"Tío, estrecha mi mano izquierda, que está más cerca del corazón".
(Saludo de Jimi Hendrix a Robert Fripp el 14 de Mayo de 1969 tras la actuación de unos primerizos King Crimson en "Revolution", pequeño local londinense)
Luego de una breve fase de rodaje por varias salas de la City, el Rey Carmesí se presenta ante los britanos a través de la BBC el 6 de Mayo: sorpresa, confusión (la misma confusión en la que caen los Moody Blues, una de las bandas idolatradas por Fripp y que, ante la sugerencia de este por hacer una gira en común, se rajan). Y tras dejar su impronta en todo cuanto local mítico haya en esa ciudad, el 5 de Julio hace su entrada triunfal en Hyde Park. La ocasión es inmejorable, ya que los Stones han decidido dar un concierto gratuito al aire libre con el motivo de presentar a Mick Taylor, su nuevo guitarrista: quien no está allí es porque no existe (Brian Jones había dejado de existir dos días antes. Perdón por este detalle de humor negro). Según a quien ustedes quieran hacer caso, la cifra de asistentes oscila entre ochenta mil y medio millón: vamos, como si se tratase de una manifestación en España.
Bien, pues a pesar de que sobre el escenario estuvieron, aparte de los Stones, luminarias como Alexis Korner o Family, llama la atención este comentario de Richard Gott, plumilla del Guardian: "la mayor parte de la música que escuché me resultó indiferente, salvo la de un sensacional grupo llamado King Crimson". La bendita Island Records se apresuró a ficharlos mientras los críticos seguían, en general, el estilo de Gott: unos por verdadero entusiasmo, otros tal vez por miedo a quedar fuera de juego, casi nadie osó meterse con el Rey. Y entre alabanzas se publicó el disco, en Octubre: "Una extraña obra maestra", dijo Peter Townshend, por ejemplo. Aunque bueno, los incansables y preclaros muchachos de Rolling Stone, dando muestras una vez más de su imperturbable ceguera, soltaron lindezas de este tipo: "Confusión es lo que destila esta obra de los supuestos sucesores de los Beatles"… "El guitarrista toca para sí mismo: oyendo el disco uno se da cuenta de que debieron de aburrirse mucho". Aunque en algunas cosas tienen parte de razón: "Teniendo en cuenta el supuesto odio que profesan estos músicos por los falsos valores del negocio musical, el subtítulo del disco ("Una observación de King Crimson") resulta tremendamente pretencioso".
Con estos antecedentes el comprador, nervioso, inseguro, llega a la tienda (¿estarán mis conocimientos musicales a la altura de esta obra? O… ¿será un bluff y nadie se atreve a decirlo?). El primer impacto es visual: nunca ha visto una portada como esa. Transmite inquietud, una cierta desesperación. El diseño interior, con los mismos tonos y colores, contiene las letras; hay oscuridad en ellas, una lírica un tanto siniestra reforzada por la presencia de una especie de geniecillo poco tranquilizante (¡esos colmillos!). Uf. Y sin embargo es posiblemente la mejor cubierta que ha visto en su vida, una obra de arte que podría lucirse en un museo (su autor, un joven de 24 años llamado Barry Godberg, era un amigo informático de Peter Giles. Dibujar era para él simplemente un hobby: eso que vemos en la portada es, al parecer, su autorretrato. Barry morirá en Febrero del 70. Como ven, la historia de este disco tiene ribetes ominosos).
Y a partir de ahí cada uno que opine lo que quiera. Para mí las dos joyas de la corona se hallan estratégicamente situadas, abriendo y cerrando el disco: tras unos ruiditos intimidatorios (cuidado muchacho, estás ante algo grande) se despliega toda la energía e intensidad del hombre esquizoide en una estructura de jazz rock que formalmente es clásica y vanguardista a la vez, con la jam "Mirrors" por medio. Son siete minutos que cambian la percepción de lo que ha sido la música popular hasta ese momento: el siglo XXI no sé, pero el final de los años 60 queda sellado aquí. Llega luego el contraste absoluto con el magnífico lirismo de "I talk to the wind": ese juego entre flauta y percusión es soberbio. La cara A se cierra con la melancólica "Epitaph", un tanto larga y lacrimógena, a juego con su última estrofa, y muy en la línea de los Moody Blues: la obsesión de Fripp por el sonido del melotrón nació al oírlos a ellos (para los que tenemos una relación de amor/odio con los Moody Blues -y con los melotrones- es sin embargo una gran pieza).
