viernes, 2 de noviembre de 2012
1970 (IV)
El blues rock, que alcanzó su momento estelar en 1968, se ha desvanecido casi por completo: ya en el 69 habíamos visto que la mayor parte de los grandes grupos de esa escuela estaban abandonando sus orígenes. En esta nueva época es fundamental tener un estilo propio que justifique el desembolso hecho por el cliente; que acudirá gustoso a los conciertos de grupos más tradicionales, como la banda de Mayall, Savoy Brown, Groundhogs, etc, pero preferirá llevarse a casa obras con “vocación de permanencia”, una de las ideas motrices del rock actual. Sí, la cosa suena un poco pedante; pero también es verdad que con dos o tres discos de cada uno de los tradicionales es suficiente para abarcar su mundo, mientras que la misión de los grandes es sorprendernos en cada uno de sus trabajos: evolucionar, en definitiva. De las bandas señeras nacidas en ese género, comenzaremos hoy por las dos más activas en 1970: Free y Ten Years After publican dos discos cada una.
Free, que tras unos comienzos titubeantes lograron asentarse el año pasado con su segundo disco, alcanzan la gloria con el tercero: “Fire and water”, su obra cumbre y una de las referencias inevitables en cualquier relato serio que se haga sobre el rock británico. Porque este grupo se ha convertido en uno de sus mejores representantes, y de aquel blues original solo queda un ligero tamiz: sean baladas o piezas más duras, la crudeza de esa voz privilegiada y rasposa que tiene Paul Rodgers más el apoyo de tres solistas imaginativos, contundentes pero nítidos, hacen de Free un patrón para muchas bandas hard que tratarán de imitarles. El disco llega a las tiendas en Junio precedido por “All right now”, su canción estrella, que fue publicada en single un mes antes: supongo que todo el mundo la conoce, así que no le daré más vueltas. Y aunque, como es lógico, viene incluida (es un minuto y pico más larga que en el single), las demás brillan a la misma altura aunque no tengan su gancho comercial. Solo citaré dos, por no cansar: la primera de la cara A, que da título al LP, es otro tótem de la banda, con un estilo similar aunque un poco más “sincopada”. Y la primera de la cara B es para mí la mejor del disco: “Mr. Big”, una pieza monumental y probablemente la de más calidad en toda su carrera. En un trasfondo blues-rock, su característica principal es el fantástico dominio de los silencios entre nota y nota, además de un lucimiento exquisito de cada uno de sus componentes, sobre todo el contrapunto épico entre la guitarra de Paul Kossoff y el bajo de Andy Fraser: es una estructura que casi me recuerda al jazz, de lo bien medido que está todo.
Tras el éxito (un top 5) y ese nuevo standard para la historia que es “All right now”, Free actúan en la isla de Wight, de mal recuerdo para la mayoría de los grupos y solistas participantes. Su actuación fue discreta, como les sucedía con demasiada frecuencia: las discusiones y los excesos de substancias ilegales hacían mella en el grupo, lo que denotaba una preocupante falta de profesionalidad. Y contra lo que pueda parecer oyendo sus discos, eran muy jóvenes (rondaban los veinte años; Fraser, a pesar de su fulgurante carrera como bajista, tenía dieciocho en ese momento: con solo quince y bajo el patrocinio del mismísimo Alexis Korner había entrado en la banda de Mayall, que lo despidió por “informal”). Es decir, que estamos ante unos músicos tocados por la gracia pero inconstantes. Sin embargo, por un momento hubo una cierta impresión de serenidad: tras unas largas conversaciones entre ellos, parecen tranquilizarse y se ponen a escribir nuevo material a toda prisa; y con esa misma prisa aparece, a finales de año, “Highway”, el nuevo LP. Su tono medio, relajado, desilusiona a los fans más “marchosos” y no pasa del top 40 a pesar de contener grandes canciones como “The highway song”, la que abre el disco; “The stealer”, un guiño a su primera época (hay más piezas aquí que la recuerdan) o la hermosa y doliente “Be my friend”. Pero ya saben, a los machotes no les gusta el piano: ese instrumento, que ya había aparecido en momentos anteriores de la banda -y que está a cargo de Fraser- dulcifica su sonido. Y la gente quiere caña. Sospecho que Free está en una posición comprometida, pero ya veremos lo que pasa el año que viene.
Ten Years After, que desde su participación en Woodstock han consolidado su categoría de banda global, siguen a toda marcha: en la primavera de 1970 llega a las tiendas “Cricklewood green”, que con el tiempo y junto al precedente “Sssssh” de seis meses antes formará su pareja de discos más popular; lo cual no implica necesariamente que sean los dos mejores, pero sí los que más clásicas contienen. Y uno de los factores que contribuyen a su brillantez es la presencia de Andy Johns como ingeniero de sonido: ya ocupó ese puesto en el disco anterior y lo hará también en el siguiente (trabajando casi al mismo tiempo que con Free en el “Highway”, por cierto). Él y su hermano Glyn (el mayor y más famoso) son dos de los más renombrados ingenieros y productores del negocio musical británico en esta época, habiendo estado al frente de la mesa de mezclas con monstruos de la talla de Stones, Who, Small Faces, Rod Stewart, Led Zeppelin… la lista es interminable. Andy hace un buen tándem junto a Alvin Lee y Leo Lyons, líderes de TYA y muy aficionados a jugar con los mágicos botoncitos de dichas mesas: de nuevo resalta la afición del grupo por los sonidos atmosféricos, por ese ambiente de leve fantasmagoría que envuelve gran parte de su obra y le da un sello único. Pero a diferencia de otras bandas de la época ese gusto por el trabajo en estudio no lastra sus directos, ya que esos artificios son únicamente un suave barniz. Salvo un pequeño grupo de canciones, la mayor parte de su obra luce impecable -e incluso a veces mejorada- al aire libre.
