Dentro del grupo de intérpretes compositores al que Bowie pertenece, hay otras dos figuras que se hacen populares a título personal este año. Ambos eran ya conocidos por su participación en grupos, lo cual les facilita relativamente su camino: se trata de Elton John y Kevin Ayers. Al primero la fama lo acabará sobrepasando hasta convertirlo en una parodia, mientras que las ventas del segundo rara vez superarán su etiquetación de "artista de culto".
De Reginald Kenneth Dwight, un niño prodigio que comenzó a tocar el piano poco después de aprender a andar con una cierta soltura, ya hemos hablado de modo tangencial alguna vez. La información que hay sobre este hombre es tan extensa y prolija que solo hay que resumirla: en 1966, Buesology, su primera banda seria, está en vías de descomposición. Y justo por entonces Long John Baldry, uno de los más afamados cantantes de blues de la escena underground isleña, busca un nuevo grupo de acompañamiento. La lista de músicos con los que Baldry ha trabajado es apabullante: Alexis Korner, Cyril Davies, prácticamente todos los Stones, Nicky Hopkins, Rod Stewart… en fin. Esto significa que si Baldry se fija en uno es que vale, y se ha fijado en Reginald; junto a él reorganiza Bluesology dando entrada a personajes que con el tiempo se harán muy conocidos, como Elton Dean (luego en Soft Machine) o Mark Charig (futuro King Crimson). Y el propio Baldry le recomienda que se busque un nombre artístico, ya que el suyo "es muy poco eufónico, chaval". Así que Reggie, que ya lo estaba pensando, se decide: por admiración y amistad con Dean toma prestado su "Elton"; y el "John" es por Baldry, evidentemente. Aunque más o menos por esa época, a finales del 67, abandona el grupo contrariado por la nueva ruta que su mentor emprende, a la vista de que el r'n'b está pasando de moda: la canción aterciopelada para clubs y cabarets.
Tras unos cuantos intentos fallidos de entrar en un nuevo grupo, consigue en 1968 un contrato con Philips que le permite publicar dos singles sin la menor trascendencia, lo cual le lleva a ser práctico: de momento se refugiará en la composición para otros artistas. Y esta vez la suerte le viene de cara: Ray Williams, un viejo zorro del negocio, anda buscando carne fresca y pone un anuncio en el NME al que inmediatamente contesta Elton; y también un tal Bernie Taupin, letrista, con el que Elton ya había coincidido meses antes. Williams ficha a los dos para su agencia y les encuentra trabajo en la DJM, donde componen un sinfín de piezas hasta que por fin convencen a Dick James, jefe de la casa, para que le de una oportunidad a Elton de grabar a su nombre. Lo cual se substancia con la aparición, a mediados de 1969, de "Empty sky", su primer LP. Evidentemente no alcanza el brillo de su obra posterior -ni mucho menos sus ventas- pero lo considero muy digno, e injustamente olvidado; incluso por sus propios fans, a los que a veces no entiendo (se pongan como se pongan, sus cinco o seis primeros discos fueron los mejores, como suele pasar con casi todo el mundo). La canción que le da título, aunque pueda parecer larga, tiene un magnífico equilibrio entre la parte cantada, melódica, y los excelentes arreglos de cuerda y percusiones con ese leve matiz psicodélico; "Western Ford gateway" ya preludia su personalísimo estilo de medio tiempo tan clásico donde el piano casi es otro elemento de percusión; y el "Hymn 2000", con un precioso equilibrio entre flautas, piano y arreglos, podría llegar a sugerir una pulsión sinfónica, y… pero ya lo dejo, no quiero aburrirles a ustedes (por otra parte, las listas de ventas denotan que mola más el rollo pastelero de los 80 y siguientes).
