jueves, 13 de septiembre de 2018

1978/79 (II)

Tras la desaparición de los Sex Pistols suele recurrirse al término “post punk” para designar a la época que va desde ese momento hasta mediados de los años 80, cuando los músicos que partieron de aquel primer esquema ya tienen carácter propio. Y entre esos músicos están los que forman Damned y Clash, las dos bandas más veteranas y populares que seguirán en pie al llegar la nueva década. Por supuesto ninguno de ellos acepta ya que se les incluya en esa categoría: ahora estamos ante dos bandas de rock.



Los Damned nos habían dado un disgusto en 1978, al anunciar su desaparición: “Music for pleasure”, su segundo disco, había sido un fracaso comercial, en parte porque el material era un poco grisáceo y en parte por  la extraña presencia de Nick Mason como productor. Rat Scabies, el batería, había mostrado su disconformidad con aquella elección y decidió abandonarlos; poco después, expulsados de la Stiff y sin un proyecto claro, se separaban en Febrero de aquel año. Visto con perspectiva, y aun admitiendo que la producción de Mason es plana, el disco no es tan malo como puede parecer en una primera escucha, pero ese es otro asunto: el caso es que ya los dábamos por perdidos para siempre. Sin embargo, tras algunos escarceos vuelven a reunirse en la primavera de 1979 con la única pero significativa baja de Brian James, el guitarrista y compositor de la mayor parte del repertorio de la primera época; Rat Scabies, Captain Sensible y Dave Vanian serán a partir de ahora y hasta mediados de los años 80 el sólido motor de una banda cuyos mejores momentos están por llegar. Sensible, la segunda voz, abandona el bajo para encargarse de la guitarra y los teclados; de momento las cuatro cuerdas quedan en manos de Algy Ward, ex de los australianos Saints. Casi a continuación consiguen un contrato con Chiswick y vuelven a la vida discográfíca con dos singles: “Love song” y “Smash it up”. Ambos consiguen buenas ventas (se nota la alegría de los antiguos fans por esta resurrección) y antes de que acabe el año llega su tercer disco grande: “Machine gun etiquette”. 

“Love song” es también la canción que abre ese nuevo disco grande, y es un claro indicador de la buena salud de estos resucitados: se mantiene la energía y la velocidad del punk que facturaban en sus primeros tiempos, pero el sonido se ha hecho “mayor”, más denso, más cercano al rock tradicional, casi yanqui. Por otra parte han mejorado mucho su técnica con los instrumentos y saben darle buen uso a los teclados, lo cual les permite trabajar ya en otros estilos más “comprometidos”; y un buen ejemplo lo tenemos precisamente en "Smash it up”, el otro single, que aquí es el magnífico broche final. Es una pieza desarrollada en dos fases radicalmente distintas pero complementarias: arranca con un desarrollo de cuerdas apacible, un juego de guitarras eléctricas con espíritu de acústicas al que luego se suma la batería, y de pronto surge la transformación que nos lleva a una de esas piezas de punk pop aliñadas con fases de guitarras rockeras que solo los Damned saben hacer con tal maestría (ya, igual me estoy pasando, pero para mí este es uno de sus momentos más brillantes). Y entre esas dos piezas hay una notable variedad, desde el punk de sus orígenes, ahora con más recursos -la canción que da título al disco- hasta un pop muy elaborado, con teclados y juegos de voces, a veces con arreglos casi orquestales. En fin, que “Machine gun etiquette” es uno de los primeros discos clásicos nacidos en la época post punk. 

Así que los Damned se hallan en una situación inmejorable para afrontar la nueva década con garantías. Los mismos Damned por los que nadie daba un duro tras el fracaso de su segundo disco, cuando muchos pensaban que no habían sido nada más que un producto del momento, como los Pistols. La vida te da sorpresas… 

 