La cara B se abre con la problemática "Moonchild": sus tres primeros minutos, intimistas, tienen encanto; pero el resto -una supuesta improvisación atonal- no está a la altura del disco (aunque en su tiempo los críticos, miedosos, lo alabaron todo, el propio Fripp eliminó esa parte en su revisión "Frame by frame" de los años 90: "salvo eso, el resto del disco me sigue pareciendo magnífico", dijo. A nosotros también, don Roberto). Y por último, la otra gran maravilla: la corte del Rey -más las inclusiones- es otra pieza intemporal. No importa que dure nueve minutos, nos deja con ganas de más. Su magnífica línea melódica, los cambios de ritmo y estructuras, el estado de gracia en el que se hallan los músicos, constituyen un broche de oro.
En resumen, parece claro que este disco es un hito en la historia de la música popular, aun con sus ligeros excesos. Y Fripp ha encontrado el tono que predominará en su carrera: si hay algo que admiramos del jazz la mayor parte de los no aficionados a ese género, es su base rítmica. Es decir, sus fantásticas líneas de bajo -o contrabajo- y sus exquisitos baterías. Creo que don Roberto tuvo la astucia de partir de esa base y añadirle los más variados componentes, desde el lirismo casi medieval que rezuman algunas piezas hasta la deconstrucción del jazz, del rock e incluso del pop en otras. Gracias a eso logró el favor de aficionados provenientes de muchos bandos distintos, que tienen al menos a este grupo en común. ¿Rock progresivo? Pues bueno, pues vale. Pero los Crimson, como otros cuantos, son mucho más que una simple etiqueta.
En agradecimiento a su paciencia, aquí les dejo una curiosidad que seguramente les hará gracia: se trata de una versión primeriza de "I talk to the wind". Del debut de los Crimson, tres canciones son del grupo y otras dos de Ian McDonald (más las letras de Sinfield). Ian, recién fichado por Giles y Fripp junto a Sinfield, andaba por entonces en amoríos con Judy Dyble (sí, la ex Fairport), y durante unas semanas esta muchacha militó en el círculo de la futura banda. Aún no se había ido Peter Giles ni llegado Lake, pero Sinfield y McDonald ya estaban escribiendo piezas de las cuales esta fue de las primeras. Bien, pues aquí tienen a Judy haciendo voces en esa hermosa canción: serán manías de este pobre fan desquiciado, pero… ¡me suena a Fairport Convention! Snif.
Luego de una breve fase de rodaje por varias salas de la City, el Rey Carmesí se presenta ante los britanos a través de la BBC el 6 de Mayo: sorpresa, confusión (la misma confusión en la que caen los Moody Blues, una de las bandas idolatradas por Fripp y que, ante la sugerencia de este por hacer una gira en común, se rajan). Y tras dejar su impronta en todo cuanto local mítico haya en esa ciudad, el 5 de Julio hace su entrada triunfal en Hyde Park. La ocasión es inmejorable, ya que los Stones han decidido dar un concierto gratuito al aire libre con el motivo de presentar a Mick Taylor, su nuevo guitarrista: quien no está allí es porque no existe (Brian Jones había dejado de existir dos días antes. Perdón por este detalle de humor negro). Según a quien ustedes quieran hacer caso, la cifra de asistentes oscila entre ochenta mil y medio millón: vamos, como si se tratase de una manifestación en España.
