domingo, 24 de febrero de 2013

Kevin

Este blog comenzó a funcionar en Septiembre de 2009 con el título de “Mis muertos preferidos”. La idea era escribir unas cuantas alabanzas sobre los personajes que más me habían marcado en mi juventud; o, como en el caso de Brian Epstein, por los que más respeto siento aún hoy. Hice trece hagiografías, que tienen ustedes a su disposición en el apartado correspondiente, y luego lo dejé. Tras unos meses de inactividad, cambié el título y decidí ponerme a contar los rollos que están ustedes soportando desde entonces: muchas gracias por su paciencia. Supongo que dejé lo otro porque los demás muertos que ha habido en este azaroso mundo musical no me afectaron del mismo modo, casi familiar, que esos trece: serán mejores o peores, pero el cariño y la calidad no tienen nada que ver. Y quedan algunos vivos de los que, si no me voy yo antes, tendré que hablar más tarde o más temprano, porque ya tienen una edad. Este es el caso de Kevin Ayers, otro de esos personajes innegociables en mi lista de cariños y que nos dejó hace unos días. Así que, con gran dolor por mi parte, he aquí una nueva hagiografía más de tres años después de la última.




Kevin Ayers (1944-2013)  

Kevin Ayers ha sido encontrado muerto en su casa, sita en el pueblecito medieval de Montolieu (suroeste de Francia). Vivía solo y fue descubierto por un vecino el martes, día 19. Aparentemente murió mientras dormía, en la noche del 18. Bernard MacMahon, representante de su sello discográfico, dice que ”Kevin no estaba enfermo, pero siempre llevó el estilo de vida rockero”. Aunque no tenga relación con su muerte, cerca de su cama, la botella de vodka y la cajetilla de Gauloises se ha encontrado una nota que dice: “No puedes brillar si no ardes”. 

Morir solo… bueno, en “Mystic river” ya decía Sean Penn que “morir, mueres siempre solo”. Y la verdad, mi amado Kevin, es que muchos héroes han muerto así: ahora que tienes tiempo, échale un vistazo a los que te preceden en mi lista y verás que es cierto. Ah, y bienvenido a mi panteón particular, aunque hubiera deseado no verte en él hasta mucho más tarde. Pero teniendo en cuenta la vida que has llevado, no creo que puedas quejarte: has vivido intensamente, y es posible que tú mismo estés sorprendido por la bondad de tu muerte. Debe de ser cierto eso que dicen sobre una vida de excesos: que te mata antes que a otros pero no suele llegar a torturarte. Esa notita que han encontrado sobre lo de brillar y arder recuerda mucho a tu amigo Syd Barrett, pero hay una diferencia radical entre él y tú: es cierto que sois las dos caras de una misma moneda; pero mientras él, más oscuro, buscaba permanentemente el brillo -y se quemó- tú, siempre luminoso, preferiste seguir a tu aire. Todos los que te conocieron han dicho lo mismo, que nunca buscaste ser una estrella. 

Los excesos y los cambios han sido las dos características más notables en ti. Nacer en el condado de Kent y luego echarse media infancia en Malasia debe de ser una experiencia curiosa; gracias a tu madre, que tras divorciarse del afable poeta y productor de la BBC Rowan Ayers (uno de los precursores de los programas musicales televisivos), se marcha con su nuevo amor, un empleado de la corona británica, a ese exótico país. Y luego, allá por el 65, vas a parar a Canterbury justo cuando un puñado de seres patafísicos acaba de crear aquella gloriosa locura llamada Las Flores de Wilde. Claro, ante ese panorama no me extraña que salieses un poquito hippie: decías que Daevid Allen fue el primero que viste en tu vida, pero tú debiste de ser el segundo. Y con él descubres la exuberancia de las islas Baleares, que en aquella época eran un paraíso sin colonizar: Mallorca, Ibiza, Formentera… aún recuerdo un dibujo tuyo en la Fonda de Pepe, donde también quedó huella de tus queridos Kerouac y Burroughs. A los peregrinos que fuimos allí mucho más tarde y veíamos aquellas paredes con tantos recuerdos (Hendrix, Dylan, los Floyd…) nos saltaban las lágrimas. 

