Estos días está muy de moda el patriotismo, esa pasión que tantas desgracias ha causado a lo largo de la Historia. Pero ni siquiera los apátridas como yo podemos evitar un ligero estremecimiento irracional de orgullo, nostalgia o lo que fuere cuando descubrimos que tal artista o persona notable en general es de nuestro pueblo: alguna hilacha de la bandera queda alojada en el subconsciente, queramos o no. En la música popular de los States no suelen verse apellidos españoles, o al menos no con la frecuencia con la que vemos, por ejemplo, los de origen italiano o de países del nordeste europeo; lo cual es lógico, por la menor incidencia de la emigración española allí: en este momento, solo me vienen a la memoria el bueno de Esteban Martin, de los Banke, o Jerry García -cuyo padre era de Orense. Pero sí vemos unos cuantos oriundos de México. Y aunque, como los demás naturales de otros sitios, se integran en el sonido gringo en su práctica totalidad (salvo algunas excepciones tex/mex que nunca fueron de consumo mayoritario en ese país), seguro que les hará gracia una breve semblanza de estos tres grupos que les traigo hoy.
Siguiendo el orden de aparición, comenzaremos con los Premiers: pertenecen a la primera época del garaje, esa que bautizamos como “Bajo Imperio”. Las familias de estos muchachos se establecen en el condado de Los Angeles, donde hay una clara diferencia entre los gustos de la juventud blanca moderna (el surf, sobre todo) y el rock and roll que siguen oyendo los morenos. Por lo general, los chicanos -tal vez por un sentimiento de iguales oprimidos- comparten las preferencias de estos últimos, aunque también allí han llegado los ecos de esa banda del Noroeste que está abriendo un camino intermedio: los Wailers. Y a finales del 62, tras algunos flirteos con otras bandas del barrio, los hermanos Pérez (Lawrence, guitarra; John, batería) se unen con otros jovenzuelos de su misma edad y procedencia para, bajo el nombre de Premiers, dedicarse a ello en serio. Y la madre de dichos hermanos, impresionada por la tremenda habilidad de sus niños, que eran capaces de versionar en media hora toda cuanta canción oían en la radio, los llevó ante Billy Cárdenas, uno de los jefazos chicanos de la producción musical angelina.
Estamos a principios de 1964. Cárdenas también ha oído a los Wailers, y justo en ese momento los Kingsmen están arrasando con “Louie, Louie”. Así que busca en el catálogo del r’n’r negro alguna pieza parecida y encuentra “Farmer John”, que Don and Dewey habían escrito y grabado a finales de los 50: ese será el primer single de los Premiers, grabado en falso directo y que se convierte en un hit inmediato en California; lo cual llama la atención de la Warner, que compra los derechos de distribución del grupo, publica el single a escala nacional y consigue un top-20. En vista del éxito, el sello urge a Cárdenas para que prepare un LP inmediatamente y este les entrega “Farmer John live”, que aparece poco después con el mismo truco del falso directo (aunque la contraportada nos cuente una bonita historia sobre su actuación grabada en un famoso local, y el técnico de mezclas se haya pasado con el volumen de ambiente). Aparte de la pieza principal, el resto son versiones de r’n’b e incluso duduá en las que se nota destreza instrumental pero poca imaginación. Y ya nunca volverán a igualar el nivel de su primer single: fueron teloneros de Kinks y Stones, recorrieron medio país (durmiendo en las habitaciones reservadas para los negros), pero los singles posteriores -casi todos sacados de ese LP- se hundieron uno tras otro. Eso sí: gracias a ellos, “Farmer John” fue luego rescatada por personajes como Neil Young o los White Stripes.
Vamos ahora con la transición entre el Bajo y Alto Imperio, que simboliza como nadie el señor Domingo Samudio, un todoterreno del negocio. Su familia mexicana se estableció en Dallas, y su curiosa “mala” voz ya lo había hecho destacar en el colegio; sin embargo, su primera opción en la carrera por la subsistencia fue enrolarse en la Marina, donde se echó seis años antes de recapacitar, tomárselo en serio y como él mismo dice “estudiar piano clásico por el día y tocar rock and roll por la noche”. Curiosa mezcla. Pero el caso es que para 1961 ya se cree preparado y organiza un grupo llamado “Los Faraones”, un nombre que ya se le había ocurrido a Richard Berry y que Domingo (que ahora se llamará Sam The Sham) afirma haber tomado de una película de Yul Brynner. Pero aún han de pasar cuatro años, entre idas y venidas de músicos, hasta que por fin en Junio de 1965 tocará la gloria con “Wooly Bully”.
Para entonces, Sam The Sham & The Pharaohs son un verdadero espectáculo visual: Sam, que suele cantar chapurreos a medio camino entre el spanglish y el no-se-sabe-qué, aparece con un vistoso turbante en la cabeza mientras el resto del grupo suele vestir ropas árabes. La sensación es total. Y a lo tonto, la canción llega al puesto 2 nacional, consiguiendo varias cosas (a pesar de que algunas emisoras miedosas se niegan a radiarla por no entender qué dice en algunos pasajes): vendió tres millones de copias, solo con vender el primer millón ya se convirtió en la primera banda americana en alcanzar esa cifra durante la British Invasion, y Billboard lo declaró “disco del año” (hemos de dar un emocionado saludo al inolvidable Neil Bogart -de apellido original Bogatz: no es familiar mío-, que fue el primer productor y manager de radio en promocionar este disco cuando nadie creía aún en él). Se trataba de un desarrollo sobre una escala básica de blues, pero partiendo de ahí el bueno de Sam creó un ritmo a medio camino entre tex/mex y rock and roll que la hizo imbatible.
Y poco después comenzaron los problemas: el desigual reparto del dinero creaba disputas en el grupo, pero además los singles y los tres LP’s (cuyo material era bastante previsible) que publicaron luego ya no alcanzaron ni de lejos el éxito de “Wooly Bully”. Solo “Li’l Red Riding Hood” llegó al puesto 2 brevemente, pero ya estábamos en 1967 y con una formación casi totalmente nueva. Por esa época comienza la guerra entre Israel y Egipto, por lo que Sam decide cambiar su denominación comercial, que ahora será “Sam The Sham Revue”: a pesar de la brevedad de esta denominación, tuvo tiempo para grabar un LP entre rock and roll y country muy decente (casi lo prefiero a su obra anterior). Y por fin se presenta como solista a partir de 1968, grabando algunos discos en los que, apoyado por músicos de renombre, da un buen repaso al blues, country e incluso soul. Hoy en día reparte su tiempo entre la composición de canciones (dice tener cientos de ellas), la poesía, la recitación y la enseñanza de la Biblia bilingüe en un programa federal. Como ven, este hombre es multifacético.
Y terminamos con los más grandes: Question Mark and The Mysterians. Una verdadera banda de garaje de los pies a la cabeza, con muchas y buenas canciones aunque se les haya incluido en el ingrato sector de las “one hit wonders”. A diferencia de la mayoría, estos chicanos proceden de Michigan, es decir, el Nordeste: muy lejos de México. Pero también por esa localización las influencias que reciben son igual de lejanas a su naturaleza, y de no ser por sus apellidos nadie los etiquetaría como “banda latina”, como aparece en algunos sitios. Se forman en 1962 como trío surf (otra rareza) e influidos por Link Wray. Pero poco después se les une el que llegará a ser cerebro del grupo, frontman y principal compositor: Rudy Martínez, un muchacho cuya primera vocación fue la poesía y que también siente afición por las películas de marcianos. Y de una de esas películas adopta el nombre de guerra de “Question Mark” (o sea, “?”). El fantasioso Martínez se nos presenta siempre tras unas gafas oscuras e incluso a veces con una careta, afirmando proceder de Marte y ser coetáneo de los dinosaurios en una vida anterior. Bueno, como en el caso de Sam The Sham un poco de teatro siempre viene bien.
Martínez había escrito años antes un poema titulado “Demasiadas lágrimas”, y decidió musicarlo ahora que tenía una banda; el resto del grupo, aún aferrado al surf y el r’n’b, no lo veían claro, pero él insistió. Y poco después su manager, que tenía un pequeño sello, publica a principios de 1966 el resultado: “96 tears”. Los muchachos comienzan a mover el single por las radios locales y se convierte en un éxito estatal que pasa a ser distribuido nacionalmente por Cameo Parkway, donde nos encontramos de nuevo con míster Neil Bogart: a mediados de ese año, la promoción del señor Bogart consigue que esta canción sea número uno en todo el país. Esa voz lamentosa apoyada por una inolvidable escala de órgano ha hecho el milagro. Y como es lógico poco después aparece su primer LP -con el mismo título- donde salvo “Stormy monday”, la clásica de T-Bone Walker, todas las composiciones son propias. Es uno de los grandes y más completos discos de garaje americano, con algún otro guiño al blues por medio (como en “Set aside”, con piano y todo) y un puñado de canciones con gancho, pegadizas, que sin embargo no pasan del top-60: seguimos en la era del single, aunque tampoco en ese formato conseguirán alcanzar ya el éxito de “96 tears”.
A mediados de 1967 publican “Action”, su segundo y último LP; que es igual de bueno que el anterior, pero pasa casi desapercibido: Cameo-Parkway, su sello, está en bancarrota y no tiene dinero para mucha publicidad (pronto será comprado por el temible Allen Klein); las giras también disminuyen, porque su estilo comienza a sonar pasado de moda, y algunos músicos abandonan la nave. Poco después Martínez volverá a intentarlo en otras casas discográficas, pero su tiempo ha pasado; aunque por supuesto es otro de los que ha estado viviendo del circuito de la nostalgia. En resumen: nos han quedado dos LP’s de lo mejorcito de la época, y que por supuesto hoy en día son muy reivindicados por la fiel grey garajera.
Por cierto: el señor Bogart creó luego Buddah Records -donde acogió, entre otros, a mis amados Flamin’ Groovies- y más tarde Casablanca Records -ahí consiguió que Donna Summer triunfase por fin en los States, además de lanzar a personajes como Joan Jett. Bien, pues ese nombre, Casablanca, lo eligió en mi honor, como había hecho antes con su apellido artístico. Gracias Neil, dondequiera que estés. La admiración es mutua.
Bueno, pues ya va concluyendo nuestro breve viaje por esa encantadora fase americana -tan encantadora como la británica- que desembocó en la Gran Era del 68/73. Creo que queda claro que, como en la Isla, estamos todavía bajo el imperio del single: una mina majestuosa de canciones en la que actualmente siguen escarbando los frikis del género. Y ya saben ustedes lo que pasa en este local cada vez que damos con una mina de singles: guateque al canto. Así que el próximo día nos despediremos de esta entrañable época haciéndole los honores como se merece.