Bien, pues a pesar de que sobre el escenario estuvieron, aparte de los Stones, luminarias como Alexis Korner o Family, llama la atención este comentario de Richard Gott, plumilla del Guardian: "la mayor parte de la música que escuché me resultó indiferente, salvo la de un sensacional grupo llamado King Crimson". La bendita Island Records se apresuró a ficharlos mientras los críticos seguían, en general, el estilo de Gott: unos por verdadero entusiasmo, otros tal vez por miedo a quedar fuera de juego, casi nadie osó meterse con el Rey. Y entre alabanzas se publicó el disco, en Octubre: "Una extraña obra maestra", dijo Peter Townshend, por ejemplo. Aunque bueno, los incansables y preclaros muchachos de Rolling Stone, dando muestras una vez más de su imperturbable ceguera, soltaron lindezas de este tipo: "Confusión es lo que destila esta obra de los supuestos sucesores de los Beatles"… "El guitarrista toca para sí mismo: oyendo el disco uno se da cuenta de que debieron de aburrirse mucho". Aunque en algunas cosas tienen parte de razón: "Teniendo en cuenta el supuesto odio que profesan estos músicos por los falsos valores del negocio musical, el subtítulo del disco ("Una observación de King Crimson") resulta tremendamente pretencioso".
Con estos antecedentes el comprador, nervioso, inseguro, llega a la tienda (¿estarán mis conocimientos musicales a la altura de esta obra? O… ¿será un bluff y nadie se atreve a decirlo?). El primer impacto es visual: nunca ha visto una portada como esa. Transmite inquietud, una cierta desesperación. El diseño interior, con los mismos tonos y colores, contiene las letras; hay oscuridad en ellas, una lírica un tanto siniestra reforzada por la presencia de una especie de geniecillo poco tranquilizante (¡esos colmillos!). Uf. Y sin embargo es posiblemente la mejor cubierta que ha visto en su vida, una obra de arte que podría lucirse en un museo (su autor, un joven de 24 años llamado Barry Godberg, era un amigo informático de Peter Giles. Dibujar era para él simplemente un hobby: eso que vemos en la portada es, al parecer, su autorretrato. Barry morirá en Febrero del 70. Como ven, la historia de este disco tiene ribetes ominosos).
Y a partir de ahí cada uno que opine lo que quiera. Para mí las dos joyas de la corona se hallan estratégicamente situadas, abriendo y cerrando el disco: tras unos ruiditos intimidatorios (cuidado muchacho, estás ante algo grande) se despliega toda la energía e intensidad del hombre esquizoide en una estructura de jazz rock que formalmente es clásica y vanguardista a la vez, con la jam "Mirrors" por medio. Son siete minutos que cambian la percepción de lo que ha sido la música popular hasta ese momento: el siglo XXI no sé, pero el final de los años 60 queda sellado aquí. Llega luego el contraste absoluto con el magnífico lirismo de "I talk to the wind": ese juego entre flauta y percusión es soberbio. La cara A se cierra con la melancólica "Epitaph", un tanto larga y lacrimógena, a juego con su última estrofa, y muy en la línea de los Moody Blues: la obsesión de Fripp por el sonido del melotrón nació al oírlos a ellos (para los que tenemos una relación de amor/odio con los Moody Blues -y con los melotrones- es sin embargo una gran pieza).
La cara B se abre con la problemática "Moonchild": sus tres primeros minutos, intimistas, tienen encanto; pero el resto -una supuesta improvisación atonal- no está a la altura del disco (aunque en su tiempo los críticos, miedosos, lo alabaron todo, el propio Fripp eliminó esa parte en su revisión "Frame by frame" de los años 90: "salvo eso, el resto del disco me sigue pareciendo magnífico", dijo. A nosotros también, don Roberto). Y por último, la otra gran maravilla: la corte del Rey -más las inclusiones- es otra pieza intemporal. No importa que dure nueve minutos, nos deja con ganas de más. Su magnífica línea melódica, los cambios de ritmo y estructuras, el estado de gracia en el que se hallan los músicos, constituyen un broche de oro.
En resumen, parece claro que este disco es un hito en la historia de la música popular, aun con sus ligeros excesos. Y Fripp ha encontrado el tono que predominará en su carrera: si hay algo que admiramos del jazz la mayor parte de los no aficionados a ese género, es su base rítmica. Es decir, sus fantásticas líneas de bajo -o contrabajo- y sus exquisitos baterías. Creo que don Roberto tuvo la astucia de partir de esa base y añadirle los más variados componentes, desde el lirismo casi medieval que rezuman algunas piezas hasta la deconstrucción del jazz, del rock e incluso del pop en otras. Gracias a eso logró el favor de aficionados provenientes de muchos bandos distintos, que tienen al menos a este grupo en común. ¿Rock progresivo? Pues bueno, pues vale. Pero los Crimson, como otros cuantos, son mucho más que una simple etiqueta.