Kevin Ayers, orgullo de la escuela Canterbury, acaba de abandonar Soft Machine, lo cual resulta lógico: el jazz psicodélico tiene muy poco recorrido, los Machine se están "radicalizando" y él es un espíritu libre. Si consiguen ustedes imaginarse un eslabón perdido entre Donovan y Syd Barrett, ese es Kevin; con mucha más versatilidad que ambos, añado. Y con una magnífica voz, grave pero aterciopelada, que le permite convertir las baladas en piezas cercanas al cabaret por su meliflua dulzura: esa entonación viril y frecuentemente maliciosa ha causado muchos desmayos a lo largo de su extensa carrera. La consideración general que hay sobre él es que se trata de un dandy hippie malogrado por su excesiva afición al alcohol y otras substancias, además de sus coqueteos con personajes de todos los sexos conocidos; que eso ha mermado sus innegables talentos como músico y compositor; que su desdén por el aspecto comercial de este negocio no le ha hecho ningún favor, y así sucesivamente. Pero también se le reconoce que toda su obra emite un aroma artístico muy original, que su estilo posee un contagioso lirismo -no exento de canciones con gancho realmente admirables- y que ha dado la alternativa a muchos músicos que luego serán famosos. En fin, que tienen ustedes razón en sus sospechas, soy fan de Kevin. Por cierto, que una parte de su vida se la pasó entre Mallorca e Ibiza, como buen hippy sajón; eso sí, con traje de hilo blanco y apurando sorbos de champagne servidos en el zapato con tacón de aguja de alguna señorita. Ese es mi Kevin.
Pero bajemos al mundo real: en Noviembre de este año se publica su primer disco, titulado "Joy of a toy". La verdad es que tras abandonar a los Machine había pensado en retirarse; pero Hendrix, admirador de esa banda (a la que se llevó de gira americana cuando aún no habían grabado su primer disco), se entera de sus intenciones y le regala una guitarra a condición de que siga componiendo. Y el resultado es una delicada pieza de orfebrería que comienza con una orquestina de tono callejero y festivo para seguir entre el vodevil y las piezas románticas con un tono psicodélico -del que se irá desprendiendo poco a poco- que le da un encanto muy particular, como de cuento infantil. Los miembros de Soft Machine son los músicos de este disco. Las letras son fantásticas, a tono con las músicas. Y no sé qué otra cosa añadir, salvo que no entiendo cómo es posible que el primer disco de Barrett sea más popular que este, que haya vendido más que este. Pero ya lo decía Jim Morrison, la gente es muy rara. Y la estela de los Floyd, añado yo, muy alargada.
De Reginald Kenneth Dwight, un niño prodigio que comenzó a tocar el piano poco después de aprender a andar con una cierta soltura, ya hemos hablado de modo tangencial alguna vez. La información que hay sobre este hombre es tan extensa y prolija que solo hay que resumirla: en 1966, Buesology, su primera banda seria, está en vías de descomposición. Y justo por entonces Long John Baldry, uno de los más afamados cantantes de blues de la escena underground isleña, busca un nuevo grupo de acompañamiento. La lista de músicos con los que Baldry ha trabajado es apabullante: Alexis Korner, Cyril Davies, prácticamente todos los Stones, Nicky Hopkins, Rod Stewart… en fin. Esto significa que si Baldry se fija en uno es que vale, y se ha fijado en Reginald; junto a él reorganiza Bluesology dando entrada a personajes que con el tiempo se harán muy conocidos, como Elton Dean (luego en Soft Machine) o Mark Charig (futuro King Crimson). Y el propio Baldry le recomienda que se busque un nombre artístico, ya que el suyo "es muy poco eufónico, chaval". Así que Reggie, que ya lo estaba pensando, se decide: por admiración y amistad con Dean toma prestado su "Elton"; y el "John" es por Baldry, evidentemente. Aunque más o menos por esa época, a finales del 67, abandona el grupo contrariado por la nueva ruta que su mentor emprende, a la vista de que el r'n'b está pasando de moda: la canción aterciopelada para clubs y cabarets.
