jueves, 6 de noviembre de 2025

1967 (III)

Parecía evidente que una época tan poppie como la que se estaba viviendo resultaría difícil de sobrellevar para los grupos cuya única referencia fuese el r&b, y eso explica que casi todos ellos tratasen de hacer de la necesidad virtud ampliando su perspectiva. Los Beatles fueron quizá los únicos de la primera ola que sintieron un deseo real de sumergirse completamente en la psicodelia y averiguar hasta dónde podían llegar los límites, en caso de haberlos; luego hubo otros, como los Who o los Pretty Things, que también tenían vocación evolutiva y supieron amoldarse a la época con mayor o menor fortuna. Pero los Stones sufrieron, porque, para bien o para mal, eran básicamente una banda de baile más que de experimentación: “It’s only rock and roll” es una marca de fábrica que podrían haber patentado desde el momento en que comenzó su carrera. Y aunque es verdad que han facturado algunos discos gloriosos (sobre todo desde que termina este sarampión psicodélico hasta bien entrados en los años 70), su mayor poder estará siempre antes en el escenario que en el estudio. 

Al margen de la cuestión artística, el año 67 fue especialmente conflictivo para el grupo. La policía británica se mostraba especialmente activa en la persecución de los músicos aficionados a las substancias ilegales; muchos de ellos tuvieron juicios y pasaron pequeñas temporadas en la cárcel, y unos elementos tan distinguidos como Jagger, Richards o Jones le venían muy bien al establishment para ejemplarizar los castigos. Casi todo este año se lo pasaron alternando giras y grabaciones con un remolino de juicios, multas y amenazas; y a eso hay que sumar un creciente malestar entre Jones y ellos, que había comenzado por diferencias artísticas pero a estas alturas ya entraba en lo personal, con Richards sobre todo. El problema se agudizó cuando Anita Pallemberg, la novia del primero por entonces, lo abandonó para irse con el segundo: ahí termina la amistad (que nunca fue muy intensa), y a partir de entonces la relación será puramente profesional. En lo musical Jones sigue investigando con nuevos instrumentos de todo tipo, fortaleciendo su papel de “hombre orquesta”, consciente de que su papel en la dirección del grupo es ya testimonial. Por no hablar de su creciente dependencia de las sustancias ilegales, que lo dejan inoperante con frecuencia y le están marcando la cara. 

“Aftermath” fue el disco que en 1966 había ampliado las perspectivas de los Stones para poder luchar en igualdad de condiciones con la competencia. La psicodelia, las influencias orientales y la voluntad de experimentación constituían el nuevo campo de juego, y en algunas piezas como “Goin’ home” ya habían demostrado que no se iban a rendir fácilmente. E incluso su vena melódica, que siempre la han tenido, surge a veces con un gran poderío: una nueva prueba es el single con el que abren el año 67, una doble cara A que contiene “Ruby Tuesday” junto a “Let’s spend the night together”. La primera es una especie de balada de tinte casi barroco, que injustamente figura a nombre de Jagger/Richards cuando todos los implicados admiten que es de las pocas en las que Jones tuvo una influencia determinante; junto a Richards, eso sí. La otra es igual de buena, pero ya cuadra más con el estándar del grupo: una letra “conflictive” con melodía y ritmo insistentes sostenidos por ese piano casi de boogie tan distintivo, a cargo de Jack Nitzsche. No es de sus mejores singles, pero mantiene el tipo dignamente.



Muy pocos días después, a finales de enero, se publica “Between the buttons”, su quinto disco grande. Como ya ocurría en “Aftermath”, se siente la influencia de los Beatles tanto por el tipo de melodía como por la variedad de instrumentos; sobre todo por parte de Brian Jones, que utiliza varios de viento y teclados además de otros tan inesperados como el kazoo o el vibráfono. De hecho tanta variedad le impide dedicar tiempo a la guitarra salvo en muy contadas ocasiones, así que es generalmente Richards el único que se encarga de ella (y apenas hay riffs). Pero también participan Ian Stewart y Nitzsche aportando más teclados, con lo cual hay momentos en que rozan lo barroco. Y no solo hay Beatles, también a veces sobrevuela el fantasma de Dylan o los Kinks. Así que, en conjunto, este es uno de los discos menos Stones del grupo, pero muy a juego con la época y desde luego de los más brillantes que hicieron antes de llegar a sus mejores años. La apertura con “Yesterday’s papers” ya es un juego de contrastes entre la base rítmica (incluyendo vibráfono y arpicordio), el fuzz que se escucha a veces y los juegos de voces; quizá lo único puramente Stones aquí sea, otra vez, esa letra bordeando la misoginia. El acercamiento al Dylan de 1965/66 se percibe claramente en “Who’s been sleeping here”, o en el cierre con “Something happened to me yesterday”, donde además se acercan al vodevil y al music hall. ¿Y esa voz, entre el propio Dylan y, efectivamente, Ray Davies?. Ah, y ya que hablamos de los Kinks yo diría que en “Cool, calm and collected” hay también algo de ellos. Aunque por supuesto siempre surgen canciones en las que recuperan su naturaleza: “Connection”, “Miss Amanda Jones” o “My obsession” llevan claramente el sello de la banda.