En agradecimiento a su paciencia, aquí les dejo una curiosidad que seguramente les hará gracia: se trata de una versión primeriza de "I talk to the wind". Del debut de los Crimson, tres canciones son del grupo y otras dos de Ian McDonald (más las letras de Sinfield). Ian, recién fichado por Giles y Fripp junto a Sinfield, andaba por entonces en amoríos con Judy Dyble (sí, la ex Fairport), y durante unas semanas esta muchacha militó en el círculo de la futura banda. Aún no se había ido Peter Giles ni llegado Lake, pero Sinfield y McDonald ya estaban escribiendo piezas de las cuales esta fue de las primeras. Bien, pues aquí tienen a Judy haciendo voces en esa hermosa canción: serán manías de este pobre fan desquiciado, pero… ¡me suena a Fairport Convention! Snif.
La entrada me ha traido a la memoria aquella época en la que comprar un lp era toda una aventura, pues por mucho que hubieras oído temas por la radio, leido criticas y demás, hasta que no lo ponías en el tocadiscos y lo escuchabas no sabías a ciencia cierta lo que contenía. Ahora no hay ese problema, hay tanta música al alcance de la mano que esas emociones ya no tienen lugar.
ResponderEliminarEs cierto que Fripp mezcló base rítmica de Jazz con melotrones, pop, rock y experimentos varios como el Moonchild. Pero realmente los dos primeros discos parecen cantos gregorianos comparados con el tercero, Lizard, donde el free jazz toma el protagonismo.
ResponderEliminarEl In the Court, es un disco para el museo de la música y como antídoto contra el reggaetón.
Me encanta este disco, que tendrá mucha perfección e innovación técnica, rítmica... pero también sentimiento y lirismo, siguiendo con la palabra que has usado. Salvo eso que no entiendo, el 'caso Moonchild', que uno no sabe si es un delito de juzgado de guardia o simplemente que no llega a entender lo que quiere transmitir, las cinco canciones me gustan, aunque desde el principio mi preferida fue 'Epitaph'. Hay sonidos (supongo que de mellotron) que me suenan hasta japoneses. No me hagas mucho caso, chorradas mías.
ResponderEliminarLa primera y la última son las más enérgicas, es verdad. Me ha gustado oír esa 'versión' de 'I talk to the wind', se agradece.
¡Ah! Qué grande era Jimi, ¡eso es un saludo! Si hubiera vivido, quizás habría tirado hacia el progresivo ¿no? Creo que dijo en una ocasión que quería dedicarse al rock sinfónico para experimentar. Aunque por otro lado también le gustaba interpretar el blues de toda la vida. ¿? No tiene nada que ver con esto, pero su ''51st Anniversary'', del primer disco, me tiene enganchado desde hace meses, será algo más sencillo que lo que haría después, pero ostras... es puro corazón, siguiendo con el debatillo de la anterior entrada.
Buen trabajo, Fripp, digo... Rick. Es curioso, nunca había leído una entrada suya que se ajustara tanto al molde con el que el personal de los blogs acostumbra a redactar reseñas de álbumes (ya sabe: contexto, trayectoria, recepción del disco, las canciones, algunas anotaciones finales...), sobre todo porque viene siendo una entrada dedicada por entero al trabajito de marras, lo cual tampoco tiene nada de extraño estando como estamos en 1969.
ResponderEliminarEntre esto y que durante los últimos días vengo machacando el 'Discipline' (hace un par de años lo tenía por un tostón enorme), me han entrado ganas de proseguir con aquella serie de minientradas sobre los discos de KC. Tocaba 'Islands'. Inmenso. Y de sus favoritos, que lo sé yo.
Y me mantengo en mis trece: la etiqueta 'rock progresivo' es lo más funcional del mundo mundial, como 'jazz' o... 'blues'.
No necesitaba de sus sesudos y atinados comentarios para seguir considerando este disco -que no es el que más me pone de Ellos- como un hito en la historia de la música.
ResponderEliminarCuando yo lo escuché –algún amigo coñazo se empeñaría- , seis o siete años después de que lo hicieran los de Rolling Stone, lo primero que me entró fue Epitaph. Luego, como siempre, lo que más dificultad te supone en principio, al final es lo que más te gusta: El hombre esquizoide.
