martes, 10 de septiembre de 2024

1966 (I)

“Creo que esta música tiene algo importantísimo que decirnos a los adultos, y convendría no esconder la cabeza como las avestruces”.
Leonard Bernstein 

Hace años se publicó en Alemania un libro titulado “Bernstein loves pop”, cuyo subtítulo era: “Cómo la música pop alcanzó repentinamente la mayoría de edad en 1966”. Esa frase resume la trascendencia de este año, el más alegre y chispeante de toda la década, no solo en la Isla. Ahora que ha pasado tanto tiempo y ya solo nos fijamos en la obra grabada, se considera más valioso el 67, 68 e incluso el 69; pero para conseguir esas excelentes cosechas hubo antes un proceso evolutivo que comienza en 1964/65 con la decadencia del beat y se sublima en el 66/67 con la psicodelia y el blues rock. Por otra parte la efervescencia se manifiesta en todas las artes, lo que afecta a sectores tangenciales como la moda o el diseño publicitario. En conjunto es la eclosión de un cambio cuyo origen surge a mediados de los años 50 en la mayor parte de occidente. Pero su desarrollo había sido bastante lento, hasta que la influencia de fenómenos como el de los Beatles (que ya por entonces comienzan a ocupar espacio en las publicaciones del entorno sociológico) da a Londres un mayor protagonismo en esa evolución: ha nacido el “Swinging London”, con el que la Isla liquida definitivamente el espíritu de posguerra y lo sustituye por un hedonismo juvenil de clase media. 

El término proviene de un artículo titulado “London: the swinging city”, que se publica a mediados de Abril del 66 en la revista estadounidense “Time”. Su autora es Piri Halasz, una estadounidense anglófila (que en 1967 publicará el libro titulado “A swinger’s guide to London”), y su justificación para ese título es impecable: del mismo modo que cada una de las décadas recientes había sido protagonizada por una capital distinta –la secuencia que va desde los felices años 20 en Paris hasta la Roma de los 50-, los 60 son para Londres, que ella define como “una ciudad impregnada de tradición, embargada por el cambio, liberada por la opulencia”. En esencia los “Swinging sixties” vienen siendo la actualización de los “Roaring twenties” parisinos, pero a escala global. Aquí “swinging” tiene más de un significado, ya que además de “menearse” hace referencia también a “ser cool”: en los años 60 Londres es la ciudad más cool del planeta. Y una película como “Blow up”, de Antonioni, lo refleja con gran fidelidad.

En consecuencia se convierte en un lugar de peregrinación -no solo para la juventud- en el que a los fieles les es dado ver a los nuevos ídolos de la música pop paseando en sus fantásticos coches nuevos. Van vestidos como príncipes de otro planeta, gracias a sus continuas visitas a las tiendas abarrotadas del Soho, sobre todo las que se encuentran en Carnaby Street. Los turistas, embobados, ven a Beatles, Stones, Who, Kinks y otros ídolos menores entrando o saliendo de esas tiendas, cuya decoración es puro arte pop y en las que, como homenaje a su visita -un buen ejemplo de economía circular- hacen sonar sus canciones por los altavoces del local, sugiriendo a los demás compradores el tipo de música que mejor va con la ropa que están comprando: todas tienen tocadiscos, sea grande o pequeño. Las chicas pasean por esas calles con sus peinados bob y sus atrevidas minifaldas, un símbolo de la revolución sexual que lleva consigo esta década. En palabras de su creadora, la legendaria Mary Quant, esa prenda ”expresaba la emancipación de la mujer, junto con la píldora y el rock and roll. Era joven, liberada y exuberante”... “La moda de los desnudos y las minifaldas coincide con momentos de una enorme renovación de energía y éxito financiero. Es perverso y esquizofrénico, pero es una reflexión completamente acertada de la vida actual de una mujer”. 

También el mundillo de las drogas se actualiza. La psicodelia, que protagonizará el trienio 66/68, parte de una visión de la realidad completamente distorsionada, “alternativa”, a veces muy imaginativa, que muchos artistas de esa época buscan por medio de la dietilamida del ácido lisérgico, cuya denominación popular es LSD-25. Se trata de un compuesto descubierto accidentalmente por el químico suizo Albert Hoffman en los años 40; pronto fue comercializada por la casa Sandoz para determinados tratamientos de psicoterapia, y de ahí llegó incluso a los servicios secretos para su utilización con objetivos bastante más siniestros. Su salto al mundo de las artes tuvo lugar a mediados de los años 50 gracias a la “bendición” otorgada por el escritor Aldous Huxley, tras haber vivido una experiencia iluminadora; se lo había suministrado su amigo el psiquiatra Humpry Osmond, creador de la palabra “psicodelia” (del griego, “manifestación del alma”). A partir de ese momento, el LSD comenzó a recorrer el camino que todas las drogas han hecho, desde las élites hasta la calle, y junto a la marihuana comienza a dejar fuera de juego a las anfetaminas, que habían sido esenciales en el nacimiento del beat y el r’n’b isleño. 

Esa era otra muestra de que los tiempos estaban cambiando. Los hijos de la segunda guerra mundial, Baby-boomers o como se les quiera llamar, estaban viviendo una época de pujanza económica desconocida (que no durará mucho más, por cierto); su formación cultural media era más amplia que la de las generaciones anteriores, su acceso al consumo era superior, y sus inquietudes personales también. La llamada “brecha generacional” era cada vez mayor: las mentalidades paternas, ancladas todavía en el viejo ideario de trabajo, sacrificio, orden y obediencia al Poder, no estaban capacitadas para entender qué era lo que le estaba pasando a sus hijos. Y como es lógico, la música popular también cayó bajo su embrujo: los primeros signos surgen en Estados Unidos, donde ya en 1960 el grupo surfero The Gamblers titula “LSD-25” a la cara B de su legendaria “Moon dawg”. Pronto se asociará a la psicodelia el uso de algunos trucos como el fuzz, pero esencialmente su entrada será a través del folk: es decir, antes por las letras que por la música, gracias sobre todo a Dylan. En la Isla son los Beatles quienes, influidos por él, comienzan a grabar piezas en ese estilo, y a finales de 1966 ya es tendencia generalizada en ambos mercados. 

