Parecía evidente que una época tan poppie como la que se estaba viviendo resultaría difícil de sobrellevar para los grupos cuya única referencia fuese el r&b, y eso explica que casi todos ellos tratasen de hacer de la necesidad virtud ampliando su perspectiva. Los Beatles fueron quizá los únicos de la primera ola que sintieron un deseo real de sumergirse completamente en la psicodelia y averiguar hasta dónde podían llegar los límites, en caso de haberlos; luego hubo otros, como los Who o los Pretty Things, que también tenían vocación evolutiva y supieron amoldarse a la época con mayor o menor fortuna. Pero los Stones sufrieron, porque, para bien o para mal, eran básicamente una banda de baile más que de experimentación: “It’s only rock and roll” es una marca de fábrica que podrían haber patentado desde el momento en que comenzó su carrera. Y aunque es verdad que han facturado algunos discos gloriosos (sobre todo desde que termina este sarampión psicodélico hasta bien entrados en los años 70), su mayor poder estará siempre antes en el escenario que en el estudio.
Al margen de la cuestión artística, el año 67 fue especialmente conflictivo para el grupo. La policía británica se mostraba especialmente activa en la persecución de los músicos aficionados a las substancias ilegales; muchos de ellos tuvieron juicios y pasaron pequeñas temporadas en la cárcel, y unos elementos tan distinguidos como Jagger, Richards o Jones le venían muy bien al establishment para ejemplarizar los castigos. Casi todo este año se lo pasaron alternando giras y grabaciones con un remolino de juicios, multas y amenazas; y a eso hay que sumar un creciente malestar entre Jones y ellos, que había comenzado por diferencias artísticas pero a estas alturas ya entraba en lo personal, con Richards sobre todo. El problema se agudizó cuando Anita Pallemberg, la novia del primero por entonces, lo abandonó para irse con el segundo: ahí termina la amistad (que nunca fue muy intensa), y a partir de entonces la relación será puramente profesional. En lo musical Jones sigue investigando con nuevos instrumentos de todo tipo, fortaleciendo su papel de “hombre orquesta”, consciente de que su papel en la dirección del grupo es ya testimonial. Por no hablar de su creciente dependencia de las sustancias ilegales, que lo dejan inoperante con frecuencia y le están marcando la cara.
“Aftermath” fue el disco que en 1966 había ampliado las perspectivas de los Stones para poder luchar en igualdad de condiciones con la competencia. La psicodelia, las influencias orientales y la voluntad de experimentación constituían el nuevo campo de juego, y en algunas piezas como “Goin’ home” ya habían demostrado que no se iban a rendir fácilmente. E incluso su vena melódica, que siempre la han tenido, surge a veces con un gran poderío: una nueva prueba es el single con el que abren el año 67, una doble cara A que contiene “Ruby Tuesday” junto a “Let’s spend the night together”. La primera es una especie de balada de tinte casi barroco, que injustamente figura a nombre de Jagger/Richards cuando todos los implicados admiten que es de las pocas en las que Jones tuvo una influencia determinante; junto a Richards, eso sí. La otra es igual de buena, pero ya cuadra más con el estándar del grupo: una letra “conflictive” con melodía y ritmo insistentes sostenidos por ese piano casi de boogie tan distintivo, a cargo de Jack Nitzsche. No es de sus mejores singles, pero mantiene el tipo dignamente.
Muy pocos días después, a finales de enero, se publica “Between the buttons”, su quinto disco grande. Como ya ocurría en “Aftermath”, se siente la influencia de los Beatles tanto por el tipo de melodía como por la variedad de instrumentos; sobre todo por parte de Brian Jones, que utiliza varios de viento y teclados además de otros tan inesperados como el kazoo o el vibráfono. De hecho tanta variedad le impide dedicar tiempo a la guitarra salvo en muy contadas ocasiones, así que es generalmente Richards el único que se encarga de ella (y apenas hay riffs). Pero también participan Ian Stewart y Nitzsche aportando más teclados, con lo cual hay momentos en que rozan lo barroco. Y no solo hay Beatles, también a veces sobrevuela el fantasma de Dylan o los Kinks. Así que, en conjunto, este es uno de los discos menos Stones del grupo, pero muy a juego con la época y desde luego de los más brillantes que hicieron antes de llegar a sus mejores años. La apertura con “Yesterday’s papers” ya es un juego de contrastes entre la base rítmica (incluyendo vibráfono y arpicordio), el fuzz que se escucha a veces y los juegos de voces; quizá lo único puramente Stones aquí sea, otra vez, esa letra bordeando la misoginia. El acercamiento al Dylan de 1965/66 se percibe claramente en “Who’s been sleeping here”, o en el cierre con “Something happened to me yesterday”, donde además se acercan al vodevil y al music hall. ¿Y esa voz, entre el propio Dylan y, efectivamente, Ray Davies?. Ah, y ya que hablamos de los Kinks yo diría que en “Cool, calm and collected” hay también algo de ellos. Aunque por supuesto siempre surgen canciones en las que recuperan su naturaleza: “Connection”, “Miss Amanda Jones” o “My obsession” llevan claramente el sello de la banda.