Los Clash, que desde el principio se han mostrado como un grupo combativo, con las ideas claras y esos postulados de extrema izquierda a pesar de sus vestimentas tan molonas y su jugoso contrato con la CBS, ya no consienten que nadie les llame punkies. Por otra parte CBS, que por fin publica su primer disco en Estados Unidos tras el tremendo éxito de las ventas por vía de importación, ha comprendido que ese mercado puede darle mucho dinero y busca un productor que sepa perfilar su sonido para hacerlo más cercano a los gustos yanquis: Sandy Pearlman, que ha producido a Blue Öyster Cult y los Dictators, será ese hombre. A la batería se consolida Topper Headon. Y a finales del 78 llega “Give’em enough rope”, que sin ser brillante mantiene el tono del anterior y nos hace esperar por tiempos mejores. Conste que no soy yo el más indicado para hablar de los Clash y que muchos aficionados ven este disco a la altura del primero, así que vamos a dejarlo a medio camino: estamos ante un cruce entre punk y hard con canciones ya clásicas como “Tommy Gun”, grandes mejoras en el estilo guitarrero de Strummer como en “English civil war” o “Guns on the roof”, y en conjunto un refinamiento que tal vez se deba tanto a ellos como a Pearlman. Pero, visto con la perspectiva que da el tiempo, todo palidece en comparación con lo que viene luego. 

Porque lo que viene luego es “London calling”, el tercer disco, un doble que se publica en Noviembre  del 79, la traca final de la década, el momento cumbre de los Clash. Desde el arranque con la canción que le da título hasta el cierre con esa “Train in vain” que se oculta tanto en el listado de la cubierta como en la galleta del vinilo, esta colección es un lujo asiático; hay alguna pieza más flojilla que otras, claro, pero aquí estamos ante un gran ejemplo de superación personal. Porque los Clash, después del disco anterior, ya no podían seguir refugiándose en la inercia punk, y hasta el propio Strummer reconoció que en ese momento no tenían muy claro por dónde tirar. Pero de la necesidad hicieron virtud, y aquí tenemos rock, reggae, jazz, pop, rhythm’n’blues… de todo. Incluso la referencia a Lorca en la inolvidable “Spanish bombs”, con esa estrofa chapurreada en algo parecido al español, es una buena muestra del rock épico que se prodiga en otras piezas como “Death or glory”, demostrando que han aprendido mucho y que, esta vez sí, ya son una banda sin necesidad de etiquetas. Por otra parte la producción es soberbia: al mando está el gran Guy Stevens, que ha trabajado con medio censo británico y cuya eficiencia es capaz de sortear su cada vez más evidente tendencia al alcoholismo. Y por último, para redondear la obra, esa portada pretendidamente minimalista con Simonon destrozando su bajo y la grafía haciendo un homenaje a Elvis; al rock and roll, que es en esencia el espíritu de este disco, uno de los más brillantes en la historia del género.

Los Clash, por lo tanto, son junto a Damned los dos grandes supervivientes de una época corta pero abrasiva; se han ganado su entrada en los años 80 con todos los honores. Y no estamos ahora para adelantar acontecimientos, así que, una vez más, disfrutemos del momento. 
 

viernes, 7 de septiembre de 2018

1978/79 (I)



La oleada punk fue justamente eso, una oleada. Es decir, que surgió, lo anegó todo y desapareció con la misma rapidez con la que se había presentado; ni siquiera el rock and roll, con su tremenda potencia innovadora, había causado tanto revuelo en tan poco tiempo. Los Sex Pistols, queriendo o sin querer, cumplieron con la obligación estética de durar lo justo para no convertirse en una parodia, porque era evidente que tal convulsión no podía mantenerse más allá de un año o dos. Y a partir de ahí solo hay que seguir la trayectoria de grupos como Damned o los Clash: los primeros, que se habían separado en el 78, se reagrupan poco después con un sonido que recuerda a sus primeros tiempos pero ya se va acercando al rock con tintes poppies; los Clash también son ahora una banda de rock, más “combativo”. La opinión de estos últimos sobre el punk es muy reveladora: “Se ha convertido en imágenes y actitudes prefabricadas. Otro uniforme más”. 

A partir de ahí, los punkies militantes se irán apartando de ese tipo de bandas y, como en el caso del heavy o cualquier otro estilo sobrepasado por la realidad, recrearán el presente a su gusto: estamos rodeados de traidores, de modernitos, de falsos aficionados que han olvidado las esencias. Y los músicos como-Dios-manda harán cada vez más ruido mientras lanzan proclamas incendiarias; los más puros y combativos crearán sus propias comunas anarcoides y gestionarán la publicación de sus discos: Crass son el mejor ejemplo. Otros, como los Exploited (una evolución cercana al hardcore), llegarán a conseguir una cierta popularidad en el gran circuito. Por cierto, el primer disco de ese grupo se titula “Punks not dead”, una nueva proclama para el futuro; comparada con el “No future” de 1976, da la impresión de que algo se ha perdido por el camino. 

