lunes, 7 de octubre de 2024

1966 (IV)

“Nos gusta el rock salvaje, pero sabemos que tenemos que cambiar. Cada vez me preocupo más por las letras que escribo. Quiero letras trabajadas, no solo canciones dulzonas”. 
Ray Davies 

A causa de su conflictiva primera gira estadounidense, el impacto de los Kinks en aquel país fue bastante discreto durante mucho tiempo: salvo excepciones, sus discos no solían verse en los puestos altos de las listas. Basta con recordar que su disco grande más vendido allí no fue un Lp convencional, sino el recopilatorio titulado “The Kinks Greatest Hits”, publicado en agosto de 1966, su único disco de oro durante muchos años. En consecuencia un decepcionado Ray Davies reniega de su admiración por el mundo yanki (“Abandoné todo intento de americanizar mi acento”) para recrearse en su propia naturaleza, aunque tampoco en la Isla volverán a alcanzar un top diez en ese formato. Ya por entonces y a efectos comerciales suelen ser etiquetados como “banda de singles”, por muy injusto y cabreante que eso resulte para sus fans. Y bueno, tal vez haya que reconocer que Davies llega a prestar tanta atención al “mensaje” que a veces el envoltorio musical no está a la altura; pero cuando ambos ingredientes se equilibran, los Kinks son una banda exquisita. Y vanguardista, además: “Tras “See my friends” todo el mundo se puso a escuchar música india y a comprar sitares”, decía irónicamente. El caso es que, con mucho o poco éxito comercial, es en la transición del 65 al 66 cuando comienza su época más cautivadora: justo cuando van dejando atrás la contundencia rockera y fortalecen su propia personalidad. 

Un buen ejemplo es “Dedicated follower of fashion”, la cara A de su primer single del nuevo año. Davies escribe la letra al día siguiente de la trifulca en la que terminó una fiesta que había dado en su casa. Entre los asistentes había un diseñador de moda que se echó todo el tiempo hablando de las últimas tendencias, e incluso afeando su vestimenta al anfitrión: este no aguantó más y se lio a puñetazos. Nuestro amigo es consciente de que gran parte de la fauna “moderna” que puebla la ciudad es gente superficial, estúpida, y como luego dijo “el Swinging London fue un timo en muchos sentidos”. La canción llega a las tiendas a finales de febrero, tras un tormentoso trabajo de estudio que pone de relieve el creciente perfeccionismo de Davies, y consolida las líneas maestras en el estilo del grupo. Destaca el juego de medio tiempo entre guitarra acústica y eléctrica junto a la creciente influencia del music hall, tanto en lo musical como en su naturaleza satírica, tan británica: esa voz impostada, la pronunciación un tanto exagerada, con el objetivo de ridiculizar al personaje. Un personaje que por cierto podría encajar bastante bien por entonces con su hermano Dave. ¿Será por esa causa que este diga que detesta la canción? Vaya usted a saber. En cuanto a “Sittin’ in my sofa”, la cara B, es una magnífica muestra de ese blues pop rasposo tan propio de las bandas británicas de la época, un estilo que por desgracia ya está desapareciendo en 1966 y que evidentemente quedó oscurecido por el brillo de la cara A.


La vocación de Ray como compositor se consolida hasta el punto de que algunas de sus canciones llegarán a ser interpretadas antes por otros que por su propio grupo, pero la necesidad de alternar ese trabajo con las giras y la vida familiar lo están desfondando. La primera crisis llega a mediados de marzo, en una serie de actuaciones en Suiza y Austria en los que sufre desvanecimientos y pequeños ataques paranoides: “Tuve una época en la que no sabía ni quien era, por culpa de 'A dedicated follower of fashion'. De pronto veía o creía ver gente que se me acercaba cantando 'Oh yes he is, oh yes he is!', y cosas parecidas”. Tras unos cuantos episodios surrealistas consigue evitar el internamiento en un centro aceptando la reclusión en su casa durante un tiempo, y mientras tanto comienza a escribir el grueso de las canciones que formarán parte del nuevo disco grande. Es en esa reclusión de un mes donde surge un nuevo hito para la leyenda: “Sunny afternoon”. En lo literario, su convalecencia le hizo fantasear con la imagen de un viejo noble inglés apolillado y acosado por los impuestos, al estilo “Taxman” de los Beatles; de hecho, la primera estrofa iba a ser la base del título, hasta que se enteró de que Harrison se le había adelantado. Pero la nostalgia del viejo canalla por la vida lujosa, los placeres y los caprichos trasluce esa vocación satírica que tanto gusta a la mentalidad proletaria británica. No en vano Ray dice que “quería componer algo que se pudiese cantar en los pubs”. Y ese nuevo ejemplo de music hall sublimado, la entrada con las cuerdas en escala descendente, el piano a cargo de Nicky Hopkins, los coros, ese aire decadente que envuelve tan bien al protagonista, definen mejor el estilo de los Kinks que un libro entero. La cara B, de nuevo oscurecida por la pieza principal del single, es “I’m not like everybody else”, que Ray había escrito para los Animals pero que estos no usarán. Aquí la voz principal es la de Dave, personalizando la rebeldía interior que sienten ambos hermanos y que él, por su carácter más extrovertido, expresa con más furia; esa furia se traslada a la música, creando una especie de himno que se convirtió pronto en imprescindible para el directo.