Y a la vuelta, Daevid y tú montáis Soft Machine junto a Robert y Mike: si los otros compañeros de Canterbury habían homenajeado a don Oscar Wilde, vosotros decidisteis hacer lo propio con don Guillermo Burroughs (“La máquina blanda”. Ya. Tardamos un rato en darnos cuenta de qué máquina era esa, hasta que vimos el libro). Desde entonces, en este bar hemos estado hablando de ti con frecuencia, ya lo sabes. Y seguiremos haciéndolo, por lo menos hasta que tu época dorada vaya declinando. Aunque, en tu caso, siempre fuiste dorado: tanto en los años 80 como luego, tus discos han sido minoritarios y a veces irregulares; pero siempre te hemos tenido ley, Kevin. Tú no envejeciste de un modo vergonzoso, como les pasó a otros muchos. No, tú simplemente te fuiste retirando poco a poco del mundanal ruido: varios años en Deyá, otros cuantos en ese pueblecito francés, y de vez en cuando un nuevo disco tuyo nos hacía recordar que seguías ahí. Aunque no fuesen necesarios: solo con los que hiciste en tu época clásica y que no han pasado de moda por eso mismo, porque eres un clásico, ya nos bastaría. 

Dije una vez aquí que lo tuyo venía siendo una especie de Alicia en el País de las Maravillas, y lo mantengo: tú creaste tu propio reino de elfos y ardillas, y muchos jovenzuelos de por entonces nos quedábamos extasiados ante cada conejo que salía de la chistera, con esa delicadeza no exenta de malévola ironía, esa pose tuya de dandy decadente, de bohemio, porque decir hippy ya no era ajustado a lo que tú fuiste. Con razón te llamaban “El príncipe blanco”. Que por cierto, si nos metemos en esas categorías, Bowie no pasó de duque. Y Bryan Ferry, con esa pinta de chulo para señoras de la tercera edad, no te llegaba ni a la suela de tus zapatos: un quiero y no puedo, a tu lado. Porque con el señorío se nace, y así naciste tú. Y así te has ido: solo, recluido en tu pueblecito medieval, esperando a la Parca dignamente con tu botella y tus cigarrillos. No podría imaginarme un lugar mejor para alguien como tú. 

Suerte, Kevin. Y como ya supongo que andarás con la troupe de Alicia y sus amigos, dales recuerdos de mi parte. A muchos nos hubiera gustado vivir en ese mundo, pero no pudo ser. 



martes, 19 de febrero de 2013

1970 (XVII)


Sea por alguna razón evolutiva que desconozco o por una extraña conjunción astral, 1970 es el año en el que más bandas folkies aparecen en el mercado. Dejando aparte a los Span la mayoría no duraron mucho a pesar de que su obra suele ser de calidad, pero hay algunos nombres que resistieron al paso del tiempo y tienen todavía una importante masa de adeptos. Las dos más notables, para mi gusto, son Lindisfarne y Amazing Blondel: los primeros son un compendio de influencias tanto isleñas como americanas, mientras que los otros han ido a buscar su inspiración a la música medieval y renacentista. 

Lindisfarne es el grupo más popular en los primeros años de la década junto a la Fairport. Pero si los pioneros son radicalmente británicos tanto en su época con Sandy como después, estos se alejan con frecuencia de las estructuras tradicionales para crear un repertorio totalmente propio en el que se mezcla el estilo isleño con el americano añadiendo excelentes melodías y ritmos que, en oposición al folk eléctrico, son tal vez la mejor representación isleña del folk rock. Sus tres primeros discos han vendido una cantidad enorme de copias, y lo mismo hicieron algunos singles; teniendo en cuenta que el formato single no suele reportarle grandes alegrías a este tipo de bandas, es evidente que estos señores sabían hacer piezas con un notable gancho comercial (aunque por desgracia en España sus discos llegaron tarde y a cuentagotas, lo cual hizo que pasaran casi desapercibidos entre los aficionados hasta mucho tiempo después). Su historia comienza a finales de 1968, cuando tras algunos cambios de nombre y miembros se “solidifica” con la entrada de Alan Hull, que será su principal compositor además de guitarrista y voz. Y se van haciendo conocidos a lo largo de 1969, año en el que sus actuaciones son seguidas por una masa creciente de seguidores entre los cuales se encuentra Tony Stratton-Smith: Charisma, el famoso sello al que tantas veces vemos en este local últimamente, acaba de comenzar su andadura. 