Pero el punk no era más que la punta de lanza de un cambio mucho más amplio y profundo, un cambio simbolizado en el término New Wave. Y algunos de los postulados punkies fueron muy útiles a partir de entonces, porque gracias al “háztelo tú mismo” cambió el planteamiento discográfico: el negocio no era ya un pastel repartido entre cinco o seis grandes disqueras, sino que tras Stiff y Chiswick surgieron decenas de pequeños sellos independientes que revolucionaron el panorama apostando por bandas que resultarían impensables en una major y otorgando de nuevo un papel fundamental al formato single, lo cual implica también que las canciones no suelen pasar de los tres minutos. Es decir, que en muchos aspectos volvemos a la mecánica tradicional en la década anterior, ya que esta nueva ola es en esencia la restauración de aquellos planteamientos; y ese cambio se percibe también por la vista: se nota la vuelta del color y la alegría a las calles tras unos años de jerseis grises, chaquetas de pana y ceños fruncidos. 

Así que, después del necesario sarampión punk que conmovió la industria hasta los cimientos y nos ha dejado algunas canciones memorables, entramos en una nueva edad de oro del pop. Pero no solamente eso: también habrá músicos de orígenes punk o que procedan del circuito de los pubs y que podrán coexistir sin problemas junto a otros más vanguardistas; en ese sentido, hay que reconocer que estamos ante una de las épocas más abiertas y variadas de la historia de la música popular. Por no hablar de los grandes dinosaurios como los detestados Pink Floyd, que siguen ganando dinero a manos llenas en sus estadios. Democracia pura, sí señor; todo lo contrario de lo que había pasado en los años de reinado del rock, por cierto. 

En fin, que se abre ante nosotros un bienio magnífico, uno de los más floridos tanto en la Isla como al otro lado del océano, y esa efervescencia se acabará notando en los demás países occidentales, España incluida. Y aunque ya sabemos que esos tiempos de bonanza no durarán mucho, lo que importa es el aquí y el ahora: carpe diem, como decían los romanos, unos especialistas en eso. 


martes, 3 de julio de 2018

Estados Unidos: los últimos 70s (fiesta)


Aquí estamos, con celebración triple por el mismo precio: hoy se festeja el fin de nuestro viaje por la nueva ola yanki, la llegada del verano y las consiguientes vacaciones. Como ya saben los clientes habituales, en estas fiestas de “fin de curso” hacemos una breve mención a aquellos músicos de menor impacto o cuyo repertorio no se ajusta mucho a los gustos imperantes aquí, pero que también merecen ser recordados. Y como siempre, escucharán ustedes (si quieren) 12+1 selecciones. Hala, a disfrutar del buen tiempo y la música a todo trapo. 

Comenzamos con un grupo de Boston que tal vez habría merecido un comentario más amplio en esta serie, ya que a efectos comerciales tuvo una popularidad notable durante el tránsito entre los años 70 y los 80: los Cars. Sin embargo su predilección por el pop blandengue y su estilo un poco lánguido me acabó aburriendo muy pronto. Otra excusa no se me ocurre. Ric Ocasek, su líder, tiene una voz agradable, es solvente tanto con la guitarra rítmica como en los teclados, pero no le veo brillo como compositor y me resulta demasiado previsible. Tiene buena voluntad, eso sí: también ha sido productor e incluso mecenas de algunos músicos en los que supo ver potencial (por ejemplo, Suicide probablemente le deban el haberse mantenido en el negocio durante tanto tiempo). Mi preferida de los Cars, y tal vez su mayor éxito, es “Just what I needed”: venía en su primer disco, y ahí las guitarras aún tenían preponderancia sobre los teclados. Benjamin Orr, el bajista, es quien la canta; la labor de vocalista iba a medias entre él y Ocasek, aunque tienen voces parecidas.