Tanto por el número de giras agotadoras como por los continuos problemas policiales en esta época, no hay nuevo single hasta mediados de agosto. Es una nueva doble cara A: “We love you” y “Dandelion”. La primera está directamente relacionada con esos problemas, y en la letra se hace un homenaje del grupo a sus seguidores, dándoles las gracias por su apoyo. Es una pieza psicodélica muy experimental, en la onda de los Beatles de entonces, con una cadencia que a mí me sugiere un cruce entre “I am the walrus” y “Tomorrow never knows”, pero no me hagan mucho caso; por cierto, que Lennon y McCartney hacen coros. En cuanto a “Dandelion”, esta es otra prueba más de la fascinación que sienten en estos tiempos por el pop barroco, aunque aquí el grupo se hace más reconocible (y de nuevo la pareja Lennon – Macca anda por ahí poniendo voces). En otro orden de cosas hay que resaltar el hecho definitivo de la escapada de Andrew Loog Oldham, su manager y productor, durante el tiempo que duró el proceso judicial más importante; voló a Estados Unidos dejándolo todo en manos de Allen Klein, que por entonces trabajaba para él como director comercial y representante en aquel país. Oldham ya llevaba un tiempo de conflictos con el grupo, y esta fue la gota que colmó el vaso: casi a continuación es despedido, lo que sitúa a Klein como nuevo manager de los Stones. Ellos mismos se ocuparán de rematar la producción de su nuevo disco.



De todos modos hay que reconocer que Oldham tenía parte de razón en sus broncas con Jagger y compañía, sobre todo cuando les echaba en cara su poca profesionalidad en el estudio. Por entonces, a causa de las drogas y el ambiente en el que andaban, las sesiones de grabación eran un circo; en palabras de Wyman, el más serio de todos, “nunca se sabía quién iba a venir a trabajar y quién no, si venían en condiciones o no, ni cuánta gente traían con ellos. Era algo que Andrew y yo odiábamos, y al final se cansó”. En ese ambiente se grabó “Their Satanic Majesties Request”, el Lp que los Stones publican en diciembre; y sí, hasta la portada recuerda a los Beatles. Pero hay que centrarse en el resultado y dejar atrás el porqué lo hicieron, ya que eso lo sabemos todos. Jagger y Richards parecen sentir pavor ante la ola psicodélica que no solo los de Liverpool están surfeando, sino también muchos grupos londinenses. Y hacen lo que pueden: comparten gustos por drogas que realmente no son las suyas, afinidades por ambientes, actitudes y melodías que tampoco, y el resultado es ese ambiente general de miedo que muestra este disco desnaturalizado: no saben cómo van a amanecer mañana. Aun así la mayor parte del repertorio tiene una cierta categoría, e incluso algunas piezas son realmente buenas: “She’s a raibow” es un pop barroco de lo mejor que se ha hecho en la Isla (¡quién se lo hubiera dicho tan solo dos años antes!), mientras que “Citadel” me recuerda el estilo art rock de unos Who; y ya puestos, los Kinks sobrevuelan “2000 man”, otro momento inspirado. Por supuesto no se puede olvidar “2000 light years from home”, que es su mejor pieza psicodélica (y para algunos, también la mejor del disco). Todo ello va salpicado por momentos de celebración friki, que comienzan ya por la pieza que abre el disco y que surgen de vez en cuando; la producción no es ninguna maravilla (recuerden, se la han hecho ellos), pero en conjunto es un disco defendible. O al menos, para cumplir el expediente en uno de los años más duros de su carrera. Visto así, la cosa tiene su mérito.


