martes, 2 de abril de 2013

España: la travesía del desierto (III)


A ver si hoy acabamos de perfilar la situación y los “condicionantes socio-históricos” de la década: aunque suele ser la parte más pesada de estas historietas, comprenderán ustedes que sin una composición de lugar se hace difícil valorar el mérito que tuvieron los músicos españoles de entonces. Es evidente que ninguno de ellos llegó a la altura de los americanos o británicos, y que especialmente el rock no es un género para los europeos del sur (salvo muy honrosas excepciones); pero con todo lo que tuvieron en contra hay que reconocer que su lucha fue heroica. 

En lo relativo a los medios de comunicación, ya hemos visto que el más popular fue la radio: dinámica, muy accesible y directa. La televisión, que había comenzado a emitir a finales del 56, será todavía un instrumento caro y casi elitista hasta mediados de esta década, y su papel dinamizador fue mucho más pequeño: dejando aparte su apoyo a los festivales de raigambre protagonizados por cantantes solistas, pocos programas hay que destacar en el primer quinquenio salvo “escala en HI-Fi”. Dicha escala, nacida temerosamente en 1961 y “camuflada” hasta el 65 en el interior de “Teledomingo”, uno de los primeros “programas magazine” en España, venía siendo una colección de éxitos del momento “interpretados” en play back por personajes que no tenían nada que ver con los artistas originales. Hubo sin embargo algunas caras conocidas entre esos “mimos” (no se les puede llamar de otra manera): el mismísimo Juan Pardo, por entonces en los Teleko, fue uno de ellos entre 1962 y 63; Juan Erasmo Mochi o Karina se hacen famosos ahí; e incluso otros cuya carrera no tiene la más mínima relación con la música, como Concha Cuetos o María José Goyanes, pasaron por ese programa, que duró hasta 1967. La cosa había mejorado un poco el año anterior con la aparición de “Tele-Ritmo”, aún con la mayoría de su contenido en play back pero donde incluso se atrevieron a invitar a grupos de jazz (estos en directo, claro): terminó en el 69. Y por último podemos añadir que a finales de la década, con la implantación de la UHF (la que ahora se conoce como La 2), aparecerán algunos programas vanguardistas como “El último grito”, realizado por el prometedor Iván Zulueta: surgido a mediados del 68 pero demasiado avanzado para la época y el país, llegó hasta principios del 70. 

La prensa musical es también muy primitiva. En primer lugar no hay verdaderos especialistas que se atrevan a escribir un artículo sobre grupos foráneos o nacionales con verdadero conocimiento: el patético sistema de “corta y pega” que se hacía a base de notas promocionales suministradas por las casas discográficas era lo más frecuente; sumando algunas frases pilladas al vuelo -a veces mal traducidas- en alguna revista foránea, el resultado solía ser penoso. Era frecuente leer comentarios del tipo “Fulanito es el que tiene el pelo más largo del grupo” o “A Menganito le gustan más las rubias que las morenas”. Por otra parte el número de aficionados a los nuevos ritmos era pequeño, lo cual las convertía en un batiburrillo que no contentaba a nadie: una breve reseña sobre “esos melenudos Beatles” podía resultar lo único interesante en un grupo de hojas donde el protagonista era Raphael, seguido a corta distancia por Rocío Dúrcal o los nuevos jerseys de Sylvie Vartan. Porque al menos en el primer quinquenio, la mayor parte de las revistas apoyaban claramente a los cantantes melódicos nacionales o extranjeros: los grupos seguían siendo sospechosos. Esta situación se mantendrá casi hasta finales de la década, con la aparición de publicaciones más serias como “Mundo Joven” y sobre todo “Disco Express”. 