El bueno de Tony, que ya tiene el sector progresivo cubierto con sus protegidos Van Der Graaf Generator y Genesis, intenta hacerse un hueco también en el mercado del folk, y Lindisfarne serán su primer grupo. A finales del 70 aparece su primer LP, titulado “Nicely out of tune”, un disco encantador del cual, si ustedes no lo conocen, les recomiendo para empezar “Lady Eleonor”, una balada clásica total, y “Clear white light”, una pieza de folk rock realmente notable que fue su primer single (la balada fue el segundo). Sin embargo no alcanzará el éxito que merece hasta que se publique su segundo disco grande: “Fog on the Tyne”, que llegó directamente al número uno de las listas a principios de 1972 y que tiró de su obra anterior hasta llevarla, tanto en LP como en single, al top 5. Y por supuesto ese segundo LP es otra joya en la que vienen incluidas “Meet me on the corner”, quizá su canción-himno más conocida, o piezas más clásicas como la que da título al disco. Sin embargo, poco después comenzaron las tensiones en el grupo, y su tercer LP se resiente un poco de ello: la consecuencia final es la primera separación de Lindisfarne, a mediados del 75. Y aunque su época de gloria termina ahí, hubo unas cuantas idas y vueltas que los mantuvo activos hasta principios de este siglo. En cuanto a ustedes, si oyen las piezas que he citado, seguro que se sorprenden descubriendo que algunas ya las conocían, y mucho: háganme caso, ya verán. 

Amazing Blondel es otro mundo, aunque sus orígenes no se distingan mucho de otras bandas folkies. Inicialmente se trata de un dúo formado por John Gladwin y Terence Wincott, que dominan todo tipo de instrumentos de cuerda y teclados, tanto tradicionales como modernos: imagínense un rango que cubre desde el arpicordio o el armonio hasta el melotrón, o desde la cítara o el laúd hasta la guitarra eléctrica; sin olvidar varios instrumentos de viento como flautas, oboes, ocarinas, etc. Vamos, lo que suele llamarse un par de multiinstrumentistas con todas las de la Ley. Esta pareja consigue grabar un primer disco en 1969 que, a pesar de unos arreglos excelentes recurriendo incluso a una pequeña orquesta, pasa sin pena ni gloria. Todo el material está compuesto por Gladwin, y en él ya vemos maravillas como “Saxon lady”, la que abre el disco y en la que el tono renacentista le da un aire encantador; pero otras como “Canaan” van a medio camino entre la balada folk rock y el sonido orquestal, y tal vez esa dispersión más la deficiente campaña publicitario del sello Bell (lo suyo era el pop, las orquestas familiares y luego el glam) hizo que en su época casi nadie se enterase de su existencia. Pero pronto llegan las buenas noticias, porque en 1970 Edward Baird, antiguo compañero de colegio y que también domina un montón de instrumentos, se les une. Y resulta que el ahora trío tiene seguidores incluso entre los rockeros: hay una banda llamada Free que está en su apogeo y cuyos miembros, fans de los Blondel, les consiguen un contrato en la bendita Island Records… amigo, la cosa cambia. 

A partir de ahora, sin apuros ni exigencias comerciales, se acabó el tono orquestal y el trío se concentra en recrear, aunque con material propio, los sonidos del Medievo y el Renacimiento con una delicadeza exquisita: en cierto modo su estilo será similar al de la Incredible String Band (otros orfebres) pero sin la carga psicodélica que a veces lastraba demasiado a este grupo en sus primeros discos. “Renacentistas” fue precisamente el adjetivo que la prensa comenzó a usar para referirse a los Blondel, ya que el término “folk” no es el más apropiado; y aunque los puristas -otra vez ellos- les achacaban el ser una especie de refrito con pretensiones medievales, algo parecido se puede decir de E,L & P con respecto a la música sinfónica y da igual: lo importante, además de la felicidad de sus seguidores, es que abrieron las puertas de esos estilos musicales a una nueva generación que de otro modo probablemente nunca habría llegado ahí (por otra parte, los propios Blondel se tomaban su trabajo con mucha más ironía y humildad que Emerson con el suyo). En cualquier caso, su nuevo disco aparece este año con una orientación más definida que el primero: la batería y los instrumentos eléctricos desaparecen para llevarnos directamente a transiciones entre el Renacimiento y el Barroco (“Poughman” o “Willowood”, cercanas al madrigal) o algunas piezas representativas del estilo isleño del siglo XVI. Pero aun así, no será hasta “Fantasia lindum”, su disco del 71 (publicado puntualmente en España, por cierto), que alcancen su verdadero carácter; y luego llegará “England”, su consagración. Luego pasarán al sello DJM, donde su sonido se electrifica y pierde un poco de su esencia, pero en conjunto su espléndida carrera ocupa casi la totalidad de la década. 

