza a partir de 1962 con el nacimiento de los Beatles. Sin embargo, ese cambio de poderes será mucho más lento en el Nuevo Continente. Hay dos razones para ello, y son complementarias: la enorme extensión del país impide que las novedades circulen a la misma velocidad que en el Reino Unido (los seres pequeños siempre son más ágiles que los grandes). Y ese carácter de dinosaurio afecta también a las mentes: un esquema comercial de semejante envergadura suele retraerse ante las novedades extrañas que no comprende o no le interesa comprender. Así, la gran industria americana trata de enterrar la memoria del molesto rock'n'roll con la artimaña del highschool, pero eso solo funciona para el público medio, acomodaticio: los yeyés se refugian en la cosecha que ha dejado el quinquenio 1954-58 y en la alegre música surf en espera de tiempos mejores. 

Pero en algunas zonas del país esos tiempos ya están llegando; concretamente al estado de Washington, donde surge el grupo considerado como el primero de los grandes en la historia del rock and roll: los Wailers (que durante sus primeros años se presentaban como "The Fabulous Wailers" y a los que aún hoy conviene seguir llamando así para evitar confusiones con los posteriores Wailers de Bob Marley). Y aunque la comparación parezca fuera de lugar, en su escala fueron tan importantes como los Byrds en la gran liga: además de ser los primeros referentes de categoría duraron más de diez años -lo cual es un caso muy raro en aquella época-, tuvieron algunos éxitos de ámbito nacional, sirvieron de guía para grupos posteriores y dieron nacimiento a todo un estilo autóctono: el Pacific Norwest Sound. El ilustre Larry Coryell considera que "la originalidad del Noroeste procedía del hecho de estar tan alejados geográficamente del resto, y de que el r'n'b era posiblemente la música principal que se oía allí" (en parte por la sombra que había dejado Ray Charles, cuya carrera estelar comenzó en Seattle). 

Los Fabulosos Wailers son cinco estudiantes aficionados tanto a los géneros populares -sobre todo los de raíz negra- como a las piezas orquestales al estilo de Henry Mancini; a principios de 1958 ya están actuando ante una pequeña parroquia en su ciudad, Tacoma, y consiguen grabar su primer single al año siguiente. En él destaca "Tall cool one", un instrumental cuya entrada podría haber inspirado al mismísimo señor Mancini para componer luego "La pantera rosa", seguida por un desarrollo de evidente trasfondo r'n'b con el delicioso regusto clásico que le da el saxo a esas piezas. Consiguen unas ventas decentes a nivel nacional, lo que les permite la grabación del segundo: "Mau mau", que a mí me tiene un aire entre "La Bamba" y "Tequila". Es otro éxito mediano -en cualquier caso, más de lo que ellos mismos esperaban- y anima a Golden Crest, su casa discográfica, a atreverse con un LP, publicado a finales de 1959 con título homónimo. Pero ese sello se encuentra en Nueva York, lo que les obliga a un largo viaje desde Tacoma cada vez que hay que grabar; y aunque aquella ciudad les brinda más oportunidades, la mayoría del grupo no está muy segura de un éxito masivo que justifique su abandono de los estudios. En consecuencia, prefieren seguir en su esquina y alternar ambas ocupaciones desde allí. Pierden el contrato con Golden Crest, pero ya están planeando la creación de un sello propio: Etiquette Records, que nace en 1961 y que con el tiempo será una de las referencias discográficas de la zona. Mientras tanto Golden Crest reedita sus primeros singles, que vuelven a repetir el moderado éxito que habían tenido y mantiene viva la memoria del grupo, muy ocupado de momento con la creación de su sello y algunos cambios de personal.


Uno de los nuevos fichajes es Lawrence Roberts, un cantante que ya era conocido en el mundillo artístico como "Rockin' Robin". Este muchacho, fanático del r'n'b, es también conocido como merodeador de las tiendas de negros: ya ha vuelto más de una vez a la casa paterna en el coche de la policía, por su afición a visitar esos locales siendo menor de edad. Y en una de esas incursiones descubrió, en un saldo de segunda mano, una canción de 1957 que lo tiene transtornado: una cara B titulada "Louie, Louie" de un tal Richard Berry (y sus Faraones); que al decir de quienes le vendieron el disco es un jefazo, aunque solo haya tenido relativo éxito en Los Angeles. Y nada más llegar a los Wailers, Roberts propone hacer una versión de esa pieza. Que será publicada en 1961 y que se convertirá en un patrón musical para cientos de bandas posteriores: si no le dio mucho éxito a ellos, casi justifica la carrera completa de los Kingsmen (que la grabarán en 1963, año del impacto casi mundial de esa canción, llevándose la fama y quedando como prototipo de la música garaje) y será versionada luego a uno y otro lado del océano. Pero el mérito es de los Wailers: una pieza a medio camino entre el duduá y los ritmos jamaicanos queda convertida en r'n'b, y los que vienen detrás seguirán esa pauta. Resulta muy revelador compararla con la original... y recordar luego la que hicieron -copiaron, más bien- los Kingsmen.