Tras unos cuantos intentos fallidos de entrar en un nuevo grupo, consigue en 1968 un contrato con Philips que le permite publicar dos singles sin la menor trascendencia, lo cual le lleva a ser práctico: de momento se refugiará en la composición para otros artistas. Y esta vez la suerte le viene de cara: Ray Williams, un viejo zorro del negocio, anda buscando carne fresca y pone un anuncio en el NME al que inmediatamente contesta Elton; y también un tal Bernie Taupin, letrista, con el que Elton ya había coincidido meses antes. Williams ficha a los dos para su agencia y les encuentra trabajo en la DJM, donde componen un sinfín de piezas hasta que por fin convencen a Dick James, jefe de la casa, para que le de una oportunidad a Elton de grabar a su nombre. Lo cual se substancia con la aparición, a mediados de 1969, de "Empty sky", su primer LP. Evidentemente no alcanza el brillo de su obra posterior -ni mucho menos sus ventas- pero lo considero muy digno, e injustamente olvidado; incluso por sus propios fans, a los que a veces no entiendo (se pongan como se pongan, sus cinco o seis primeros discos fueron los mejores, como suele pasar con casi todo el mundo). La canción que le da título, aunque pueda parecer larga, tiene un magnífico equilibrio entre la parte cantada, melódica, y los excelentes arreglos de cuerda y percusiones con ese leve matiz psicodélico; "Western Ford gateway" ya preludia su personalísimo estilo de medio tiempo tan clásico donde el piano casi es otro elemento de percusión; y el "Hymn 2000", con un precioso equilibrio entre flautas, piano y arreglos, podría llegar a sugerir una pulsión sinfónica, y… pero ya lo dejo, no quiero aburrirles a ustedes (por otra parte, las listas de ventas denotan que mola más el rollo pastelero de los 80 y siguientes).
Kevin Ayers, orgullo de la escuela Canterbury, acaba de abandonar Soft Machine, lo cual resulta lógico: el jazz psicodélico tiene muy poco recorrido, los Machine se están "radicalizando" y él es un espíritu libre. Si consiguen ustedes imaginarse un eslabón perdido entre Donovan y Syd Barrett, ese es Kevin; con mucha más versatilidad que ambos, añado. Y con una magnífica voz, grave pero aterciopelada, que le permite convertir las baladas en piezas cercanas al cabaret por su meliflua dulzura: esa entonación viril y frecuentemente maliciosa ha causado muchos desmayos a lo largo de su extensa carrera. La consideración general que hay sobre él es que se trata de un dandy hippie malogrado por su excesiva afición al alcohol y otras substancias, además de sus coqueteos con personajes de todos los sexos conocidos; que eso ha mermado sus innegables talentos como músico y compositor; que su desdén por el aspecto comercial de este negocio no le ha hecho ningún favor, y así sucesivamente. Pero también se le reconoce que toda su obra emite un aroma artístico muy original, que su estilo posee un contagioso lirismo -no exento de canciones con gancho realmente admirables- y que ha dado la alternativa a muchos músicos que luego serán famosos. En fin, que tienen ustedes razón en sus sospechas, soy fan de Kevin. Por cierto, que una parte de su vida se la pasó entre Mallorca e Ibiza, como buen hippy sajón; eso sí, con traje de hilo blanco y apurando sorbos de champagne servidos en el zapato con tacón de aguja de alguna señorita. Ese es mi Kevin.
Pero bajemos al mundo real: en Noviembre de este año se publica su primer disco, titulado "Joy of a toy". La verdad es que tras abandonar a los Machine había pensado en retirarse; pero Hendrix, admirador de esa banda (a la que se llevó de gira americana cuando aún no habían grabado su primer disco), se entera de sus intenciones y le regala una guitarra a condición de que siga componiendo. Y el resultado es una delicada pieza de orfebrería que comienza con una orquestina de tono callejero y festivo para seguir entre el vodevil y las piezas románticas con un tono psicodélico -del que se irá desprendiendo poco a poco- que le da un encanto muy particular, como de cuento infantil. Los miembros de Soft Machine son los músicos de este disco. Las letras son fantásticas, a tono con las músicas. Y no sé qué otra cosa añadir, salvo que no entiendo cómo es posible que el primer disco de Barrett sea más popular que este, que haya vendido más que este. Pero ya lo decía Jim Morrison, la gente es muy rara. Y la estela de los Floyd, añado yo, muy alargada.
Una posible contestación a la última parte de tu interesante entrada: el malditismo vende mucho, más de lo que se piensa sobre todo postmortem y me refiero no a la reciente muerte física de Syd, si no a la leyenda que dejó detrás de si tras su archimitificada locura.
ResponderEliminarLo bueno de esos excelentes primeros discos de Elton John es que siendo una especie de niño prodigio dispuso desde el principio de los mejores medios a su alcance. Lo de Taupin es primordial.