Y estas son las dos novedades más populares del momento. Aunque, por si algún folkie está leyendo esto, le recomiendo otros tres que pasaron casi desapercibidos en la época y ahora son objeto de disfrute entre la gente de buen gusto. En primer lugar y especialmente los Trees, el gran secreto mejor guardado del folk británico, que tuvieron la desgracia de ser fichados por la CBS (aunque incluyesen una canción suya en el famoso recopilatorio “Llena tu cabeza de rock”): solo publicaron dos discos, ambos en 1970, y son excelentes. Se trata de una banda de folk rock con un leve tinte psicodélico y con una voz femenina, la de Celia Humphries, que a mi parecer no tiene nada que envidiarle a las mismísimas Sandy Denny o Maddy Prior. Esos dos discos (“The garden of Jane Delawney” -la canción que le da título es la que aparece en el recopilatorio de la CBS- y “On the shore”) son inolvidables. Luego tenemos a String Driven Thing (cinco discos en total), que comenzaron haciendo folk rock de mucho nivel y, fichados en el 72 por Charisma, publicaron una obra realmente curiosa: “The machine that cried”. Una rareza magnífica, fusionando ese género con el progresivo. Y por último Longdancer, el primer fichaje de Rocket Records, el sello de Elton John: solamente dos discos, como los Trees, y desde luego sin llegar a su altura; pero con una buena mezcla entre folk y country que merecía más atención. En esa banda comenzó a hacerse conocido un jovencísimo Dave Stewart, que a finales de la década se hará mayor en los nuevaoleros Tourists junto a su por entonces esposa Annie Lennox; y luego de eso… bueno, ya saben ustedes lo que vino luego. 

Hala, ya está, se acabó el folk rock por este año. Y prácticamente todas las novedades posibles, salvo una -relativa- de la que hablaremos el próximo día. Espero que se vayan recuperando mientras tanto del tremendo rollo que me acabo de tirar; pero no se quejen, que solo es uno a la semana: los políticos son mucho más pesados que yo, y aún encima siempre dicen lo mismo. Así que… 



miércoles, 13 de febrero de 2013

1970 (XVI)


Hoy nos toca verificar el estado de salud del folk. Desde que Fairport Convention demostraron que era posible actualizarlo y hacerlo llegar a los oyentes de la época, en estos momentos ya ofrece un buen surtido de opciones: la más tradicionalista -como ellos mismos- o las variadas mixturas que nos presentan los grupos que parten de ese estilo y lo van aliñando con otros -el caso de Pentangle, que comenzaron casi al mismo tiempo y de los que ya hemos hablado también. En 1970 surgen algunas bandas que correrán distinta suerte pero que a mí, tal vez por la dulzura “congénita” que atesora este tipo de sonidos, me encantan casi por igual. Podemos comenzar por dos ilustres fugados de la Fairport y luego, otro día, veremos otras ofertas. 

Sandy Denny abandonó el grupo a finales del 69; pero no por cuestiones relacionadas con el purismo, sino por todo lo contrario: tras haber impuesto esa senda, ella misma comenzó a sentirse incómoda, encorsetada. Había escrito unas cuantas piezas muy personales y deseaba grabarlas ejerciendo un control total sobre el estilo y los arreglos, algo que en la Fairport no le era posible; así que tal vez fuese el momento de dar el salto y revelarse al mundo como cantautora. Sin embargo, quizá porque aún le asustaba un poco el hecho de publicar un disco en solitario, prefirió abrigarse bajo el nombre de una banda. Para ello cuenta con el apoyo de su novio, el guitarrista y cantante Trevor Lucas, a quien acompaña su amigo el batería Gerry Conway: ambos acaban de quedar disponibles tras la extinción de Eclection, un grupo de un solo disco que mereció haber nacido en los States, ya que su estilo folkie americano cuadraba poco con los gustos isleños. Y justo por entonces desaparecen también Poet & The One Man Band, otro grupo de un solo disco, también con aire americano en plan folk rock y más cosas, entretenido pero flojito: de ahí vienen el guitarrista Jerry Donahue y el bajo Pat Donaldson. Así que ya tienen Sandy y su novio el material necesario para crear su proyecto: Fotheringay, el castillo que dio nombre a su primera pieza para la Fairport. 