Muchas de esas revistas pioneras nacieron y murieron en un corto lapso de tiempo, pero algunas como “Discóbolo”, “Fans” o “Fonorama” duraron unos cuantos años. Y gracias a ellas descubrimos curiosidades sorprendentes, como el origen del adjetivo francés “yé-yé” y su degeneración española en “yeyé”: en el año 63 “Fonorama”, una especie de clon de la francesa “Salut les copains”, informa de la irrupción en aquel país de una serie de cantantes muy modernas y guapas a quienes la prensa gala comienza a llamar “yé-yé” (una herencia afrancesada del “yeah” sajón): Françoise Hardy, la Vartan… y algunos cantantes masculinos también muy agraciados, como Johnny Hallyday o Richard Anthony. El término hace fortuna en España; pero aquí somos muy machotes, y de la inicial alegría por ver en las calles a algunas jovencitas desenfadadas con esos peinados y las medias de colores… pasamos al desagrado porque también aparecen jovencitos vestidos “como músicos” (definición peyorativa muy de la época) y con el pelo demasiado largo. Justo por entonces esos otros melenudos chillones, esos Beatles, suenan en todas partes interpretando “She loves you” (yeee yee ye): también esa canción se hace popular aquí, para bien y para mal. Y digo para mal porque la gente de orden asocia inmediatamente a los ye-yés (en España cae el primer acento, como es lógico) con los maullidos y el aspecto de los isleños, con lo cual la suerte está echada: quitemos el guión y ya tenemos nuestra propia palabra española para definir a esos individuos. Poco después, “Fonorama” publica un artículo en el cual lamenta haber introducido el término: “Ye-yé” comenzó siendo una palabra simpática, y así lo entendimos nosotros… ye-yé eres tú, lector amigo. Pero ahora se emplea con ironía, y quien lo hace puede estar pensando en “cursi”, “ridículo”, “afeminado”, “snob”, “retrasado mental” y cosas parecidas. Pero un ye-yé no es un gamberro. Hoy sin embargo, a “Fonorama” le gustaría quitar del mapa la dichosa palabra”. Ya sé, esta tontería filológica no viene a nada. O sí. Pero me apetecía contarla. 

Y ahora llega el momento de dar el salto. Supongamos que un aficionado decide aprender a tocar algún instrumento eléctrico, o una batería. Ahí empieza su calvario: los instrumentos son caros y de mala calidad, muchas veces fabricados de forma artesanal. Porque, a menos que seas de buena familia, marcas como Gibson o Fender son mitos inalcanzables. Si ya el precio original es altísimo por la diferencia de nivel de vida y el cambio de la moneda, la importación de esos artefactos está fuertemente gravada por impuestos de todo tipo (entre ellos el famoso “impuesto de lujo”, que ya lo dice todo). Por eso vemos tantos hijos de altos ejecutivos, militares o diplomáticos en la génesis del rock español (como en la de muchos países latinoamericanos), porque tener una guitarra y un equipo de amplificación decentes no está al alcance de la clase trabajadora. Pero sigamos suponiendo: ese aficionado, que ha conseguido a base de sangre, sudor y lágrimas una cierta destreza con algo remotamente parecido a, por ejemplo, una guitarra eléctrica, se reúne con otros de su misma condición y decide crear un grupo (que por entonces y en España no se llamaba grupo, sino “conjunto musical”). Es posible que algún familiar tenga un garaje o cualquier otro bajo disponible para ensayar, o que algún propietario menos receloso que otros acceda a alquilarles uno, y que esos aficionados tengan aptitudes para componer o versionar piezas actuales. Pero les costará trabajo demostrarlo ante el público, porque tampoco hay muchos locales aptos para una actuación. 

Llevando las suposiciones casi hasta el delirio, imaginemos que han conseguido un sonido de conjunto aceptable; que en su repertorio hay algunas piezas que valen la pena y tienen un manager que realmente se preocupa por ellos, sabe de qué va el negocio y no les roba. Y llegan ante una casa discográfica, que en esos tiempos es una verdadera lotería: por lo general los equipos de grabación no están pensados para grupos eléctricos sino para cantantes con o sin orquesta, y sus ingenieros de sonido tienen una mentalidad acorde con esos planteamientos. Por otra parte, muy pocas discográficas suenan decentemente: en ese momento solo EMI, en Barcelona, tiene un nivel aceptable (gracias a la ayuda de su casa matriz británica, que le suministra los equipos y mesas de mezclas -de dos pistas- que les van sobrando). Los sellos radicados en Madrid no se preocupaban tanto. Y sus directivos no confían en los grupos españoles, dudan de su talla creativa, lo cual implica que los productores rara vez les consienten una pieza propia: la mayoría del material en los primeros años de la década son versiones. Pero en fin, han llegado hasta ahí; incluso es posible que consigan un relativo éxito… y justo en ese momento toca hacer la mili. Sí señores, el servicio militar obligatorio, que por entonces duraba dieciséis meses. Si estabas en la Universidad podías ir esquivando la llamada de la Patria a base de prórrogas hasta los veinticinco años más o menos, pero al final te cazaban. Y esa llamada fue el golpe que hundió a muchos “conjuntos musicales”: a un ritmo de cuatro levas al año, podía ocurrir que dos o tres miembros tuviesen que abandonarlo todo y ponerse el uniforme en un corto plazo de tiempo. Y posiblemente a la vuelta ese grupo ya no existía, ni quedaban ganas de intentarlo de nuevo. La mili te había hecho un hombre. 