Le agradezco que haga hincapié en la percusión.
Pues bien creo que es una obra maestra comparable al Disco Blanco de los Beatles y superando al célebre Aqualung e incluso al The Lamb lies on Broadway, por poner ejemplos cercanos.
ResponderEliminarEs cierto que el Moonchild es el típico tema autocontemplativo y lisérgico de la época donde el sonido está en estado inerte pero los otros soy temas fantásticos aunque es curiosos como van variando nuestras apreciaciones con el paso del tiempo. Cuando éramos jóvenes todos adorábamos ese tono sentencioso y afectado de Epitaph, ideal para un bajón postnarcótico. Ahora casi todos nos quedamos con ese increíble comienzo y la potencia rítmica de 21st Century Schizoid Man.
Vaya, me veo solo en mi preferencia por 'Epitaph', de los comentarios extraigo que al parecer fue la preferida de casi todos al principio. Mejor no extraigamos conclusiones empíricas. Bueno, el hombre esquizoide del siglo XXI es muy grande, pero al final estas cosas son también personales. Desde la distancia, comparo 'Epitaph' con 'Nights in white satin' en cuanto a que ambas son crepusculares y tocan la fibra sensible.
ResponderEliminarLo que pasa es que tú eres muy joven, Raúl, solo hay que verte en la foto :)
ResponderEliminarEspero que no te importe que me pase por aquí de vez en cuando, sabiendo como sabes que yo soy más de zarzuelas y chotis. Algo aprenderé.
ResponderEliminar(Qué bonito el apodo "El Rey Carmesí" -o... ¿será que soy una cursilona?-)
¡Ah, mister Chafardero, qué tiempos! Y en muchos casos íbamos a ciegas, ya que las emisoras de la época dejaban mucho que desear. Es indiscutible que ahora lo tenemos todo a mano, que ojalá hubiese sido así en aquella época. Pero pienso que esta exhuberancia actual relativiza también la oferta -aun hablando de aquella música. Es decir, que tal vez nuestro arrobo ante obras como estas incluía las dificultades para llegar a ellas, el viacrucis de esperar a que fuesen publicadas, a que llegasen a la tienda, a basarse únicamente en opiniones de otros o en corazonadas propias... toda un épica que se ha perdido.
ResponderEliminarBueno, mister Lobo, yo creo que en la mayor parte de la obra crimsoniana de aquella época hay un tono común: hasta la radicalización que supuso "Larks' tonges in aspic" hubo un equilibrio entre intensidad y digamos "dulzura" bastante marcado. El propio "Lizard" tiene piezas así: sin ir más lejos, el arranque de la cara B cantado por Jon Anderson y su fusión con el bolero van en esa onda. Y era otro de los aciertos del grupo, ese equilibrio.
Eso mismo es lo que le decía a Lobo, yerno. Ese equilibrio se mantiene en sus cuatro primeros discos. Con los matices que cada uno vea, claro, porque es cierto también que una cosa son los dos primeros y otra los dos siguientes: los Crimson en aquella época hacían "parejas temáticas", por decirlo de algún modo.
Y espero que ya se haya quedado tranquilo al ver que el mismo Fripp renegó de esa parte sobrante de "Moonchild": quedará como un rasgo epatante de los muchos que tuvo este hombre. En cuanto a "Epitaph", vaya por delante que cada uno tiene sus gustos (y ya sabe usted que eso para mí es sagrado). Pero comprenda mi caso: aun siendo de los pocos humanos que poseen los siete primeros discos de Moody Blues -hay que ser masoquista- siempre he sentido predilección por las dos piezas que abren y cierran "La corte". Sigo pensando que "Epitaph" es un poco blandengue y demasiado larga. No digo que sea mala, ni mucho menos, pero si la hubiesen dejado en tres o cuatro minutos sería perfecta.
Y en cuanto a Jimi, es verdad que admiraba los nuevos vientos progresivos que soplaban por la isla (ese saludo denota admiración, ¿verdad?). Pero su tendencia musical iba más hacia las jams e improvisaciones al estilo blues underground; lo cual ya se nota bastante en su última grabación, el directo "Band of Gypsys". También se le estaba notando una cierta afición hacia el jazz; pero todo quedó ahí, por desgracia. Los proyectos de los que se habla con gente como E,L & P nunca pasaron de la idea. Y, francamente, no me cuadran.