Una vez más, al igual que en su antigua banda, Sandy nos sorprende con su velocidad: grabado en menos de tres meses, el LP “Fotheringay” llega a las tiendas en Junio del 70. De un total de ocho canciones cuatro son suyas, una de su novio y otra más a medias entre los dos; el disco se completa con tres versiones (una tradicional, otra de Dylan y otra de Gordon Lightfoot, el cantautor canadiense más famoso junto con Leonard Cohen). Como siempre su voz, su manera de interpretar las canciones, sobresale: podría haber sido perfectamente un disco a su nombre; y aunque es innegable que mantiene un tono folk, las piezas ya se pueden encuadrar en ese estilo conocido como “canción de autor”. No sabría destacar unas sobre otras, ya que desde el espléndido arranque con “Nothing more” hasta el cierre con la versión de “Banks of the Nile” (exquisita, aunque un poco larga), la coherencia es total. Como era de esperar, la afición folkie hace los debidos honores a su reina llevándola hasta el top 20, lo cual es mucho si tenemos en cuenta que este tipo de sonidos no suele ser para mayorías. Y todo parecía ir bien hasta que a principios del 71, cuando se hallan planeando la grabación de su segundo disco, Sandy abandona el grupo. La explicación oficial fue que “se hallaban decepcionados por la escasa respuesta comercial”, pero esto no se sostiene. La realidad fue otra: Sandy, envalentonada por las loas (fue declarada “cantante del año” por la prensa musical), decidió seguir su carrera en solitario, como su adorada Joni Mitchell. Aun así, el resto del grupo se lo tomó bastante bien, ya que todos ellos participan en su disco que saldrá a la venta poco después (y todos ellos, antes o después, acabarán pasando por la Fairport). Hace unos años salió a la venta el material que había quedado sin publicar, y con eso queda completa la corta existencia de Fotheringay.

Cuando Sandy abandonó la Fairport, también lo hizo el bajista Ashley Hutchings. Y en su caso fue por dos razones totalmente distintas: tras el accidente de tráfico en el que había muerto Martin Lamble, el joven batería del grupo, Hutchings, conmocionado, se sintió incapaz de seguir bajo la sombra de una banda “marcada por la muerte”. Y por otra parte el nuevo tono que iban a adoptar se alejaba del folk eléctrico tradicional para acercarse al folk rock; tal vez para contrarrestar la pérdida de Sandy, que a partir de entonces sería sustituida por voces masculinas. Así que decidió crear un nuevo grupo que, en muchos aspectos, podríamos considerar como un “clon” del original: Steeleye Span. Lo primero que hizo fue buscar una voz femenina con carácter, con altura, y los hados le pusieron delante a Maddy Prior; cuyo fulgor, con el paso del tiempo, ha llegado a la altura de la mismísima Sandy. Pero no termina ahí la alegría, porque Maddy formaba dúo con Tim Hart cuando fueron “cazados” por Hutchings. Y Tim es un personaje que domina todo tipo de instrumentos de cuerda -acústicos o eléctricos, tanto le da- así como los teclados. Ya tenemos pues a los tres nombres que formarán la base para el arranque de un grupo que acabará siendo tanto o más alabado que la propia Fairport, ya que los folkies más tradicionales suelen inclinarse por la que ellos consideran como “la verdadera banda británica de electric folk” tras la supuesta “traición” del 69/70. Aunque bueno, en esas traiciones acaba cayendo todo el mundo; y los Span, años después, caerán también. Me parece a mí que eso del purismo es un sinvivir… 

Steeleye Span comienza su carrera con una segunda voz, la de Gay Woods, que además toca el arpa. Ella y su marido Terry, que toca la guitarra y varios instrumentos tradicionales de cuerda, se irán pronto; pero su voz se oye -casi siempre haciendo coros- en el primer disco, titulado “Hark! The village wait”, que se publica en el verano de 1970. El material es casi en su totalidad tradicional, y efectivamente suenan a la Fairport. Y al igual que ellos el año anterior, la voz femenina principal es el mayor encanto; aunque se nota una fuerte presencia del bajo y la batería (en esta ocasión llevada casi en su totalidad por Gerry Conway: este hombre está en todas partes). Por lo demás, cualquiera que disfrute con la trilogía del 69 que grabaron Sandy y sus antiguos colegas, disfrutará con este: es una preciosidad, y para mí está a su misma altura. Sin embargo, la escasa promoción que hizo la RCA (uno de esos grandes sellos americanos que en la Isla solían dar palos de ciego, sin mucha convicción) hizo que el disco pasase casi desapercibido. No hay problema: volverán a intentarlo en otro sello. Porque al final, como decía Cela, el que resiste gana. Y ellos demostrarán que esa frase no solamente en aplicable en España, sino en todas partes. Aunque habrá una crisis a finales del año próximo: Ashley Hutchings se desencanta de nuevo ante las intenciones del resto del grupo, que pretende seguir una vía más comercial, y se marcha para crear una nueva banda que, en sus distintas formaciones e incluso con cambios ligeros de nombre, se convertirá en otra clásica: la Albion Band. Es decir, que el señor Hutchings ha sido el responsable de gran parte de la historia del folk eléctrico británico a lo largo de los años.

