“El beat es el instrumento de la liberación sexual (…) Esas pequeñas muchachitas de catorce o quince años que están sentadas ahí abajo y os escuchan, todavía son vírgenes. Solo conocen el sexo de oídas. Pero el beat comienza a vibrar dentro de ellas, y en algún lugar de su cuerpo comienzan a comprender”
(Allen Ginsberg)
Glub. Pobrecillas. Que conste que lo ha dicho el señor Ginsberg, ¿eh? Que luego no quiero líos: ya me llega con los alemanes y el capitán Renault, por muy colega mío que parezca. Pero es que además mister Allen tiene razón: el beat es la primera música masiva “sexualizada”, digamos, que tuvieron los blancos. Sobre esto no voy a extenderme, porque no viene al caso; pero es un claro factor de diferenciación sobre todo lo anterior y al mismo tiempo de unión entre los dos sexos, que desde ahora son un público común tanto en las salas de actuaciones como en las tiendas de discos.
Van abriéndose paso los años 60, y vienen fuertes. Los Shadows, que han conseguido impactar con su propuesta de grupo, comienzan a sonar anticuados. En los Estados Unidos, desde la irrupción de Duane Eddy a finales de los 50 -esa guitarra con vibrato/trémolo que decía mister Paul-, hace estragos y se consolida la música surf; que, no obstante, solo será verdaderamente popular en la costa Oeste y durante dos o tres años, hasta la British Invasión. Por otra parte los grupos instrumentales basados en la guitarra, ya lo dije alguna vez, suelen durar poco porque su oferta es reducida: repasad la obra de los Shadows, o sus colegas americanos Ventures, Dick Dale & Del-Tones, etc, y veréis que las piezas realmente grandes de cada grupo son pocas y suenan parecidas. Así que los creyentes elevan la vista al cielo buscando nuevos redentores.
Y aquí surge Liverpool, encabezando el área del Merseyside, como la Tierra Prometida: en 1961 la vanguardia musical está allí, no en Londres. Los barcos americanos vienen cargaditos de vinilos, la juventud de clase obrera es mucho más aguerrida que los estirados jovencitos de la City, y locales como “The Cavern”, que hasta entonces habían sido la guarida del jazz, el trad e incluso el skiffle, vuelven ahora sus ojos al beat, ese nuevo invento enloquecido que, como decía Nick Cohn, “hace que los suelos de la pista, al encender las luces, revelen el porqué de aquel horrible hedor: las adolescentes se han meado”. Una mezcla de lágrimas y orina era el sacrificio virginal ante los sonidos que los machos Alfa habían estado produciendo durante una hora subidos al escenario. Y aquí enlazamos con el principio de esta entrada: doble sentimiento, doble clientela. El beat como fenómeno de masas es un acontecimiento imparable.
Que me voy a abrir el bar. Ya casi llegamos a los Beatles, no teman.
(Allen Ginsberg)
Glub. Pobrecillas. Que conste que lo ha dicho el señor Ginsberg, ¿eh? Que luego no quiero líos: ya me llega con los alemanes y el capitán Renault, por muy colega mío que parezca. Pero es que además mister Allen tiene razón: el beat es la primera música masiva “sexualizada”, digamos, que tuvieron los blancos. Sobre esto no voy a extenderme, porque no viene al caso; pero es un claro factor de diferenciación sobre todo lo anterior y al mismo tiempo de unión entre los dos sexos, que desde ahora son un público común tanto en las salas de actuaciones como en las tiendas de discos.
Van abriéndose paso los años 60, y vienen fuertes. Los Shadows, que han conseguido impactar con su propuesta de grupo, comienzan a sonar anticuados. En los Estados Unidos, desde la irrupción de Duane Eddy a finales de los 50 -esa guitarra con vibrato/trémolo que decía mister Paul-, hace estragos y se consolida la música surf; que, no obstante, solo será verdaderamente popular en la costa Oeste y durante dos o tres años, hasta la British Invasión. Por otra parte los grupos instrumentales basados en la guitarra, ya lo dije alguna vez, suelen durar poco porque su oferta es reducida: repasad la obra de los Shadows, o sus colegas americanos Ventures, Dick Dale & Del-Tones, etc, y veréis que las piezas realmente grandes de cada grupo son pocas y suenan parecidas. Así que los creyentes elevan la vista al cielo buscando nuevos redentores.
Y aquí surge Liverpool, encabezando el área del Merseyside, como la Tierra Prometida: en 1961 la vanguardia musical está allí, no en Londres. Los barcos americanos vienen cargaditos de vinilos, la juventud de clase obrera es mucho más aguerrida que los estirados jovencitos de la City, y locales como “The Cavern”, que hasta entonces habían sido la guarida del jazz, el trad e incluso el skiffle, vuelven ahora sus ojos al beat, ese nuevo invento enloquecido que, como decía Nick Cohn, “hace que los suelos de la pista, al encender las luces, revelen el porqué de aquel horrible hedor: las adolescentes se han meado”. Una mezcla de lágrimas y orina era el sacrificio virginal ante los sonidos que los machos Alfa habían estado produciendo durante una hora subidos al escenario. Y aquí enlazamos con el principio de esta entrada: doble sentimiento, doble clientela. El beat como fenómeno de masas es un acontecimiento imparable.
Que me voy a abrir el bar. Ya casi llegamos a los Beatles, no teman.