Y esta será la última vez que los Stones vayan al rebufo de una época u otra. Lo mismo que va a pasar con Beatles y demás grupos isleños, el sarampión psicodélico los ha hecho mayores. A partir de ahora, cada uno de ellos procurará no deber nada a nadie.

sábado, 25 de octubre de 2025

1967 (II)

La valiente decisión que tomaron los Beatles a finales del verano anterior, renunciando a la esclavitud de las giras, por fuerza ha de compensarles en lo personal y en lo artístico. Por supuesto ahora frecuentan mucho más el estudio de grabación, donde se pasan horas y horas experimentando con la ayuda cercana de George Martin, que se reafirma como “quinto miembro” del grupo. Su abandono del beat quedó plasmado en “Rubber soul”, que es la nueva base de la que parten para encarar el segundo quinquenio de esta década: “Revolver”, con todas sus innovaciones estilísticas y de sonido, sería impensable sin ese precedente. Y siguiendo ese hilo, completamente inmersos ahora en la deriva psicodélica, antes de que termine el año 66 ya comienzan a planificar su nueva obra. Entre las muchas bondades de este grupo está la permanente búsqueda de la novedad, del cambio constante: los Beatles no son de los que se acomodan en la rutina fácil, en la confianza de que la pura inercia les traiga el dinero, como hacen otros. 

A principios de 1967 completan la grabación de un nuevo single, que llega a las tiendas a mediados de febrero: “Penny Lane / Strawberry fields forever”. O al revés, ya que el grupo lo presenta como disco de doble cara A. Es decir, tratan de dar el mismo valor a ambas canciones. Y tienen razón: “Penny Lane” es una pieza encantadora, pura delicia pop en la que McCartney rinde homenaje a una calle de Liverpool donde estaba la terminal en la que cambiaba de autobús para ir a casa de Lennon; un homenaje a la infancia, a la primera adolescencia, en una letra revestida de referencias psicodélicas, porque el ácido estaba haciendo su efecto. Y mucho más ácida aún es “Strawberry fields forever”, esta básicamente de Lennon, también haciendo referencia a un lugar concreto de la infancia, un hogar infantil del Ejército de Salvación. El propio Lennon decía que esta fue su mejor canción con los Beatles, al mismo tiempo que muchos fans la consideran, como mínimo, la mejor pieza psicodélica del grupo; pero ambas juntas en el single, con ese melancólico viaje al pasado envuelto en arreglos orquestales junto a otros instrumentos “alternativos”, son la prueba incuestionable de una creatividad muy por encima de la media.



Y a finales de mayo se presenta “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, que podría considerarse como un epítome de la edad de oro del pop en sus variantes psicodélica y barroca, del Swinging London y de lo que haga falta. Que sea o no su mejor disco es otro asunto, y sobre eso hay muchas opiniones, pero no se puede negar su tremenda importancia a varios niveles. La revolución comienza ya por el trabajo de portada, que la convierte en un icono de la década; junto a eso la confirmación, ya sugerida en trabajos anteriores y especialmente en el single que le precedió, de que en sus grabaciones siempre podrán tener cabida tanto los instrumentos tradicionales como los de orígenes más exóticos, además de los electrónicos. Ni que decir tiene que los demás músicos de la época toman nota de inmediato. En cuanto al espíritu del disco, es tan evidente la influencia de “Rubber soul” -el primero que ya tenía entidad propia como un todo orgánico y no una simple sucesión de canciones sueltas- como de “Revolver”, en lo relativo al sonido y la variedad de melodías. Y es igual de evidente que tras esas dos referencias, hay un nuevo paso adelante. La psicodelia desenfadada de la canción que le da título o “Lucy in the sky with diamonds” convive perfectamente con el pop barroco de “She’s leaving home” (la sombra de “Eleanor Rigby” es muy alargada), la sobria dignidad de “Fixing a hole”, el toque exótico de “Whithin you without you” (Harrison ya completamente imbuido de su espiritualidad hindú), mientras que el cierre con la señorial “A day in the life” da a esta obra una grandeza casi épica. La mayoría de ellas, por otra parte, llevan unas letras cercanas al estilo de un relato, algo que también había comenzado en “Rubber soul”. Hay algún momento irregular, y resulta comprensible la queja de muchos aficionados que hubieran deseado que las dos canciones del single precedente formasen parte de este disco; pero la estrategia del grupo era no repetir piezas, y para bien o para mal siguieron ese criterio. En fin, ya da igual. El resultado, en cualquier caso, es soberbio.