El agridulce sector de las one hit wonders tiene en los Knack uno de sus más emblemáticos representantes. Es una reunión de músicos con experiencia que en 1978 se establecen en Los Angeles trabajando el circuito de Sunset Boulevard. Aunque al principio no consiguen interesar a la industria, tienen buena técnica y participan en actuaciones con gente importante; eso hace que finalmente haya una verdadera puja por llevárselos, y la gana Columbia: “Get the Knack”, su primer disco grande, se publica en el verano del 79, casi al mismo tiempo que su single estrella, “My Sharona”, y ambos arrasan de inmediato. Pero ahí comienza el descenso, porque el segundo no pasó del top 20 y tras el tercero se separaron, en 1981. Sabían hacer melodías con gancho, un pop vigoroso de tono sesentero a medio camino entre el estilo isleño y la escuela yanki, buscaban incluso una similitud estética con los primeros Beatles, pero iban un poco acartonados; por otra parte sus letras, frecuentemente acusadas de machistas, no ayudaron. En fin, por lo menos “My Sharona” es una perla con trasfondo neo british que casi justifica su carrera.
 
Un grupo de características parecidas a los Knack pero bastante más proyección son los Romantics, naturales de Detroit aunque no lo parezca. Y digo esto porque, a diferencia de lo que suele ser usual en aquella ciudad, estos muchachos comienzan como banda de power pop: su primer disco, de 1980, es un perfecto resumen del género. Luego se hacen más densos, un poco más tremendistas pero al mismo tiempo más lánguidos (un defecto muy típico de la nueva década), y a pesar de todo la fórmula les funciona dos o tres años más, con gran éxito de ventas en medio mundo. Desde entonces se han ido manteniendo gracias a un buen puñado de fans fieles que no faltan a sus actuaciones; nadie se lo habría imaginado por entonces, pero a día de hoy los Romantics siguen en activo. Y nosotros nos quedaremos con aquel primer disco, del cual posiblemente alguien recuerde “What I like about you”, que fue un mediano éxito en single.
Otros que no se han retirado todavía son Cheap Trick, de Illinois. Se trata de una banda nacida a mediados de los 70 que se va asentando lentamente en el mercado, en parte gracias al público japonés, pero que entre unas cosas y otras aún están ahí. Dejando aparte su consideración tradicional como grupo de hard rock yanqui con tonos british (a principios de los 80 recurrieron al mismísimo George Martin para producir su quinto disco), hay una vaga influencia glam en sus primeros años que de un modo u otro se contagia también a su imagen. Siempre han buscado los grandes arreglos, el sonido épico, y aunque en Europa no se les valore demasiado en su país son veteranos de los grandes estadios. En fin, que una selección en formato “cinta para el coche” sería ideal para hacerse una buena idea de su categoría, pero aquí nos conformaremos con una de sus piezas más representativas: “Surrender”, que venía en su tercer disco y que según la preclara Rolling Stone es nada menos que “el himno adolescente definitivo de los años 70”. Mira que les gusta exagerar…

Recordarán ustedes que en nuestra visita a Akron para cumplimentar a los Devo nos enteramos de que el sello británico Stiff había estado de cacería por la zona. De aquella batida destaca una muchacha de dieciséis años llamada Rachel Sweet, con una voz portentosa para esa edad, que había comenzado haciendo anuncios en la televisión además de versiones de country. Decide cambiar de estilo y acercarse al rock and roll, momento en el que Stiff la detecta y le adjudica como banda de acompañamiento a los Records, un cruce entre pub rock y new wave que le va como anillo al dedo. A finales del 78 se publica “Fool around”, su primer Lp, una ramillete encantador de piezas compuestas en su mayoría por Liam Sternberg, otra gloria de Akron, y aunque no consigue grandes ventas acaba convirtiéndose en un clásico de los pubs en medio mundo. Esa mezcla entre clásica y moderna se endurece un poco con “Protect the innocent”, que llega a principios de 1980 y es todavía mejor que el primero, con un tono muy maduro y una estructura musical más densa. Sin embargo el resultado comercial es parecido, y Rachel abandona Stiff para fichar por CBS y pasarse a la balada pop, lo que no mejoró su situación. Pero aquellos dos primeros discos, en la opinión de los poppies como yo, dan como resultado una cinta para el coche mucho más entrañable que una docena de los de Cheap Trick. 
Los frikis solemos babear ante el concepto “de culto”, un subterfugio que se utiliza para invocar a los músicos con buenas críticas pero que por lo general no llegan al gran público; otra cosa es si la culpa es del público o de ellos, claro, que hay de todo. De los surgidos a finales de la década uno de los grupos más interesantes y “ocultos” son los Wipers, formados en Oregon en 1977 y considerados como la primera banda punk del Noroeste. El problema es que Greg Sage, su creador y líder, no estaba interesado en entrar en el circuito tradicional de grabaciones y giras, sino en grabar exclusivamente: dominaba el proceso, gracias a la profesión de su padre, y creó un sello para lanzar un total de quince discos en diez años; no llegó a tantos, pero fue modificando un poco su perspectiva inicial y consiguió mantenerse durante mucho tiempo. Sage ni siquiera está de acuerdo con el término “punk”, porque desde sus inicios lo supera: un cruce entre Wire, Joy Division y el underground yanki de aquella época, en canciones que van del minuto y medio a más de diez, es algo muy raro de ver en Estados Unidos (llegaron a actuar en Europa, por cierto). Entre su grupo de fans estaba Kurt Cobain, que hizo dos versiones de la banda (les ofreció el puesto de teloneros de Nirvana, pero Sage no aceptó), y ese detalle acabó por consagrarlos. He aquí la cara A de su primer single, del 78; lo demás llegará en los 80, y quedan invitados a visitar este local para entonces.