Como ven, Fairport Convention ha sido una verdadera escuela. Y los alumnos más aventajados llegaron incluso a superarla, a darle otro aire. Pero también hay otros músicos fuera de esa órbita, no tan restringidos por las pautas clásicas y que merecen ser citados: de ellos nos ocuparemos el próximo día. Mientras tanto espero que ustedes estén dándose golpes de pecho en este Miércoles de Ceniza tras los excesos paganos de los últimos días, ya que me temo que hay mucho descreído en este local. Sean buenos. 


lunes, 4 de febrero de 2013

1970 (XV)


En nuestra visita a la simpática fauna de Canterbury vimos la cara amable de un género, el progresivo, que no suele prodigarse en sonrisas. Y hoy toca volver a la realidad con Emerson, Lake & Palmer y Gentle Giant: los primeros se hallan encuadrados en el sector sinfónico, mientras que los otros representan el tono medio de muchas bandas que mezclaban varios estilos. Se trata de dos nombres muy reverenciados en su época, aunque la mayoría de crítica y público actuales consideran que el paso del tiempo no les ha sentado nada bien. Yo me limitaré humildemente a reseñar sus orígenes y situación en 1970. No tengo talla suficiente para discernir si son tan valiosos como dicen sus fans o no, y temo que este resquemor me acompañará hasta la tumba. 

Keith Emerson, un virtuoso de los teclados y gran conocedor de la música sinfónica, se encuentra en 1969 ante una situación límite: su banda, The Nice, ha sufrido unas cuantas deserciones. Y los miembros restantes también comienzan a estar hartos de su estilo despótico; aunque de momento transigen, ya que tras unos primeros tiempos de poco éxito su tercer disco ha llegado puesto 3 de las listas isleñas a pesar de la pobre promoción de Immediate, un sello al borde de la quiebra. Cuando esa quiebra se substancia son fichados por Charisma, que involuntariamente certificará el final del grupo: en Otoño graban la Suite de los Cinco Puentes, que será su cuarto disco y primero con el nuevo sello; llegará al puesto número 2 en Junio del 70, el mismo mes de su publicación. Pero para entonces Nice ya no existen. La fecha oficial de su baja, el 30 de Marzo de ese año, en realidad no es más que la última actuación pendiente que tenían. Emerson había comunicado su marcha tiempo antes. 

Porque tiempo antes, a mediados del 69, cuando ya la bronca en Nice comenzaba a hacerse insoportable, coincidieron en algunas actuaciones americanas con King Crimson. Emerson había quedado prendado de la voz y el estilo de Gregg Lake con las cuerdas, tanto en guitarra acústica como en el bajo, y le ofreció unirse a su grupo. Gregg no lo tenía claro e informó a Robert Fripp, que contraatacó con otra oferta: únete tú a nosotros. Pero Emerson no estaba dispuesto a compartir el estrellato con un guitarrista (que por otra parte dirigía una banda de élite y era tanto o más dictatorial que él), y la rechazó. Con lo cual Gregg quedaba entre la espada y la pared. Y finalmente llegó a la conclusión de que más tarde o más temprano abandonaría a los Crimson, porque esa banda era Fripp y solo Fripp: los demás músicos iban y venían, pero las reglas del juego estaban claras. Emerson, al menos en apariencia, le ofrecía un trato de igualdad. Así que decidió aceptar. Emerson, más contento que unas castañuelas, informó a sus compañeros de que en cuanto terminasen las actuaciones pendientes se iría. Ya solo faltaba encontrar un batería solvente, a lo cual se pusieron de inmediato. Ese batería, tras algunos descartes, resultó ser Carl Palmer; al que ya conocemos por sus dubitativos principios en los Craig y que luego pasó fugazmente por la banda de Arthur Brown. Palmer llevaba poco menos de un año trabajando en Atomic Rooster junto a Vincent Crane, otro fugado de esa banda, cuando le llegó la oferta que no podía rechazar: escribir su nombre junto a Emerson y Lake era un indudable ascenso de categoría. Pero no sean ustedes malpensados; porque si el trío se nombra así, en ese orden, es únicamente para respetar la jerarquía del alfabeto. Esto lo recalcaron mucho, los tres. 

