Una de las consecuencias de esta época decadente en la que estamos entrando es que el mercado comienza a fraccionarse. Hasta ahora, la mayor parte de los aficionados convivía sin sobresaltos entre estilos de muy distinto jaez: en tu casa se refugiaban los discos de King Crimson junto a los de Deep Purple o Cat Stevens, por poner tres ejemplos extremos; los tres tenían su encanto, y otra cosa es que lógicamente tus preferencias te inclinasen hacia unos u otros con mayor intensidad. Sin embargo, a partir de ahora el público se radicalizará al mismo tiempo que sus ídolos pierden talla y frescura. Esto se hace muy evidente sobre todo en el mundo del rock machote, que partiendo del blues rock ha llegado al hard, el heavy, el metal y no se sabe cuántas cosas más: el estilo Black Sabbath, enriquecido con el show de la escuela horror glam de un Alice Cooper y similares, comienza a poblar el mundo de bandas que ofrecen músicas y espectáculos tremendistas, casi circenses. La proliferación de etiquetas sin sentido parece conferir propiedades divinas a los músicos que militan en ellas, y cada vez se hace más patente que sus seguidores, exasperadamente fieles, desechan cualquier otro estilo que no sea ese. Pero también tienen problemas el progresivo y el sinfónico, cada vez más oscuro el primero y más alambicado el segundo. En conjunto, lo que vemos es a un número importante de aficionados que parecen asustarse ante el hundimiento de una época y deciden esconder la cabeza bajo el ala, refugiarse en lo malo conocido. Quedan otros dos sectores: el primero es el de quienes consideran que la música yeyé ya no da más de sí; el segundo es el de los indecisos, que nos sentaremos a esperar y ver qué pasa. El primero a su vez se subdivide entre los que van abandonando la afición (o se refugian en sus discos de toda la vida) y el de los que evolucionan hacia géneros “superiores” como la música clásica o el jazz. Para estos últimos se está consolidando el estilo de moda entre la gente culta y a la vez moderna: el jazz rock.
Aquí entra en juego uno de los sellos más veteranos del negocio: la estadounidense Columbia/CBS, que ya desde finales de la década anterior se había interesado por esa fusión que comienza a desarrollarse en Chicago, se hace muy popular en casi todo el continente americano y en poco tiempo alcanza Europa, aunque con menos ímpetu. Por entonces las tres bazas principales del sello eran The Flock y otras dos cuyo estilo era claramente de brass bands: Chicago y Blood, Sweat & Tears (aunque estos eran neoyorkinos); que fueron las que triunfaron, mientras los primeros resultaron ser los más alabados y los de menos ventas. En la Isla hubo un pálido reflejo de esa nueva corriente: las dos bandas principales que podríamos citar son Soft Machine, más inclinada a la psicodelia en sus primeros tiempos, y Colosseum, en la vena progresiva; nunca llegaron al “gran público”, por decirlo así. Pero ahora, aprovechando la crisis, CBS vuelve a insistir con algunas ofertas que ya están funcionando razonablemente bien en los States. Y al menos una de ellas debería causar impacto en la Isla, ya que se trata de una banda “multinacional” pero creada y dirigida por un británico: la Mahavishnu Orchestra, al frente de la cual tenemos al eximio guitarrista John McLaughlin.
John, nacido en 1942 en una familia de tradición musical y con formación clásica, en su infancia estudia piano, violín y guitarra acústica. Cuando llega a la adolescencia decide concentrarse en este último instrumento y se aficiona a las mixturas cercanas al jazz; es fan del legendario quinteto du Hot Club de France, exclusivamente de cuerdas y con tonos latinos: ahí militan dos leyendas vivientes, el violinista Stéphane Grappelli junto al guitarra Django Reinhardt, ambos ídolos del joven McLaughlin. Poco después se pasa a la guitarra eléctrica y antes de cumplir los veinte años comienza su carrera en Londres, donde pronto encuentra acomodo entre las incipientes bandas de r’n’b: toca con prácticamente todos los nombres importantes de la ciudad, desde Alexis Korner a Brian Auger pasando por Graham Bond. Su destreza con la guitarra es ya legendaria (llega incluso a dar lecciones a un principiante Jimmy Page) y en 1969 consigue grabar el primer disco a su nombre: “Extrapolation”, apoyado por una de las estructuras clásicas en el jazz consistente en saxo, batería y bajo. Tengo que reconocer que el jazz no es lo mío, pero me resulta un disco muy refrescante porque, teniendo en cuenta la época, se sale un poco del tradicionalismo para acercarse por momentos al blues y sobre todo mantiene un tono muy rítmico, muy vivo. Y aunque pasó casi desapercibido tanto entre los fans del jazz como entre los del r’n’b (no era todavía su momento), le sirve como aval para dirigirse, antes de que acabe ese año, a los States (donde no fue publicado hasta 1972) y formar parte del nuevo trío Lifetime, creado por el ya legendario batería Tony Williams, junto al teclista Larry Young.