Siguiendo con el culto pagano vamos ahora con Jeff Dahl, del que se puede decir que vive en una realidad paralela: fuera del círculo del post punk o el hard muy poca gente ha oído hablar de él, pero en ese mundillo es un verdadero Mesías al que algunos han llegado a llamar “el Jeff Beck del punk”, nada menos. Su época más brillante fue en la década de los 80 y 90, acompañado en distintas agrupaciones por personajes procedentes de otras bandas como los Germs, Dead Boys, etc. Su estilo a la guitarra es denso y caluroso (a mí me recuerda a Link Wray, no sé por qué), y su tono de voz, casi glam, es muy atrayente. El caso es que sigue en activo, ha grabado más de dos docenas de discos y no parece que vaya a retirarse mientras haya gente siguiéndole. Nosotros escucharemos lo primero que grabó, allá por 1977, al frente de su Jeff Dahl Band, un grupillo de corta existencia: se titula “Rock and roll critic”, ya se pueden ustedes imaginar de qué va, y tiene una estructura original… aunque casi nadie se enteró porque fue publicada en un sello diminuto. No volverá a un estudio de grabación hasta la década siguiente. 
 
Ya que hablamos del señor Dahl habrá que recordar a los Angry Samoans, que ya eran una banda clásica en la escena de Los Angeles desde finales de los 70, aunque su primera grabación no llega hasta 1980 (y él entra en 1981). Son claramente punk, pero a pesar de su estilo rápido, urgente, tienen un sentido de la melodía más afinado que la mayoría de sus conciudadanos y por momentos se les nota una formación bastante amplia que va desde Detroit a Londres pasando por Nueva York, alejándose de la desesperación músico vocal que afecta a los demás. Su discografía es reducida y su carrera irregular, ya que han desaparecido y reaparecido unas cuantas veces con formaciones distintas; pero los aficionados al punk angelino de aquella época que no los conozcan tal vez se lleven una agradable sorpresa: como en el caso de los Wipers, hay vida más allá del hardcore. Por ejemplo esta es la vigorosa “Right side of my mind”, que abría su primer Ep. Al escucharla, los fans de White Stripes a lo mejor descubren que la supuesta frescura de sus ídolos no lo es tanto…  
Otro personaje de culto es Jeff Conolly, con una leyenda de similar empaque a la del señor Dahl; ambos son cantantes y compositores, aunque en el caso de Conolly su instrumento son los teclados. También este comienza a finales de los años 70 poniéndose al frente de los bostonianos DMZ, que habían arrancado como banda punk pero a los que Conolly da un tono de rock callejero muy saludable. Después de un Ep en 1977 son detectados por Sire, que lanza un disco grande el año siguiente; sin embargo aquella mezcla espléndida de rock and roll con tonos punk (me recuerdan a los Dictators) no llega a ninguna parte, y poco después el grupo desaparece. El caso es que habían conseguido reunir una masa de fans suficientes como para publicar algunos directos, e incluso se han reagrupado algunas veces. Esta es la pieza que abre aquel disco, muy indicativa de su potencia: “Mighty Idy”, se llama. 
En 1979 el señor Conolly ya tenía preparada una alternativa para seguir con su carrera: los Lyres. Se trata de una banda en la que el rock and roll está mucho más perfilado, con influencias que van desde el punk hasta la new wave y que en cierto modo son una especie de actualización de clásicos como los Flamin’ Groovies. Se han disuelto y reagrupado varias veces, de su formación original solo queda el propio Conolly -que asumió desde el principio su condición de corredor de fondo-, pero aún hoy se les aprecia mucho en países como España, donde cada vez que vienen son recibidos por una parroquia fiel y entregada. Su no muy densa producción discográfica se inicia justamente en 1979 con un single que es toda una declaración de principios… 