Y el nombre del trío es también el título de su primer disco, que ve la luz a principios de otoño, poco después de su apoteósica actuación en Wight. El repertorio sigue la línea trazada en la última época de Nice, es decir, alternar versiones de piezas clásicas con material propio; es decir, la línea trazada por Emerson. Pero ha diseñado un sistema de contrapesos muy inteligente: la contundencia, la fiereza con la que puede llegar a emplearse en los teclados tiene una respuesta equivalente en la percusión, que puede alcanzar esa misma violencia. Y entre esos dos extremos tenemos a Lake con su voz melodiosa, cálida, y sus guitarras: tanto las acústicas como el bajo pueden llegar a tonos ensoñadores. Lo cual, llevado a la práctica, nos enfrenta con dos estilos casi opuestos. Yo, qué quieren que les diga, suelo refugiarme en las dos piezas de Lake: la exquisita “Take a pebble”, a pesar de su duración, está perfectamente equilibrada entre la voz, las cuerdas y un Emerson que, al piano, suele contenerse. Y “Lucky man”, que llegó a ser un gran éxito en single y cierra el LP, lo tiene todo: una estructura melódica muy bella con reminiscencias folk, una batería que me recuerda a King Crimson y hasta un moog que se limita a las líneas justas para no cargarse el conjunto. En el sector “clásico revisitado”, por decirlo así, tenemos el tratamiento casi heavy por momentos que Emerson da al Allegro Barbaro, de Bartók (que ya es intensa en origen) y la un poco más matizada (tal vez por la voz de Lake) “Knife edge”, partiendo del primer movimiento de la Sinfonietta de Janácek. Emerson abre la cara B con su “The three fates”, que a mí me cansa bastante; y no digamos “Tank”, con un inacabable solo de batería. De todos modos, para mi gusto fue su mejor disco. Y gracias a ellos hubo unos cuantos muchachos que, buscando las piezas originales que este trío versionaba en cada una de sus obras, descubrimos a sus creadores: algunos nos gustaron y otros no tanto, pero eso al menos debo reconocérselo. Bueno, eso y la mayor parte de las piezas de Gregg Lake.

En términos comerciales, la carrera de Gentle Giant fue la antítesis de los ELP: mientras a estos se les consideró como “la cumbre del progresivo”, “el futuro de la música sinfónica” y hasta de la raza humana en su camino hacia la simbiosis con Dios (con permiso de los zepelines), los Giant fueron y son un grupo de culto. Es decir, de mucho respeto y pocas ventas. Lo cual es debido tal vez al hecho de que, como otras muchas bandas de la época, siendo músicos magníficos su nivel creativo era discreto: nunca supieron ir por delante de los tiempos, como hacen las grandes. No tenían un carácter propio, reconocible, sino que reciclaban lo ya conocido con mejor o peor fortuna. Llegaron a ser comparados con los Crimson, Yes o Nice… con la diferencia de que todos ellos hacían cosas parecidas antes que los Giant. Y este fue un estigma que ya los tenía marcados desde sus inicios a mediados de los años 60, bajo el nombre de “Simon Dupree & The Big Sound”: su repertorio, aunque tiene algunas perlas aisladas, no es tan grande. Y por cierto, nunca hubo un Simon Dupree. 

Tanto ese grupo sesentero como el nuevo son en esencia la agrupación de los tres hermanos Shulman, que como buenos hijos de un trompetista de jazz aprendieron en primer lugar el dominio de varios instrumentos de viento. Y cuando deciden crear su primer grupo ya casi lo abarcan todo: Phil, el mayor (le lleva casi diez años a los otros dos), se encarga además de todo tipo de teclados; Derek (el supuesto “Simon Dupree”) es la voz principal y ataca el bajo si es necesario; y Ray, el más pequeño, se especializa en el violín aunque también sabe usar todo tipo de guitarras. Hay otros músicos a su lado, claro, pero esa es la base. Y comienzan allá por el 64 haciendo r’n’b y soul, géneros con mucha aceptación en el mercado mod. Aunque cuando llegan a grabar, dos años después, piezas como “I see the light”, una versión que hoy nos puede parecer magnífica, en aquel momento ya comenzaban a sonar desfasadas. De ahí pasan a la psicodelia, y en el 67 consiguen involuntariamente el mayor éxito de su carrera con una canción impuesta por su productor: la melódica, sentimental “Kites”, una pieza de estilo asiático y en la que una actriz china susurra algunas frases -suponemos que en chino- dando contestación a los lamentos de Derek (lo curioso es que esta señorita, aunque de origen chino, ni siquiera había nacido allí, ni conocía el idioma). Esa pieza es hoy en día una clásica entre los fans del género y ayudó a vender su único LP; pero poco más les queda de brillo, ya que el resto de sus singles pasan sin pena ni gloria a pesar de su calidad. 

