Hoy nos visitan dos de las bandas que proceden de la cosecha del 67, es decir, la psicodélica. Recordarán ustedes que en este local tenemos a tres: Family, Traffic y Pink Floyd. Pero Traffic pasarán gran parte de este año en el dique seco, ya que el bueno de Winwood está de baja por peritonitis. En cuanto a los otros dos, Family ya comenzaron a preocuparnos el año pasado porque su producción, antaño tan diversa y florida, parece estancarse en un estilo concreto; aunque más previsibles son los Floyd desde hace tiempo, y a sus seguidores se les ve encantados.
Family han perdido parte de su magia, y en la actualidad son "simplemente" una buena banda de rock. Lo cual no es poco, pero a los fans nos desilusiona porque, como ya dije entonces, estamos muy mal acostumbrados: aquellas mezclas extrañas que solo ellos podían inventar, aquellos recursos tan extensos que iban desde el lirismo más puro hasta los berreos enloquecidos a cargo de Roger Chapman -que, no me cansaré de decirlo, es una de las voces más importantes de la Isla, sin nada que envidiar a Cocker o a quien sea- se han ido diluyendo. Y ya que la creatividad decae, es en el directo donde hay que mantenerse; lo cual en su caso no es difícil porque también ahí fueron una banda imbatible desde el principio, cuando corría la leyenda de que el mismísimo Hendrix con sus Experience les tenían miedo y trataban de evitarlos en los festivales. Y eso que por entonces Family prestaba mucho interés al estudio (parte de su repertorio era imposible de desarrollar o sonaba pobre en un escenario).
Así que la táctica que se inició en 1971 sigue siendo la misma: canciones decentes pero sin sorpresas, y que puedan sonar con toda su contundencia en directo. Con ese criterio llega a las tiendas “Bandstand” en otoño del 72. Al igual que su predecesor, sería un gran disco si fuese de otros, pero suena a poco en el caso de Family: “Burlesque” o “Broken nose” son una demostración de la potencia de esta banda, que sigue brillando a una altura técnica envidiable; “Bolero babe” nos devuelve a su primera época, con esos efluvios psicodélicos tan característicos, mientras que piezas como “My friend the sun” recuerdan la gran delicadeza que pueden llegar a mostrar cuando quieren; incluso en el caso de Chapman, que ante un micro es lo más parecido que he visto en mi vida al binomio Jekyll y Hyde. En todo caso es evidente que hay problemas internos, ya que el tránsito de músicos no cesa: John Wetton finaliza la grabación y se marcha por fin a King Crimson, tras haber hecho esperar a Fripp durante casi dos años; le sustituye Jim Cregan, que se había hecho famoso en los Blossom Toes para luego convertirse en un todo terreno (ha trabajado con Julie Driscoll y los Stud antes de llegar aquí). Poli Palmer se irá también a finales de año para dar entrada a Tony Ashton, que de sus comienzos beat en los Remo Four se ha convertido en un excelente músico de r’n’b.
Pink Floyd siguen a su ritmo, en todos los sentidos del término. No sorprenden a nadie ni parece que lo intenten, ya que su fórmula funciona perfectamente en las tiendas a base de sonidos progresivos con inclinaciones un tanto espaciales, enmarcados en un tono general casi apacible con tendencia a la languidez incluso en la voz de Waters, que me sigue sonando tan depresiva como su música. Siempre tienen unas cuantas piezas agradables, e incluso algún sobresalto que aparece de vez en cuando está muy medido, pero el conjunto resulta un tanto cansino: no sabemos cuánto tiempo podrán resistir con esa fórmula. Y sin embargo los franceses, por ejemplo, están encantados con ellos: junto con Gong, tratan de apropiárselos como “nacionales” aprovechando sus frecuentes estancias en ese país. Uno de sus fans más notorios es Barbet Schroeder, director de cine para el que ya habían compuesto en 1969 la banda sonora de “More”, que resultó ser uno de sus obras más recordadas (teniendo en cuenta además que fue lo primero que grabaron tras la marcha de Barrett). Parece que el sonido floydiano le va mucho al cine, puesto que también Antonioni había recurrido a ellos para acompañar a Grateful Dead, Kaleidoscope y otros cuantos en la banda de “Zabriskie point”, otra historia de desconsuelo post-hippie: “suenan muy tristes”, decía Antonioni… qué razón tenía.
Schroeder vuelve a llamarlos para que compongan la música de “La Vallée”, su nueva película, en la que la tristeza desesperada de “More” es sustituida por el misterio ominoso que vivirán unos cuantos exploradores internándose en una zona selvática oculta por nubes en los mapas. Las tres películas -de culto, por supuesto- fueron vistas con mucha frecuencia en España, en los circuitos del “cine de arte y ensayo”, como se decía antes, y aunque en aquella época nos tragábamos lo que nos echasen y casi nos las sabíamos de memoria (Franco acababa de cascar y todo era una fiesta), dudo mucho que hoy me atreviese a verlas de nuevo. Pero en fin: los Floyd aprovechan ese “Obscured by clouds” que figura escrito en los mapas para titular la música que inicia la película y finalmente el disco, que aparecerá casi al mismo tiempo. No es un mal disco, o no es una mala banda sonora: muy en el estilo Floyd, y aunque se nota en algunas piezas que el minutaje podría ser más o menos extenso dependiendo de las necesidades escénicas (es el caso de “Obscured by clouds”, “When you’re in” o el cierre “étnico” con “Absolutely curtains”), tenemos curiosidades inesperadas como “Free four”, una alegre canción de base acústica pero con un fondo de melotrón impresionante, o la muy rockera “The gold it’s in the…” que en cierto modo nos reconcilian con otros momentos más espesos de su carrera. Y añado: aunque parece que sus fans lo tienen por una obra menor, a mí me parece superior a unas cuantas cosas que hicieron luego, mucho más alabadas. Pero esto es una opinión personal, ¿eh?