Pero a lo que íbamos: este nuevo disco es otra de esas obras de referencia para los aficionados al rock clásico. Desde su arranque con “Sugar the road”, que nace entre ruiditos cósmicos, hasta el cierre con la magnífica “As the sun stills burns away”, un blues hipnótico reforzado por el trabajo de órgano (otra de las señas de identidad de TYA), el conjunto es magnífico e incluye algunos nuevos standards como “Working on the road” o “Love like a man”, que fue éxito en single. En definitiva, esa novedosa etiqueta de “Blues and roll” que se acuñó para esta banda les sienta como anillo al dedo. Y en Agosto son una de las estrellas del festival de Wight, donde, a diferencia de Free y otros cuantos, ellos consiguen superar las pésimas condiciones ambientales (el viento se llevaba el sonido, por ejemplo). Ese dominio del directo que caracteriza a los TYA y que ya demostraron con “Undead”, su segundo disco, a pesar de tratarse de una grabación muy simple, será redescubierto años después cuando salga a la luz un grupo de piezas interpretadas en el Fillmore de Nueva York, pocos meses antes de su actuación en Wight: otra delicia.
Y a finales de 1970 termina el contrato con Deram, su casa discográfica. Lee y compañía se entrevistan con Terry Ellis y Chris Wright, los managers que en 1968 habían creado Chrysalis Productions para organizar los asuntos comerciales de Jethro Tull, y que ahora deciden dar el salto y crear un nuevo sello. TYA será una de sus dos primeras bandas estrella (siendo la otra los Tull, claro); y aunque tal cosa no ocurrirá hasta el año que viene -hay que entregar un último disco a Deram- la asociación ya está funcionando: “Watt”, ese último disco en ese vetusto sello, luce la producción de Chrysalis (con Andy Johns nuevamente en la mesa de los botoncitos, eso sí). El escaso tiempo libre que les queda entre gira y gira, sumado a las prisas por cumplir con Deram, nos sugiere la idea de que este disco es más bien un compromiso. Pero la destreza técnica de la banda resulta suficiente para conferirle una gran dignidad, aun siendo una obra menor: un tanto más relajado que los anteriores, se beneficia de su estela en algunas piezas como “My baby left me” o “Gonna run”; y mi preferida es “She lies in the morning”, un estupendo desarrollo con cambios de ritmo que nos lleva a una segunda parte con un aroma entre jazz y blues de gran altura. El disco se cierra con un recordatorio de su presencia en Wight: la versión arrasadora de “Sweet little sixteen”, del señor Berry, uno de los ídolos del grupo y que puede sentirse plenamente honrado con este homenaje.
En resumen: un buen año también para estos dos cachorros del blues rock, que evidentemente ya han desarrollado sus colmillos. Y el próximo día echaremos un vistazo a otras criaturas de esa camada.
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Voy por la mitad del texto, Rick. Voy a preparar la cena y vuelvo para leerte.
ResponderEliminarEsta vez he hecho los deberes y escuchado sus propuestas. Los Free ni fu ni fa aparte de ese tema archiconocido. Ten Years tienen más pegada, con razón los clasifica como clásicos
ResponderEliminarSoy de la opinión que lo que llamas "blue rock" es un producto genuinamente británico luego exportado a USA con éxito.
ResponderEliminarEs cierto que tal como dices la gente buscaba originalidad y novedades en cada nuevo disco sobre todo a partir de la explosión psicodélica pero al final pasado el tiempo la frescura de grupos como Free o Ten Years After sigue presente mientras que lo otro suena a rebuscado y manierista.
Me encanta el batería de Free que según leo en la Wiki era Simon Kirke aunque también es notable la maestría de Rodgers, Kossoff y Fraser. Ten Years After es un grupo de directos y desde su revelación en Woodstock lo demostraron palpablemente a lo largo de su carrera.
Ay, dilecto Caruano. Me sabe mal, como dicen los catalanes, que te leas estos tochos que a ti probablemente ni te van ni te vienen. Pero por eso mismo admiro y agradezco tu voluntariosa presencia. Otros en cambio, que sé que los leen con algo más de interés, no dicen ni pío. Siempre hubo clases, está visto: tú eres la mejor demostración.
ResponderEliminarGracias a usted también, mr. Chafardero, por su buena disposición. Y ya que estamos de acuerdo en los TYA, tal vez debiera fijarse un poco más en Free: son más de lo que parecen.
En efecto, herr doktor, la génesis y desarrollo del blues rock es un buen ejemplo de la influencia isleña en los States: primero son los británicos los que se impregnan de las grabaciones de los santones negros americanos (algo que a los blanquitos de allá no se les había ocurrido, por decirlo de un modo amable). Y luego, una vez hecha la mixtura con el estilo isleño, conquistan aquel país. Lo que pasó a continuación fue que, por las particulares características de cada sitio, en la Isla se agotó el filón rápidamente y se pusieron a otra cosa, mientras que allá hubo grupos como los Allman Brothers -o el ya casi americano Clapton y sus amigos- que mantuvieron ese estilo unos cuantos años más.
Free o TYA suenan, efectivamente, muy frescos. Pero insisto en la afición que Lee y su grupo tenían por el estudio: sus discos son más complejos de lo que parece.
Y el señor Kirke está a la altura de sus compañeros, no hay duda. Por eso digo que Free son un grupo de solistas: algo muy isleño, en la estela de Hendrix con sus Experience, o Cream. El contrapunto entre virtuosos es siempre una delicia.