Ayers fue parte de ese club sagrado de la psicodelia británica, tan venerada pero también tan denostada cuando la pandilla basura entró en escena.
A Elton le debe ocurrir como a Genesis, que los fans tiran del catálogo ochentero y pasan del material robusto; o eso indica el top 5 de Spotify…
ResponderEliminarDe Kevin Ayers no conocía ni el nombre, y me va a perdonar, pero de sus últimas actualizaciones he decidido únicamente ponerme con el clásico de Blind Faith, asignatura pendiente desde hace tela de tiempo. Ya le diré si eso.
Taluego Rick.
Por cierto, ¿caerá Nick Drake en este capítulo sesentero?
ResponderEliminarAlgo de malditismo hay, herr doktor, en efecto. Aunque en este caso yo creo que pesa más la devoción a los Floyd, y ya sabe usted que un fanático traga lo que le echen. No digo con esto que el primer disco de Barrett sea un horror (tiene algunas canciones buenas), pero desde luego no le llega ni de lejos al de Ayers.
ResponderEliminarEn cuanto a Elton, es cierto que la colaboración con Taupin fue fundamental: su mejor época es cuando forman ese tándem, que según algunos está casi a la altura de Lennon y McCartney. No sé yo si la cosa llega a tanto, pero desde luego se le acerca.
En cuanto a Kevin Ayers, volvemos al principio: debería haberse vuelto loco o morirse pronto, y así seguro que se consagraba.
Esa es en parte la explicación, mister Dani: lo mismo pasó durante mucho tiempo con otros artistas como Dire Straits, por ejemplo. O Supertramp, o muchos otros. La gente, además de rara, es muy vaga.
Y si no tiene usted tiempo para todo, pues qué le vamos a hacer. Estoy de acuerdo en que, puestos a elegir un solo disco, tal vez el hecho de su "importancia histórica" aconseje empezar por los Faith. Pero, en ese plan, no se olvide de Taste, ¿eh?
En cuanto a Nick Drake… verá: en primer lugar esto que yo hago es una serie de resúmenes muy escuetos sobre los personajes que considero "fundamentales" -más o menos- en cada sector del negocio, y Drake pertenece al grupo de los francamente minoritarios -bastante más que Kevin Ayers, sin ir más lejos. Creo que el sector de "cantantes compositores" está suficientemente representado, en 1969, por los tres que he puesto. Y por otra parte, tengo algunas objeciones que hacer a la desmesurada fama de culto que este hombre adquirió a raíz de su muerte, con box-set de cuatro discos, grabaciones "perdidas" y cualquier cinta medianamente audible que quedaba en los archivos. No niego que tiene algunas grandes canciones; pero sospecho que, de no haber muerto, su obra habría adquirido menos relevancia posterior. Me gusta "Free ride", "Time has told me" o "Pink moon", cómo no. Pero el tono general de Drake, un reflejo perfecto de su personalidad depresiva, me cansó hace tiempo. Y eso que yo fui de los pocos que compraron en su día lo primero -lo único- que apareció en España en su momento, que fue su tercer y último disco (por cierto, otra vez la bendita Island Records). De jovencillo, tal vez por identificación que la adolescencia siente por ese tipo de perspectivas, llegó a gustarme y poco después conseguí pillar el primero; pero luego ya renuncié al que me faltaba (lo oí en los años 80, cuando volvió la fiebre Drake entre los siniestros, y me confirmó lo que ya suponía: más de lo mismo). Lo siento. Un recopilatorio es para mí lo más indicado en el caso de este señor.
Yo no puedo separar la imagen del truchón de Elton Jonh de sus repelentes baladas a Lady Di y cosas parecidas. Pero tienes razón, sus primeros discos eran otra cosa, hoy he estado escuchando algo de aquella época y molan. Otro que no ha sabido retirarse a tiempo.
ResponderEliminarHace un tiempo creo que se dejó caer por estos lares y tuvieron que suspender el concierto porque no vendió ni media entrada.
Comprendo perfectamente su repulsión por esa época de Elton, mr. Chafardero, porque a mí me pasa lo mismo. Pero estamos en lo de siempre: lo que queda son las obras, y en efecto sus primeros discos son maravillosos. Que luego acabase como acabó no desmerece su obra de los primeros años 70.
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