“Face to face”, el cuarto Lp de los Kinks, se presenta a mediados de otoño con la inmejorable referencia del single precedente (su tercer número uno), cuya cara A se incluye en él. Aquí se certifica su madurez y su condición de grupo inimitable. Por otra parte su temática, aunque no compacta del todo, es básicamente una suma de asuntos de fondo social y familiar que de un modo u otro guardan relación con las vivencias de Ray; esto lleva a la prensa a considerarlo como el primer disco conceptual del pop británico, cosa que a él no parece molestarle. El arranque corre a cargo de “Party line”, una pieza vitamínica que resume muy bien la mezcla de personalidades de los dos Davies aunque figure a nombre exclusivo de Ray. Tras ella viene una de las grandes maravillas del disco, la emocionante “Rosy won’t you please come home”, inspirada en la marcha de su hermana Rosy a Australia: ella y su marido se habían ido dos años antes -como muchísimos otros británicos- buscando un futuro que en su país se oscurecía por momentos (el “Swinging London” en muchos aspectos solo era una fachada, porque la realidad económica iba por otro lado). Ray la adoraba, y para él fue un golpe muy duro. En lo musical, esa melodía de medio tiempo, suave pero densa, le otorga un gran poder melancólico. El panorama cambia radicalmente con la irónica “Dandy”, de nuevo puro music hall, que iba a ser el primer single del Lp; una argucia de Allen Klein, con el que estaban en tratos por entonces, hace que la maqueta vaya a parar a los Herman’s Hermits, que la publican inmediatamente y consiguen un top 5 en medio occidente. Ray se enfadó un poco, pero Klein (“¿Vas a protestar por los derechos de autor de 800.000 copias?”) supo compensarlo con una mejora en el contrato con Pye. Luego, tras una delicia como “Too much on my mind” viene una serie de canciones que, sin tanta carga literaria, muestran al grupo en su faceta pop rock más tradicional pero igualmente brillante. Por el medio, como no queriendo molestar, anda “Fancy”, cuyo estructura de raga hace recordar a “See my friends”; o “Holiday in Waikiki”, con ese cruce de ambientes, o la indefinible “Rainy day in June”. En conjunto, este es el primero de los verdaderamente grandes discos que años después reivindicarán a los Kinks ante las nuevas generaciones, aunque por entonces las ventas no pasaron de “aceptables” (rondando el top 10, sin llegar a el).


Aparte de las inquietudes del grupo con Allen Klein, un personaje del que siempre hay que estar pendiente porque nunca sabes si te va a beneficiar o a robarte, la mayor preocupación es Pete Quaife, su bajista. Había sufrido un accidente de tráfico en junio que lo tuvo apartado del grupo durante unas semanas, pero hay un trasfondo que ya viene de antes: está harto de verse metido en las trifulcas entre los dos hermanos, además de que su relación con Dave siempre fue mala. Por otra parte no se siente reconocido; y la actitud de Ray, que ni siquiera fue a visitarlo durante su convalecencia, no ayuda. Durante ese tiempo le sustituye John Dalton, ex de los Mark Four, que participa además en varias sesiones de grabación y parece ser el sustituto definitivo tras un amago de abandono de Pete, que al final recapacita y vuelve a finales de noviembre. Curiosamente, durante el tiempo en que pareció estar fuera, Ray decía ser el más afectado. En el sello Pye mientras tanto meten prisa para lanzar un single con canciones nuevas antes de que acabe el año: “Dead end street / Big black smoke”. La cara A, de temática crudamente social (“We are strictly second class”), vuelve a esa realidad que el Swinging London está ocultando y que la llegada al poder de Harold Wilson tratará de paliar sin conseguirlo: hay una enorme masa de trabajadores y parados que se hallan en condiciones de puro lumpen y tienen lo justo para sobrevivir (“What are we living for?”). Resulta difícil imaginar a Beatles o Stones atreviéndose a escribir ese tipo de cosas. Y de algún modo esa temática se complementa con “Big black smoke”, donde vemos a esa frágil chica que llega del campo a buscarse la vida en Londres y que es devorada por el espejismo que acabará con ella: otra cara del engañoso Swinging London en el que creía cuando llegó. En ambas canciones son los Kinks en estado puro, tanto por lo que dicen como por la música.


Cuando termina 1966 los Kinks son probablemente la banda más incómoda pero respetada de la Isla. Por supuesto no es la más popular, ni lo será nunca, pero eso no le importa ni a ellos ni a nosotros. Los Kinks viven en su propio universo, y lo demás nos trae sin cuidado. Ah, y esa fotografía es de su estancia en Madrid, con John Dalton. Al parecer tocaron bastante descolocados, en un local de alterne infecto con ambiente “espinoso”, entre macarras y policías, aunque tampoco los Davies estaban de buen humor. Debió de tener su gracia el asunto, lástima que no haya filmaciones.