Esta es, a grandes rasgos, la situación que debían afrontar los valientes -o inconscientes- aficionados que se atrevían a meterse en el proceloso mundo de la creación musical en España. Por eso, volviendo al primer párrafo, digo que fueron verdaderos héroes; y que si su talla creativa por lo general no era como para echar cohetes, su decisión y amor por esa música ratonera les ha honrado para siempre. Y aquí lo dejo, que me está saliendo la vena patriótica y yo soy un tío muy serio, muy comedido. 


12 comentarios:

  1. Creo que a pesar de todas esas dificultades la nómina de grupos de los sesenta es muy amplia, lo que habla del poder de la música ratonera.
    Muy interesante lo de yeyé, no sabía que lo acuñaron en Fonorama. Siempre me ha parecido un término sonoro, divertido y pop que define muy bien aquella música.

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    1. La verdad es que sí, mister Chafardero. Entendámonos: no es ni la cuarta parte de lo que hubo en la Isla, o en Alemania; pero con todos los atrancos que hubo, no podemos quejarnos. En cuanto a lo yeyé, que a mí también me hacía gracia en su época, suscribo lo que dice "Fonorama": llegó un momento en el que lo mejor era olvidarse de ese término. Qué le vamos a hacer.

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  2. Hay que reconocerlo los primeros "conjuntos" españoles estaban formados por niños pijos con mucho poder adquisitivo. Ahí tienes el caso de Los Pekenikes, para mí el mejor grupo español de los 60, todos chicos del barrio de Salamanca. Es curioso que después de la corriente más de barrio de los 70,(Leño, Coz, Asfalto, Burning etc..)luego en los 80, la pijería se apropiara otra vez del negocio, aunque ahora tuvieran más caché intelectual.
    Siendo muy niño, no más de 10 años, me tocó de cerca estar con gente ye-ye, con lo cual a esa edad escuchaba y cantaba al Dúo Dinámico, Brincos, Bruno Lomas, Sirex, Mustang, Bravos etc.. que ya habían pasados su mejores tiempos. Recuerdo un comic dedicado al célebre dúo y por supuesto he leído en más de una ocasión Fans o Ritmo aunque imagino que pro entonces me llamarían más la atención las fotos.
    También recuerdo Escala en Hi-FI con Mochi, Karina etc...
    http://youtu.be/Sse4HRVbed4
    A veces hacían representaciones teatrales de los temas como si fueran videoclips. Tengo una imagen lejana de Los Pekenikes tocando "Frente a Palacio" o "Lady Pepa" vestidos de época.
    Es todo un placer recordar aquello.

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    1. Pues sí, herr doktor. Las cosas como son. Desde Juan Pardo hasta Miki, pasando por Cecilia o los Pekeniques, como usted dice, solían ser de familias pudientes. Lo cual no les quita mérito, yo creo: hasta cierto punto es admirable que, viniendo de donde venían y muchos de ellos con la vida resuelta, se metiesen en este tipo de follones. Y sobre los años 70/80, queramos a no esas diferencias seguían existiendo aunque fusen hasta cierto punto más sutiles. Los chicos de buena familia (Santiago Auserón es el paradigma) no solamente tenían más dinero, sino también, tal vez por su condición, más inquietudes culturales. los chicos de barriada bastante tenían con sobrevivir, en cierto modo. Y su acceso a la cultura era muy reducido. Incluso los discos que oían por lo general eran de un solo tipo: rockeros con mucha marcha. Coz, Leño y compañía no pasaban de los Purple, los zepelines y demás familia, mientras que los señoritos de la clase alta tenían un abanico mucho más amplio, nos guste o no. Cuanta más formación, más influencias y por lo tanto más amplitud de criterio.
      Recuerdo esa "actuación" de los Pekenikes, sí. Era tremendo. Y la careta del programa a cargo de Mochi (donde se nota lo mal hecho que está el play back) lo resume todo.