El 25 de junio se emitió un programa internacional de televisión titulado “Our world”, emitido vía satélite a veinticuatro países, incluyendo España. Había sido una idea de la BBC, que a través de la colaboración con otras emisoras públicas elaboró una especie de magazine sobre varios asuntos distintos, con la idea de reforzar la “hermandad mundial”. Los Beatles escribieron una pieza ajustada a ese evento y la interpretaron en los estudios de la BBC apoyados por orquesta y rodeados de amigos del gremio. La canción se titula "All you need is love", es muy agradable (podría recordar a “Sgt. Pepper’s”), y la letra, aunque un tanto simplista, está cargada de buenas intenciones. Como es lógico se publicó en single, cuya cara B era “Baby you’re a rich man”. Cuadraba bien con la anterior, ya que también lleva un mensaje similar, muy en la onda hippie del momento. Por otra parte es una buena mixtura entre la musicalidad de Oriente y Occidente; no es que sea una de sus mejores canciones, pero tiene categoría.


A finales de agosto los Beatles decidieron asistir a un seminario sobre meditación trascendental impartido por el Maharishi Mahesh Yogi en el colegio Bangor, en Gales. Harrison ya había visitado la India el año anterior, y logró convencer primero a Lennon y luego a McCartney; a Ringo no tanto, como ya sabrán ustedes. El seminario comenzó el 25 de agosto, pero dos días después ocurrió la tragedia que iba a cambiar el destino de este grupo: Brian Epstein muere víctima de una sobredosis de medicamento para el sueño mezclado con alcohol. Aún hoy no está claro si fue un suicidio o un accidente, pero eso ya es lo de menos. Lennon lo resumió muy bien: “Nos derrumbamos. No sabíamos hacer otra cosa más que música, y me di cuenta de que estábamos jodidos”. A partir de ese momento comienza una época de transición en la que, sin un manager concreto, se apoyan en algunos miembros del staff que tenía Epstein, sobre todo Derek Taylor. No hay duda de que la importancia de George Martin como asesor musical equivalía a la de Epstein en la dirección empresarial del grupo; porque ya hacía mucho que eran una gran empresa, y es comprensible el pánico al vacío que sintieron. 

El último single del año consiste en dos piezas que ya tenían preparadas antes de la muerte de Epstein, aunque se grabaron en agosto: “Hello goodbye / I am the walrus”, que se publica a finales de noviembre. La primera es una alegre canción pop, muy de McCartney, cuya letra es tan simple que muchos la hemos utilizado como acicate para que nuestros hijos comenzasen a estudiar inglés. Luego, dar la vuelta a ese single y encontrarse con su cara B es como pasar del día a la noche: ahí tenemos una nueva exhibición de Lennon, un viaje psicodélico que según él se debe a la mixtura entre un poema de Lewis Carrolll y dos sesiones de LSD. El resultado es una fiesta bastante alucinada pero muy original en la que desfilan incontables instrumentos de viento junto a voces que cantan, gimen o chillan. No todos los fans de Beatles disfrutan con esta canción, pero pienso que es una de las más destacadas de su repertorio más experimental.



El año termina con el estreno en la BBC de “Magical Mystery Tour”, un proyecto en el que habían comenzado a trabajar en primavera pero que se fue demorando. En teoría se trata de una especie de road movie inspirada en el viaje que Ken Kesey había hecho con sus Merry Pranksters unos años antes, y el guión era bastante abierto, por no decir inexistente: en esencia, ellos y unos cuantos amigos suben a un autobús; el autobús arranca y comienza un viaje en el que, en palabras de McCartney, “esperábamos que pasaran cosas, pero no pasaron muchas”. La historia dura aproximadamente una hora y desilusionó al propio grupo; por otra parte se había grabado en color, pero por las limitaciones técnicas de la televisión de entonces se emitió en blanco y negro; al menos sirve como vehículo (y nunca mejor dicho) para escuchar unas cuantas canciones nuevas, aparte de otras que ya eran conocidas. En cierto modo podría considerarse como una sucesión de lo que actualmente se considerarían videoclips, algunos muy originales: “I am the walrus”, por ejemplo, es brillante. De las nuevas canciones, la que le da título va en la onda de “Sgt. Pepper’s”, mientras que “Your mother should know” o “The fool on the hill” también recuerdan el espíritu de aquel disco. Resulta curiosa la instrumental “Flying”, una especie de blues psicodélico que figura compuesta por los cuatro Beatles, lo cual es toda una novedad. Por último, “Blue Jay way” es la típica pieza del Harrison de aquellos tiempos, de ambiente oriental medio somnoliento, muy agradable.