Su nueva idea es otro hito: serán el primer grupo de rock en grabar un disco en directo que resuma su trayectoria hasta el presente; y lo harán en el legendario Castillo Español, entre Tacoma y Seattle. Pat O'Day, locutor musical de Seattle, lo define así: "era el Walhalla de las salas del Noroeste: si triunfabas allí, ya lo tenías todo hecho". Para los Wailers ya es como su segunda casa, y tienen un público fiel entre el que vemos por ejemplo a un adolescente Jimi Hendrix, adorador de la banda y que años después escribirá "Spanish Castle magic" en homenaje a ese lugar y a Rick Dangel, guitarrista de los Wailers y una de sus primeras influencias ("era un chico tímido", recuerda Dangel, "aunque sin duda trataba de halagarme. Se nos ofreció por si alguna vez necesitábamos otro guitarrista"). "Live at the Castle", publicado en 1962, se considera como la Biblia del sonido del Noroeste, material de estudio para todos los que vinieron luego: con un sonido magnífico para la época, recrean la mayor parte de su repertorio hasta la fecha con una soltura admirable. Y cuentan con una adolescente cuyo vozarrón impresiona: Gail Harris, que colabora con el grupo desde poco antes (tenía trece años cuando comenzó con ellos y seguirá acompañándolos durante mucho tiempo). En las piezas en las que ella canta no tiene nada que envidiarle a figuras de la Motown o incluso del soul. 


Entre 1963 y 1965 hay varios cambios de personal, algunas interrupciones por los estudios y un cambio radical de estilo, ya que con la llegada de la invasión británica los Wailers se pasarán al beat: su magnífico disco "Wailers everywhere" del 65 mantiene todavía alguna instrumental de los viejos tiempos, pero en esencia se nota que los Beatles han dejado rastro. También los amantes del "garaje protopunk", como se dice ahora, pueden sentirse satisfechos con la aparición de "Out of our tree", que se publica como single a finales de ese año y da título a su nuevo LP, ya en el 66: ahí tenemos versiones como "I'm down", que deja en precario a la de los mismísimos Beatles, sin ir más lejos. Y demuestran su increíble versatilidad atacando la "Melodía encadenada" de toda la vida junto a "Baby don't you do it" casi a la altura de los Small Faces. En resumen, que estos chicos pueden con todo: es de los muy escasos grupos veteranos que consiguen mantener el tipo ante la famosa invasión sin diluirse en poco tiempo.


Y a partir de 1967 se va notando la decadencia. Aunque todavía publicarán otros tres o cuatro discos grandes con algún sencillo muy exitoso por medio, los Wailers siguen el camino de la mayoría de las bandas de garaje en retroceso: el pop rock al estilo chicle y algún intento medio psicodélico sin substancia, que al final los llevará a su desaparición entre 1969 y el 70. Por el medio ha habido infinitas reediciones de sus primeras canciones y la impronta de haber sido los guías para muchos otros. Por ejemplo los Sonics, que surgieron a su sombra, pasaron a ser sus protegidos y cuyo momento de gloria tuvo lugar en el sello Etiquette.

viernes, 1 de marzo de 2024

Estados Unidos: los primeros años 60 (I)

A finales de los años 50, con la decadencia del rock and roll, el panorama musical en Estados Unidos parecía estar volviendo a la situación anterior a esa época dorada. La impresión que dan las listas de éxitos en 1958/59 es la de que se ha vivido un sueño y ahora toca despertar: de nuevo las baladas con acompañamiento orquestal, las canciones ñoñas, los grupos de voces melosas volvían a ser protagonistas. A pequeña escala, sobre todo en la costa Oeste, comenzaba a ponerse de moda la bendita música surf; pero se trata de un estilo instrumental cuyo protagonismo tampoco va a durar mucho tiempo, y que en cualquier caso no es de ámbito masivo. Así que los grandes éxitos nacidos en el Brill Building volvían a compartir espacio con algunos clásicos del country, junto a músicos “exóticos” como los intérpretes de géneros latinos o “rarezas raciales” como el calipso, por decir uno. El rhythm and blues y en general los estilos negros más urbanos eran asunto de minorías salvo por vocalistas o grupos convenientemente “domesticados”, de tono pop o duduá, algunos de ellos también en el edificio Brill. Por no hablar de sus vías de distribución, claramente segregadas, comenzado por unas listas de ventas al margen del mainstream blanco. 