Con el paso del tiempo se verá que, con drogas o sin ellas, lo primero siempre es tener un buen nivel de creatividad: a día de hoy cualquier aficionado reconoce que la psicodelia ha dado a luz un buen puñado de singles y no más de diez o doce discos grandes realmente buenos, tanto en la Isla como en los Estados Unidos. Pero los músicos están muy crecidos, gracias a las alabanzas de la prensa y el fervor de sus seguidores, y se creen más de lo que son. En consecuencia esa “mayoría de edad” de la que habla el señor Bernstein resulta ser un arma de doble filo: pronto se pondrán de moda los discos conceptuales y las óperas rock. Eso implicará el apoyo frecuente de orquestas sinfónicas, cuartetos de cuerda y otros elementos procedentes de la música clásica, muchas veces trabajando a las órdenes de productores o músicos modernos sin la formación suficiente, y en dos o tres años una buena parte de esos “creadores visionarios” habrán llegado a la autoparodia. 

Pero también la psicodelia afecta, en mayor o menor medida, a los estilos más tradicionales. Especialmente en ese trienio 1966/68 surgen cientos de pequeños grupos que se basan en el pop/rock con vapores psicodélicos y que grabarán unos cuantos singles deliciosos, con ritmos frenéticos. En su mayoría no llegarán muy lejos, pero por un instante rozan la gloria: esa fugaz maravilla será bautizada mucho después, a efectos comerciales, como “freakbeat”. En cuanto al blues británico, y después de unos años de aprendizaje junto a los grandes santones como Alexis Korner o John Mayall, en 1966 ese género se disocia definitivamente del r’n’b, pasa a denominarse “blues rock” y se presenta en sociedad a lo grande con el primer disco de Cream: ha nacido el British Blues Boom, que a partir del año siguiente protagonizará la segunda invasión británica en Estados Unidos. 

Y por último, la radio. Ese bendito artilugio cuya influencia es crucial, a todos los niveles, desde los años 30 hasta finales del siglo. Sin embargo, en la Isla y hasta esta década había ido un poco a remolque en lo referente a las novedades musicales, ya que la omnipresente BBC no se había tomado en serio la llegada del rock and roll y aún ahora, a pesar del boom de los Beatles, seguía tratando a los nuevos músicos con una displicencia muy cercana al desprecio. Esa actitud propició la llegada de las radios piratas, que aprovechando un vacío legal comenzaron a surgir sobre 1964 emitiendo desde barcos anclados en aguas internacionales. Gracias a la existencia de Radio Caroline, Radio London y otras cuantas, los jóvenes británicos (y de otros países, a través de Radio Luxemburgo o Radio Veronica) descubrían una buena parte del repertorio, especialmente en singles, que las emisoras nacionales estaban olvidando. Por fin, en 1967 la BBC reconoce su error y decide crear la maravillosa Radio One, fichando a gran parte de los dj’s piratas y consiguiendo que la ley británica dejase fuera de juego a esa molesta competencia. 

Así que 1966 es un año inolvidable por muchas razones. El último año de verdadera felicidad, gracias sobre todo a la inconsciencia juvenil, al adanismo de una generación isleña que ignora que a finales del año siguiente se producirá la gran devaluación de la libra, que comenzarán a mostrarse las secuelas del ácido usado sin el menor cuidado y que, entre unas cosas y otras, pronto irá quedando a la vista el fin del sueño. Pero a quién le importa eso ahora: para ellos, gritar “carpe diem” a pleno pulmón es un acto sobradamente justificado.

miércoles, 4 de septiembre de 2024

Cumpleaños feliz

Este tugurio abrió sus puertas hace hoy quince años, así que estamos de celebración. ¿Y qué celebramos? Pues, más que nada, seguir en pie después de tanto tiempo. Cuando abrimos, el fenómeno Blogger estaba en plena ebullición: todo el mundo tenía un blog, o dos, o tres. Pero esa furia pasó hace mucho tiempo, y hoy en día hay mucha gente que opina que quienes seguimos en este mundillo somos una especie de viejos nostálgicos, puretas con ganas de dar la matraca. Y puede ser, no digo que no. Pero nadie viene obligado: si entras es porque quieres entrar. Y hay unos cuantos colegas que también siguen adelante, llevando en esto tanto o más tiempo aún que yo, porque a todos nos une la misma pasión por una música ratonera que, honradamente lo creo, conoció tiempos mejores. Unos tiempos que, por pura casualidad, fueron los que nosotros vivimos. Y sabemos que hay gente más joven atraída por el embrujo de aquella música, y nos creemos en la obligación moral de que esos momentos no se pierdan como lágrimas en la lluvia, que diría el señor Batty. 

Así que seguiremos dando la matraca un poco más: un mes, un año, lo que se pueda. Porque a veces la disciplina de publicar una entrada con cierta regularidad se hace cuesta arriba, no siempre hay ganas o tiempo, hay más cosas con las que entretenernos en nuestra vida de jubiletas... En fin, ya iremos viendo. Pero hoy es hoy, y aquí les dejo mi regalo de cumpleaños: no hay nada nuevo, solo un ramillete de canciones que ya han sonado aquí en un momento u otro. Viene siendo un resumen que define el espíritu de este bar. 

A su salud. Pero recuerden: si bebes, no conduzcas.