Termina así un año agridulce para el grupo, tan brillante como dramático: nada volverá a ser lo mismo a partir de entonces, y ellos lo saben. En fin, disfrutemos del momento y que pase lo que tenga que pasar.

miércoles, 15 de octubre de 2025

1967 (I)

La ensoñación que se vive en occidente por la radiante imagen que proyecta el Swinging London llega a su momento cumbre en 1967, a la par que el influjo de la psicodelia en el conjunto de disciplinas artísticas, e incluso como hecho social. En lo referente a la música, los géneros más bailables como el soul comienzan a quedar restringidos al mundo de las discotecas; gran parte de los grupos que trabajan ese estilo, influidos también por la psicodelia, evolucionan lentamente hacia un tipo de rock que en poco tiempo se encuadrará en una especie de denominador común llamado progresivo, mucho más “serio”. El progresivo será protagonista principal en el tránsito isleño que va desde finales de esta década hasta mediados de la siguiente; afectará también al jazz y el blues, e incluso habrá algunos grupos de querencia melódica cuya obra va discurrir entre el pop progresivo y el barroco, aunque este último será más propio de los Estados Unidos, sobre todo en su costa este, que de la Isla. 

La psicodelia se vive, se respira, se palpa en casi toda la ciudad. Surgen como setas los locales como el UFO o Middle Earth (sí, la influencia de Tolkien entre las juventudes lisérgicas es notable) donde nuevos grupos ensayan un repertorio a veces brillante, otras veces alucinado, que cuestiona todas las estructuras melódicas y rítmicas normativas hasta entonces. También la mayor parte de los ya consagrados tratan de apuntarse a esa corriente, unos por verdadera convicción (los Beatles o los Who) y otros por el miedo a quedar fuera de juego (los Stones). Llama la atención el hecho de que, entre los veteranos, el pop sigue siendo una influencia mayor; luego están los Cream o la banda de Hendrix, que parten del blues, y algunos nombres nuevos (Pink Floyd, por ejemplo) cuya vocación experimental toma elementos de muchas fuentes. Mientras las drogas “pasadas de moda” como las anfetaminas se consideraban poco más que como un tonificante para mantenerse en pie con una cierta lucidez durante varias horas, el ácido es el ingrediente fundamental para ponerse en situación y, abandonándose a sus efluvios, esperar por el fogonazo de genialidad inspiradora. Bueno, eso a veces pasaba y a veces no; pero su uso continuado es un arma de doble filo, y las consecuencias se verán pronto. 

Uno de los hechos más relevantes para el futuro de la música ratonera en la Isla es la inauguración, el 30 de septiembre, de la legendaria Radio One: por fin la endiosada BBC ha bajado de su pedestal. Se trata de la primera emisora estatal cuyos contenidos musicales están dirigidos exclusivamente al público joven, y será un referente para que surjan otras en toda Europa (Radio Nacional de España aún tardará mucho en lanzar Radio 3). Radio One es la demostración de que a la fuerza ahorcan, porque hasta entonces la emisora pública británica seguía desconectada de la realidad: de mala gana, había terminado por admitir la potencia de los Beatles y algunos grupos más, todos ya muy consagrados. Pero si un aficionado quería estar más o menos al día sobre las novedades más o menos alternativas, no le quedaba otra que recurrir a las emisoras piratas como Radio London o Radio Caroline; que no eran ejemplo de nada (los sobornos en ellas estaban a la orden del día), pero habían conseguido llevarse a toda la juventud moderna con ellas. Así que la vetusta dama atacó por ambos flancos: primero consiguió que el parlamento británico las ilegalizara y a continuación se llevó a sus dj's más relevantes. La primera consecuencia tuvo lugar el día 1 de octubre, cuando debuta en la BBC el más famoso de todos ellos: John Peel al frente de sus Peel Sessions, un verdadero canon musical para el futuro. 

A medida que el año se va acercando a su fin, comienzan a percibirse con toda claridad las señales de alarma: el LSD, notorio protagonista del bienio 66/67, se está cobrando sus primeras víctimas. El exceso de oferta artística descabellada a todos los niveles (música, imagen, vestimentas, performances) alimenta una sensación de creciente hartazgo que pronto hará caer gran parte de aquella estructura visionaria, desde los locales de actuaciones hasta las tiendas de ropa. Las luces del Swinging London comienzan a parpadear, y cuando llegue el año 68 dará la sensación de que acabamos de despertar de un sueño. Pero como siempre, el futuro nos trae sin cuidado: 1967 es uno de los años de mayor y más brillante producción discográfica, y eso es lo que queda. Así que disfrutemos del ahora empezando aquí mismo, con la sintonía con la que se inauguró Radio One. Se titula Theme One y está compuesta por Sir George Martin; inicialmente iba a ser obra de McCartney, pero al final -y creo que por fortuna- la hizo el productor estrella de la Isla en aquellos tiempos. Su magnetismo es tal que incluso una banda tan circunspecta como los Van Der Graaf Generator hará una versión años después (y no serán los únicos). Aquí la tenemos: