Antes de continuar con nuestro recorrido por las catacumbas del garaje americano, es de ley hacer una breve mención a la banda que junto con los Wailers dejaron grabado con letras de oro el nombre de Tacoma en la historia de la música popular: los Ventures, uno de los grupos señeros de la música surf (y la más longeva). Comenzaron en 1958, al igual que los Wailers, y junto a ellos protagonizaron el despertar del Noroeste. No es la música surf nuestro asunto ahora, pero estamos ante el ejemplo perfecto de que las dos tribus modernas más notables de la época, rockeros y surferos, convivían perfectamente: ambos grupos compartieron escenarios, giras y público, e incluso llegaron a intercambiar músicos. Sus trayectorias a partir de la invasión británica fueron muy distintas, ya que los Wailers eran de visión más amplia mientras que los Ventures decidieron resistir en su estilo hasta convertirse en una marca ajena al tiempo.
Desde el punto de vista comercial, los Ventures ganaron la partida: a raíz de su éxito mundial en 1960 con "Walk, don't run", uno de los clásicos del sonido surf, se especializaron en el aspecto técnico: fueron la primera banda en hacer discos "conceptuales" e incluso de enseñanza para guitarristas, así como supieron vivir de la nostalgia para potenciar un enorme mercado de memorabilia en Japón y otros países. Por otra parte se acercaron también al sonido orquestal, y en 1969 su LP "Hawaii 5-0" en el que se recreaba a su estilo un buen ramillete de piezas exitosas del momento significó para ellos uno de sus mayores éxitos. Sin embargo los Wailers fueron evolucionando a medida que pasaba el tiempo (aunque en sus principios también el sonido surf estaba entre sus referencias); y quizá esa fue una de las razones por las que no llegaron a alcanzar la fama de la que disfrutan sus antiguos compañeros: en un país donde lo inmutable se valoraba tanto, eso de ir dando saltos de estilo no es una buena opción. Sin olvidar que Etiquette, la casa de discos que habían creado, no luchaba con las mismas armas que la de los Ventures (Dolton Records, de Seattle), que casi desde el principio estuvo distribuida por la nacional Liberty. Pero en cualquier caso, estas son las dos bandas que orgullosamente patentaron el Pacific Norwest Sound.
Y ese sonido, esa convulsión comenzó a llegar a los estados limítrofes: en Idaho nos encontramos con un muchacho que comenzó siendo barbero y luego titular de algunos establecimientos de comida rápida; ese muchacho, a quien sus padres decidieron llamar Paul Revere en honor de uno de los héroes de la Guerra de Independencia americana, sueña con ser un astro del negocio musical: su especialidad es el piano y le gustan las piezas a medio camino entre el honky tonk y el estilo Nashville. Ha estado trabajando ese estilo desde 1958 acompañado de un grupo llamado "Downbeats", pero con el cambio de década también él decide cambiar: en 1960 se erige al frente de la formación, que pasa a llamarse "Paul Revere & The Raiders" y junto con su amigo Mark Lindsay, voz y saxo, trata de ir aproximándose a los sonidos más actuales. No obstante, los primeros singles demuestran que todavía no lo tiene muy claro: las caras A siguen el estilo pianístico acelerado de su época anterior, mientras que en las B podemos encontrarnos desde piezas surf hasta el rock'n'roll que practican sus admirados Wailers, a los que ya ha ido a ver unas cuantas veces aunque el Castillo Español le queda un poco lejos ("En cuanto los oí", dijo luego, "supe que lo que yo quería era tener una banda tan grande como ellos").
Hay que reconocer que se le nota la devoción: en 1962 él y su grupo versionan "Tall cool one" y al año siguiente "Louie, Louie". Y aunque da la casualidad de que justo en ese momento los Kingsmen, una banda de Oregón, publican esa misma pieza y conseguirán mayores ventas, la versión de los Raiders cae en gracia a los capos de Columbia, que los fichan de inmediato (aunque quizá más por sus habilidades escénicas que por la música en sí): mientras los Kingsmen no pasarán de ser poco más que la clásica banda de un solo éxito, Paul Revere y sus Raiders serán uno de los grupos más populares en la América del tránsito 1965-68, superando por supuesto a sus amados Wailers y a cualquier otro nombre de serie B que se le pueda comparar: sus ventas tanto en singles como en LPs se cuentan por millones, aunque los puristas les hicieran ascos. Su traslado desde el Noroeste hasta Los Angeles para dejar de ser una simple banda de garaje y convertirse en un fenómeno mediático a medio camino entre el rock y el estrellato de las pantallas de televisión, con aquel aire naif que les daban sus uniformes del siglo XVIII, no cuadraba mucho con los tiempos que según Dylan estaban cambiando, pero cada uno va al paso que quiere.
Columbia decidió creer que había fichado a los Beatles de América (a todos los sellos grandes les entró la misma obsesión: eso pensó CBS de sus Byrds, o la mucho más fantasiosa RCA con los Monkees. Y bueno, lo de los Byrds tiene su lógica, pero los demás…). Y el caso es que, en vez de darles libertad, se echó casi dos años para "perfilar su imagen" y preparar un buen lanzamiento, con programas estrella de televisión y todo; pero intentando al mismo tiempo que no pareciesen un producto de marketing, lo cual implicaba un cierto aire de frescura: su primer LP con el sello aparece a mediados de 1965, se titula "Here they come!" y es un falso directo, buscando el ambiente que se suponía era la quintaesencia del garaje. Se nota ese lapso de dos años en las canciones: la cara A tiene un evidente aire garajero (de nuevo "Louie, Louie" y otras clásicas como "Money" o "You can't sit down", muy al estilo Wailers), mientras que la B es más melódica -influida por el tono beat de discos como "Rubber soul", que a mister Revere lo dejó encantado- e incluso contiene versiones como "Time is on my side", muy al estilo Stones. En resumen, una cara para el pasado y otra para el presente invadido por los británicos.
Y ahí comienza su trienio de oro: a principios de 1966 llega a las tiendas el segundo, "Just like us!"; y en ese mismo año otros dos, a cual más vendido, y otros tres en el 67 (aunque uno fuera recopilatorio), y las ventas seguían a buen ritmo. Pero a partir de 1968 comenzó el declive: sus canciones "de guateque" comenzaban a ser desplazadas por los sonidos que venían principalmente de California, y las críticas de la prensa "progresista" les hicieron mucho daño: bluff de laboratorio, canciones simples para consumo de adolescentes… metiéndolos en el mismo saco que a los Monkees o los Archies, que ni de lejos llegaban a su altura. Fue algo parecido a lo que ocurriría luego con los Creedence: los periodistas enrollados despreciaban cualquier cosa que no fuesen esos largos desarrollos de veinte minutos al estilo raga exaltando las virtudes del ácido, los viajes de la mente, la revolución de las flores. Y los Raiders, era evidente, no tenían nada que ver con eso.
Sin embargo, con mayor o menor fortuna y algunos intervalos en blanco, siguieron en el negocio hasta no hace mucho: otra banda para una noche de puretas nostálgicos. Pero han dejado unas cuantas canciones magníficas, verdaderos cañonazos que aún hoy suenan como el primer día, y aquí tienen dos buenos ejemplos de ese estilo que los hizo millonarios. Ojalá todas las bandas "comerciales" estuviesen a su altura.
Desde el punto de vista comercial, los Ventures ganaron la partida: a raíz de su éxito mundial en 1960 con "Walk, don't run", uno de los clásicos del sonido surf, se especializaron en el aspecto técnico: fueron la primera banda en hacer discos "conceptuales" e incluso de enseñanza para guitarristas, así como supieron vivir de la nostalgia para potenciar un enorme mercado de memorabilia en Japón y otros países. Por otra parte se acercaron también al sonido orquestal, y en 1969 su LP "Hawaii 5-0" en el que se recreaba a su estilo un buen ramillete de piezas exitosas del momento significó para ellos uno de sus mayores éxitos. Sin embargo los Wailers fueron evolucionando a medida que pasaba el tiempo (aunque en sus principios también el sonido surf estaba entre sus referencias); y quizá esa fue una de las razones por las que no llegaron a alcanzar la fama de la que disfrutan sus antiguos compañeros: en un país donde lo inmutable se valoraba tanto, eso de ir dando saltos de estilo no es una buena opción. Sin olvidar que Etiquette, la casa de discos que habían creado, no luchaba con las mismas armas que la de los Ventures (Dolton Records, de Seattle), que casi desde el principio estuvo distribuida por la nacional Liberty. Pero en cualquier caso, estas son las dos bandas que orgullosamente patentaron el Pacific Norwest Sound.
Y ese sonido, esa convulsión comenzó a llegar a los estados limítrofes: en Idaho nos encontramos con un muchacho que comenzó siendo barbero y luego titular de algunos establecimientos de comida rápida; ese muchacho, a quien sus padres decidieron llamar Paul Revere en honor de uno de los héroes de la Guerra de Independencia americana, sueña con ser un astro del negocio musical: su especialidad es el piano y le gustan las piezas a medio camino entre el honky tonk y el estilo Nashville. Ha estado trabajando ese estilo desde 1958 acompañado de un grupo llamado "Downbeats", pero con el cambio de década también él decide cambiar: en 1960 se erige al frente de la formación, que pasa a llamarse "Paul Revere & The Raiders" y junto con su amigo Mark Lindsay, voz y saxo, trata de ir aproximándose a los sonidos más actuales. No obstante, los primeros singles demuestran que todavía no lo tiene muy claro: las caras A siguen el estilo pianístico acelerado de su época anterior, mientras que en las B podemos encontrarnos desde piezas surf hasta el rock'n'roll que practican sus admirados Wailers, a los que ya ha ido a ver unas cuantas veces aunque el Castillo Español le queda un poco lejos ("En cuanto los oí", dijo luego, "supe que lo que yo quería era tener una banda tan grande como ellos").
Hay que reconocer que se le nota la devoción: en 1962 él y su grupo versionan "Tall cool one" y al año siguiente "Louie, Louie". Y aunque da la casualidad de que justo en ese momento los Kingsmen, una banda de Oregón, publican esa misma pieza y conseguirán mayores ventas, la versión de los Raiders cae en gracia a los capos de Columbia, que los fichan de inmediato (aunque quizá más por sus habilidades escénicas que por la música en sí): mientras los Kingsmen no pasarán de ser poco más que la clásica banda de un solo éxito, Paul Revere y sus Raiders serán uno de los grupos más populares en la América del tránsito 1965-68, superando por supuesto a sus amados Wailers y a cualquier otro nombre de serie B que se le pueda comparar: sus ventas tanto en singles como en LPs se cuentan por millones, aunque los puristas les hicieran ascos. Su traslado desde el Noroeste hasta Los Angeles para dejar de ser una simple banda de garaje y convertirse en un fenómeno mediático a medio camino entre el rock y el estrellato de las pantallas de televisión, con aquel aire naif que les daban sus uniformes del siglo XVIII, no cuadraba mucho con los tiempos que según Dylan estaban cambiando, pero cada uno va al paso que quiere.
Columbia decidió creer que había fichado a los Beatles de América (a todos los sellos grandes les entró la misma obsesión: eso pensó CBS de sus Byrds, o la mucho más fantasiosa RCA con los Monkees. Y bueno, lo de los Byrds tiene su lógica, pero los demás…). Y el caso es que, en vez de darles libertad, se echó casi dos años para "perfilar su imagen" y preparar un buen lanzamiento, con programas estrella de televisión y todo; pero intentando al mismo tiempo que no pareciesen un producto de marketing, lo cual implicaba un cierto aire de frescura: su primer LP con el sello aparece a mediados de 1965, se titula "Here they come!" y es un falso directo, buscando el ambiente que se suponía era la quintaesencia del garaje. Se nota ese lapso de dos años en las canciones: la cara A tiene un evidente aire garajero (de nuevo "Louie, Louie" y otras clásicas como "Money" o "You can't sit down", muy al estilo Wailers), mientras que la B es más melódica -influida por el tono beat de discos como "Rubber soul", que a mister Revere lo dejó encantado- e incluso contiene versiones como "Time is on my side", muy al estilo Stones. En resumen, una cara para el pasado y otra para el presente invadido por los británicos.
Y ahí comienza su trienio de oro: a principios de 1966 llega a las tiendas el segundo, "Just like us!"; y en ese mismo año otros dos, a cual más vendido, y otros tres en el 67 (aunque uno fuera recopilatorio), y las ventas seguían a buen ritmo. Pero a partir de 1968 comenzó el declive: sus canciones "de guateque" comenzaban a ser desplazadas por los sonidos que venían principalmente de California, y las críticas de la prensa "progresista" les hicieron mucho daño: bluff de laboratorio, canciones simples para consumo de adolescentes… metiéndolos en el mismo saco que a los Monkees o los Archies, que ni de lejos llegaban a su altura. Fue algo parecido a lo que ocurriría luego con los Creedence: los periodistas enrollados despreciaban cualquier cosa que no fuesen esos largos desarrollos de veinte minutos al estilo raga exaltando las virtudes del ácido, los viajes de la mente, la revolución de las flores. Y los Raiders, era evidente, no tenían nada que ver con eso.
Sin embargo, con mayor o menor fortuna y algunos intervalos en blanco, siguieron en el negocio hasta no hace mucho: otra banda para una noche de puretas nostálgicos. Pero han dejado unas cuantas canciones magníficas, verdaderos cañonazos que aún hoy suenan como el primer día, y aquí tienen dos buenos ejemplos de ese estilo que los hizo millonarios. Ojalá todas las bandas "comerciales" estuviesen a su altura.