A veces surgen bandas que con la categoría de “seminales” (no menos prestigiosa que la "de culto") nos indican que son más importantes por su influencia futura que por su actualidad. Y los angelinos Nerves son un buen ejemplo: se trata de un trío de voces formado por el guitarrista Jack Lee, el bajista Peter Case y el batería /guitarra Paul Collins. El primero es el compositor de algunas canciones de éxito como “Hanging on the telephone”, que pasó casi desapercibida hasta que la regrabaron Blondie; el segundo formará luego los exitosos Plimsouls y el tercero los no menos populares Beat (que luego serán Paul Collins Beat en Europa). Los tres son devotos del power pop, o la new wave, o como prefieran ustedes llamar a esas canciones enérgicas pero con melodía y estribillos vitamínicos que alegran el día a cualquiera. Y aunque en su corta vida solamente se publicó un Ep en el que venía contenida aquella canción que tanta gente cree que es de Blondie, tras su desaparición y la consiguiente fama por esa canción y por las carreras de los otros dos, “aparecieron” un buen puñado de canciones por las que ningún sello había mostrado interés en su momento y que después resultaron ser muy valiosas. Por ejemplo esta magnífica “Paper dolls”, en la que se nota que Collins ya tenía perfilado su futuro: 
Los Plimsouls de Case comenzarán su carrera discográfica en la década siguiente. Por lo tanto hemos encargado a Collins y sus Beat que ocupen el puesto número 12 en esta fiesta, ya que se presentan en 1979 y a los pocos meses de su formación los lanza el sello CBS a todo trapo: antes de que ese año acabe ya tienen un Lp y dos singles. Es entonces cuando se valora con propiedad la influencia de los fenecidos Nerves, que había sido la vanguardia poppy gracias a la cual llegaron a grabar otros grupos de la zona como los Knack, sin ir más lejos. Ese primer disco grande ya tiene suficiente repertorio como para escucharlo completo, pero creo que la canción que lo abre es una buena síntesis de la colección de pequeñas maravillas que encierra. Y por supuesto los Beat serán otra de esas bandas muy queridas en nuestro país (Collins vivió en Madrid unos cuantos años), y crearán escuela. Hoy en día ya no existen, pero él sigue en el negocio. 
Y hemos llegado a la selección 12+1, como siempre fuera de programa, aunque por esta vez podría figurar tranquilamente entre las anteriores. Veamos: ¿recuerdan ustedes a aquellos dos muchachos de Delaware llamados Tom Miller y Richard Meyers que partieron hacia Nueva York a finales de los años 60 en busca de fama y fortuna, que luego cambiaron sus apellidos a “Verlaine” y “Hell” y que junto a otro antiguo colega llamado Billy Fica crearon un trío de corta duración llamado Neon Boys? Bueno, pues aunque no llegaron a grabar oficialmente se conservan tres maquetas de aquella fase, aproximadamente entre 1971 y 72; luego ya saben, llegó Television. Para cerrar esta fiesta creo que una pieza como “That’s all I know” queda muy propia: es un simple bosquejo, no consigue evocar ni de lejos la brillantez que categoriza a aquel grupo futuro (y el sonido es bastante pobre), pero se notan maneras. Hay un delicioso regusto a glam/Velvet cruzado con Detroit, y mucha buena voluntad que los honra. O eso creo yo, no me hagan mucho caso.


Por último, aquí queda empaquetado el material que compone esta fiesta. Espero que lo disfruten junto a sus seres queridos mientras sienten el paso de la brisa marina o de interior, según la tendencia natural de cada uno. Como es norma, este local cierra sus puertas hasta Septiembre: suerte con el verano y procuren sobrevivir. Por desgracia para ustedes el tiempo pasa muy rápido, así que pronto tendrán que sufrirme de nuevo.