Gracias, mister Dani. Sí, esta vez me he puesto en plan "serio" quizá porque el caso lo requería, teniendo en cuenta que estamos ante uno de esos iconos que suscita la conformidad general. A veces el propio material ya te da el trabajo hecho, y como a los Crimson todo el mundo los reverencia he tratado de no desentonar y limitarme a "redactar".
ResponderEliminarYo, qué quiere que le diga, no soy fan del "Discipline". O dicho en otras palabras, la única época que realmente me gusta de los Crimson es la que termina en 1974; luego los he seguido, con intermitencias, y prefiero otras ofertas. No se puede estar a todo.
Y también es cierto que "Islands" es una de mis debilidades, sí señor: inmenso disco, inmenso. Y de los más populares, creo. O al menos lo era en mi época juvenil.
Sobre la funcionalidad de la etiqueta sí, ya he admitido alguna vez que hace falta para guiar al neófito. Pero una vez que se conocen todos estos grupos, sigo pensando que se queda pequeña. Es útil, pero para guiarse en la búsqueda.
Así me gusta, don Luis: usted, tan autónomo como siempre. Yo tampoco tengo claro si es este el que más me gusta de ellos (tal vez sea "Islands"). Pero creo que la cuestión es otra: al menos en mi caso, es posible que "Islands" ofrezca una mayor homogeneidad, un espíritu más coherente que este disco, que a veces da sensación de mixtura. Es decir, que hay mucho contraste entre, por ejemplo, la primera y la segunda. Sin ir más lejos.
Y por supuesto, hombre de Dios, cómo no iba a hacer hincapie en la percusión: sostengo que es la base de todo grupo, pero todavía más en el caso de los Crimson.
Estamos de acuerdo todos los aquí presentes en la maestría de este disco, herr doktor: así da gusto, no hay peleas. Otra cosa es compararlo con esos discos que usted cita, o con otros similares. Estamos hablando de grupos únicos, grupos que como dije hace poco son géneros en sí mismos, y eso hace difícil la evaluación en términos "mejor-peor". Es decir, que a partir de un cierto nivel artístico ya entramos en la empatía: hay gente que considera a Genesis como el mejor grupo de la historia; otros a los Crimson; otros a...
Y fíjese usted: no tengo ni siquiera claro que "Aqualung" sea mi disco preferido de los Tull, por ejemplo. Por eso digo que hay un ramillete de discos tan buenos que por el mismo hecho de serlo reflejan mundos tan distintos que los hacen únicos.
Vaya, mi yerno se entristece por la soledad en la que lo hemos dejado a cuenta de "Epitaph"...
ResponderEliminarNo se preocupe usted, hombre: cada uno tiene sus gustos, faltaría más. E insisto en que es una gran canción. Y ya ve, usted mismo la emparenta con los Moody Blues, lo cual demuestra que ya se ha fijado en esa conexión "sensible". Bien, pues no hay problema: cualquier pieza de ese disco es una obra maestra (salvo el coñazo post-Moochild), así que todos contentos. Sencillamente, a unos les va más la parte sensible del disco y a otros la más brava (lo curioso es que somos precisamente los puretas los que preferimos la "brava". ¿Qué querrá decir eso?).
Coño, pues herr doktor dice algo parecido. A ver, estimado galeno, explíquenos este aparente sinsentido. ¿No éramos nosotros los que teníamos que estar un poco más apaciguados, por la edad? O... ¿es que la juventud es más lírica y nosotros más secos? Misterio.
Una linda violetera como usted puede pasarse por aquí -o no pasarse- cuando le venga en gana, dilecta dipsómana. Pues no faltaba más. Ya me imagino que su natural lozanía no casa mucho con este infecto tugurio donde frikis como los aquí presentes nos ponemos a desbarrar en plan tertulia del siglo XIX, así que no se preocupe. Eso sí, no descuide su hermoso local: a él acudiremos para oxigenarnos cada vez que salgamos de estos debates decimonónicos.
Un beso, reina.