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  3. Pues tu ''tontería filológica'' me ha gustado e interesado bastante. Algún día estas cosas se estudiarán en las facultades, si no se estudian ya; estoy seguro de ello. Y los que vivísteis aquella época tendríais mucho que decir. Hoy cualquiera que no sepa nada de esto se puede sentar en la tele, ver que echan ''Sor Yeyé'' y pensar: 'Yeyé en los sesenta era una cursilada, cosas de monjas, como 'El padre Manolo' y esas cosas.' Pero claro... 'Sor Yeyé' (1967) fue más bien al revés: utilizaron las modas juveniles de la época para inventar a una monja ''moderna''.

    Y la forma de acercarnos lo que significaba formar un grupo entonces ha sido perfecta. Me ha traído a la mente el libro 'Flores en la basura', que no es sino un testimonio personal más de un joven músico que quiere formar un grupo de rock (de 'punk', en su caso), y aunque su historia sea bastante posterior a estos hechos, algunos de los inconvenientes eran los mismos: dinero para comprar equipo, la mili... Os dejo el enlace al libro:

    http://floresenlabasura.blogspot.com.es/2008/08/introduccin-flores-en-la-basura.html

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    1. Gracias, yerno. Es posible que este tipo de historietas llegue a la universidad, no lo sé. Pero en cualquier caso creo que es una parte de nuestro pasado que, al menos a los que se tienen por aficionados, debería interesarles. Siempre es bueno saber de dónde venimos. Lo de "Sor Ye-yé" y en general ese tipo de películas, la verdad es que hay que reconocer que eran bastante bodrios. Pero en fin, tenían su gracia. Vistas ahora, tal vez nos hacen reír más por lo infantil del guión y la actuación de Gracita Morales y compañía que por la intención de la película.

      "Flores en la basura" comparado con la historia de los años 60, tiene una diferencia de raíz, creo yo: la actitud. Frente al cabreo general y las ganas de acabar con todo que están en la filosofía del "No future", los años 60 fueron una época de ilusión, de esperanza en que algo podía cambiar. Es decir, que hubo un cierto infantilismo, roto precisamente en los primeros 70. Y una cosa llevó a la otra. En todo caso es cierto que muchas de las dificultades "logísticas", por decirlo así, fueron parecidas.

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  4. Más que nada por llevar la contraria, iba a discrepar (respetuosamente, por supuesto) con el señor anfitrión y corifeo (no se preocupe, sé de la perfección da súa cara), aduciendo torpemente que, aunque la radio fue muy importante en la divulgación de la música que nos ocupa, y que los niños ricos podían viajar, traer músicas ratoneras y comprar instrumentos imposibles de encontrar en España, los auténticos culpables de que se extendiese esa ruidosa e insolente plaga fueron los tipos raros; tipos que gustaban de músicas que no se oían ni por las más exóticas frecuencias.

    De hecho, me lo imagino a usted perfectamente atesorando discos muy extraños, luciendo en la solapa insignias –no pins/pines- de desconocidos músicos foráneos y adoctrinando a cuanto incauto cayese en su tela de araña.
    Iba por ese atrevido camino, cuando recordé a un tipo que vivía en la plaza de Santo Domingo de Lugo –José-, que cuando yo tenía 10 años él tendría unos 16 ó 17. Sus padres y mis padres eran amigos. En su habitación me hacía oír, emocionado, un montón de discos extranjeros; yo era incapaz de entender su fascinación. Era un tipo muy raro: tenía más de 200 de esos extraños discos –singles y E.P.s- y corría el año del Señor de 1967.

    Recordé sus apellidos, no muy comunes, y busqué en Google intentando saber de él. Lo encontré: falleció hace dos años.

    Casi nunca pensaba en José, pues no volví a verlo desde que yo tenía unos 12 años, pero siempre deseé que os hubierais conocido. Lo que habríais disfrutado.

    Cuídate, Rick: eres mucho más necesario de lo que piensas. No se trata de erudición, sino de Emoción.

    Salud.