Tanto por el número de giras agotadoras como por los continuos problemas policiales en esta época, no hay nuevo single hasta mediados de agosto. Es una nueva doble cara A: “We love you” y “Dandelion”. La primera está directamente relacionada con esos problemas, y en la letra se hace un homenaje del grupo a sus seguidores, dándoles las gracias por su apoyo. Es una pieza psicodélica muy experimental, en la onda de los Beatles de entonces, con una cadencia que a mí me sugiere un cruce entre “I am the walrus” y “Tomorrow never knows”, pero no me hagan mucho caso; por cierto, que Lennon y McCartney hacen coros. En cuanto a “Dandelion”, esta es otra prueba más de la fascinación que sienten en estos tiempos por el pop barroco, aunque aquí el grupo se hace más reconocible (y de nuevo la pareja Lennon – Macca anda por ahí poniendo voces). En otro orden de cosas hay que resaltar el hecho definitivo de la escapada de Andrew Loog Oldham, su manager y productor, durante el tiempo que duró el proceso judicial más importante; voló a Estados Unidos dejándolo todo en manos de Allen Klein, que por entonces trabajaba para él como director comercial y representante en aquel país. Oldham ya llevaba un tiempo de conflictos con el grupo, y esta fue la gota que colmó el vaso: casi a continuación es despedido, lo que sitúa a Klein como nuevo manager de los Stones. Ellos mismos se ocuparán de rematar la producción de su nuevo disco.
De todos modos hay que reconocer que Oldham tenía parte de razón en sus broncas con Jagger y compañía, sobre todo cuando les echaba en cara su poca profesionalidad en el estudio. Por entonces, a causa de las drogas y el ambiente en el que andaban, las sesiones de grabación eran un circo; en palabras de Wyman, el más serio de todos, “nunca se sabía quién iba a venir a trabajar y quién no, si venían en condiciones o no, ni cuánta gente traían con ellos. Era algo que Andrew y yo odiábamos, y al final se cansó”. En ese ambiente se grabó “Their Satanic Majesties Request”, el Lp que los Stones publican en diciembre; y sí, hasta la portada recuerda a los Beatles. Pero hay que centrarse en el resultado y dejar atrás el porqué lo hicieron, ya que eso lo sabemos todos. Jagger y Richards parecen sentir pavor ante la ola psicodélica que no solo los de Liverpool están surfeando, sino también muchos grupos londinenses. Y hacen lo que pueden: comparten gustos por drogas que realmente no son las suyas, afinidades por ambientes, actitudes y melodías que tampoco, y el resultado es ese ambiente general de miedo que muestra este disco desnaturalizado: no saben cómo van a amanecer mañana. Aun así la mayor parte del repertorio tiene una cierta categoría, e incluso algunas piezas son realmente buenas: “She’s a raibow” es un pop barroco de lo mejor que se ha hecho en la Isla (¡quién se lo hubiera dicho tan solo dos años antes!), mientras que “Citadel” me recuerda el estilo art rock de unos Who; y ya puestos, los Kinks sobrevuelan “2000 man”, otro momento inspirado. Por supuesto no se puede olvidar “2000 light years from home”, que es su mejor pieza psicodélica (y para algunos, también la mejor del disco). Todo ello va salpicado por momentos de celebración friki, que comienzan ya por la pieza que abre el disco y que surgen de vez en cuando; la producción no es ninguna maravilla (recuerden, se la han hecho ellos), pero en conjunto es un disco defendible. O al menos, para cumplir el expediente en uno de los años más duros de su carrera. Visto así, la cosa tiene su mérito.
Y esta será la última vez que los Stones vayan al rebufo de una época u otra. Lo mismo que va a pasar con Beatles y demás grupos isleños, el sarampión psicodélico los ha hecho mayores. A partir de ahora, cada uno de ellos procurará no deber nada a nadie.