La banda se disuelve en 1968, pero queda por destacar un curioso episodio ocurrido a finales de ese año: los tres Shulman exclusivamente, bajo el pseudónimo de “The Moles”, graban un extraño single psicodélico (por decir algo), oscuro, cavernoso, con una voz “trucada” que podría recordar a un troglodita tarareando algún cántico de su grey, titulado “We are the moles” (parte 1 y 2). La pieza, teniendo en cuenta el género, era buena; rara, pero buena. Sin embargo su fama obedece a otras razones: publicada en Parlophone, corrió el rumor de que se trataba de los Beatles grabando bajo pseudónimo porque, debido a alguna extraña razón, no querían que apareciese en Apple. Esto era una tontería, claro; pero entre el rumor y que la pieza tiene un vago parecido con el estilo de “I am the walrus”, mucha gente picó hasta que Syd Barrett levantó la liebre. Pero para entonces se habían vendido muchas copias. Los Shulman no volvieron a utilizar ese nombre, que en realidad no es más que una transición antes de presentar la nueva banda que están perfilando: Gentle Giant, con nuevos acompañantes y nueva perspectiva. 

Y a finales de 1970 aparece “Gentle Giant”, su primer LP. Una vez más destaca la gran altura técnica de los tres hermanos, así como del resto de los intervinientes, y el conocimiento musical que atesoran; pero también el hecho de que no hay una línea clara, un estilo que los haga reconocibles. “Giant”, la primera, es brillante, con una buena introducción (puede recordar a Yes o ELP) que da paso a un desarrollo en tono de jazz rock seguido por una fase cuyas teclas (a cargo de un magnífico Kerry Minnear) nos hacen pensar en una interesante mezcla de King Crimson con Caravan. El material de este tipo, denso, fuerte, suele ser cantado por Derek; quien, no sé si queriendo o sin querer, me recuerda a Roger Chapman, la bestia de Family. En cambio, en las delicadezas interviene su hermano Phil: ese es el caso de “Funny ways”, una de mis preferidas, donde el tono lírico y acústico se aparta un poco de las bandas de referencia. Tiene una fuerte carga clásica; y no solamente por el sonido del violonchelo, sino por la propia línea melódica, de tono medieval: una gran canción. Pero pronto volvemos a los recuerdos, porque quien conozca “Alucard”, la siguiente, sabe de lo que estoy hablando: King Crimson, sin la menor duda. En otro tono, pero son ellos. Aun así es una gran pieza, que conste. Y volvemos a la dulzura con “Isn’t it quiet and cold?”, en la que los instrumentos tradicionales apoyan una melodía encantadora. La cara B en cambio tiene poco que destacar: “Nothing at all” tiene unos bonitos juegos de voces; pero de pronto la pieza se encrespa y nos obsequian con un solo de batería que no me cuadra mucho. “Why not”, con el mismo estilo de “Giant”, es pasable, simplemente. Y la última, “The Queen”, no sé a qué viene: un minuto y medio de notas al estilo de las bandas de música militar, primero en plan tradicional y luego rockero. Bueno, como acaba pronto da igual. La sensación que nos queda, y que se mantendrá durante toda la carrera de los Gigantes, es que son buenos pero no excepcionales. Tendrán un buen puñado de seguidores, como los tuvieron Spooky Tooth, Audience, Cressida y tantas otras bandas cuyo problema fue el mismo: un alto nivel técnico pero poca creatividad. 

El panorama de novedades progresivas termina aquí. Los muy escasos grupos que surjan a partir de ahora ya no alcanzan la altura de los precedentes, y por otra parte este género será el primero que comience a mostrar signos de fatiga; salvo en el continente, donde la afición seguirá conservándose por mucho tiempo todavía. Pero los isleños son muy exigentes, hay que estar sorprendiéndolos todos los días.