En Estados Unidos no tardó en consagrarse: tras ese primer trabajo pronto se convierte en uno de los músicos más buscados para acompañar tanto grabaciones como actuaciones de músicos del calibre de Miles Davis, Wayne Shorter, Larry Coryell y unos cuantos más. No tarda en presentar su segundo disco, en 1970, que resulta ser una sorpresa: se titula “Devotion”, y cualquier aficionado a la guitarra debería conocerlo. Le acompañan Young, Buddy Miles y Billy Rich, lo cual ya impresiona, pero hay que añadir a eso el hecho de que en las sesiones de grabación coincidió con Hendrix; solo llegó a tocar unas horas con él, pero escuchando este disco da la impresión de que le fueron muy útiles, y nos queda la pregunta de qué habría pasado si Jimi no hubiese muerto y mantuviese alguna colaboración con John. El disco es potente, mucho más cercano al rock que al jazz, muestra a las claras la influencia exuberante de Hendrix, y a su vez influirá sobre Fripp (hay alguna escala en “Lark’s tongues…” o en “Starless…” que lo delatan). Es también la base del sonido intenso, crudo, casi heavy, que puede llegar a mostrar McLaughlin en algunos pasajes de su futura banda, del mismo modo que lo es también de su faceta más suave, cercana a la dulzura. Un gran disco. Y lo reconozco hasta yo, que no soy muy guitarrero.
En ese mismo año John toma dos importantes decisiones: aconsejado por su gurú decide que su nombre será precedido por el término indio “Mahavishnu”, que al parecer reúne tres de las grandes potencias de Vishnú: compasión, poder y justicia divinas; ah, y a partir de ahora lo veremos vestido de blanco. La otra decisión es crear un grupo estable -la orquesta de Mahavishnu- cuyo plantel tira para atrás: Jerry Goodman, nuestro querido violinista peludo de los Flock; el panameño Billy Cobham, batería tremebundo, antiguo empleado de Miles Davis; el bajista irlandés Rick Laird, al que conocía desde los tiempos de Brian Auger; y el teclista checo Jan Hammer, que procede de la banda de Sarah Vaughan. El primer disco, titulado “The Inner mounting flame”, se publica a finales del 71: aunque es un top 10 en las listas jazz de los States, no es un éxito en las convencionales. Su consolidación llega en 1973, con “Birds of fire”, el segundo, que incluso en España tiene buenas ventas; en ambos discos hay una fusión de jazz y rock con elementos tan dispares como la música sinfónica e, inevitablemente, las influencias hindúes; sumen a eso un cierto toque funky de vez en cuando y el resultado es una capa de sonidos y melodías que pueden alcanzar el terremoto sónico o la suavidad del vuelo de una mariposa. Y entre todos los instrumentos, siempre esa guitarra tan característica, tan versátil; otra cosa es que tanta densidad se me hace cansina, pero la exquisitez formal no se puede discutir.
Luego hubo tensión entre los músicos, agobiados por el exceso de trabajo, muchos cambios y la primera desaparición de la banda en 1976. Pero mientras tanto el jazz rock se había apoderado de gran parte del mercado gracias a los discos en solitario de muchos músicos -americanos, sobre todo- que comenzaron a hacerse famosos en Europa, o de bandas con distintas orientaciones como Weather Report, Return to Forever, etc. Ya estábamos en otra época. Como dije antes, yo no soy muy aficionado a este tipo de estilos: algunos músicos me parecen demasiado narcisistas, como si tocasen únicamente para oírse entre ellos; me acabé aburriendo mucho, y al final liquidé la mayor parte de esos discos. Pero también reconozco que para quien quiera dominar un instrumento pueden constituir un aprendizaje muy interesante, ya que estamos ante verdaderos virtuosos; no olvidemos que Jeff Beck, mi guitarrista preferido, definió a McLaughlin como “el mejor guitarrista vivo”. Y si Beck lo dice, es de suponer que será cierto.
Bien, pues esta es la última tendencia que nos quedaba por ver: 1973 termina aquí, y lamento decir que las perspectivas no son buenas. Pero quedaremos a la espera, de todos modos; como dicen los gallegos, “nunca choveu que non escampara”. Ah, y gracias por la paciencia: me he pasado con tanto capítulo, ya lo sé.
Me lo pones complicado Rick:
ResponderEliminarLa mayoría de los discos de los que hablas los tengo de cuando salieron, incluso el primero de la Mahavishnu era mi tesoro, pues lo consegui de segunda mano antes de que se publicara en España, podiendo presumir entre los enteraos.
En resumen, el que una banda esté compuesto por buenos músicos no me da la más mínima garantía, pues por lo general suelen aburrir con su virtuosismo. Muchos pierden la frescura de sus principios, donde todo era entusiasmo e ilusión, cosa que se transmite, a cambio nos ofrecen su pulcro sonido y su fria música, solo apta para intelectuales.
Prefiero una guitarra desafinada pero con garra,que me golpea en el estómago y en el corazón a un impóluto solo del que solo puedes decir eso de: ¡que bien toca el cabrito!.
