Nuestra muy acendrada vocación periodística se reafirma en el día de hoy, como pueden ustedes comprobar. Pero sin alharacas, jactancias ni vanaglorias pasamos de inmediato a informar sobre los asuntos de actualidad, comenzando en esta ocasión por el parte de altas y bajas: Clive Bunker se ha ido. Y, conociendo un poco la mentalidad de mr. Anderson, no era tan difícil acertar en nuestras previsiones del año pasado: su sustituto es Barriemore Barlow, el antiguo batería de aquella banda escocesa llamada John Evan Smash. O sea, que tenemos de nuevo a la pandilla de Blackpool reunida al completo más Martin Barre, el guitarrista, que por su plena identificación con el espíritu del grupo es como si hubiese pertenecido siempre a él. En cuanto a Bunker, afirma que su marcha se debe a que le basta con tener una pequeña banda de andar por casa -June-, casarse y formar una familia. Pero aún sigue en la brecha: no hace mucho estuvo en España al servicio de Jacqui McShee, legendaria cantante de los desaparecidos Pentangle, uno de los más grandes grupos folk británicos.
El año 71 fue agotador, con giras y actuaciones en radio y televisión. Pero los Tull iban a ritmo de factoría: a pesar de alternar ese trajín con la preparación del nuevo disco grande, aún les queda tiempo para editar un artefacto fantástico tamaño single. En ese formato lo usual era como mucho el llamado extended-play, que contenía dos canciones por cada cara y que había pasado de moda porque con otras cuatro o cinco más ya teníamos un LP: este razonamiento, puramente comercial y un tanto megalómano, hundió a muchos grupos cuya originalidad no daba para tanto. Anderson amplía el contenido y nos ofrece cinco artificios de los cuales sólo con el primero, “Life is a long song”, ya hay razón suficiente para comprarlo: un trino de guitarras acústicas, el piano luego, la batería entrando de puntillas, la voz cálida, el aliento de la flauta en compañía de la orquestación de cuerdas… el resultado es cautivador y parece estar anticipando un nuevo sesgo en la carrera de Jethro Tull. Los indicios se confirman en la primavera del 1972 (verano aquí) con la publicación de “Thick as a brick”, ese disco envuelto en la legendaria funda de periódico provinciano que automáticamente pasa a convertirse en otro fetiche (nueva obra de CCS, una de las casas más populares por entonces en este tipo de arte gráfico, siguiendo directrices de Anderson y Ellis, al igual que había ocurrido con “Aqualung”). El periódico es una parodia, a veces marciana, de ese tipo de prensa.
El fulano de Phonogram viene los martes, lleva tres diciendo que esta vez no hay problema con la censura, que el disco ya va a salir, ya no sé cuántos llevo yo saltándome la clase de las once para estar como un clavo en la tienda, y nada. Coño, ya sale, ya se va… me ha mirado con cara de cómplice… “corre chaval, que solo hay uno”… el corazón me da un vuelco… Dios, que sea cierto… corro al cajón, busco, busco, busco… ¡Está aquí, es verdad, solo hay un ejemplar del St. Cleve Chronicle & Linwell Advertiser! Quieto idiota, no hagas gestos, ten serenidad. Parece que no hay sospechosos cerca, no han debido de enterarse aún; lo agarro, lo siento vibrar tan cerca de mí, de quién era esa canción, de Julio Iglesias creo, sé que hoy cambiará algo en mi vida, para bien o para mal. Vuelvo a mirar alrededor, no hay ningún listo circundante que intente nada, voy a la caja, pongo cara de póker, pago y salgo; sin oírlo, por supuesto. Hace sol. No hay censores agazapados en la puerta.
De vuelta al colegio ojeo ese periódico del 7 de Enero de 1972, el único periódico atrasado que va a acompañarme toda mi vida, para este tipo de cosas estamos estudiando inglés algunos, con esa fotografía donde se muestra la entrega de algún premio local de poesía infantil a un niño de ocho años llamado Gerald Bostock, compositor del poema épico titulado “Thick as a brick”. Luego resulta que se lo quitan porque muchos honrados conciudadanos consideran blasfema dicha composición. Vale. Dos hojas más adelante viene el poema, que supongo será lo que nos canten: así, de pasada, parece un poco raro y tal vez escabroso para la censura nacional, que no sé si se habrá enterado bien. Pero el niño… ¡qué niño! Sí, en la galleta del disco pone “I. Anderson – G. Bostock”, pero un niño no ha podido escribir eso ni loco... claro, no hay niño. Truquitos del flautista. Una vez más me río de Jordi Sierra i Fabra, el comentarista más enterado del país (del suyo), que ha preferido creérselo porque, como siempre, ha pasado de contrastar las fuentes. Gran periodista, este Jordi. Bueno, y ahora Matemáticas. Y ahora lo que sea, hoy ya me da igual todo.
¡Ah, que me olvidaba de la música..! Pues… bueno, este disco lo conoce todo el mundo, ¿no? Los necesitados de etiquetas lo tuvieron fácil esta vez: si “Aqualung” ya les había parecido conceptual a los señores comentaristas, “Thick as a brick” parece serlo por la clara voluntad del autor (¿No queríais concepto? ¡Tomad concepto!). Algunos críticos y seguidores expresaron sus dudas sobre la conveniencia de una canción de más de cuarenta minutos, con lagunas; sumado a lo anterior, la sospecha de que Anderson se estaba volviendo megalómano, pretencioso. Puede ser, pero esta facción no era distinta en espíritu a los primeros puristas, los de Abrahams: esta banda es nuestra, no se toca. Las ventas en el resto del mundo quizá no hayan sido tan astronómicas como las de “Aqualung”, pero en España sorprendieron a su propia distribuidora, la criminal Phonogram, que de momento no se atrevió a la amputación de la funda en las constantes reediciones. Lógico, lo de las reediciones: desde aquel día corríamos a comprar una copia nueva en cuanto había un surco defectuoso en el disco o indicios de deterioro en la funda. Ah, y no podemos pasar por alto un cotilleo que trae al pueblo de cabeza: Julia Fealey, la muchacha de catorce años que ven ustedes en la fotografía y que colabora con Gerald en la escritura de poemas, está embarazada. Pero no es de Gerald, contra lo que ella insinúa: resulta evidente, afirman los padres del chico, que Julia trata de proteger al verdadero padre (¡quién será!). Julia no es trigo limpio, ese tipo de guapas no suele serlo: Mrs. Daphne, la madre de nuestro amigo, asegura al periodista del St. Cleve’s que “siempre ha estado celosa de mi Gerald”.