Precisamente la segregación, llevada a los aspectos comerciales del negocio, es una de las causas principales del gran vacío creativo que se vive en el tránsito de 1958/59 hasta la llegada de la invasión británica. Durante ese tiempo algunas de las bandas estadounidenses más populares andarán a medio camino entre grupo y pequeña orquesta, ya que muchas tendrán su sección de viento. Su principal fuente de ingresos estará en los bailes, y su repertorio abarca el rock'n'roll (generalmente en su versión rockabilly), algún mediano éxito de la naciente música surf y las baladas con ramalazos country. Es decir, los géneros blancos: como decía antes el r'n'b es algo prácticamente desconocido en la gran masa de oyentes pálidos, a quienes -si no son muy racistas- Chuck Berry o Little Richard les parecen un simpático exotismo, pero poco más. Porque no todo el país tenía la amplitud de miras de un neoyorkino o un habitante de Chicago, de las zonas industriales: el joven aficionado blanco de la América profunda, rural, no podía poner los pies así como así en una "tienda de negros" para oír o comprar ese tipo de discos (y en la próxima entrada veremos un caso concreto). Como consecuencia el sonido y el estilo eran uniformes, poco creativos: se echaba en falta una ráfaga de aire fresco que renovase esas estructuras, o que las cambiase por completo. 

Dentro de las "estructuras" hemos de considerar también a la propia industria: los grandes sellos -y en consecuencia los críticos- vivían mayormente de los crooners y las orquestas. Salvo que se tratase de personajes muy consagrados como Elvis, el rock'n'roll no llegó a ser tan masivo como ahora se nos quiere contar (el propio Elvis alternaba el rock and roll con las baladas casi desde el principio de su carrera), y en muchos casos se había estado distribuyendo por marcas sin la cobertura suficiente (volviendo con Elvis, su popularidad se dispara cuando pasa de la sureña Sun al monstruo RCA). Al parecer no interesaba que dichas estructuras cambiasen, y el episodio hipócrita de la payola, con la subsiguiente defenestración de Alan Freed, es el mejor ejemplo. O el caso de EMI, que se vio obligada a publicar los dos primeros singles de Beatles en Vee-Jay y Swan porque Capitol no quiso hacerlo ¡siendo su firma subsidiaria en los States! bajo el argumento de que "esos Beatles no tienen nada que hacer aquí". Había miedo, esa es la verdadera razón: las casas de discos, la prensa, todo el establishment que vivía de este negocio era consciente de hallarse en peligro (y por otra parte, Capitol tenía sus propios intereses: los Beach Boys, concretamente). 

Pero a veces el público va por delante de los medios aun cuando los medios, como en este caso, estén claramente en contra: a mediados de 1963 algunas emisoras perdidas por el mapa comenzaban a radiar esos dos primeros singles de los Beatles, y algunos otros que los escasos viajeros inquietos traían de la Isla en su maleta. En Diciembre la convulsión isleña llegó a oídos del avezado Walter Cronkite, que hizo una reseña en su programa nacional de la CBS sobre ese fenómeno que comenzaba a expandirse por la vieja Europa. Y una adolescente de catorce años llamada Marsha Albert, de Maryland, vio ese programa, cayó arrobada y escribió una notita dirigida a Carrol James, el DJ de la emisora local WWDC. Una nota que iba a pasar a la Historia: "¿Por qué no podemos tener música como esa aquí?" (una pequeña adolescente, una niña, la más exacta representación del futuro). 

Y lo que viene luego ya es de cuento de hadas: el bueno de Carrol consiguió agenciarse por medio de una azafata de vuelo británica una copia de "I want to hold your hand" e invitó a Marsha a hacer los honores, a que ella misma presentase la canción por primera vez en la emisora. Y la noticia de este hecho comenzó a rodar justo cuando EMI le estaba apretando las tuercas a Capitol, donde por otra parte la gestión del asunto cayó en manos de Brown Meggs, un personaje con mejor vista que sus predecesores y que enseguida firmó un acuerdo de distribución con Brian Epstein. En pocos días llegaba esa canción a las tiendas estadounidenses, y pronto habrá cinco singles de esos muchachos poblando el top 10 nacional, y… el 7 de Febrero de 1964 aterriza en el aeropuerto John Kennedy de Nueva York el vuelo de Pan Am 101 procedente de Heathrow, Londres, Reino Unido, que trae a los Beatles. Se acabó el aburrimiento: comienza la Invasión Británica, pequeña Marsha. Estarás contenta, ¿eh? 

Y claro, una de las consecuencias directas de dicha invasión es el rápido auge de la llamada música estadounidense de garaje. Pero esa ya es otra historia: de momento habrá que buscar entre los restos de aquella edad primitiva algún signo de vida destacable, por muy rupestre que sea. Llevaremos linternas, por si acaso. ¿Se apuntan ustedes?