Igual parezco un poco drástico, pero toda esta época la viví a tope y todas estas bandas eran mis ídolos, pero con el paso del tiempo, a muchas de ellas no me atrevo ni a escucharlas.
Nada más, no se por donde seguirán los tiros, pero como sigas por el 74, va a ser un camino tortuoso, mejor dicho, muy tortuoso.
Un saludote
Jose
Me parece que nos ha pasado lo mismo, José: cuando apareció este tipo de música nos parecía un paso adelante, pero luego nos fuimos desilusionando. Ya digo, demasiado narcisismo. Porque, en eefcto, que sean buenos músicos solo garantiza una calidad de ejecución alta; pero un aficionado busca emociones, y eso ya es otro asunto. De todos modos, hay gente que sigue disfrutando con este tipo de bandas.
EliminarEn cuanto a "los tiros", te recuerdo que tras el fin de cada año viene otro tema distinto. Y creo que lo próximo te va a interesar. Atento a la pantalla....
Rick, en casi todo coincidimos (aunque a mi si me va el jazz- más que el jazz rock)) Y mucho de lo que comenta Jose podría haberlo comentado yo también. Tengo discos, comprados también salieron, de todos los grupos que comentas. Flock me gustaba mucho (los descubrí en aquel "Llena tu cabeza de rock"). A La Mahavishnu y al "eximio" guitarrista John McLaughlin, los tenía bien controlados. Todavía recuerdo la impresión que me causó un tema cortísimo del "John McLaughlin With The One Truth Band" del "Electric Dreams", llamado Guardian Angels (un maravillosos juego de guitarras). No soy admirador de los virtuosos (gimnastas de la música) pero también tiene otras virtudes este pringaillo.
ResponderEliminarTanto a Weather Report, como a Return to Forever, con sus famosos líderes y colíderes, los seguí de cerca. Ahora, rara vez pongo sus discos, pero en su momento los disfruté a tutiplén.
En fin, el tiempo pasa y nos hacemos viejos (con moderación, eh) y ahora lo vemos todo de otra forma.
En el 74 dejamos Madrid y nos vinimos de nuevo al sur. Veamos qué nos preparas.
Saludossssssssss
Veo que somos unos cuantos los que pensamos igual. Flock y los de su quinta eran de otro estilo, más cálido, pero creo honradamente que el jazz rock entró en un proceso de elefantiasis, por así decirlo, que acabó haciéndolo aborrecible.
EliminarLas palabrejas rancias del tipo "eximio" son muy útiles cuando quieres expresar sentimientos encontrados por medio de la ironía: es un guitarrista muy bueno, cojonudo; pero un poco plasta, para entendernos.
Y te digo lo mismo que a José: el 74 tendrá que esperar.
Me estás haciendo tomar decisiones arriesgadas, Rick. Reconozco que soy un gallina, y que tenía miedo de sentirme defraudado al volver a escuchar –luego de tanto tiempo- Birds of fire. Pero ya pasó el peligro: en mi nuca todavía quedan restos de hormigueante electricidad y en el fondo de los ojos –húmedos- se resisten a extinguirse los fogonazos de color.
ResponderEliminarOtra de las canciones de mi vida, y no me preocupa el no saber explicar por qué.
Saúde.
Vaya, don Luis. Veo que su inveterada afición por el eximio "Birds of fire" sigue tan pimpante. Pues muy bien, hombre, que no todos vamos a tener que pensar lo mismo. A mí m,e sigue pareciendo un buenm disco, pero me carga un poco. De todos modos, el día que me puse a escribir esta entrada me llevé una sorpresa: pensaba que tenía los dos primeros discos de la Mahavishnu y resulta que tengo ¡cuatro! Por alguna extraña razón no me deshice de ellos.
EliminarPues del señor John McLaughlin solo conozco obras de jazz más o menos clásico. Sabía que había tonteado con eso del jazz-rock pero siempre ha sido un género que me ha traído sin cuidado. Y tengo que darte la razón en cuanto a estos virtuosos que tocan para su ombligo y epatar a los de su gremio, así está de acabado el jazz hoy en día.
ResponderEliminarMcLaughlin es un guitarrista muy bueno, eso está fuera de toda duda; el problema es que tanto virtuosismo a algunos nos cansa. De todos modos, hay algunos discos suyos, a su nombre exclusivo, que soportan mejor el paso del tiempo.
EliminarMe gusta mucho el jazz pero con esta fusion la he tomado con pinzas ,salvo algún disco de Santana (en donde había algunos integrantes de la Mahavishnu) o el Birds of Fire no domino mucho la escena.
ResponderEliminarPor aquí hemos tenido algunos ejemplos como Alma y Vida y que nunca me han llegado mover la estantería . Un abrazo y buena semana
Santana también tuvo su época en esta onda, a raíz del encuentro entre él y McLaughlin; precisamente en 1973 graban "Love, devotion and surrender" que consolida la nueva orientación que había tomado Santana poco antes. Yo prefiero su época anterior, más caliente, más "latina", como se dice ahora.
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