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    1. Está usted en plan zalamero, señor Pez. Pero muchas gracias por sus alabanzas. Los tipos raros, como dice usted, cumplieron y cumplirán siempre su misión, que es emponzoñar a los pobres incautos que caigan en sus redes. Esto es así, María Teresa. Pero ya sabe usted que para que tal cosa ocurra el otro tiene que dejarse, así que tan culpable es el inductor como el inducido. La ley de Mahoma, ya sabe. Eso de "la culpa no fue mía" hace mucho que no cuela.

      En cuanto al muchacho que cita, ese tal José, la verdad es que no lo recuerdo. No sé si llegué a conocerlo, pero quizá con algún dato más se me encendiese la bombilla. De todos modos, yo conocí a alguno que no andaba mucho por la calle, no pertenecía al grupito de enterados que andábamos pavonéandonos por ahí. En concreto, recuerdo a uno que se aficionó al órgano y prácticamente no salía de de casa: estaba ensayando contínuamente. Lo conocí de casualidad, pero tampoco he vuelto a saber de él.

      En fin, que muchas gracias por los halagos. Lo de ser necesario o no ya me parece un tanto exagerado, pero en fin.

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  5. Fu, pues yo sí que hablaría de erudición, teniendo en cuenta que repasos de este nivel, exceptuando libros buenos que haya por ahí, no se encuentran en ningún lado, y que lo único que queda a la vista son páginas web -sobre estas músicas y estos tiempos- que dan miedito, amén de programas de televisión (Telecinco, 'Qué tiempo tan feliz' ¡¡¡¡la muerte!!!!) que le hacen a uno partidario de la eugenesia. Así que chapó.

    Pero volviendo a los infinitas barreras que tenían los héroes hispánicos esos, pregunto: ¿tales dificultades (precio de los instrumentos y servicio militar obligatorio especialmente) no se daban también en La Isla?

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    1. Bienvenido, signore Giovanni. Y gracias a usted también. Esto se está llenando de babas. Pero no se crea que lo recuerdo todo, ¿eh? Tengo que tirar de libros y demás recursos, que no todo es llegar y ponerse a escribir. Pero tiene usted razón en que por lo general Internet es una jungla donde a veces sacas algo en limpio y otras te horrorizas. Hay bastantes páginas sobre grupos concretos -algunas muy buenas-, pero sobre la historiografía ya es más difícil: parece que la gente va a tiro fijo y no le importan estas cosas. Error.

      En la Isla la situación era muy distinta: el servicio militar (que se considera una excepción histórica originada por situaciones de guerra o grandes crisis económicas) se abolió en 1960. Y en cuanto a los instrumentos, más baratos que aquí, y con mejor nivel de vida, había un rango mucho más amplio. Por otra parte era fácil alquilarlos, una opción que en España fue muy escasa. Así que ya digo: sangre, sudor y lágrimas.

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  6. Hola, Rick.
    Como siempre, estupendo post. Me gustan tus escritos porque no solo hablas de música y músicos en ellos, sabes cómo adentrarte en caminos paralelos para ofrecernos algo más.
    Yo también era un niño en esa época, pero recuerdo algunos programas de tele mencionados aquí (y los ingeniosos decorados en cartón piedra, de baratillo pero impagables. También recuerdo los guateques que organizaban mis hermanos mayores y yeyés, y el tocadiscos sonando las canciones Bruno Lomas, Mochi, Juan Pardo... Y todo en blanco y negro.

    Muy bueno el apunte filológico. Seguro que esa entrada no se encuentra en el diccionario de Corominas.

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    1. Muchas gracias, Caruano. Trato de aliviar un poco los rollos con detallitos "filológicos" o de otro tipo para que la gente no se me quede dormida a mitad de post, porque me paso bastante y cuando me doy cuenta ya llevo párrafos de más.

      Los decorados de cartón piedra, en efecto. Era increíble lo que discurrían, con cuatro duros de presupuesto. A veces hacían verdaderas maravillas. Y claro, el blanco y negro tapaba muchas carencias. Pero hay que reconocer que tenía su encanto, todo aquello.

      El Corominas no sé. Pero en el Manuel Seco, que es el que yo uso, ye-yé sí viene. Y con tres acepciones, además. Hay que cambiar de diccionario, caballero.

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